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«Mobbing inmobiliario»: el acoso vive en casa
Algunos arrendatarios sufren la presión de sus caseros para que abandonen los pisos
Marta Belver


Vista general del madrileño barrio de Lavapiés

Manoli, Mayte y Lola comparten algo más que rellano de escalera. Desde hace cuatro años, estas tres vecinas del madrileño barrio de Lavapiés tienen la misma sensación de miedo incrustado en el cuerpo cuando se encuentran bajo el teóricamente seguro techo de sus hogares.

La empresa propietaria de los pisos de renta antigua en los que han residido durante más de tres décadas ha intentado desahuciarlas (y ha perdido un juicio por ello), ha hecho caso omiso a las obras de mantenimiento que pide a gritos el edificio, ha buscado una excusa para echar a sus inquilinas más veteranas devolviéndoles los giros con los que le pagan el alquiler... Abrir el buzón a diario es un trago que cada vez cuesta más pasar, porque no saben qué 'sorpresa' en forma de carta se van a encontrar esta vez.

El sufrimiento a domicilio que padecen Manoli, Mayte y Lola ha sido diagnosticado a pie de calle como 'mobbing inmobiliario'. O lo que es lo mismo: el acoso que sufren los habitantes de viviendas, generalmente en régimen de alquiler, ante la presión de dueños o compañías inmobiliarias que quieren forzarlos a que las abandonen utilizando métodos 'extralegales'. «A nosotras nos tienen desquiciadas, con los nervios destrozados...», responden las tres al unísono.

Aunque en el plano administrativo carezca prácticamente de identidad propia, su caso no entra en la categoría de anecdótico. Ni es una peculiaridad residencial que monopolice la capital.

El Ayuntamiento de Barcelona, de hecho, se ha mostrado especialmente sensible a este problema identificándolo como tal pese a lo subjetivo de su definición. Durante 2005 atendió 119 reclamaciones de este tipo y hasta mayo de este año ha recibido 82 nuevas quejas.

Radiografía del problema

El director de la Oficina Municipal de Información al Consumidor de la Ciudad Condal, Luis Álvarez, enumera los signos más evidentes para detectar el acoso doméstico: «Negativa a cobrar los alquileres; falta de mantenimiento de los inmuebles para declararlos en ruina; problemas de higiene; dificultades con los suministros; y el asedio puro y duro: amenazas, vecinos 'okupas', pisos sobrecargados...».

«La mayoría de los casos de 'mobbin'g se producen entre arrendatarios de rentas bajas, pero también afecta a los de alquileres altos», continúa Álvarez. «En proporción al resto de reclamaciones puede que su número sea pequeño, pero esto no le resta importancia. Sus efectos son muy graves», añade.

En el Consistorio capitalino han detectado también la «presión de algunos propietarios para acabar con las rentas antiguas». En lo que va de año, la Oficina de Información de la Vivienda de Madrid ha recibido 1.341 consultas sobre contratos de alquiler anteriores a la Ley de Arrendamientos Urbanos de 1994 y otras 1.753 en relación con los suscritos con posterioridad a esa fecha. Según reconocen fuentes municipales, algunas de ellas se ajustan al complejo término 'mobbing' 'inmobiliario'.

Sobre la invisibilidad legislativa de este problema se ha encendido recientemente una luz de esperanza. La Audiencia Provincial de Barcelona dictó en julio de 2005 un auto que hace mención explícita a este tipo de acoso y que sienta jurisprudencia al respecto.
En dicho texto, el 'mobbing inmobiliario' se identifica como «(...) la total dejación por parte del propietario de la finca de sus obligaciones como arrendador, con el único propósito de impedirle el ejercicio de los derechos propios de su condición arrendataria de la vivienda, y, de esa forma indirecta, forzarle a abandonar la misma, la cual se halla en una zona de creciente revalorización urbanística, y por la que la querellante satisface un alquiler muy bajo (...)».

Las administraciones recomiendan a las víctimas del hostigamiento residencial que se informen sobre los derechos que pueden esgrimir. Éstas, sin embargo, se quejan de que asesoramiento les sobra, que lo que necesitan son soluciones reales.
La pelota, parece, no tiene tejado en el que posarse. Pero el que da cobijo a residentes como Manoli, Mayte y Lola se les seguirá cayendo encima, cuanto menos metafóricamente, si nadie los ayuda.

El Mundo