Resumen: La influencia de la estructura familiar sobre la delincuencia  constituye uno de los temas de estudio predilectos de la criminología. En este artículo  se presentan las diferentes posiciones teóricas al respecto, se resumen los  resultados de las investigaciones empíricas disponibles y se analiza la situación  en Suiza a principios de los años 1990 a partir de informaciones recogidas en una  encuesta de delincuencia juvenil autorrevelada. Según la mayoría de las teorías  e investigaciones criminológicas anglosajonas, los hijos de familias en las que  ambos padres están presentes suelen estar menos implicados en la delincuencia  que los hijos de familias disociadas, es decir aquellas familias en las que  falta al menos uno de los padres biológicos o adoptivos. Sin embargo, el  análisis de los datos suizos señala una sola diferencia estadísticamente significativa  entre los jóvenes educados en estos dos tipos de familias: la prevalencia del  consumo de drogas blandas es superior entre los adolescentes (de 14 a 17 años) varones que  provienen de familias disociadas. El autor sostiene que una de las explicaciones  posibles es que estos últimos juegan en la dinámica familiar un papel de  compañeros más que de subordinados. Por ese motivo suelen ser más maduros que  los demás jóvenes de su misma edad y, en consecuencia, pasan antes que ellos  por ciertos ritos de pasaje, entre los cuales se encontraría el consumo de  drogas blandas. Por otro lado, el autor considera que las escasas diferencias  entre los jóvenes de ambos tipos de familias se explican porque, en regla  general, el sistema de seguridad social suizo permite que las familias  disociadas desempeñen su tarea de socialización con la misma eficacia que las  familias tradicionales. Además, constata que en Suiza el porcentaje de familias  monoparentales era más elevado en los años mil novecientos veinte y treinta que  en los noventa, y sugiere que la confusión en cuanto a la cantidad de familias  monoparentales existentes puede deberse a que frecuentemente se ignora que sólo  la mitad de las parejas que se divorcian tienen hijos menores. 
                                Palabras claves: familia disociada, delincuencia, criminología, consumo de drogas. 
                                1. Introducción 
                                La socialización  puede ser definida como “el proceso por el cual los individuos aprenden los  modos de actuar y de pensar de su entorno, los interiorizan integrándolos en su  personalidad y llegan a ser miembros de grupos donde adquieren un estatus  específico” (Ferreol, 1995: 253). La vida pacífica en sociedad sería imposible  en ausencia de ciertas normas básicas de convivencia y el proceso de  socialización intenta inculcar en los nuevos miembros de la sociedad el respeto  de dichas normas. Para Busino (1992: 83), “el resultado de la socialización no  es bueno en sí o por sí mismo: es bueno en la medida en que se ajusta a lo que  esperan los adultos, los grupos sociales que gozan de prestigio, que poseen  influencia y poder, en suma, aquellos que son capaces de hacer valer sus propios  valores –sean estos cuales fueren– con exclusión de los demás.” 
                                  La familia es  considerada el principal agente de socialización puesto que, por regla general,  el individuo convive con sus padres durante los primeros años de vida y, en consecuencia,  recibe de ellos su educación elemental. Dada la importancia de esta primera  formación, podemos decir que la influencia familiar suele hacerse sentir, con mayor  o menor intensidad, durante toda la vida del ser humano. Por este motivo se ha afirmado  que la familia es “la institución esencial a través de la cual se asegura la  reproducción de las relaciones sociales” (Ferreol & Noreck, 1993: 98). No  resulta entonces sorprendente que, a lo largo de la historia, pensadores como  Platón, San Pablo, Santo Tomás de Aquino, Marx y Engels entre otros, hayan  insistido en la necesidad de controlar a la familia para asegurar la  supervivencia de sus respectivos modelos de sociedad. (1) 
                                En esta  perspectiva, cuando se producen comportamientos antisociales, la familia es con  frecuencia acusada de haber faltado a su deber de socialización. En realidad  puede sostenerse que, históricamente, la familia ha sido siempre considerada  como la principal causa de la delincuencia (Junger-Tas, 1993: 27). 
                                A estas  consideraciones, que habrían sido suficientes para convertir a la familia en uno  de los objetos de estudios favoritos de la criminología, se ha agregado en el  último tercio del siglo XX un nuevo factor: la denominada crisis del modelo  tradicional de familia. En las sociedades occidentales, esta crisis habría  comenzado en los años 1960 y se manifestaría a través de la disminución del  número de matrimonios, el aumento de la cantidad de divorcios y el desarrollo  de las uniones libres. En consecuencia, y considerando que, cuando “los  vínculos familiares se debilitan y –en los casos extremos– se desintegran, las  conductas desviadas (e incluso delictivas) son susceptibles de hacer su aparición”  (Ferreol & Noreck, 1993: 98), las investigaciones sobre el papel de la  familia en la génesis de la delincuencia se multiplicaron durante las últimas  décadas del siglo XX. Estas investigaciones ponen especial acento en un tipo  específico de familia que denominaremos familia disociada y puede ser definida  como aquella familia en la que falta al menos uno de los padres biológicos o  adoptivos. (2) Definida de este modo, la familia disociada engloba a la familia  monoparental, a la familia recompuesta (llamada también familia reconstituida o  familia con padrastro o madrastra) (3) y a los casos en que ambos padres están  ausentes (niños institucionalizados, niños que viven con familias de acogida o  con otros familiares y niños que viven de manera independiente) (4). 
                                Al mismo tiempo, la  opinión pública ha creído detectar una relación entre la multiplicación de las  familias disociadas y el aumento de la delincuencia. De esta manera, no resulta  inusual que se considere a la familia disociada como un entorno patógeno y a  los niños que viven en este tipo de familias como niños de riesgo. Hay incluso  quienes están convencidos de que el hecho de pertenecer a una familia disociada  aumenta las probabilidades de iniciarse en la delincuencia y, ya en los años  1980, Wells & Rankin (1985: 269) constataban que la propuesta de esta  corriente de opinión consiste en reducir los programas de ayuda a las familias  monoparentales. El argumento esgrimido es que dichos programas fomentan la  familia disociada –a través de una ayuda económica que incita a las madres  solteras y divorciadas a no casarse para no perder el derecho a recibir dicha  ayuda– y, de manera indirecta, la delincuencia asociada a ella. De hecho, este  ha sido uno de los argumentos utilizados para justificar el progresivo  desmantelamiento de los programas de ayuda familiar en Estados Unidos y el  Reino Unido a partir de los años 1980. Sin embargo, desde un punto de vista  lógico, nada impide utilizar los mismos elementos para llegar a la conclusión  opuesta. En efecto, supongamos que la investigación criminológica confirme que,  a pesar de los programas de ayuda gubernamentales, los jóvenes de familias  disociadas cometen más delitos que sus pares. Pues bien, este hecho también  podría ser interpretado como una prueba de que dichos programas resultan inadecuados  y de que es necesario invertir más dinero en ellos para hacerlos eficaces. 
                                El objeto de  nuestra investigación es analizar a partir de datos empíricos si, en Suiza, existe  un vínculo entre la estructura familiar y los comportamientos antisociales. Si  tal es el caso, propondremos estrategias de intervención que procuren mejorar  la situación de los hijos de familias disociadas. En el caso contrario,  intentaremos explicar por qué las predicciones de la mayor parte de las teorías  criminologías –que, como veremos, consideran que existe una correlación  positiva entre los dos factores estudiados– no se han cumplido en el caso  helvético. Nuestro estudio comenzará con una presentación de las aproximaciones  teóricas que han estudiado el vínculo entre familia disociada y delincuencia. 
                                A continuación, nos  ocuparemos brevemente de los resultados de las investigaciones empíricas  existentes. Finalmente, analizaremos el caso suizo a partir de los datos recogidos  en la primera encuesta nacional suiza de delincuencia juvenil autorrevelada. 
                                2. Aproximaciones Teóricas 
                                La teoría del  etiquetado sostiene que la disociación familiar, y especialmente el divorcio, imponen  un estigma sobre el niño. De este modo, los enseñantes y otros agentes sociales  tendrán tendencia a buscar -y a encontrar- problemas de comportamiento entre los  hijos de padres divorciados . Esta perspectiva es corroborada por los  resultados de investigaciones basadas en estadísticas oficiales de la  delincuencia -es decir aquellas que emanan de organismos públicos u oficiales,  especialmente las estadísticas policiales, judiciales y penitenciarias- que  muestran una correlación más marcada entre familia disociada y delincuencia que  aquellas investigaciones basadas en encuestas de delincuencia autorrevelada.  Esto permitiría suponer que las correlaciones se deben a una reacción diferencial  del sistema de justicia penal (Van Voorhis, Cullen, Mathers & Chenoweth Garner,  1988: 239 y s.). Según esta interpretación, el sistema de justicia penal  funcionaría de manera selectiva puesto que los hijos de familias disociadas  serían citados a comparecer ante los tribunales más a menudo que los de familia  intacta. Además serían juzgados de manera más severa que estos últimos al  considerarse que el progenitor que queda solo -en general la madre- es incapaz  de controlar el comportamiento de sus hijos (Wells & Rankin, 1985: 251). 
                                Cusson (1981: 58 y  s.) considera que el origen de este funcionamiento selectivo se encuentra en  los textos mismos de la ley, que buscan proteger y ayudar al niño antes que castigarlo.  En esta perspectiva, un entorno familiar inadecuado sería visto como un peligro  para la seguridad y el desarrollo del niño. En efecto, la noción del interés  del niño ha sido durante mucho tiempo el criterio básico del derecho penal de  menores en las legislaciones occidentales; sin embargo, desde los años 1980,  puede observarse a nivel internacional una evolución hacia la  responsabilización del niño (véase Zermatten, 1994: 170 y ss.). Por su parte,  Chilton & Markle (1972) sostienen que los hijos de familias disociadas no  son llevados ante los tribunales a causa de su situación familiar sino a causa  de su situación socioeconómica desaventajada, una hipótesis que profundizaremos  más adelante. 
                                Según la teoría del  control social (Hirschi, 1969), cuanto mayor sea la integración de un individuo  en la sociedad, menor será su tendencia a cometer delitos. Para los niños y adolescentes,  los principales agentes de integración social son la familia, la escuela y los amigos.  Estos agentes favorecen el desarrollo de vínculos entre el joven y el orden  social convencional y, cuando dichos vínculos son lo suficientemente fuertes,  disuaden al joven de violar la ley. Entre estos vínculos, el apego a los padres  ocupa en la teoría de Hirschi un lugar fundamental. El joven apegado a sus  padres pasa más tiempo con ellos y, en consecuencia, tiene menos ocasiones de  cometer delitos. Sin embargo, según Hirschi, este control directo ejercido por  los padres sólo tiene una importancia relativa; lo verdaderamente importante es  que los padres estén psicológicamente presentes cuando al joven se le presenta  la ocasión de cometer un delito. Es precisamente en ese momento cuando el joven  debe preguntarse qué pensarían sus padres si lo vieran cometer ese delito. Si  el joven no se formula esa pregunta, queda libre de pasar al acto (Hirschi, 1969:  88). En este contexto, la familia disociada sería nociva en la medida en que  atenta contra la formación de un vínculo fuerte entre padres e hijos y, según  los postulados generales de la teoría, cuánto más débil sea ese vínculo, menor  será la integración social del joven y mayores las probabilidades de que se  convierta en delincuente. Sin embargo, esta conclusión no fue extraída por  Hirschi –quien considera que un solo padre debería ser suficiente para socializar  al joven–, sino por otros partidarios de la teoría del control social (Matsueda  & Heimer, 1987: 827 y s.). Para Hirschi (1969: 242 y s.), la  sobrerrepresentación de los jóvenes de familias disociadas en las estadísticas  oficiales -es decir el hecho de que estos jóvenes representen en dichas estadísticas  un porcentaje superior al que representan en la población general- se debe ante  todo a la reacción diferencial del sistema de justicia penal que evocamos en el  párrafo anterior. 
                                Por su parte, la  perspectiva estructuralista, considera a la familia como una unidad socioeconómica  que debe ayudar a sus miembros a ubicarse en unidades socioeconómicas y  culturales más amplias. La familia suministra, entre otros, bienes materiales, prestigio,  posibilidades de estudio y de trabajo. En este contexto, la familia  monoparental constituye una unidad socioeconómica desfavorecida porque los  recursos y oportunidades que se presentan a un solo padre son limitados. En  consecuencia, el niño ve también limitadas sus posibilidades. Además, los hijos  de familias disociadas corren el riesgo de educarse en contextos propicios a la  delincuencia, como barrios y colegios de nivel socioeconómico desfavorecido. En  suma, para esta perspectiva, la familia disociada podría conducir a la  delincuencia al alterar las condiciones externas que determinan el estatus  socioeconómico de la familia (Wells & Rankin, 1986: 78). 
                                Según la teoría de  la asociación diferencial (Sutherland, 1947; Sutherland & Cressey, 1970),  la familia es la encargada de transmitir al individuo una serie de valores (5)  favorables al respeto de la ley. En cambio, las subculturas delictivas –y en  particular un grupo de amigos delincuentes – le transmiten valores favorables a  la violación de la ley. Si estos últimos se imponen sobre los primeros, la  persona se convertirá en delincuente. Ahora bien, la disociación familiar  reduce la vigilancia que los padres pueden ejercer sobre sus hijos, y esto  puede facilitar que entren en contacto con grupos de jóvenes delincuentes – quienes  les transmitirán valores favorables a la violación de la ley– sin que sus  madres o padres lo sepan. Además, la familia disociada puede dificultar la  relación entre padres e hijos y, de manera consecuente, la transmisión de  valores favorables al respeto de la ley (Matsueda & Heimer, 1987: 827). 
                                Para la  aproximación de la crisis familiar (family crisis), los cambios abruptos en la estructura  familiar generan estrés y conflictos –es decir una crisis– que suelen  manifestarse en los niños y adolescentes a través de comportamientos  antisociales. Sin embargo, estos problemas serían transitorios y, en general,  se resolverían una vez que la familia consigue adaptarse a las nuevas  condiciones de vida y desarrollar nuevas rutinas de comportamiento (Wells &  Rankin, 1986: 77). Por ejemplo, en los meses que siguen a un divorcio, muchos  adolescentes llevan a cabo comportamientos antisociales, pero estos comportamientos  no suelen perpetuarse. Así, los efectos negativos del divorcio desaparecerían con  el tiempo (Demo & Acock, 1988: 622). Desafortunadamente, en razón del carácter  transversal de la encuesta de delincuencia autorrevelada utilizada en esta  investigación, nos resulta imposible tomar en consideración la evolución en el  tiempo de los fenómenos estudiados y contrastar esta hipótesis. 
                                La psicología del  desarrollo humano y las teorías del aprendizaje social ponen especial acento en  las condiciones de vida familiares durante la infancia y el comienzo de la adolescencia,  es decir durante los años de formación de la personalidad. Durante este período,  los padres juegan un papel primordial como modelos de comportamiento para el niño.  En particular, la presencia de un padre del mismo sexo es considerada crucial  para que el niño pueda interiorizar las funciones sexuales adecuadas. De este  modo, las familias monoparentales resultarían desfavorecidas con respecto a las  familias intactas y podrían provocar deficiencias en el proceso de maduración  de los adolescentes (Demo & Acock, 1988: 620). Estas deficiencias podrían a  su vez facilitar la aparición de comportamientos delincuentes. Se trata de un  argumento que se encuentra a menudo en las sentencias de los tribunales, que  consideran que una personalidad inmadura indica un desarrollo mental incompleto  que puede atenuar la facultad de apreciar el carácter ilícito de un acto o de  tomar una decisión en base a esa apreciación (art. 11 del Código penal suizo). 
                                En resumen, podemos  decir que la gran mayoría de las aproximaciones teóricas consideran a la  familia disociada como una causa indirecta de la delincuencia. Habría un proceso  en tres etapas en el cual dicha estructura familiar facilitaría ciertos modelos  de interacción familiar y éstos, a su vez, favorecerían la aparición del  comportamiento antisocial. El principal objeto de estudio sería en consecuencia  la etapa intermedia de este proceso. En particular, para las teorías de índole  sociológica, los efectos nocivos de la familia disociada se manifestarían  rápidamente; en cambio, para las teorías que destacan las consecuencias  psicológicas de la familia disociada, estos efectos se manifestarían a largo  plazo (Wells & Rankin, 1986: 74 y ss.) 
                                Por otro lado, al  margen de las explicaciones teóricas presentadas, cada vez que se analiza el  rol de la familia en la educación de los hijos, suelen surgir una serie de  consideraciones de índole moral que, para bien o para mal, ocupan un lugar  central en la evaluación de dicho rol. Así, según Junger -Tas (1993: 36),  nuestras sociedades creen aún firmemente en el efecto positivo de una familia  estable e intacta sobre el comportamiento de los jóvenes; en cambio, la  disociación familiar es vista como una fuente de efectos negativos profundos y  duraderos. De hecho, Sutherland & Cressey (1970: 207) señalan que la  creencia en el efecto nocivo de la familia disociada puede encontrarse incluso  en tribus iletradas, como lo muestra un proverbio de los Amaxosa –una tribu  bantú del sur de África–, que reza: “si el pájaro viejo muere, los huevos se  pudren.” Un ejemplo paradigmático de las profundas raíces de esta opinión puede  encontrarse en el Tratado de criminología de Tieghi (1989) quien, al tratar la  “crisis por desmembramiento de la familia” sostiene: “Empíricamente, no hay  prueba de la incidencia de la variable del desmoronamiento familiar, o de los  efectos causados por la familia incompleta sobre la criminalidad; sin embargo,  es nuestra hipótesis que las leyes del condicionamiento y educación, según  vimos, tienen su más decisiva eficacia dentro del ámbito familiar” (Tieghi  1989: 402). Esta afirmación, que el mismo autor reconoce contraria a la  evidencia empírica, muestra hasta qué punto es difícil dejar de lado las  convicciones personales en la materia. (6) 
                                Finalmente, la  importancia dada a la familia intacta también puede observarse en muchos instrumentos  internacionales. Así, Schüler-Springorum (1994: 160) indica que la familia es  considerada como “la piedra angular de la prevención del delito” en las Directrices  de las Naciones Unidas para la prevención de la delincuencia juvenil –más conocidas  como Directrices de Riad– aprobadas en 1990. En esta perspectiva, la directriz número  12 establece que “dado que la familia es la unidad central encargada de la integración  social primaria del niño, los gobiernos y la sociedad deben tratar de preservar  la integridad de la familia” (subrayado por nosotros). En la misma óptica, las  leyes de adopción favorecen, en general, a las familias intactas. Por ejemplo,  el Código civil suizo prevé que las personas solteras o separadas no pueden  adoptar niños antes de cumplir los 35 años de edad (art. 264b). 
                                3. Estado de la investigación 
                                A partir de los  años 1920, la familia disociada fue objeto de numerosos estudios. Como hemos  señalado anteriormente, estos estudios se intensificaron con la denominada crisis  del modelo tradicional de familia. Así, entre 1972 y 1990, Free (1991: 111) contabiliza  68 artículos publicados en inglés. (7) La hipótesis de base de esos artículos sugiere  que existe una correlación entre familia disociada y delincuencia, en el  sentido de que los hijos de familias disociadas cometen más delitos que los hijos  de familias intactas. 
                                Varios autores han  pasado en revista las publicaciones disponibles, pero, a nuestro entender,  quienes mejor lo han hecho han sido Wells & Rankin (1991). En efecto, en lugar  de presentar los resultados y de interpretarlos según criterios personales  –como lo hacen la mayoría de los autores que han analizado la bibliografía  disponible–, los autores citados han preferido realizar un meta-análisis de las  investigaciones disponibles. 
                                Un meta-análisis es  un análisis estadístico de segundo orden que utiliza como punto de partida los  resultados obtenidos en investigaciones anteriores. La ventaja de este método  es que produce datos cuantitativos, que a su vez permiten una apreciación menos  subjetiva de la relación entre los fenómenos estudiados. En consecuencia, utilizaremos  los análisis realizados por dichos autores para ilustrar la presente sección.  
                                Wells & Rankin  (1991: 79) presentan los coeficientes de correlación entre familia disociada y  delincuencia de 44 investigaciones. (8) Estos coeficientes varían entre 0,005 y  0,50. La media es de 0,153, con una desviación típica de 0,109. Se trata de  coeficientes Phi, lo que significa que la tasa de prevalencia de la  delincuencia en las familias disociadas es superior en un 15% a la de las  familias intactas. Cuando los resultados de las investigaciones son ponderados  en función del tamaño de la muestra, el coeficiente de correlación desciende a  0,11; pero en todos los casos resulta estadísticamente significativo. 
                                Sin embargo,  extraer conclusiones generales sobre la base de es tos datos sería olvidar las  particularidades de cada investigación y podría inducir a errores de  apreciación. En efecto, en el párrafo anterior, hemos señalado que los  coeficientes varían entre 0,005 y 0,50, lo que pone de manifiesto la gran  diversidad de los resultados obtenidos. Esta diversidad se debe a problemas de  metodología de la investigación, a los indicadores de la delincuencia  utilizados (véase Aebi, 1999) y al hecho de que las correlaciones varían enormemente  según el tipo de comportamiento antisocial estudiado. En efecto, la correlación  entre familia disociada y delincuencia es muy débil para los delitos graves  (hurtos, robos y comportamientos violentos); es un poco más fuerte para las  infracciones en materia de estupefacientes (especialmente para el consumo de  drogas blandas) y alcanza su punto máximo con los comportamientos  problemáticos. (9) En relación a éstos últimos, se trata principalmente de  fugas, absentismo escolar y problemas de disciplina en clase. 
                                Así pues, no se  trata de delitos sino más bien de formas menores de desviación o “pecados de  juventud” según la terminología de Killias (1991: 75), que desaparecen  forzosamente con la edad. 
                                  En síntesis, las  investigaciones llevadas a cabo en países anglosajones otorgan un apoyo  moderado a la hipótesis que postula la existencia de una correlación positiva  entre familia disociada y delincuencia. Resta a saber si dicha hipótesis es  corroborada o no en otros contextos culturales. En los próximos capítulos de  este artículo analizaremos la situación en Suiza a partir de los datos  recogidos en una encuesta de delincuencia autorrevelada. 
                                4. La encuesta de delincuencia juvenil autorrevelada 
                                En 1992, el  Instituto de Policía Científica y de criminología de la Universidad de Lausana  dirigió la primera encuesta nacional suiza de delincuencia juvenil  autorrevelada. 
                                Esta encuesta  formaba parte de un proyecto internacional titulado The International Self-Reported  Delinquency Study (Junger-Tas, Terlouw & Klein, 1994). La técnica utilizada  fue la de la entrevista personal y se utilizó una muestra aleatoria  representativa de los jóvenes de 14   a 21 años de edad domiciliados en Suiza. Un total de 970  entrevistas fueron realizadas, de las cuales 190 en la región de habla  italiana, 299 en la región de habla francesa y 481 en la región de habla  alemana. (10) 
                                5. Constitución de los grupos a estudiar 
                                A partir de la  definición de familia disociada indicada al principio de este artículo – familia  en la cual falta al menos uno de los padres biológicos o adoptivos–, hemos definido  dos grupos al interior de la muestra: el primero está constituido por los  entrevistados que provienen de familias disociadas y el segundo por aquellos  que provienen de familias que, para simplificar la presentación, denominaremos  intactas. El cuadro 1 presenta los dos grupos de estudio teniendo en cuenta el  género de los entrevistados.  
                                Cuadro 1 Tipo de familia y género de los entrevistados 
                                      
                                En lo que respecta  a la cantidad de entrevistados que provienen de familias disociadas, puede  constatarse una ligera diferencia entre este cuadro y el publicado por Killias,  Villettaz & Rabasa (1994: 201). Dicha diferencia encuentra su origen en la  definición de familia disociada retenida. Los autores citados sólo tomaron en  consideración a los jóvenes cuyos padres no vivían juntos, mientras que  nosotros hemos incluido también aquellos jóvenes cuyas madres y/o padres han  fallecido. El cuadro 2 resume la situación familiar de los entrevistados que  provienen de familias disociadas. 
                                    Cuadro 2 Situación familiar del grupo familia disociada 
                                  
                                Puede observarse  que aproximadamente el 18% de nuestros entrevistados provienen de familias  disociadas, y la pregunta que surge espontáneamente es la de saber si este porcentaje  es acorde con el porcentaje de familias disociadas en la población general suiza.  En el próximo capítulo intentaremos aportar algunos elementos de respuesta a  esa pregunta. 
                                6. Evolución histórica de los hogares en Suiza 
                                El Anuario  Estadístico de Suiza (Annuaire Statistique de la Suisse) contiene una serie de  informaciones que pueden resultar útiles para el estudio de la estructura de  los hogares en Suiza. El Anuario distingue entre hogares colectivos y hogares  privados. Los hogares privados pueden estar compuestos por una o varias  personas. Cuando están compuestos por varias personas, los hogares se dividen  en hogares no familiares y hogares familiares. 
                                Son éstos últimos  los que nos interesan. 
  “Se llama hogar  familiar a todo hogar que comprende al menos un núcleo familiar. Por núcleo  familiar se entiende o bien el jefe de familia y su cónyuge, o bien el jefe de familia  sin cónyuge pero con uno o varios niños o con su padre y/o madre. Entre los hogares  constituidos por una pareja, se hace la distinción entre parejas casadas y  parejas consensuales. Estas últimas han sido asimiladas a las parejas casadas  cuando declararon vivir en unión libre” (Annuaire Statistique de la Suisse, 1997: 23). 
                                La diferencia  fundamental entre nuestra definición de familia disociada y la del Anuario es  que esta última no distingue entre padres y padrastros. En consecuencia, el  Anuario indica únicamente la cantidad de familias monoparentales que, como  hemos visto anteriormente, constituyen sólo una de las tres variantes de la  familia disociada tal y como la hemos definido. Sin embargo, no cabe duda de  que se trata de la variante más frecuente. De esta manera, resulta lógico  esperar que el porcentaje de familias disociadas sea ligeramente más elevado en  nuestra muestra que el porcentaje de familias monoparentales en el Anuario. 
                                El cuadro 3 es una  versión adaptada a las necesidades de nuestra investigación de una tabla  incluida en el Anuario. A partir de los datos suministrados por éste, hemos  calculado el total de hogares con hijos, la cantidad y el porcentaje de familias  intactas y recompuestas (que resulta de adicionar las parejas con hijos y las  parejas con hijos y otras personas) y de familias monoparentales (que  comprenden los casos dónde el padre y la madre con hijos se encuentran solos  –es decir sin pareja–, sin tener en cuenta la presencia o ausencia de otras  personas en el hogar). 
                                Cuadro 3 Estructura de los hogares en Suiza: Número de  hogares (en miles) según el 
                                    tipo, de 1920   a 1990 
                                      
                                Fuente :  Elaboración propia a partir de datos suministrados por el Anuario estadístico suizo  (Annuaire statistique de la   Suisse 1997: 39). (11) 
                                Si comparamos las  cifras del cuadro con las de nuestra muestra, constatamos que –tal y como lo  habíamos previsto– la proporción de familias disociadas en este último (17,9%)  es ligeramente superior a la de familias monoparentales en la población general  suiza (13,6%); en consecuencia, consideramos que la distribución de nuestra  muestra es, en líneas generales, correcta.  
                                Además, puede  observarse en el cuadro 3 que la cantidad de familias monoparentales era más  elevada en 1920 y 1930 que en 1990. Puesto que Suiza no participó en la primera  guerra mundial, este fenómeno sólo puede explicarse por la disminución del  número de defunciones. En efecto, en 1920 y 1930 muchas familias tenían niños menores  cuya madre y/o padre habían fallecido. A partir de ese momento puede  constatarse una disminución de las familias monoparentales, que alcanzan su  punto más bajo en 1970 con solamente 10,4% del total de hogares con niños.  Después comienza una tendencia a la alza y se llega en 1990 a un porcentaje de  13,6. Este aumento se debe sin duda al incremento del número de divorcios. 
                                He aquí otro punto  sobre el cual nos parece importante detenernos. En efecto, creemos que es  necesario clarificar la relación entre el número de divorcios y el número de hijos  de familias disociadas porque, con frecuencia, se considera –simplificando en demasía  las cosas– que ambos aumentan paralelamente. Sin embargo, esta especulación -que  puede parecer lógica a primera vista- se basa en un razonamiento por analogía  que no toma en consideración que sólo una parte de los divorcios se producen en  familias que tienen hijos menores. El cuadro 4 ilustra esta situación. 
                                Cuadro 4 Evolución de los casamientos y de los divorcios  en Suiza, de 1950 à 1995 
                                  
                                Fuente :  Elaboración propia a partir de datos suministrados por el Anuario estadístico suizo  (Annuaire statistique de la   Suisse 1997: 43 y s.). 
                                Entre 1950 y 1995  se produjo un fuerte incremento del número de divorcios. En particular, el  porcentaje de divorcios que implican a niños menores aumentó fuertemente entre  1950 y 1980, pero a partir de ese momento se encuentra en neta regresión. En efecto,  en 1970 y 1980 este porcentaje se aproximaba al 60% mientras que en 1995 es de aproximadamente  51%. A pesar de esto, el número absoluto de hijos de parejas divorciadas ha  aumentado en 1995, pero este aumento es siempre proporcionalmente inferior al del  número de divorcios. 
                                A modo de  conclusión de esta pequeña digresión, señalemos que el porcentaje actual de  familias monoparentales no tiene nada de extraordinario puesto que en los años 1920  y 1930 dicho porcentaje era aún mayor. Cierto es, sin embargo, que en esa época  las familias eran más numerosas y, en consecuencia, podían desarrollarse  mecanismos de familia extendida; pero resulta difícil evaluar  retrospectivamente la importancia de tales mecanismos. La confusión en cuanto  al número de familias monoparentales puede tener su origen en el hecho de que  se ignora regularmente que, en los años 1990, sólo la mitad de los divorcios  implican a familias con hijos menores. Por otro lado, Mucchielli (2001)  sostiene –en un comentario a la versión original en francés de este mismo artículo  (Aebi, 1997)– que nuestro análisis de la evolución del número de familias monoparentales  en Suiza corrobora la necesidad de relativizar el pretendido aumento reciente  de ese tipo de estructura familiar. Así, resultaría exagerado hablar de crisis  del modelo tradicional de familia. Según dicho investigador, muchos autores  parecen ignorar que ese modelo tradicional de familia (matrimonio indisoluble,  trabajo del padre y presencia de la madre en el hogar) es en realidad el modelo  de la burguesía y no se ajusta necesariamente al de los ambientes obreros y  campesinos; además, esta confusión parece haber existido desde los primeros  estudios psicológicos porque el modelo familiar que conoció Freud fue el de la  burguesía de su época (Mucchielli, 2001: 212). 
                                Así, en lo que  respecta a Suiza, consideramos que no puede afirmarse que el aumento de la  delincuencia en la segunda mitad del siglo XX esté asociado a una proliferación  de las familias disociadas. 
                                7. Análisis de los datos de la encuesta de delincuencia  autorrevelada 
                                Para llevar a cabo  nuestros análisis, hemos agrupado los comportamientos antisociales estudiados  en cinco grandes categorías: los robos y hurtos, los comportamientos violentos,  las infracciones en materia de estupefacientes, los comportamientos desviados y  los comportamientos problemáticos. Los robos y hurtos comprenden hurtos y robos  de dinero, objetos y vehículos. Los comportamientos violentos incluyen el  vandalismo, la tenencia de armas, las amenazas, la participación en peleas o  desórdenes, las agresiones que causaron lesiones a otra persona y la  provocación de incendios. Las infracciones en materia de estupefacientes  comprenden el consumo y la venta de las drogas llamadas blandas (es decir las  derivadas del cannabis, como la marihuana y el hachís) y de las drogas llamadas  duras (heroína, cocaína, LSD, éxtasis, PCP, crack, anfetaminas, etc.) (12) 
                                Los comportamientos  desviados incluyen el viajar en transporte públicos sin pagar el correspondiente  billete (colarse), el conducir vehículos sin permiso y el pintar graffiti. 
                                  Finalmente, los  comportamientos problemáticos comprenden las fugas y el absentismo escolar. 
                                7.1. Prevalencia de  la delincuencia 
                                Los cuadros 5 y 6  indican la prevalencia de la delincuencia entre los hijos de familias disociadas  y entre los hijos de familias intactas. La prevalencia vida expresa el porcentaje  de encuestados que han llevado a cabo al menos una vez en su vida el comportamiento  en cuestión. En cambio, la prevalencia último año expresa el porcentaje de  encuestados que lo han llevado a cabo durante los doce meses anteriores a la encuesta. 
                                    Cuadro 5 Familia disociada y prevalencia vida de la  delincuencia 
                                      
                                Tests de ji  cuadrado 
                                  Robos/hurtos: N.S.  (no significativo); Comportamientos violentos: N.S.; Estupefacientes: c2 =  7,12; p = 0,008; Comportamientos desviados: N.S.; Comportamientos 
                                  problemáticos: N.S. 
                                El cuadro 5 –así  como los cuadros siguientes – puede leerse de la siguiente manera: El 69% de  los hijos de familias intactas y el 71% de los hijos de familias disociadas  reconocen haber cometido algún robo o hurto en el transcurso de su vida, pero  esta diferencia no es estadísticamente significativa, lo que significa que no  puede excluirse que la diferencia sea producto del azar. Con respecto a los  comportamientos violentos, los porcentajes son de 54% y 59% respectivamente, y  la diferencia tampoco es estadísticamente significativa. En cambio, la  diferencia es estadísticamente significativa para las infracciones en materia  de estupefacientes, que 24% de los hijos de familias intactas y 34% de los  hijos de familias disociadas reconocen haber cometido al menos una vez en su  vida. Por otro lado, 81% de los hijos de familias disociadas y 86% de los hijos  de familias intactas reconocen haber realizado comportamientos violentos y los  porcentajes son de 37% y 43% en el caso de los comportamientos problemáticos.  En ambos casos, las diferencias no son estadísticamente significativas. 
                                Cuadro 6 Familia disociada y prevalencia último año de la  delincuencia 
                                      
                                
                                  Tests de ji  cuadrado 
                                  Robos/hurtos: N.S.  (no significativo); Comportamientos violentos: N.S.; Estupefacientes: c2 = 4,21;  p = 0,04; Comportamientos desviados: N.S.; Comportamientos problemáticos: N.S. 
                                Podemos observar  que, con excepción de las infracciones en materia de estupefacientes y, en  menor medida, los comportamientos desviados, el porcentaje de jóvenes que han llevado  a cabo durante el último año los comportamientos incluidos en la encuesta se reduce  de mitad con respecto a aquellos que los han llevado a cabo al menos una vez en  su vida. Además, observamos que la única diferencia estadísticamente  significativa entre los dos grupos se refiere a las infracciones en materia de  estupefacientes, en las cuales los jóvenes de familias disociadas están  sobrerrepresentados. 
                                En este contexto,  cabe destacar que, con respecto a los comportamientos problemáticos, nuestros  análisis contradicen los resultados obtenidos en las investigaciones publicadas  en idioma inglés. En efecto, estas últimas habían encontrado diferencias significativas  con respecto a este tipo de comportamientos, en el sentido de que los hijos de  familias disociadas llevaban a cabo comportamientos problemáticos con mayor  frecuencia que los hijos de familias intactas. Tal vez, esta divergencia pueda explicarse  por razones de índole metodológico. En efecto, las preguntas de la encuesta suiza  de delincuencia autorrevelada fueron elaboradas con la intención de dejar de  lado los comportamientos triviales, mientras que en las primeras encuestas de  delincuencia autorrevelada –realizadas con adolescentes estadounidenses– estos  comportamientos eran mayoritarios (véase Aebi, 1999: cap. 3; Villettaz, 1993).  En particular, los problemas de disciplina escolar –que constituían uno de los  comportamientos problemáticos recogidos en la mayoría de las investigaciones  estadounidenses–, no han sido tomados en consideración en la encuesta suiza.  Además, era relativamente frecuente que las primeras investigaciones  criminológicas no diferenciaran entre prevalencia último año y prevalencia  vida, y se ocuparan de preferencia de esta última. De manera consecuente,  nuestros cuadros muestran que las diferencias entre los dos grupos de estudio  son más importantes cuando se toma en consideración la prevalencia vida. (13) 
                                En cambio, en  materia de estupefacientes, nuestros resultados son similares a los obtenidos  por las investigaciones realizadas en los países de lengua inglesa (véase capítulo  3). Como puede observarse en el cuadro 7, que profundiza el análisis de las infracciones  de este tipo, se trata ante todo del consumo de drogas blandas. En cuanto respecta  a los delitos de venta y consumo de drogas duras, la interpretación se torna difícil  en razón de su baja frecuencia absoluta. Por ejemplo, sólo cuatro hijos de familias  intactas (0,5%) y un hijo de familia disociada (0,6%) reconocen haber vendido drogas  duras, es decir que se trata de cifras que no permiten extraer ninguna  conclusión válida. 
                                Cuadro 7 Familia disociada y prevalencia vida de las  infracciones en materia de estupefacientes 
                                  
                                
                                  Tests de ji  cuadrado 
                                  Consumo de drogas  blandas: c2 = 7,28; p = 0,007; Consumo de drogas duras: c2 =5,99; p = 0,014;  Venta de drogas blandas: N.S. (no significativo); Venta de drogas duras: N.S. 
                                  En los próximos  capítulos analizaremos la influencia de factores sociodemográficos, como el  género y la edad, sobre los resultados observados. En lo que respecta al estatus  socioeconómico, es necesario destacar un problema de envergadura. En efecto,  los investigadores están de acuerdo en que la disociación familiar provoca en  general un desplazamiento de la familia hacia un estatus socioeconómico más  bajo. (14) En consecuencia, el estatus socioeconómico de los hijos de familias  disociadas estudiados en una investigación transversal –como la encuesta de  delincuencia autorrevelada que nos ocupa– debería ser, en término medio, más  bajo que el de los hijos de familias intactas.  
                                Por este motivo,  las correlaciones entre familia disociada, delincuencia y estatus  socioeconómico corren el riesgo de estar sesgadas en la medida en que la  familia disociada sería la causa del estatus socioeconómico desfavorecido. Por  esta razón, no estudiaremos dicha variable. En cambio, analizaremos algunas  variables funcionales, especialmente la vigilancia de los padres. 
                                7.2. Género 
                                Según los  resultados ya publicados de la encuesta suiza de delincuencia autorrevelada (véase  Killias, Villettaz & Rabasa, 1994), por regla general, la delincuencia está  más extendida entre los varones que entre las mujeres. Las excepciones se  encuentran en el terreno de los comportamientos desviados y los comportamientos  problemáticos, en los cuales las mujeres están implicadas más o menos en la  misma medida que los varones. 
                                  En los próximos  cuatro cuadros, profundizaremos el análisis de la relación entre género y delincuencia  tomando en consideración la estructura familiar. Para comenzar, presentamos el  caso de los varones. 
                                Cuadro 8 Familia disociada y prevalencia vida de la  delincuencia para el grupo de varones 
                                
                                      
                                Tests de ji  cuadrado 
                                  Robos/hurtos: N.S.  (no significativo); Comportamientos violentos: N.S. (c2 = 3,48; p = 0,06);  Estupefacientes: c2 = 4,42; p = 0,036; Comportamientos desviados: N.S.; Comportamientos  problemáticos: N.S. 
                                Cuadro 9 Familia disociada y prevalencia último año de la  delincuencia para el grupo de varones 
                                
                                      
                                
                                  Tests de ji  cuadrado 
                                  Robos/hurtos: N.S.  (no significativo); Comportamientos violentos: N.S.; Estupefacientes: c2 =  4,88; p = 0,027; Comportamientos desviados: N.S.; Comportamientos problemáticos:  N.S. 
                                  Con excepción de  las infracciones en materia de estupefacientes, puede observarse que las  diferencias entre ambos grupos no son estadísticamente significativas y se reducen  considerablemente –de hecho, prácticamente desaparecen– cuando se toma en consideración  la prevalencia último año. En cambio, en el caso de las drogas, esta tendencia  se invierte y la sobrerrepresentación de los jóvenes de familias disociadas se torna  más evidente. Veamos ahora qué ocurre en el caso de las mujeres. 
                                Cuadro 10 Familia disociada y prevalencia vida de la  delincuencia para el grupo de mujeres 
                                  
                                
                                  Tests de ji  cuadrado 
                                  Robos/hurtos: N.S.  (no significativo); Comportamientos violentos: N.S.; Estupefacientes: N.S.;  Comportamientos desviados: N.S.; Comportamientos problemáticos: N.S. 
                                Cuadro 11 Familia disociada y prevalencia último año de  la delincuencia para el grupo de mujeres 
                                
                                      
                                
                                  Tests de ji  cuadrado 
                                  Robos/hurtos: N.S.  (no significativo); Comportamientos violentos: N.S.; Estupefacientes: N.S.;  Comportamientos desviados: N.S.; Comportamientos problemáticos: N.S. 
                                A pesar de que las  hijas de familias disociadas están ligeramente sobrerrepresentadas en cuanto  respecta a la prevalencia vida de las infracciones de materia de  estupefacientes, puede constatarse que las diferencias entre los grupos no son  estadísticamente significativas para ninguno de los comportamientos estudiados.  Incluso, en el caso de la prevalencia último año podemos observar que las hijas  de familias intactas realizan más robos, hurtos y comportamientos violentos que  las hijas de familias disociadas; pero aquí tampoco encontramos diferencias  estadísticamente significativas en ninguno de los comportamientos. Así, podemos  decir que, para las jóvenes suizas, la estructura familiar no parece tener  influencia sobre la delincuencia. 
                                7.3. Edad 
                                Con el objeto de  analizar la evolución de los fenómenos estudiados a través de las diferentes  etapas del desarrollo de los jóvenes, hemos dividido nuestra muestra en dos grupos  de edad: el primero incluye a aquellos jóvenes que tienen entre 14 y 17 años de  edad, y el segundo a aquellos que tienen entre 18 y 21 años. Para estos  análisis, sólo corresponde tomar en consideración la prevalencia último año de  la delincuencia puesto que, si analizáramos la prevalencia vida, el grupo de  edad de 18 a  21 años estaría forzosamente sobrerrepresentado a causa de su mayor exposición  al riesgo (véase Killias, 1991: 100 y s.). En efecto, el hecho de que estos  jóvenes sean en promedio cuatro años mayores que los del grupo de 14 a 17 años implica que han  tenido más ocasiones de cometer delitos. 
                                Cuadro 12 Familia disociada y prevalencia último año de  la delincuencia para el grupo de 14-17 años 
                                
                                      
                                Tests de ji cuadrado 
                                Robos/hurtos: N.S. (no significativo);  Comportamientos violentos: N.S.; Estupefacientes: c2 = 5,45; p = 0,02;  Comportamientos desviados: N.S.; Comportamientos problemáticos: N.S. 
                                
                                Cuadro 13 Familia disociada y prevalencia último año de  la delincuencia para el grupo de 18-21 años 
                                
                                    
                                Tests de ji  cuadrado 
                                  Robos/hurtos: N.S.  (no significativo); Comportamientos violentos: N.S.; Estupefacientes: N.S.;  Comportamientos desviados: N.S.; Comportamientos problemáticos: N.S. 
                                En los cuadros 12 y  13 puede observarse que los adolescentes de 14 a 17 años de edad pertenecientes  a familias disociadas cometen significativamente más infracciones en materia de  estupefacientes que los que pertenecen a familias intactas. Sin embargo, las diferencias  desaparecen para aquellos que tienen entre 18 y 21 años de edad. Estos resultados  van en la misma dirección que los de Flewelling & Bauman (1990), quienes sostienen  que la disociación familiar producida durante la infancia podría aumentar las probabilidades  de iniciarse precozmente en el consumo de drogas. Los autores citados señalan  también que, entre la población adolescente, la tasa de prevalencia del consumo  de productos derivados del cannabis aumenta con la edad; es decir que, a medida  que el adolescente crece, tiene más probabilidades de convertirse en  consumidor. En cambio, el aumento del porcentaje de familias disociadas durante  el mismo periodo de tiempo es menos importante. En consecuencia, si se quiere  utilizar a la familia disociada como predictor del consumo de cannabis, es  necesario tomar en consideración que la pertinencia de este indicador disminuye  a medida que el adolescente crece (Flewelling & Bauman, 1990: 178 y s.).  Resta a saber por qué los hijos de familias disociadas comienzan a consumir  drogas blandas antes que los hijos de familias intactas. En nuestra conclusión propondremos  dos respuestas posibles a esta cuestión. 
                                7.4. Vigilancia 
                                Hemos visto  anteriormente (capitulo 2) que, a la hora de buscar explicaciones a la delincuencia  de los jóvenes de familias disociadas, las teorías de índole sociológica ponen  especial acento en los modelos de interacción familiar que se desarrollan en  este tipo de familias. En particular, la teoría de la asociación diferencial  (Sutherland, 1947; Sutherland & Cressey, 1970) señala que la familia  disociada puede traer aparejada una disminución de la vigilancia ejercida sobre  el niño. Sin embargo, nuestros análisis no corroboran esa hipótesis. En efecto,  no hay diferencias estadísticamente significativas entre los hijos de familias  disociadas y los de familias intactas cuando se les pregunta si, cuando salen  de su casa, sus padres saben adónde van o con quién están. 
                                Por otro lado, la  teoría del control social (Hirschi, 1969) señala la importancia de la presencia  psicológica de los padres para ejercer un control indirecto sobre sus hijos, argumentando  que esa presencia haría que el niño, antes de cometer un delito, se pregunte cuál  sería la reacción de sus padres si supieran que ha cometido un delito. Teniendo  en consideración esa hipótesis, en la encuesta de delincuencia autorrevelada se  preguntó a los entrevistados si reflexionaban antes de hacer alguna cosa  prohibida, y el análisis de sus respuestas indica que no hay diferencias  estadísticamente significativas entre nuestros dos grupos de estudio. 
                                Concretamente, la  única diferencia estadísticamente significativa que hemos encontrado se refiere  al tiempo de trabajo de la madre. En efecto, las madres de familias disociadas  trabajan más que las madres de familias intactas. Esto resulta lógico en la medida  en que las madres de familias disociadas están prácticamente obligadas a  trabajar para mantener a su familia; pero ¿que consecuencias acarrea esta  situación para los hijos? 
                                Algunas  investigaciones consideran que el trabajo de la madre no parece tener una influencia  nociva en la relación madre-hijo. “La investigación muestra que las madres que  trabajan pasan casi tanto tiempo con sus hijos como las madres que no trabajan.  En efecto, estas últimas no pasan sus días enteros con sus hijos. Incluso si  las madres y los hijos se encuentran juntos en la misma casa, no están todo el  tiempo en contacto. Por otro lado, las madres que trabajan reservan un periodo  de tiempo para sus hijos (generalmente de noche). […] A pesar de que las  mujeres que trabajan no pasan la misma cantidad de horas con sus hijos que las  mujeres que no trabajan, las dos cifras son lo bastante próximas como para  considerar que son funcionalmente equivalentes” (Goldhaber, 1988: 368s). 
                                Podemos notar que  las investigaciones a las que hace referencia Goldhaber sugieren que lo  esencial no es la cantidad del tiempo pasado con los hijos, sino, de alguna  manera, la calidad de dicho tiempo. Así, las horas reservadas cada noche para  sus hijos por las madres trabajadoras –y, agregaríamos nosotros, por los padres  trabajadores – resultarían equivalentes al tiempo que les dedican los padres  que pasan todo el día con ellos. Sin embargo, Felson (1998: 25) sostiene que la  noción de “calidad del tiempo” no existe: “o estás ahí o no estás”. Felson (1998:  24 y s.) considera que para prevenir la delincuencia juvenil es fundamental que  los padres mantengan a sus hijos alejados de las tentaciones y vigilados. El  mejor método para conseguir esto, agrega, es vigilarlos (Hirschi 1983, 1985), y  el mejor indicador de la supervisión familiar es el tiempo real que los padres  u otros adultos miembros de la familia pasan con los niños (Warr 1993). 
                                En los tiempos  actuales, la explicación de Goldhaber (1988) resulta políticamente correcta en  la medida en que considera que el trabajo de la mujer no acarrea consecuencias negativas  para la educación de sus hijos. Sin embargo, lo políticamente correcto no constituye  un criterio válido a nivel científico. En realidad, podríamos prolongar esta discusión  eternamente. En efecto, como el lector puede constatar fácilmente hablando con  madres trabajadoras y no trabajadoras, existen muy variados argumentos para  apoyar una u otra posición o, mejor dicho, para racionalizar la decisión de  trabajar o de no trabajar cuando se tienen hijos. A nuestro entender, es  fundamental que este problema no quede restringido únicamente a las madres  puesto que la responsabilidad de la educación de los hijos es compartida a  partes iguales entre padre y madre. Anticipando un argumento que  desarrollaremos en el próximo capítulo, podemos decir que una solución a este problema  sería conseguir que tanto el padre como la madre puedan pasar más tiempo con sus  hijos. Sin embargo, esta manera indirecta de fomentar la igualdad entre los  sexos y priorizar el interés de los niños –que con frecuencia necesitan a sus  padres en un momento preciso de la jornada, que no suele coincidir con el que  estos han reservado para ellos– es difícil de implementar en la medida en que  exige el desarrollo de políticas sociales por parte del Estado. Ahora bien,  salvo en los países escandinavos, el retroceso del Estado de Bienestar en  Europa es evidente y resulta difícil imaginar que este tipo de políticas puedan  ponerse en práctica. 
                                8. Conclusión 
                                Nuestros análisis  muestran que los adolescentes -de 14   a 17 años- varones que proceden de familias disociadas  consumen significativamente más drogas blandas que aquellos que proceden de  familias intactas. ¿Cómo explicar esta diferencia?  
                                En el marco de esta  investigación –durante el año 1996– tomamos contacto con varios jóvenes  educados en familias disociadas. En particular, llevamos a cabo dos entrevistas  no-directivas –también conocidas como entrevistas abiertas– para intentar  conocer el punto de vista de los propios jóvenes sobre nuestro objeto de este  estudio. De esta manera, intentamos combinar los datos cuantitativos obtenidos  a través de la encuesta de delincuencia autorrevelada con datos de carácter  cualitativo. En el transcurso de una de esas entrevistas, una frase, dicha por  una joven de 20 años que había crecido en el seno de una familia monoparental,  quedó grabada en nuestra memoria. Según ella, al vivir en una familia  disociada, “creces más rápido. [...] Te haces mucho más responsable que si vives  con padres que están ahí”. Esta idea aparece también en algunos de los autores  que han estudiado el funcionamiento de las familias monoparentales: “El niño de  familia monoparental tiende a tener más responsabilidades, a ser más autónomo  y, a menudo, a actuar de manera más responsable que los demás. Realiza un mayor  número de tareas domésticas y participa más de cerca en el proceso de toma de  decisiones. De hecho, el niño de familia monoparental asume el papel de un  compañero antes que el de un subordinado de su madre o padre. No solo tiene más  responsabilidades, sino que debe también tomar iniciativas” (Goldhaber, 1988:  380). 
                                En nuestra opinión,  esta concepción –que podríamos calificar de positiva– del niño de familia  disociada, esboza una respuesta a la pregunta que nos ocupa. Si estos niños crecen  más rápido, es natural que lleguen antes que sus semejantes a ciertas etapas  del desarrollo. Ahora bien, a nuestro entender, el consumo de drogas blandas ha  llegado a ser en nuestra sociedad un rito de pasaje. Para un adolescente, se  trata de un comportamiento que puede simbolizar la entrada en el mundo de los  adultos. De este modo, las drogas blandas tendrían un valor simbólico parecido  al del tabaco. En efecto, desde hace varias generaciones el hecho de comenzar a  fumar es considerado como un rito de pasaje. Sin embargo, ésta no es la única  explicación posible de nuestros resultados. Así, Mucchielli (2001), en un  comentario a la versión original en francés de este mismo artículo (Aebi,  1997), sugiere que, teniendo en consideración la mayor soledad y desasosiego afectivo  causado por la ausencia de uno de los padres, no puede descartarse que la sobrerrepresentación  de los hijos de familias disociadas entre los consumidores de drogas duras esté  vinculada al malestar moral que experimentan. Podríamos agregar que el hecho de  que las diferencias desaparezcan a partir de los 18 años sugiere que dicho malestar  sería pasajero y se desvanecería a medida que el joven se incorpora al mundo de  los adultos. Esto parece lógico en la medida en que la influencia familiar  debería disminuir a medida que el joven se independiza de sus progenitores.  
                                Queda aún otra  cuestión en suspenso: ¿Por qué en Suiza la familia disociada no tiene un efecto  más importante sobre la delincuencia, como lo predicen la mayoría de las aproximaciones  teóricas? 
                                En realidad, estas  aproximaciones parten de un axioma que sostiene que una familia disociada es  incapaz de desempeñar su tarea de socialización con la misma calidad que una  familia intacta. Ahora bien, esta hipótesis no ha sido corroborada por nuestra  investigación.  
                                Cierto es que la  dinámica interna de estos dos tipos de familia es diferente – especialmente en  lo que respecta al papel de los hijos–, pero esto no parece tener una influencia  decisiva en el proceso de socialización. Varios fenómenos más o menos recientes  –que han tocado a la familia en tanto institución– no son sin duda extraños a este  estado de cosas. Pensamos en concreto en la disminución del tamaño de las  familias, el aumento del trabajo de las mujeres y el desarrollo de las redes de  ayuda a la familia.  
                                Efectivamente, el  hecho de que las familias sean más pequeñas lleva a que el padre que queda solo  pueda controlar más fácilmente a sus hijos. Además, como el número de mujeres  que trabajan no cesa de aumentar, las diferencias entre estos dos tipos de  familia se han vuelto más tenues. Finalmente, la protección que pueden aportar  las redes de ayuda a la familia –especialmente las guarderías infantiles  subvencionadas por el Estado en proporción a los ingresos familiares– no es ciertamente  despreciable. En este contexto, recordemos que es en Estados Unidos  –probablemente el país con el sistema de seguridad social más endeble entre  aquellos que se autodenominan desarrollados– donde las correlaciones entre  familia disociada y delincuencia son las más fuertes. Puesto que la mayoría de  las teorías criminológicas provienen de Estados Unidos, no es de extrañar que sus  predicciones no se hayan verificado en un país europeo. En este sentido,  tampoco deberíamos asombrarnos de que esta particularidad europea desaparezca  dentro de unos años como consecuencia del progresivo desmantelamiento de los  sistemas de seguridad social europeos iniciado en los años 1990. 
                                En este sentido,  también debe tomarse en consideración el contexto socioeconómico suizo de fines  de los años 1980 y principios de los años 1990. Durante aquellos años, el trabajo  a tiempo parcial comenzó a generalizarse. Ahora bien, esta modalidad laboral, y  en particular la sobrerrepresentación de las mujeres entre los trabajadores a  tiempo parcial, suele ser evaluada desde sectores próximos al movimiento  feminista como una prueba más de la discriminación hacia las mujeres (Halimi,  2003). Seguramente, esta opinión esconde una parte de verdad, pero también es  cierto que muchas mujeres y muchos hombres –entre ellos el autor de este  artículo– han preferido reducir sus horas de trabajo ante el nacimiento de un  hijo o de una hija. Claro está que una decisión de ese tipo sólo es posible  cuando se perciben salarios dignos, y este era –y, por ahora, sigue siendo– el  caso en Suiza durante el período estudiado. Si la llamada liberación femenina consiste  en que, para poder llegar a fin de mes, los dos miembros de una pareja deban trabajar  ocho horas diarias, desplazarse por la ciudad otras tres para ir y venir de sus  respectivos puestos de trabajo y compartir únicamente el poco tiempo que les  resta al final de la jornada, cabría preguntarse si no se ha producido un  malentendido con respecto al significado del vocablo liberación. Tal vez, la  verdadera liberación del ser humano pase por una disminución del tiempo de  trabajo para ambos sexos y, ¿por qué no? Una mejor retribución para ambos. 
                                En conclusión,  sobre la base de los análisis realizados, podemos decir que, en lo que respecta  a Suiza y a comienzos de la década de 1990, la estructura familiar no parece estar  vinculada a la delincuencia. A lo sumo, puede decirse que los hijos de familias  disociadas tienen tendencia a iniciarse en el consumo de drogas blandas a una  edad más precoz que los hijos de familias intactas. 
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                                1. La visión de la  familia de estos autores –y de varios otros-, ha sido bien resumida por Mount  (1984: caps. 1-2). 
                                  2. En inglés se  utiliza el término broken home, que algunos autores han traducido al castellano  como hogar roto (véase Garrido, Stangeland & Redondo, 1999: 185). Sin  embargo, esta expresión nos resulta relativamente áspera en castellano y por lo  tanto hemos preferido hablar de familia disociada. 
                                  3. En castellano  -así como en francés (Thery, 1987: 119 y ss.)- no existe un término unívoco  para designar este tipo de familia. En inglés se utiliza el vocablo stepfamily. 
                                  4. En los estudios  sobre la familia, un debate ya clásico opone las variables estructurales (como  la familia disociada) a las variables funcionales (como la calidad de la vida  familiar). Para Rosen (1985: 554 y ss.) este debate es inútil porque parte del  principio de que debería existir una causa mayor de la delincuencia (la  estructura familiar o la dinámica familiar). Además, la estructura de la  familia tendría un impacto sobre la calidad de la vida familiar. De esta  manera, el hecho de que la familia sea disociada afectará los métodos de  socialización y la calidad de los vínculos familiares (Biron & Le Blanc  1977: 167). Ciertos autores proponen diferenciar entre familias físicamente  disociadas y familias sociológicamente o psicológicamente disociadas (véase  Wells & Rankin 1985: 267), o bien entre familias disociadas primarias y  secundarias (Koudou 1994). En este contexto, se podría decir que, para nuestra  investigación, hemos retenido una definición clásica de la familia disociada. 
                                  5. Sutherland  utiliza el vocablo definiciones (definitions) que tendría el sentido de  actitudes o valores favorables o desfavorables al respeto de la ley, pero sin  el contenido moral que suele asociarse al vocablo valores. 
                                  6. Por otro lado,  se trata de un ejemplo cabal del abismo que aún separa las ciencias sociales  –como la criminología– de las naturales. En efecto, ante una situación  comparable es posible imaginar a un físico invocando y fundamentando una  objeción metodológica (del tipo “creemos que las investigaciones no han sido  conducidas de manera adecuada –se han cometido los errores A, B y C– y, por dicho  motivo, no han corroborado nuestra hipótesis”); en cambio, es muy difícil  imaginarlo rechazando por convicciones personales los resultados obtenidos. 
                                  7. En francés,  véase la revista de la literatura sobre familia monoparental, divorcio y  delincuencia realizada por Mucchielli (2001). 
                                  8. Recordemos que  el coeficiente de correlación expresa el grado de correspondencia o relación  reciproca entre dos variables y puede ir de -1 (correlación negativa perfecta:  una variable aumenta en la misma proporción que la otra disminuye) a +1  (correlación positiva perfecta: las dos variables aumentan simultáneamente y en  la misma proporción). Un coeficiente de 0 expresa la ausencia de correlación. 
                                  9. Los coeficientes  Phi calculados por Wells & Rankin (1991: 81) son los siguientes: 
                                  Robos y hurtos:  0,082 (ponderado: 0,042) 
                                  Comportamientos  violentos: 0,05 (ponderado: 0,042) 
                                  Drogas: 0,099  (ponderado: 0,088) 
                                  Comportamientos  problemáticos: 0,173 (ponderado: 0,117). 
                                  10. Para una  descripción detallada de la metodología de esta encuesta, véase Killias,  Villettaz & Rabasa (1994). 
                                  11. En las cifras  del año 1920, el total de hogares familiares incluye también los hogares no  familiares. 
                                  12. Recordemos que  la ley suiza sobre los estupefacientes en vigor en el momento de la encuesta  penalizaba tanto el consumo como el tráfico de drogas blandas y duras. 
                                  13. Para una  explicación detallada de los conceptos de prevalencia e incidencia y de su  importancia para la investigación criminológica, véase AEBI (1999: cap. 2) y  Rabasa (1994). 
                                  14. Para una presentación  de la situación en Ginebra, véase Cardia-Voneche & Bastard (1991: 67 y  ss.). 
                                  
                                * La versión  original de este artículo fue publicada en francés bajo el título “Famille  dissociée et criminalité: Le cas suisse” en el Kriminologisches Bulletin de Crimin  ologie, número 23/1 del año 1997, páginas 53 a 80. En aquel momento, el autor se  desempeñaba como investigador en el Instituto de Policía Científica y de  Criminología de la   Universidad de Lausana. La presente versión en castellano  constituye una reelaboración del artículo original. 
                                  El autor agradece  los comentarios de Graciela Kronicz, Marisa García Arévalo y José Luis González  González, y la colaboración de Juan Rabasa en la elaboración de los análisis  estadísticos presentados en este artículo. 
                                Marcelo F. Aebi Subdirector del  Instituto Andaluz Interuniversitario de Criminología de la Universidad de Sevilla 
                                Revista Electrónica  de Ciencia Penal y Criminología. 2003, núm. 05-08 
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