Mientras las sangrientas imágenes de la tragedia que vive la población iraquí, a fuerza de repetirse, empiezan a normalizarse en nuestras retinas, más de 30 situaciones de guerra se están viviendo en el resto del mundo ante la práctica indiferencia de la opinión pública de los países desarrollados. En algunos casos se trata de conflictos muy antiguos, como en Cachemira, considerada una de las zonas más beligerantes y potencialmente peligrosas del planeta. Once países de África y el Magreb, diez de Asia, dos de América Latina y tres de Europa y el Cáucaso, entre otros, completan esa treintena de países en los que se padecen los estragos de la guerra. Sin olvidar otra de las confrontaciones más espinosas para poder mantener la paz mundial, la que mantienen israelíes y palestinos.
La avalancha de imágenes que las televisiones y otros medios de comunicación nos sirven a diario sobre lo que está ocurriendo en Irak ha limitado en gran medida el espacio que también demandan otros conflictos, como es el caso del que mantienen Israel y Palestina. En un anterior artículo ya hacíamos referencia a la escalada de violencia desatada en la zona coincidiendo con el inicio de la guerra en Irak. Ahora, Israel afirma que está elaborando un nuevo plan de paz en el que se reconoce al Estado palestino. Todo parece indicar que la administración Bush está detrás de la nueva propuesta y que el objetivo es el de, independientemente de si fructifica o no, conseguir acallar las críticas que en todo el mundo está provocando su política de agresión en el caso de Irak. Una especie de reconciliación con el mundo árabe. Ariel Sharon ha encargado al asesor de Seguridad Nacional, Efraim Halevi, la elaboración de un plan de paz alternativo en el que Halevi ha incluido el reconocimiento de Palestina como estado soberano. A cambio de esta concesión, eso sí, los palestinos tendrían que renunciar al derecho de retorno. Esto implica que los refugiados huidos en 1948 y 1967, aproximadamente un millón y medio de personas, no podrán retornar a las aldeas de origen. Los "halcones" no han tardado en levantar la voz ante la propuesta del asesor de Seguridad Nacional, acusándole de "conspirador".
Asia, un polvorín a punto de estallar
Según expertos en conflictos internacionales, varias zonas de Asia arrastran desde hace tiempo la etiqueta de "bomba de relojería" que puede estallar en cualquier momento. Cachemira es uno de esos puntos, calificado como uno de los potencialmente más peligrosos del planeta. Se trata de un territorio de mayoría musulmana situado en una zona estratégica de alto riesgo nuclear, ya que está limitado por tres potencias en esa materia: China, India y Pakistán. También limita al norte con Afganistán, otro país en eterno conflicto. India controla la mayor parte de la región y Pakistán hace lo propio en la zona nororiental. Desde su independencia de Gran Bretaña, en 1947, Cachemira ya ha padecido las consecuencias de dos grandes guerras y continuos enfrentamientos entre India y Pakistán para poder ejercer el control absoluto en la zona. La segunda, que empezó en 1989, no parece tener muchas perspectivas de futuro en paz, dadas las continuas amenazas de utilizar armamento nuclear que ambos países esgrimen cada dos por tres. A finales de enero de este año, tropas pakistaníes disparaban contra posiciones indias en Cachemira, y provocaban un intercambio de fuego que hacía subir la tensión en la zona. Además, se calcula que cada día mueren dos personas en ese territorio por violaciones de los derechos humanos. Lo que en su día fue considerado "el valle feliz" hoy es definido como "el campo de batalla más alto del mundo".
Más al norte, otro país que parece condenado a vivir situaciones de constante violencia, a pesar de haber atravesado ya una situación de guerra que parecía haber acabado, es Afganistán. Los "señores de la guerra" continúan haciendo de las suyas para ejercer un control en la zona y no parece que la comunidad internacional tenga ahora demasiado interés por llevar la paz definitiva. Además, azuzados por el conflicto en Irak, células de talibanes en la zona han incrementado sus acciones contra bases estadounidenses. El pasado 25 de marzo, dos bases militares norteamericanas en Afganistán, en las provincias de Paktia y Paktika, fueron atacadas con cohetes. El mismo tipo de ataques ya se había producido cinco días antes contra otras tres bases estadounidenses en la zona. A su vez, el Ejército americano continúa aplicando la operación "Ataque Valiente", de continuos bombardeos, que tiene por objeto acabar con las últimas células de resistencia talibán en esa parte del país. El resultado es un rosario de muertes que, poco a poco, van incrementando el número de bajas que ya se cobró la guerra en su momento más álgido, el último trimestre de 2001.
A estos países asiáticos en conflicto, habría que añadir las dos Coreas, con su permanente intercambio de amenazas, extendidas por Corea del Norte a Estados Unidos aprovechando la coyuntura que permite la guerra con Irak, y los alardes militares de Pyongyang. También se cuentan Sri Lanka, Yemen, Nepal, Filipinas e Indonesia entre los países con conflictos armados o altos índices de violencia en los regímenes que los administran.
África, la eterna olvidada
Y en otra parte importante del mundo, África ostenta el calificativo de "eterna olvidada" en lo que a reconocimiento de conflictos bélicos e intervención pacificadora por parte de Occidente se refiere. Ahí está el ejemplo de Costa de Marfil, con una guerra que estalló al producirse un fallido golpe de Estado el pasado 19 de septiembre, aunque desde 1995 no había cesado la violencia. Dos bandos étnicos rivales provocan con sus enfrentamientos un constante éxodo de civiles aterrorizados que huyen en busca de territorios menos hostiles. Un reguero de cadáveres es el resultado de cada uno de esos enfrentamientos. Situaciones parecidas se viven en Liberia, en guerra desde 1999, Angola, Guinea, Senegal, Somalia, Sudán -especialmente sangrienta para los cristianos-, Argelia y el Sáhara Occidental. Las guerras en el continente africano provocan una pérdida de 15.000 millones de dólares anuales, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Mención especial merece el caso de la República Democrática de Congo. Más de dos millones de personas han muerto en esta guerra que se inició tras el genocidio rwandés, la caída de Mobutu Sesesko y la toma del poder por Laurent-Désiré Kabila. Desde entonces, siete países han entrado en conflicto bélico con el antiguo Zaire. El país está partido en dos mitades irreconciliables, en lo que se califica como "la guerra mundial africana". Al este, los rebeldes apoyados por Rwanda y Uganda. Al oeste, los congoleños de Kinshasa, que cuentan con la colaboración de Angola, Namibia y Zambia. El gran botín en litigio es el control de diamantes, oro, petróleo, madera y coltán, un mineral utilizado en la fabricación de material de informática y telefonía móvil.
La encarnizada lucha entre bandas rivales ha llegado a extremos como el de la práctica del canibalismo, y la falta de medios económicos para pagar a los soldados hace que éstos tengan en muchas ocasiones absoluta "carta blanca" para cobrar su sueldo a base de saqueos. Además, violaciones sistemáticas de mujeres y niñas, secuestro de niños para luchar como soldados y el efecto exterminador de enfermedades como el sida. Ante semejante panorama, los 5.500 observadores de las Naciones Unidas que velan en el Congo para que se cumplan los acuerdos de paz asisten impotentes al desastre que se desarrolla ante sus ojos, sin mostrar demasiada eficacia en sus gestiones. Decididamente, éste es uno de esos casos en que la falta de intereses económicos en la zona facilita la "ceguera" de los países más desarrollados para decidirse a intervenir ante un genocidio sistemático de tal magnitud. Como afirmaba un sacerdote italiano, el padre Silvano, que asiste horrorizado al grado de degradación moral y violencia al que se ha llegado en el país, "los africanos no importan demasiado, ¿verdad? Aunque se trate de la vida de miles de seres humanos...".
Otros casos en el mundo
No se libran de este recuento Europa y Latinoamérica, sobre cuyos casos podríamos estar escribiendo páginas y páginas. Los conflictos armados en Azerbaiyán y Armenia. La guerra que mantiene viva Rusia en Chechenia, a pesar de que el presidente Vladimir Putin haya anunciado que da por zanjada la lucha con los separatistas, un conflicto en el que ejecuciones ilegales, torturas y violaciones masivas son la forma de actuar de una parte corrupta del Ejército. O las situaciones que se viven en Kosovo y Serbia donde, a pesar de haberse establecido formalmente la paz, las tensiones continúan vivas con constantes enfrentamientos. En el caso de América latina, del que ya hacíamos una referencia en nuestro artículo del pasado 6 de marzo, Colombia es la nación que más destaca, por la enorme violencia y situación de guerra civil que se vive día a día en todo el país. México continúa con sus enfrentamientos entre el Gobierno y los zapatistas, y en 19 estados se permanece en alerta máxima ante el brote de la guerrilla.
Todos los casos expuestos son, en realidad, una muestra del tremendo coste económico y de vidas humanas que pagamos por las más de 30 guerras que siguen activas en el mundo. Si se invirtiera este dinero en crear en esos países mecanismos de desarrollo y estructuras que fomenten la paz, podría dar unos frutos más esperanzadores. Evidentemente, la guerra que actualmente acapara más atención por parte de los medios, por su espectacularidad, es la que se libra en Irak. Sólo con observar las terribles imágenes que nos llegan -una pequeñísima muestra de la realidad- y ver las cifras que maneja Bush para paliar los costes de esa contienda, nos podemos hacer una idea de la magnitud de esta guerra. Sin embargo, a pesar del drama que se está viviendo en Irak, no debemos olvidar que hay otros enfrentamientos bélicos en el mundo.
El Periódico de México
|