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                                    Se  ha puesto de moda hablar del “síndrome de acoso institucional o mobbing”. Y no  sin razón, pues desde hace no mucho tiempo se observa en las consultas de  psiquiatría la frecuente presencia de pacientes que sufren este trastorno.  
                                                                          El  acoso es tan antiguo como la vida social. Siempre ha habido casos de personas  individuales o grupos que persiguen a otros de una manera psicológica. Existe  un acoso psicológico en el ámbito laboral, en el que un superior o un grupo de  compañeros persiguen, aíslan, hostigan o maltratan de diversas maneras a otro  compañero víctima, por razones de envidias, estrategias del grupo o diversos  motivos que conducen a intentar expulsar o aniquilar de esa persona; éste es el  que ahora denominamos “acoso institucional”. Pero también existe un “acoso  sexual”, cuando la pretensión del acosador es obtener un beneficio lascivo, o  cuando los medios de que se vale para otros fines tienen un carácter sexual o  cuando la víctima lo es simplemente por su sexo. Incluso se puede hablar de  otro tipo de acoso que se produce en el seno de una familia o una pareja, es el  denominado “Luz de gas” - por el título de la famosa y clásica película, que lo  describe de una manera magistral - y consiste no! tanto en atemorizar a la  víctima sino en hacerla dudar de sí misma, de sus percepciones y juicios, para  anularla como persona.  
                                                                          Si  siempre ha habido acoso y ahora sus consecuencias se ven mucho más en la  consulta, obedece a diversas razones de tipo sociológico, cuya descripción  excedería lo que permite este artículo. Pero en síntesis se podría decir que  hoy día somos mucho más sensibles a todo lo que puede ser peligroso o  simplemente arduo o difícil para el yo. La sociedad actual educa y alienta en  exceso hacia la seguridad y, con palabras de un clásico de la psiquiatría,  Fritz Künkel: "El riesgo al que se expone el yo es tanto más grave, cuanto  mayor es la solicitud con que busca su protección", razón, entre otras,  para que con facilidad las personas se puedan sentir más frágiles y puedan  acudir - porque ahora las hay, antes no tanto - a esas ayudas de profesionales  de la salud psíquica.  
                                                                          El  síndrome del acoso -que en ocasiones se puede confundir con otro parecido y  también muy presente, el de “estar quemado o bourn out”- se puede presentar con  síntomas de la esfera depresiva, como tristeza, insomnio, aislamiento,  desánimo, cansancio, autodepreciación, desilusión, etc.; o bien en forma de  estrés, con ansiedad, obsesiones en torno a la persecución de que se siente  objeto, hipervigilacia, irritabilidad o agresividad, dificultades en las  relaciones interpersonales, etc. En cualquier caso se trata de un trastorno  adaptativo psicológico que hace sufrir mucho al que lo padece y que va a  necesitar un tratamiento psicoterapéutico, farmacológico y, si es posible, una  intervención en el ámbito laboral o institucional en el que se desarrolla el  acoso. 
                                    Fuente:  interrogantes.net                                     |