María de los Ángeles Burguera  
                                      
                                      
                                          ¿Sólo originales o también fotocopias? La clonación es un logro   científico, un reto médico -para la reproducción y los transplantes- y un dilema   ético. Todo impulsado por la idea de que ninguna relación represiva de la   investigación o sus aplicaciones tiene futuro a largo plazo 
                                               
                                            El   provocativo anuncio hecho por el científico de Chicago, Richard Seed, que   asegura estar preparado para clonar seres humanos, se acogió con escepticismo   por parte de la comunidad científica y suscitó el rechazo social. Sin embargo,   está abierto el debate sobre las implicaciones éticas de esta nueva técnica y la   respuesta legal que conviene darle: ¿establecer una moratoria, prohibirla por   ley, confiar en la responsabilidad de los científicos? 
                                          Profesionales de distintas ciencias coinciden en la necesidad de   contar cuanto antes con unas normas éticas básicas que orienten los experimentos   genéticos de la especie humana. Para el bioquímico José María Mato, catedrático   de la Universidad de Navarra y ex presidente del Consejo Superior de   Investigaciones Científicas, «no se puede dejar a la decisión exclusiva del   científico lo que es o no experimentable en el campo de la biología de la   reproducción humana». Pero «también es evidente que ninguna regulación represiva   de la investigación o de sus aplicaciones tiene futuro a largo plazo (...). Es   preciso conseguir unas normas bioéticas concretas para el conjunto de la   humanidad» en las que, además del punto de vista científico, se incluyan las   consideraciones de otros sectores sociales, puesto que se trata de ámbitos que   repercuten directamente en el futuro de la humanidad. 
                                          Un embrión humano jamás debe ser un medio 
                                               
                                            Los aspectos   éticos de la clonación plantean una cuestión previa sobre la ética de la   investigación con embriones humanos. Esta investigación proporciona nuevos   conocimientos sobre el control de la gestación, el desarrollo embrionario, la   detección de enfermedades genéticas y su curación. Pero la ética de estos   experimentos es controvertida, pues la consideración del embrión dista mucho de   ser única. 
                                          Para los que mantienen que hay un ser humano desde el momento de   la fecundación del óvulo, «el embrión es una entidad evolutiva y, por tanto, es   artificial establecer un momento anterior al cual todo está permitido», asegura   José María Mato. Por eso, las investigaciones que supongan la destrucción del   embrión o su generación con fines distintos a la procreación deberían estar   prohibidas. 
                                          Para los que consideran que el huevo fertilizado no puede llamarse   un ser humano, estas investigaciones son susceptibles de regularse por ley. De   hecho, la situación legal en Europa varía desde la prohibición total de   investigación con embriones en Alemania y Noruega hasta la autorización para   investigar en los catorce días después de la fertilización, como en Gran   Bretaña. 
                                          El profesor Mato advierte que, a diferencia de otros experimentos   donde el objetivo es ayudar a un paciente concreto, «en la investigación con   embriones el objetivo es beneficiar a los embriones en general, o a la especie   humana, mediante la destrucción del embrión empleado. No hay duda de que la   investigación con embriones puede ser importante para futuros embriones, pero   también es evidente que no lo es para aquel embrión en particular que se usa   para experimentar. Y, desde un punto de vista puramente existencial, todos los   embriones tienen el mismo status». Ante este dilema, el criterio ético, en   opinión de Mato, es que «un embrión humano no podrá jamás convertirse en simple   medio para alcanzar estos objetivos. Tendrá que seguir siendo siempre el   objetivo último, un ser humano». 
                                          Tres criterios para decidir 
                                               
                                            José María   Mato no cree que la eventual clonación cambiará mucho el proceso de la evolución   humana, la cual depende no sólo de los factores genéticos sino también de los   ambientales (sociales, políticos, económicos). «Recordemos que no hay dos seres   humanos idénticos, y que los gemelos univitelinos, aunque tienen el mismo genoma   y se educan en el mismo ambiente, merced a la conciencia y a la experiencia   individual, no son iguales cuando analizamos características que tienen que ver   con su inteligencia, personalidad, etcétera». 
                                          El problema ético de estas investigaciones está, más bien, en que   «antes, la biología era una disciplina dedicada al estudio pasivo de la vida   mientras que ahora puede alterarla casi a capricho». Pero el hacer ciencia de   calidad no justifica cualquier procedimiento u objetivo. Mato sugiere tres   criterios básicos para elaborar unas normas éticas en este campo.  
                                          •Que las aplicaciones del progreso científico no creen más   problemas que soluciones.  
                                            •Que el interés de la sociedad debe prevalecer   sobre el interés del individuo, siempre que se garantice la dignidad de la   persona y los derechos humanos.  
                                             
                                            •Que la enfermedad o condición a la que   se apliquen estos conocimientos biológicos sea importante.  
                                          Por ejemplo, la fibrosis quística o la distrofia muscular son   importantes porque quienes las padecen ven acortadas sus expectativas de vida.   En cambio, no lo es la clonación de un individuo para perpetuar su linaje cuando   la procreación es imposible. Después de todo, advierte Mato, «una de las   características distintivas de todas las formas de vida es que ningún linaje   biológico se crea para perpetuarse». 
                                          Ese tercer criterio es importante también para clarificar la   oportunidad de dedicar recursos a una aplicación científica —clonar un ser   humano para dar continuidad a un apellido o recurrir a esas técnicas para   disponer de tejidos que puedan transplantarse—, cuando podrían justificarse con   más peso inversiones para erradicar enfermedades infecciosas como la malaria,   que afectan a millones de personas. 
                                          Con pocas excepciones, los científicos afirman que las técnicas   utilizadas para crear a Dolly, la primera oveja clónica, aún no son aplicables a   los seres humanos. Sin embargo, es muy posible que en un futuro próximo sea   técnicamente factible. Y lo que se preguntan numerosos comités de bioética en   todo el mundo es si existe alguna justificación médica para crear clones   humanos. Generalmente se discuten dos áreas de posible aplicación: la   reproducción, cuando la procreación es imposible; y los transplantes, pues la   utilización de células genéticamente, y por lo tanto inmunológicamente,   idénticas a las del receptor eliminaría el riesgo de rechazo. 
                                          Que la ética se adelante a la ciencia 
                                               
                                            En el primer   caso, muchos consideran que no es éticamente aceptable la reproducción a toda   costa. El debate ético será más vivo en la aplicación de las técnicas de clonaje   al transplante. La idea se basa en la observación de que células embrionarias   pueden dar lugar a cualquier tipo de tejido u órgano cuando se inyectan en   embriones más viejos. En principio, explica Mato, podrían obtenerse grandes   cantidades de células para el transplante de médula o para el tratamiento de la   enfermedad de Parkinson. «Para conseguirlo habría que crear un embrión   utilizando un óvulo receptor y un núcleo de una célula somática proveniente de   la persona enferma. A continuación este embrión podría ser cultivado ex vivo, y   al cabo de algún tiempo, se establecería un cultivo de células en donde la   diferenciación sería inducida y serían así utilizadas para el transplante. Las   técnicas que permiten el establecimiento y diferenciación ex vivo de cultivos de   células embrionarias aún no son técnicamente posibles en humanos, pero ya han   comenzado a desarrollarse en ratones».  
                                          Pero también esta aplicación médica o terapéutica plantea   interrogantes éticas, pues el logro por clonación de estos tejidos   inmunológicamente óptimos para el transplante supone aceptar de antemano la   producción de embriones humanos con fines distintos de la generación, es decir,   exige utilizar para ese fin óvulos humanos y cultivarlos, y ése es el quid del   problema. 
                                          Para salir al paso, Mato propone estudiar las implicaciones éticas   antes de que las técnicas estén disponibles; e investigar «cómo preparar clones   de células aptas para el transplante sin necesidad de trabajar con embriones   humanos; lo que incluye tanto los trabajos sobre clonación de células somáticas   humanas, como las investigaciones sobre xenotransplantes» (del animal al   hombre). 
                                          Responsabilidad antes que «éxito» 
                                               
                                            Cuando se   habla de regular en una ley los problemas éticos, muchos científicos responden   que no se pueden colocar cortapisas al avance de la ciencia. Pero lo que hay que   ver es si toda posibilidad técnica comporta un avance humano. 
                                             
                                            Mato   propugna «una ética de la responsabilidad, en el sentido propuesto por Max   Weber, que tiene en cuenta las consecuencias previsibles de la propia acción,   frente a la ética del éxito, tan de moda en nuestros días, que sólo se preocupa   de los resultados, considera buena cualquier intervención biológica que   proporcione beneficios, y elude el hecho de que para conseguir fines "buenos"   haya que utilizar medios moralmente dudosos». 
                                          Pero la generalización de una ética preventiva, que «preceda al   desarrollo de las técnicas de la clonación humana», como propone Mato, no parece   una tarea sencilla en un ámbito en el que a menudo se cruzan argumentos   emocionales. Además de institucionalizar los comités de bioética, se requiere   «hacer hincapié en lo que une a las tradiciones éticas de las distintas   culturas», de manera que los resultados puedan tener una aplicación global y no   limitada al mundo occidental. 
                                          Mutaciones y malformaciones 
                                               
                                            La   presentación de la oveja clónica Dolly, obtenida en el Instituto Roslin de   Escocia a comienzos de 1997, impresionó a la comunidad científica. El recelo que   suscitó entre las autoridades gubernamentales se disparó meses después, cuando   el físico estadounidense Richard Seed anunció su voluntad de llegar a aplicar la   misma técnica a los humanos. En Estados Unidos, la Administración Federal de   Alimentos y Medicinas anunció que la clonación humana está sujeta a la misma   autorización previa que se exige para toda terapia génica. Pero eso no despeja   las dudas sobre si es o no factible la clonación humana. 
                                          Para Harry Griffin, uno de los científicos que trabajó en la   clonación de Dolly, las posibilidades de conseguir un clon humano por   transferencia nuclear —el método usado con Dolly— son hoy por hoy nulas, ya que   «es imposible reclutar el número suficiente de donantes humanos que faciliten   óvulos» y recordó que, en el caso de la oveja, hicieron falta 277 óvulos,   provenientes de 40 animales. Aparte de la limitación biológica, las lagunas que   aún existen en el proceso de reprogramación genética de las células «no dan   suficientes garantías para la salud» y «tampoco se sabe cuál será el legado   oculto en los genes clonados y si algunos acumulan mutaciones». En su opinión,   los riesgos de malformaciones en los experimentos realizados hasta ahora son   tantos que «en este momento se hace necesario parar y revisar la información   acumulada: investigar mejor la técnica y realizar un seguimiento del éxito o   fracaso alcanzado en las distintas especies, tanto vegetales como animales».   Para Griffin, «cualquier persona, como Richard Seed, que diga que la clonación   humana es posible, está engañándose a sí mismo y a sus clientes». 
                                          Clonación «terapéutica» 
                                               
                                            Pero aunque   se superaran las limitaciones técnicas y las garantías fueran máximas para la   salud del futuro clon, los científicos se plantean si existe una justificación   médica suficiente. Para el Comité Nacional Consultor de Ética para las Ciencias   de la Vida y la Salud, de Francia, clonar con el único objetivo de facilitar la   descendencia a los que presenten problemas de fertilidad no es éticamente   aceptable. En cambio, este comité sí admite, de forma limitada y controlada, la   clonación que proporcione células diferenciadas inmunológicamente idénticas a un   posible receptor, con el objetivo de dar mayor eficacia a los   transplantes. 
                                          Esta misma opinión comparte el Comité Consultivo sobre Genética   Humana de Gran Bretaña, que, en un reciente dictamen realizado para el gobierno,   se mostraba favorable a lo que denomina «clonación terapéutica». El comité, que   considera «repugnante» la creación de personas clónicas, apoya sin reservas la   utilización de estas técnicas para dar lugar a tejidos humanos e incluso órganos   aptos para el transplante. La clonación por transferencia nuclear, en efecto,   reprograma células adultas transformándolas en embrionarias, de modo que éstas   adquieren la potencialidad de generar cualquier tipo de tejido, que podría   implantarse en los individuos clonados sin rechazo. Así, por ejemplo, podría   utilizarse tejido nervioso para tratar el Parkinson, la piel se usaría para   curar quemaduras, o el tejido muscular para ensayar la curación de enfermedades   cardiovasculares. 
                                          Sombrío futuro para embriones congelados 
                                               
                                            Por ahora, el   gobierno británico prefiere tomar el pulso a la opinión del país antes de   legislar. No pocos científicos rechazan las regulaciones drásticas, por las   consecuencias negativas sobre el conjunto de la profesión y los recelos que   despiertan. Así, en un editorial reciente, el semanario médico londinense The   Lancet se mostraba contrario a «un anatema planetario» de la clonación humana,   mientras que proponía una amplia concertación, con la colaboración de distintos   sectores públicos del país». 
                                          En Estados Unidos, la National Bioethics Advisory Commission   recomendó en junio de 1997 que se prohibiera la clonación humana durante cinco   años, y con ese fin la Administración Clinton sometió al Congreso un proyecto de   ley. Pero sigue sin existir legislación, después de que tres proyectos   propuestos no han conseguido salir adelante. 
                                          Hoy por hoy, la producción de embriones humanos para la   investigación está ya vetada en algunos países. El Convenio sobre Derechos   Humanos y Biomedicina redactado por el Consejo de Europa la excluye y ha sido   firmado por veintidós de los cuarenta países miembros. Un protocolo adicional,   firmado el 12 de enero de 1998 y al que se adhiere otra veintena de países,   prohibe la clonación humana, incluida la manipulación del embrión, con   independencia de su finalidad. Pero hay otros países en los que se admiten   investigaciones en embriones humanos en los primeros catorce días de desarrollo   o se otorga vía libre al uso de los sobrantes de la fecundación in vitro. Nada   impide, por tanto, desplazarse a un país con vacío legal o con un control menos   estricto de la investigación. 
                                          Todas estas prácticas en las que la libertad individual se   distancia del significado natural de la reproducción humana desembocan en una   situación compleja ética y legalmente. Los representantes de una decena de   clínicas españolas de reproducción asistida, que cuentan con centenares de   embriones humanos congelados, se dirigieron al gobierno para solicitar que   resuelva el vacío legal producido una vez se haya superado el plazo de cinco   años previsto por la ley para su conservación. Otras autoridades, a instancias   de los médicos, se plantean la oportunidad de que los embriones sobrantes sean   adoptados por parejas estériles. 
                                          Las salidas para los embriones humanos inutilizados no son muy   esperanzadoras. En opinión de Mato, caben tres opciones básicas: «Su   conservación indefinida, su destrucción o su utilización en investigación. Y las   tres posibilidades son perturbadoras, porque son incompatibles con el respeto   que debe mostrarse a un embrión humano». 
                                          El poder de una célula reprogramada 
                                               
                                            El   experimento que dio lugar a la oveja Dolly fue realizado en el Instituto Roslin   de Edimburgo por un equipo de investigadores, dirigido por Ian Wilmut. La   técnica fue calificada de innovadora, ya que por primera vez se demostraba que   también se podía producir un animal viable a partir del núcleo de una célula   diferenciada. Los científicos escoceses tomaron una célula de la ubre de un   mamífero, le extrajeron el núcleo —que contiene la información genética que se   pretende traspasar— y lo implantaron en un óvulo enucleado. En este proceso, el   núcleo transferido sufrió lo que se denomina reprogramación, es decir, recuperó   toda su potencialidad genética inicial y la capacidad de dar lugar a un   organismo completo. En cuanto el desarrollo del óvulo permitió su viabilidad,   fue implantado en una «madre de alquiler», que culminó la gestación hasta el   nacimiento de una oveja clónica, es decir, de un animal con las mismas   características genéticas que aquél de quien procedía la primera   célula. 
                                          La técnica de transferencia nuclear abre las puertas a nuevas   investigaciones sobre el material genético y su reprogramación, de manera que en   adelante podrán combatirse algunas enfermedades de animales o producir animales   transgénicos con unas condiciones particularmente útiles para el hombre, por   ejemplo, mamíferos cuya leche contenga proteínas humanas de interés clínico. La   Facultad de Veterinaria de la Universidad de Tufts (Boston) ha reemplazado genes   porcinos por otros humanos con el fin de producir cerdos transgénicos clónicos   que presenten en su leche inmunoglobinas, factores de coagulación o   fibronectina. Otras utilidades pueden ser la replicación de animales a los que   se han transferidos genes humanos, cuyos órganos podrían trasplantarse   posteriormente a humanos —aunque tomando suficientes garantías para evitar   infecciones u otras alteraciones—; la clonación de animales simplemente para   preservar una especie en peligro de extinción, o la producción en serie de   animales de granja de alto precio con destino al consumo humano. 
                                          Una segunda técnica de clonación, aunque de aplicaciones más   limitadas, es la denominada de separación embrionaria. En este caso, se separan   las células o blastómeros de un embrión multicelular antes de iniciarse la   diferenciación. Pero, de momento, el número de células que pueden ser apartadas   antes de que comience la diferenciación es reducido. 
                                               
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