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Relato de una víctima de “mobbing”

Mi trabajo me iba muy bien. Me sentía integrado entre mis compañeros de trabajo y, además, estaba feliz y satisfecho de mi labor porque estaba haciendo lo que más me gusta: ayudar a las personas, algo que hacía con esa atención y dedicación que gusta a la gente y que denota un interés genuino hacia el otro cuando le dispensas un trato humano.

Durante todo el tiempo que trabajé allí fueron muchas las personas que, de un modo u otro me dijeron “Gracias”; unos, con su sonrisa y su cálido afecto de manos; otros,  mostrándome su confianza al revelarme asuntos o matices muy hondos de su vida personal; otros saludándome efusivamente al verme por la calle, otros con una mirada de gratitud… ¡En fin!, distintos modos de expresar agradecimiento por parte de quién se ha sentido bien tratado; sin embargo, en el otro lado, algunos de mis mal llamados “compañeros de trabajo”, comenzaron a distanciarse de mí, a hacerme el vacío, a aislarme.  De pronto me di cuenta que podía pasar el día entero sin que ni uno solo de ellos viniera a saludarme o a hablar conmigo (y eso que los aseos, frecuentemente visitados por todos, se encontraban muy cerca del lugar donde yo trabajaba). También ignoraban reiteradamente mi saludo o me respondían con desprecio llegando incluso a ignorarme al pasar junto a ellos o a interrumpirme reiteradamente cuando estaba hablando. Me sentía invisible, ¡Nadie! … Y me preguntaba qué estaba ocurriendo y, lo que es aún peor, ¿qué había hecho yo para que esto sucediera?

Cuando fui consciente de que me estaba quedando solo, me esforcé por encajar. Pensaba que eso no podía estar ocurriéndome así que empleaba buena parte de mis energías a acercarme adonde ellos estaban. Iba a saludarles o a participar de alguna conversación pero seguía notando esas miradas insidiosas y retadoras, esos cuchicheos a mis espaldas, esos gestos adustos o alguna sonrisa socarrona. Al principio podía sobrevivir por las buenas maneras de otros compañeros que nunca llegaron a involucrarse, sin embargo, a medida que el tiempo fue transcurriendo, la cosa fue a más. De pronto, comenzaron a magnificar mis errores; a acusarme de otros que no lo eran y a hablar de ellos en presencia de otros “compañeros de trabajo”. Asimismo, eran capaces de no dirigirme la palabra en todo el día.

Entonces ya me asustaba escuchar el sonido de las tarjetas cuando se registraba la hora de entrada e incluso me causaba ansiedad la llegada de los lunes pero la situación se agravó notablemente cuando, en una reunión en la que yo no estaba presente (al sentirme incapaz de afrontarla) acordaron la revisión de mis funciones acusándome de estar extralimitándome en mi trabajo. ¡Inadmisible, vergonzoso, ruin y cruel!.
Entonces comenzó para mí un período de ILT en el que se me diagnosticó depresión mayor y estrés postraumático con importantes alteraciones para conciliar el sueño y descansar durante la noche. Asimismo mi vida social y familiar resultó alterada distanciándome de todo y de todos sintiéndome enajenado, ausente, despersonalizado, solo.

Me habían robado lo más importante: la autoestima y con ella, mi paz interior.
Ahora no sabía quién era, no sabía qué me sucedía y lo peor es que no sabía cómo podría salir de ello.

El sufrimiento emocional se volvió insoportable y mi estado de ánimo no se detuvo hasta tocar fondo. Los pensamientos acerca de poner fin a mi existencia y, con ello, a tanto dolor, hicieron su aparición una y otra vez (no enumeraré aquí las diferentes formas que mi mente urdía para acabar con el sufrimiento). Afortunadamente sigo adelante. La ayuda que he buscado está dando sus frutos y poco a poco he ido mejorando. Las reuniones de grupo también me ayudan mucho y allí he conocido a otras personas que están pasando por situaciones similares. Así he podido volver a ver la luz en medio de tanta oscuridad. Los altibajos en mi estado de ánimo aún continúan  y, en ocasiones, son todavía muy importantes pero, al menos, ya hay altibajos. Y así, poco a poco, espero ir renaciendo, como el Ave Fénix, de las cenizas que ha dejado en mí la violencia de algunos de mis mal llamados “compañeros de trabajo” que, no por actuar en la mayor parte de las ocasiones de un modo sutil o soterrado dejan de merecer sus acciones tal calificativo.

Actualmente, aún no puedo decir que haya salido de esto pues continúan los altibajos en mi ánimo y otros síntomas negativos que aún están presentes pero sirva este escrito anónimo para transmitir un mensaje de esperanza:

Con nuestro empeño y la ayuda de otras personas, volverá a brillar el sol en nuestras vidas. ¡Seguro!.
Anónimo

Anamib