El estudio tuvo  como principal objetivo analizar las relaciones existentes entre ser víctima de  acoso escolar y ser agresor con parámetros asociados a la inteligencia  emocional (emotividad, eficacia, pensamiento supersticioso, rigidez,  pensamiento esotérico, ilusión). La muestra está constituida por 248 alumnos de  12 a 16  años, 144 varones (58.1%) y 104 mujeres (41.9%). Para medir las variables se  utilizaron 3 instrumentos de evaluación: el Inventario de Pensamiento  Constructivo, la Lista  de Chequeo mi vida en la escuela y el Cuestionario de Conductas  Antisociales-Delictivas. Los resultados obtenidos confirmaron que: 1) los  adolescentes que habían sufrido muchas conductas de intimidación o bullying,  tuvieron bajo nivel de inteligencia emocional, baja emotividad, baja  autoestima, baja tolerancia a la frustración, baja eficacia, y poca actividad;  y 2) Los adolescentes que tenían un nivel alto de conductas antisociales-delictivas  mostraban bajo nivel de inteligencia emocional, de eficacia, de actividad, de  responsabilidad, y de tolerancia. La discusión gira en torno a la importancia  de implementar programas para fomentar la inteligencia emocional con la  finalidad de prevenir el acoso escolar. 
                                Palabras clave:  Acoso escolar, inteligencia emocional, conducta antisocial, género. 
                                El término  “Inteligencia Emocional” (IE) se refiere a la capacidad de reconocer los  propios sentimientos y los ajenos, de motivarse y manejar bien las emociones  tanto en relación a uno mismo como a los demás, y describe aptitudes  complementarias, pero distintas de la inteligencia académica, las habilidades  puramente cognitivas medidas por el CI (cociente intelectual). La importancia  de la IE radica en  aprender a administrar las emociones para que éstas trabajen a favor de la  persona. La investigación ha evidenciado que la carencia de IE, incide  directamente en el rendimiento escolar, además de mostrar un desempeño más  pobre en muchos aspectos (problemas sociales, ansiedad, depresión,  agresividad…). La carencia de alfabetización en IE en las instituciones  educativas de nuestro medio ha incidido en el comportamiento aislado,  deprimido, indisciplinado, impulsivo y agresivo de los estudiantes y también en  sus aprendizajes pedagógicos. El bajo desarrollo de la IE acentúa el aislamiento, la  ansiedad, la depresión, los problemas de atención o del pensamiento, la  delincuencia y la agresividad (Goleman, 1996). En esta dirección, Lopes,  Salovey y Straus (2003) y Ciarrochi, Chan y Bajgar (2001) constatan que alumnos  con puntuaciones altas en IE tienen una mayor satisfacción en las relaciones  con sus amigos, interacciones más positivas y menos conflictos con ellos.  Asimismo, León (2009) enfatiza que un déficit en la IE provoca y facilita la  aparición de problemas conductuales en el ámbito de las relaciones  interpersonales, y afecta al bienestar psicológico. 
                                Todos los estudios  que han analizado la inteligencia emocional en las víctimas de bullying han  evidenciado que la víctima es la parte que más sufre las consecuencias del  acoso escolar en todas las facetas. Hoover, Oliver y Hazler (1992) hallaron que  los alumnos identificados como víctimas autoevaluaban los efectos del acoso que  sufrían como severos en las dimensiones del autoconcepto social, emocional,  académica, somática y familiar. Muchos estudios han puesto de relieve que las  víctimas muestran baja autoestima, bajo autoconcepto (Eslea et al., 2004;  Estévez, Martínez y Musitu, 2006; Mynard y Joseph, 1997; Nansel et al., 2001;  O’Moore, 1997; Olweus, 1993; Piñuel y Oñate, 2006; Slee y Rigby, 1993; Van Der  Meulen et al., 2003). Estudios que han diferenciado entre víctimas pasivas y  víctimas agresoras, confirman que las primeras tienen baja autoestima y las  segundas alta como los agresores dominantes (Hanish y Guerra, 2004), y otros  estudios han mostrado bajo autoconcepto emocional y social en las víctimas (de la Torre, García, Carpio y  Casanova, 2008). 
                                En las últimas  décadas son muchos los estudios que han explorado diversas variables  relacionadas con la inteligencia emocional en los bullies o agresores. Los  estudios que han analizado la autoestima en los agresores han puesto de relieve  resultados contradictorios. Algunos han mostrado que los que intimidan tienen  un nivel alto de autoestima (Batsche y Knoff, 1994; Díaz-Aguado, 2004; Estévez  et al., 2006; Olweus, 1993), otros han evidenciado que los agresores tienen  como mínimo niveles medios de autoestima (Parkhurst y Asher, 1992), mientras  que otros han hallado un nivel bajo (Esteve, Merino y Cantos, 2001; O’Moore,  1997) y una autoestima más negativa en las dimensiones familiar y escolar  (Estévez, Herrero, Martínez y Musitu, 2006). Algunos estudios que diferencian  entre agresores dominantes y ansiosos, evidencian que los primeros presentan  alta autoestima (Hanish y Guerra, 2004) y los segundos baja (Cammack-Barry,  2005). En el contexto de esta controversia Baumeister (2001) concluye que el  nivel de autoestima nada tiene que ver con la conducta agresiva. 
                                Por otro lado, Liau,  Liau, Teoh y Liau (2003) constatan que los alumnos de secundaria con  inteligencia emocional más baja, muestran mayores niveles de conductas  agresivas y delictivas; y en la misma dirección, Zimmerman (2005) concluye que  los agresores tienen un bajo índice de inteligencia emocional, concretamente en  los aspectos de empatía, autocontrol y habilidades sociales. Caspi et al.  (1994) asociaron la conducta delictiva de los adolescentes a un débil  autocontrol y a una emotividad negativa (tendencia a estar enojado, ansioso e  irritable). Zuckerman (1994) estudiando el constructo de búsqueda de  sensaciones constató su relación con la carencia de respeto a las normas  sociales, la baja responsabilidad y el bajo autocontrol. Contreras y García  (2008) evidencian en niños de 3   a 5 años la vinculación del razonamieno contrafáctico  con aspectos de la inteligencia cognitiva, social y emocional, en los que el  agresor tiene deficiencias. Además, otros estudios han puesto de relieve que el  estudiante violento muestra deficiencias en dos cualidades esenciales de la  inteligencia emocional, en autocontrol y empatía (Avilés y Monjas, 2005;  Díaz-Aguado, 2006; Henley y Long, 1999; Hernández, Sarabia y Casares, 2002;  Pelegrín y Garcés de Los Fayos, 2008; Stassen, 2007), evidenciando la  importancia de la empatía como elemento favorecer de la convivencia (Martorell,  González, Rasal y Estellés, 2009). En este sentido, Rubin (1999) observó que  los alumnos de primaria que obtenían mayores puntuaciones en inteligencia  emocional eran evaluados por sus compañeros como menos agresivos y sus  profesores los consideraban más propensos a los comportamientos prosociales.  Una revisión del bullying, en relación a su epidemiología, prevención e  intervención, puede consultarse en un trabajo reciente (Garaigordobil y  Oñederra, 2010).  
                                Tomando como base  las investigaciones previas, el presente estudio tuvo como principal objetivo  analizar las relaciones existentes entre ser víctima de acoso escolar y ser  agresor con diversos parámetros asociados a la inteligencia emocional o  pensamiento constructivo global (emotividad, eficacia, pensamiento  supersticioso, rigidez, pensamiento esotérico e ilusión). En este contexto se  proponen 4 hipótesis:  
                                1) Los adolescentes  que reciban muchas conductas sociales positivas por parte de sus compañeros,  tendrán alto pensamiento constructivo global o inteligencia emocional, alto  nivel de pensamiento positivo y de responsabilidad, serán poco suspicaces, y  tendrán pocas creencias irracionales;  
                                2) Los adolescentes  que reciban muchas conductas de intimidación o bullying de sus compañeros, así  como aquellos que tengan un alto índice de agresión, tendrán bajo pensamiento  constructivo global o inteligencia emocional, baja emotividad, baja autoestima,  baja tolerancia a la frustración, baja eficacia, y poca actividad;  
                                3) Los adolescentes  que tengan un nivel alto de conductas antisocialesdelictivas mostrarán bajo  nivel de pensamiento constructivo global o inteligencia emocional, bajo nivel  de eficacia, de actividad, de responsabilidad, y alto nivel de intolerancia; y  
                                4) No se  encontrarán diferencias significativas en las variables exploradas, es decir,  en recepción de conductas sociales, realización de conductas  antisociales-delictivas e inteligencia emocional, en función del estatus o nivel  socioeconómico-cultural. 
                                Método 
                                Participantes 
                                  La muestra está  constituida por 248 alumnos de Educación Secundaria Obligatoria (ESO), de 12 a 16 años, pertenecientes  en 3 institutos de la ciudad de Donostia-San Sebastián. Del conjunto de la  muestra 144 son varones (58.1%) y 104 mujeres (41.9%). Los participantes cursan  los 4 niveles educativos de ESO (1º ESO: N = 69, 27.8%; 2º ESO: N = 68, 27.4%;  3º ESO: N = 55, 22.2%; 4º ESO: N = 56, 22.6%). El criterio para la selección  muestral fue elegir centros de distintos niveles socioeconómicos y culturales:  
                                1) clase alta y  media-alta y, culturalmente bien formados (N = 100, 40.3%);  
                                  2) clase media y,  con una formación cultural diversa (N = 75, 30.2%); 
                                  3) familias  humildes y de clase baja con escasa formación cultural y un alto índice de inmigrantes  (N = 73, 29.4%).  
                                  Se seleccionó de  forma aleatoria un centro en cada estatus. 
                                La población total  de alumnos de ESO de Donostia-San Sebastián es de 7.106, 2.039 pertenecen a la  red pública y 5.067 a  la privada. Por lo tanto, la muestra de 248 alumnos representa el 3.5%. 
                                Instrumentos 
                                  Para evaluar las  variables objeto de estudio se utilizaron 3 instrumentos de evaluación con  adecuadas garantías psicométricas de fiabilidad y validez. 
                                CTI. Inventario de pensamiento constructivo.  
                                Una medida de la  inteligencia emocional (Epstein, 2001). Compuesto por 108 ítems que evalúan el  pensamiento constructivo y la inteligencia emocional. El instrumento está  jerárquicamente organizado y ofrece información en tres niveles de generalidad.  El nivel más general consiste en una escala global que se denomina PCG  (Pensamiento Constructivo Global). Las personas con altas puntuaciones en PCG  tienen una estructura de pensamiento flexible, adaptan sus modos de pensar a  las modalidades de diferentes situaciones, se aceptan bien a sí mismas y a los  demás, suelen establecer relaciones gratificantes y generalmente tienden a  conceder a otros el beneficio de la duda. El siguiente nivel de generalidad lo  componen 6 escalas principales que miden las formas básicas de pensamiento  constructivo o destructivo que a su vez contienen 15 subescalas:  
                                1) Emotividad:  autoestima, tolerancia a la frustración, impasibilidad, capacidad de  sobreponerse;  
                                  2) Eficacia:  pensamiento positivo, actividad, responsabilidad;  
                                  3) Pensamiento  supersticioso;  
                                  4) Rigidez: extremismo,  suspicacia, intolerancia;  
                                  5) Pensamiento  esotérico: creencias paranormales, creencias irracionales; y  
                                  6) Ilusión:  euforia, pensamiento estereotipado, ingenuidad.  
                                La validez del CTI  se apoya en una gran variedad de estudios que han analizado las relaciones de  las escalas con tests de personalidad, conducta observada, tests de inteligencia,  éxito en el trabajo, bienestar emocional-físico... 
                                LC. Lista de chequeo: mi vida en la escuela (Arora, 1987).  
                                Describe un conjunto  de conductas realizadas por otros alumnos hacia el propio alumno evaluado que se  convierte en víctima en el caso de padecer agresión o intimidación. Se  configura con 39 afirmaciones con las que se mide el índice de bullying y el  índice general de agresión.  
                                Los adolescentes  informan con qué frecuencia (nunca, una vez, más de una vez) durante esa semana  les ha pasado lo que dicen las frases en el centro educativo. Los ítems que informan  del bullying y del índice general de agresión son: intentó darme patadas, me dijeron  que me darían una paliza, intentó que le diera dinero, intentó hacerme daño, trataron  de romperme algo mío, intentaron pegarme. A partir de ellos se calcula el  índice de bullying (más de una vez) y el índice general de agresión (una vez y  más de una vez) que es más amplio que el índice bullying porque incluye  conductas más ocasionales. 
                                Además, en este  estudio se miden 2 tipos de conductas que el adolescente dice haber recibido de  sus compañeros: las conductas positivas (14 afirmaciones: me ha dicho algo bonito,  fue muy amable conmigo, me ha sonreído, me ayudó con mi trabajo, jugó conmigo…),  y las conductas negativas (19 afirmaciones: me ha dicho motes, gente intentó  hacerme daño, me hizo hacer algo que no quería hacer, me ha quitado alguna cosa,  me gritó, se rió de mí horriblemente…). Para la corrección se asigna 1 punto a  cada ítem señalado “una vez” y 2 puntos en “más de una vez”; y se obtiene la  suma de los puntos en las 4 dimensiones evaluadas. En un estudio psicométrico  (Garaigordobil, 2009), con adolescentes de 15 a 17 años, se confirmó la consistencia  interna de LC en las 4 dimensiones (alpha de Cronbach entre .84 y .85), así  como su fiabilidad test-retest (correlaciones entre .64 y .69). 
                                AD. Cuestionario de conductas antisociales-delictivas  (Seisdedos, 1988/1995).  
                                Con 40 frases  evalúa 2 aspectos de la conducta desviada, el antisocial (entrar a un sitio  prohibido, hacer pintadas, romper o tirar al suelo cosas de otra persona, pelearse  con otros, con golpes, insultos o palabras ofensivas...), y el delictivo (tomar  drogas, destrozar o dañar lugares públicos, robar, conseguir dinero amenazando  a personas más débiles, pertenecer a una pandilla que se mete en peleas o crea disturbios...).  La tarea consiste en informar si se han realizado las conductas que se indican  en las frases, y se otorga 1 punto por cada respuesta afirmativa. Los  coeficientes de Spearman-Brown (.86 en ambas escalas) confirman la fiabilidad  del AD. La validez criterial se basó en las puntuaciones significativamente  superiores obtenidas por 95 adolescentes con problemas de conducta en contraste  con 99 adolescentes de control. 
                                Procedimiento 
                                  El estudio utilizó  una metodología descriptiva y correlacional de corte transversal buscando  establecer relaciones de concomitancia entre el rol de víctima y agresor con la  inteligencia emocional (pensamiento constructivo global) y factores asociados a  la misma (emotividad, eficacia, pensamiento supersticioso, rigidez, pensamiento  esotérico, e ilusión). Después de presentar el proyecto en los centros educativos,  se solicitó el consentimiento informado, y se llevó a cabo la aplicación de los  instrumentos en una sesión de evaluación que fue realizada por un Licenciado en  Psicología. 
                                Resultados 
                                Índice de bullying en las víctimas y conducta  antisocial-delictiva en los agresores: diferencias en función del sexo  
                                Después de realizar  la prueba de Levene para verificar el supuesto de homocedasticidad encontrando  igualdad de varianzas, se calcularon las medias, desviaciones típicas, y se  realizó un análisis de varianza (ANOVA) para la recepción de conductas sociales  diversas por parte de los compañeros y para la conducta antisocialdelictiva en  función del sexo. 
                                  
                                
                                  Los resultados  (Tabla 1) muestran que apenas existen diferencias significativas entre chicos y  chicas, ya que tienen un índice de bullying, un índice general de agresión, y  un nivel de conducta antisocial-delictiva similar. Por lo tanto, los coeficientes  de Pearson se obtienen con el conjunto de la muestra. 
                                Inteligencia emocional en las víctimas de acoso escolar 
                                Con la finalidad de  analizar las relaciones existentes entre recibir diversos tipos de conductas  por parte de los compañeros y la inteligencia emocional se obtuvieron los  coeficientes de correlación de Pearson cuyos resultados se exponen en la tabla  2. 
                                  
                                Como se puede  observar en la tabla 2, en primer lugar, los coeficientes de correlación  obtenidos entre el Pensamiento Constructivo Global (PCG), sugieren que los adolescentes  que tenían alto nivel de PCG, es decir, alta inteligencia emocional, también recibían  muchas conductas sociales positivas de sus compañeros (r = .16), pocas conductas  negativas (r = -.27), pocas conductas de intimidación o bullying (r = -.22), y mostraban  un índice general de agresión bajo (r = -.22). 
                                En segundo lugar,  los resultados evidencian que la emotividad no está relacionada con la  recepción de conductas sociales positivas con los iguales. Sin embargo, se  encontraron correlaciones significativas inversas (p <.05) entre la  recepción de conductas sociales negativas con emotividad (r = -.23), y con  todas las variables incluidas en esta dimensión (autoestima, tolerancia a la  frustración, impasibilidad y capacidad de sobreponerse). En relación al índice  de bullying y al índice general de agresión se evidenciaron correlaciones  significativas inversas de ambos indicadores con emotividad (r = -.16  respectivamente), y con dos variables incluidas en esta dimensión (autoestima y  tolerancia a la frustración). En tercer lugar, no se encontraron relaciones entre  eficacia y recepción de conductas positivas aunque si se hallaron relaciones directas  con dos variables incluidas en esta dimensión (pensamiento positivo y responsabilidad).  Se encontraron correlaciones inversas (p < .01) de la recepción de conductas  sociales negativas con eficacia (r = -.27), y una variable de esta dimensión (actividad);  del índice de bullying con eficacia (r = -.20), y dos variables (actividad y responsabilidad),  así como del índice general de agresión y eficacia (r = -.24), y una de sus  variables (actividad). En cuarto lugar, los resultados pusieron de relieve correlaciones  significativas positivas (p < .01) del pensamiento supersticioso con recepción  de conductas negativas por parte de los iguales (r = .16), y con el índice general  de agresión (r = .17). 
                                En quinto lugar, en  relación con la dimensión rigidez, se confirman correlaciones inversas (p <  .05) entre suspicacia y recepción de conductas sociales positivas (r = -.17),  así como correlaciones directas entre recepción de conductas sociales negativas  con rigidez (r = .15), y suspicacia (r = .18), y también entre el índice general  de agresión y suspicacia (r = .15). En sexto lugar, se hallaron correlaciones directas  (p < .05) entre pensamiento esotérico y recepción de conductas sociales negativas  (r = .12). Además, se encontraron correlaciones inversas entre creencias irracionales  y recepción de conductas sociales positivas (r = -.13), así como correlaciones  directas entre creencias irracionales y recepción de conductas negativas (r = .13)  y de conductas de intimidación o bullying (r = .12). Finalmente, la variable ilusión  apenas tuvo correlaciones con las variables evaluadas. Únicamente se hallaron relaciones  directas con recepción de conductas sociales positivas (r = .12), y con ingenuidad  (r = .17) una de las variables de la dimensión ilusión.  
                                En síntesis, los  resultados obtenidos han puesto de relieve que:  
                                1) los adolescentes  que recibían muchas conductas sociales positivas de sus compañeros, tenían alto  pensamiento constructivo global o inteligencia emocional, alto nivel de pensamiento  positivo y de responsabilidad, eran poco suspicaces, tenían pocas creencias irracionales,  alto nivel de ilusión y de ingenuidad;  
                                2) Los adolescentes  que recibían muchas conductas sociales negativas de sus compañeros,  manifestaban bajo nivel de pensamiento constructivo global o inteligencia  emocional, baja emotividad, baja autoestima, baja tolerancia a la frustración,  baja impasibilidad, baja capacidad de sobreponerse, baja eficacia, poca  actividad, alto nivel de pensamiento supersticioso, mucha rigidez, eran  suspicaces, tenían altas puntuaciones en pensamiento esotérico y muchas  creencias irracionales;  
                                3) Los adolescentes  que habían recibido muchas conductas de intimidación de sus compañeros (alto  índice de bullying) tenían bajo nivel de pensamiento constructivo global o  inteligencia emocional, baja emotividad, baja autoestima, baja tolerancia a la  frustración, eran poco eficaces, tenían bajo nivel de actividad, de  responsabilidad, y muchas creencias irracionales; y  
                                4) Los adolescentes  que tenían alto índice general de agresión, mostraban bajo pensamiento  constructivo global o inteligencia emocional, baja emotividad, baja autoestima,  baja tolerancia a la frustración, eran poco eficaces, tenían un nivel bajo de  actividad, alto nivel de pensamiento supersticioso y de suspicacia. 
                                Inteligencia emocional en los agresores 
                                Con la finalidad de  analizar las relaciones existentes entre la conducta antisocial-delictiva y la  inteligencia emocional se obtuvieron los coeficientes de correlación de Pearson  cuyos resultados se exponen en la tabla 3. 
                                  
                                Los resultados  obtenidos (Tabla 3) evidenciaron correlaciones significativas negativas (p <  .05) entre la conducta antisocial-delictiva con diversas variables tales como pensamiento  constructivo global (r = -.15), eficacia (r = -.19), actividad (r = -.20), responsabilidad  (r = -.26), extremismo (r = -.15), ilusión (r = -.14), pensamiento estereotipado  (r = -.23) y correlaciones positivas con intolerancia (r = .16). Estos datos sugieren  que los adolescentes que realizaban muchas conductas antisociales-delictivas mostraban  bajo nivel de pensamiento constructivo global o inteligencia emocional, bajo nivel  de eficacia, de actividad, de responsabilidad, de extremismo, de ilusión, de pensamiento  estereotipado y de tolerancia. 
                                Recepción de conductas sociales, realización de conductas  antisocialesdelictivas e inteligencia emocional: Diferencias en función del  estatus socio-económicocultural 
                                Con la finalidad de  analizar si existen diferencias en función del estatus socioeconómico-cultural  en las variables exploradas, se realizó un análisis de varianza cuyos resultados  se presentan en la tabla 4. 
                                  
                                Como se puede  observar en la tabla 4, en recepción de conductas sociales positivas hay diferencias  en función del nivel socio-económico-cultural, con puntuaciones superiores a  medida que aumenta el nivel; no obstante la prueba de Tukey no evidenció  diferencias entre el nivel bajo y medio. Aunque no se han encontrado diferencias  en el índice de bullying, si se han hallado diferencias en el índice general de  agresión, aunque únicamente entre el nivel bajo y alto, con puntuaciones  superiores en el bajo, ya que la prueba de Tukey no confirmó diferencias entre  el nivel bajo y medio, ni entre el nivel medio y alto. En lo que se refiere a  la realización de conductas antisociales-delictivas no se han hallado  diferencias significativas. En inteligencia emocional, excepto en la variable  ilusión donde no se han encontrado diferencias entre los distintos niveles  socio-económico-culturales, en el resto de las variables hay diferencias  significativas, aumentando la puntuación en inteligencia emocional y las dimensiones  asociadas a ésta, a medida que aumenta el estatus. No obstante, las pruebas de  Tukey no muestran diferencias en pensamiento constructivo global, en  emotividad, y en rigidez entre el status medio y alto; ni tampoco hay  diferencias en eficacia, pensamiento supersticioso y pensamiento esotérico  entre los estatus bajo y medio. 
                                Discusión 
                                El estudio tuvo  como objetivo principal analizar las relaciones existentes entre ser víctima de  acoso escolar y ser agresor con inteligencia emocional. En primer lugar, los  resultados obtenidos han puesto de relieve que los adolescentes que recibían  muchas conductas sociales positivas, tenían alto pensamiento constructivo  global o inteligencia emocional (una estructura de pensamiento flexible,  capacidad para adaptar su forma de pensar a las diferentes situaciones, nivel  adecuado de aceptación de sí y de los demás, capacidad para establecer  relaciones gratificantes, tendencia a conceder a otros el beneficio de la  duda…), alto nivel de pensamiento positivo (capacidad de enfatizar el aspecto  positivo de la situaciones y convertir tareas desagradables en lo menos penosas  posibles), alto nivel de responsabilidad (capacidad para planificar objetivos y  realizar acciones para llevarlos a cabo), poca suspicacia (bajo nivel de  desconfianza), pocas creencias irracionales (bajo nivel de creencia en  supersticiones convencionales, astrología…), alto nivel de ilusión (visión  simplista de la vida, tendencia a evitar realidades desagradables), y de  ingenuidad (creencia que considera que todo el mundo tiene buen corazón). Estos  resultados ratifican la hipótesis 1 y apuntan en la misma dirección que los  hallados por Lopes et al. (2003) y Ciarrochi et al. (2001). 
                                En segundo lugar,  los adolescentes que habían sufrido muchas conductas de intimidación o bullying  y los que tenían alto índice general de agresión, también tuvieron bajo nivel  de pensamiento constructivo global o inteligencia emocional (una estructura de  pensamiento poco flexible, baja capacidad para adaptar su forma de pensar a las  diferentes situaciones, nivel bajo de aceptación de sí y de los demás, baja  capacidad para establecer relaciones gratificantes, poca tendencia a conceder a  otros el beneficio de la duda), baja emotividad (poca capacidad de enfrentarse  a las situaciones estresantes, baja autoaceptación, excesiva sensibilidad a las  críticas o rechazos, tendencia a recordar adversidades pasadas, a tener  pensamientos negativos y al estrés), baja autoestima (actitud poco favorable  hacia sí mismo), baja tolerancia a la frustración (tendencia a sobrestimar las  experiencias desfavorables), baja eficacia (poco optimismo, entusiasmo, energía…  es decir, pocas actitudes que contribuyen a actuar con eficacia), y poca actividad  (baja capacidad para aceptar desafíos y no abandonar ante el fracaso). Los datos  confirman la hipótesis 2 y ratifican los resultados de los estudios de Hoover  et al. (1992), y también los estudios que han evidenciado baja autoestima en  las víctimas (Eslea et al., 2004; De la Torre et al., 2008; Estévez et al., 2006; Hanish  y Guerra, 2004; Mynard y Joseph, 1997; Nansel et al., 2001; O’Moore, 1997;  Olweus, 1993; Piñuel y Oñate, 2006; Slee y Rigby, 1993; Van Der Meulen et al.,  2003). 
                                En tercer lugar,  los adolescentes que tenían un nivel alto de conductas antisociales-delictivas  mostraban bajo nivel de pensamiento constructivo global o inteligencia  emocional, bajo nivel de eficacia, de actividad, de responsabilidad, de extremismo,  de ilusión, de pensamiento estereotipado y de tolerancia, lo que confirma la hipótesis  3. Estos resultados confirman los obtenidos por Caspi et al. (1994), Contreras  y García (2008), Liau et al. (2003), Zimmerman (2005) y Zuckerman (1994), y principalmente  en lo referente a deficiencias de autocontrol y empatía, los estudios de Avilés  y Monjas (2005), Díaz-Aguado (2006), Henley y Long (1999), Hernández et al. (2002)  y Stassen (2007). 
                                Finalmente, los  hallazgos del estudio confirman diferencias significativas en IE en función del  estatus socio-económico-cultural, con mayores puntuaciones en IE a medida que  aumenta el estatus, sin embargo, no se hallaron diferencias en el índice de bullying  ni en la realización de conductas antisociales-delictivas, por lo que la  hipótesis 4 se confirma parcialmente. 
                                Los resultados han  evidenciado que tanto las víctimas de acoso escolar como los agresores tienen  bajo nivel de IE. Estos hallazgos tienen implicaciones prácticas y permiten  sugerir la necesidad de implementar programas de intervención en contextos educativos  que estimulen la IE  (autoestima, tolerancia a la frustración, afrontamiento de situaciones  estresantes, optimismo, afrontamiento de desafíos con orientación de éxito, responsabilidad…),  ya que tendrán implicaciones positivas de cara a disminuir el número de niños y  adolescentes que sufrirán situaciones de violencia o acoso por parte de los  iguales, así como el número de niños y adolescentes que realizarán este tipo de  conductas tan nocivas tanto para las víctimas como para los agresores. Esta  necesidad de fomentar la educación emocional también ha sido puesta de relieve  en estudios recientes (Peña y Canga, 2009) 
                                Agradecimientos 
                                Estudio financiado  por el Departamento de Educación, Universidades e Investigación del Gobierno  Vasco (GIC07/57). 
                                Referencias 
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                                  Editorial Cenfint 
                                  Almería, España                                  |