Testimonio / Matrimonio
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Luigi y María Beltrame Quattrocchi, primer matrimonio beatificado conjuntamente

Vivieron «una vida ordinaria de manera extraordinaria» (1880-1951 y 1884-1965)

Juan Pablo II vio cumplido uno de los sueños de su pontificado el 21 de octubre de 2001: elevar a la gloria de los altares a un matrimonio conjuntamente. Aunque existen otros casos de santidad de matrimonios reconocidos oficialmente por la Iglesia, es la primera vez que la ceremonia de la beatificación se realiza de manera conjunta. Y fue precisamente en el marco de la celebración del 20 aniversario de la publicación de la “Familiaris consortio”, el documento sobre la vida matrimonial más importante que ha escrito Juan Pablo II, que sitúa en su lugar el papel de la familia "particularmente amenazado en la sociedad actual". Con esta beatificación, el Juan Pablo II subrayó también que la santidad no es exclusiva de la vida sacerdotal y religiosa.

Ante el aumento "de las tendencias a la disgregación y corrientes que buscan equiparar la institución familiar fundada sobre el matrimonio con otros tipos de convivencia, es necesario que las familias y sus asociaciones se conviertan en promotoras de una nueva era de compromiso por una eficaz defensa de los valores familiares".

Los nuevos beatos Luigi Beltrame Quattrochi y María Corsini, oriundos de Roma, casados durante cincuenta años, supieron hacer extraordinaria su ordinaria vida de casados fundada en el auténtico amor. Tres de sus cuatro hijos viven y participaron en la ceremonia de la beatificación. Filippo y Cesare, sacerdotes, concelebraron la misa con el Papa. Enrichetta, la hija menor, la siguió entre los miles de peregrinos que llenaban la basílica de San Pedro.

Su camino de santidad lo resumió Juan Pablo II en la homilía: "Entre las alegrías y las preocupaciones de una familia normal supieron realizar una existencia extraordinariamente rica de espiritualidad. En el centro, la Eucaristía diaria, a la que se añadía la devoción filial a la Virgen María, invocada con el Rosario recitado todas las noches, y la referencia a sabios consejos espirituales... Estos esposos vivieron a la luz del Evangelio y con gran intensidad humana el amor conyugal y el servicio a la vida. Asumieron con plena responsabilidad la tarea de colaborar con Dios en la procreación, dedicándose generosamente a los hijos para educarlos, guiarlos, orientarlos, en el descubrimiento de su designio de amor".

María era profesora y escritora de temas de educación, comprometida en varias asociaciones, entre ellas la Acción Católica Femenina, y apasionada de la música.

Luigi fue un brillante abogado que culminó su carrera en el cargo de viceabogado general del Estado italiano. Fue amigo personal de muchos de los políticos que, después de la segunda guerra mundial, impulsaron el renacimiento de Italia tras el fascismo de Mussolini, como Alcide de Gasperi, o Luigi Gedda.

Tuvieron cuatro hijos: Filippo hoy padre Tarsicio , nacido en 1906; Stefanía sor María Cristina , nacida en 1908 y fallecida en 1993; Cesare padre Paolino , nacido en 1909, y Enrichetta, que nació en 1914.

Un detalle del espíritu que caracterizó a este matrimonio se puso de manifiesto durante la Segunda Guerra Mundial, cuando esta familia ofreció su piso de Roma para alojar a los refugiados.

Según el padre Paolino Rossi, postulador de la causa de beatificación, "los dos esposos fueron cristianos convencidos, coherentes y fieles a su propio bautismo. Supieron acoger el proyecto de Dios sobre ellos y respetaron su prioridad. Fueron personas de gran caridad, entre sí, con los hijos y con el prójimo, promoviendo el bien y la justicia. Fueron personas de esperanza, que supieron dar el justo significado de las realidades terrenas, con la mirada puesta siempre en la eternidad". Estos dos nuevos beatos proclaman al mundo "un mensaje de esperanza, de consuelo y apoyo a la familia cristiana, asaltada hoy por tantos problemas y asediada en sus valores fundamentales, en su ideal, en su configuración genuina".

Y otra peculiaridad resaltada por el padre Rossi: la Congregación para las causas de los santos aceptó un solo milagro para los dos siervos de Dios. Se trata de Gilberto Grossi, un joven que hoy es neurocirujano. En el momento en que lo experimentó trabajaba en la casa Beltrame Quattrocchi catalogando los escritos de los dos esposos. "Su invocación a Dios por la curación de alteraciones óseas, que con frecuencia le obligaban a permanecer inmóvil, fue dirigida por intercesión de ambos cónyuges", dice el padre Rossi. Y "al reconocer su común intercesión, podemos decir que los teólogos han subrayado que los esposos no sólo están unidos en una dimensión humana, sino también espiritual".

Como concluyó Juan Pablo II, "una auténtica familia, fundada en el matrimonio, es en sí misma una buena noticia para el mundo".

Testimonio del P. Paolino Beltrame Quattrocchi

El Padre Paolino (Cesare Beltrame Quattrocchi), de 92 años, es uno de los tres hermanos que han podido participar por primera vez en la historia en la beatificación de sus padres. Con sencillez, recuerda la figura de los beatos Luigi y María:

Si bien nunca hubiera imaginado que un día serían proclamados santos por la Iglesia, puedo afirmar sinceramente que siempre percibí la extraordinaria espiritualidad de mis padres.

En casa siempre se respiró un clima sobrenatural, sereno, alegre, no beato. Independientemente de la cuestión que debíamos afrontar, siempre la resolvían diciendo que había que hacerlo "de tejas para arriba".

Entre papá y mamá se dio una especie de carrera en el crecimiento espiritual. Ella comenzó en la parrilla de salida, pues vivía ya una intensa experiencia de fe, mientras que él era ciertamente un hombre bueno, recto y honesto, pero no muy practicante.

A través de la vida matrimonial, con la decisiva ayuda de su director espiritual, también él se echó a correr y ambos alcanzaron elevadas metas de espiritualidad.

Por poner un ejemplo: mamá contaba cómo, cuando comenzaron a participar diariamente en la misa matutina, papá le decía "buenos días" al salir de la iglesia, como si sólo entonces comenzara la jornada. De las numerosas cartas que se dirigieron, que hemos podido encontrar y ordenar, emerge toda la intensidad de su amor.

Por ejemplo, cuando mi padre se iba de viaje a Sicilia, era suficiente que llegara a Nápoles para que enviara un mensaje, en el que contaba a su mujer lo mucho que la echaba de menos. Este amor se transmitía tanto hacia dentro durante los primeros años de matrimonio vivían también en nuestro piso los padres de ambos y los abuelos de ella como hacia fuera, con la acogida de amigos de todo tipo de ideas y ayudando a quien se encontraba en la necesidad.

La educación, que nos llevó a tres de nosotros a la consagración, era el pan cotidiano. Todavía tengo una "Imitación de Cristo" que me regaló mi madre cuando tenía diez años. La dedicatoria me sigue produciendo escalofríos: "Acuérdate de que a Cristo se le sigue, si es necesario hasta la muerte".

El matrimonio, sacramento de mutua santificación y acto de culto

Fuente y medio original de propia santificación para los cónyuges y para la familia cristiana es el sacramento del matrimonio, que presupone y especifica la gracia santificante del bautismo. En razón del misterio de la muerte y resurrección de Cristo, donde se sitúa nuevamente el matrimonio cristiano, el amor conyugal es purificado y santificado: "El Señor se digna purificar, perfeccionar y elevar este amor por un don especial de su gracia y la caridad" (GS 49).

El don de Jesucristo no se agota en la celebración del sacramento del matrimonio, sino que acompaña a los esposos a lo largo de su existencia. Lo recuerda de manera explícita el Concilio Vaticano II al decir que Jesucristo "permanece con ellos, para que los esposos, con mutua entrega, se amen con perpetua fidelidad, como él mismo ha amado a la Iglesia y se entregó por ella... Por ello, los esposos cristianos, para cumplir con dignidad los deberes de su estado, están fortificados y como consagrados por un sacramento especial. Cuando realizan su función conyugal y familiar con la fuerza de este sacramento, imbuidos del espíritu de Cristo, con el que toda la vida queda empapada en fe, esperanza y caridad, llegan cada vez más a su pleno desarrollo personal y a su mutua santificación, y, por tanto, conjuntamente a la glorificación de Dios" (GS 48).

La vocación universal a la santidad también está dirigida a los esposos y padres cristianos.

Para ellos está determinada por la celebración del sacramento y traducida concretamente en las propias realidades de la existencia conyugal familiar (LG 34). De aquí nacen la gracia y la exigencia de una auténtica y genuina espiritualidad conyugal y familiar... El matrimonio cristiano, como todos los sacramentos que "están ordenados a la santificación de los hombres, a la edificación del Cuerpo de Cristo y, finalmente a dar culto a Dios" (SC 59), es en sí mismo un acto de culto de glorificación de Dios en Jesucristo y en la Iglesia. Al celebrarlo, los cónyuges cristianos profesan su gratitud a Dios por el don sublime que les es dado de poder revivir en su existencia conyugal y familiar el amor mismo de Dios hacia los hombres y del Señor Jesús, por la Iglesia, su esposa.

Y como del sacramento derivan para los cónyuges el don y el deber de vivir diariamente la santificación recibida, del mismo sacramento brotan también la gracia y el compromiso moral de transformar su vida en un continuo sacrificio espiritual (LG 34).

También a los esposos y los padres cristianos, de manera especial en estas realidades terrenas y temporales que caracterizan su existencia, se aplican las palabras del Concilio: Igualmente los laicos, obrando santamente como adoradores en todo lugar, consagran a Dios el mismo mundo" (LG 34). (Exhortación apostólica "Familiaris consortio", de Juan Pablo II, n. 56)

Texto de la revista Ave María, nº 670

Fuente: webcatolicodejavier.org

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Luis Beltrame Quattrocchi y María Corsini, Beatos (Esposos, 25 de noviembre)

Primer Matrimonio Beatificados Juntos

Alfonso Aguiló
es.catholic.net

Un abogado del Estado y una profesora han subido juntos a los altares igual que lo hicieran a la basílica romana de Santa María Mayor el 25 de noviembre de 1905 para contraer matrimonio. Juan Pablo II ha manifestado su alegría pues, «por primera vez dos esposos llegan a la meta de la beatificación». Luigi (1880-1951) y María (1884-1965) Beltrame Quattrochi, originarios de Roma, fueron un matrimonio feliz.

María era profesora y escritora de temas de educación, comprometida en varias asociaciones (Acción Católica, Scout, etc.). Luigi fue un brillante abogado que culminó su carrera siendo vice-abogado general del Estado italiano. Estuvieron casados durante cincuenta años y tuvieron cuatro hijos: Filippo (hoy padre Tarcisio), nacido en 1906; Stefania (sor Maria Cecilia), nacida en 1908 y fallecida en 1993; Cesare (hoy padre Paolino), nacido en 1909; y Enrichetta, la menor, que nació en 1914. Dos de ellos, Filippo y Cesare, se encontraban entre los sacerdotes que concelebraron la Misa de beatificación con el Papa. La tercera, Enrichetta, se sentaba entre los peregrinos que llenaron hasta los topes el templo más grande de la cristiandad.

El Papa subrayó que la primera beatificación de un matrimonio llega justo «en el vigésimo aniversario de la exhortación apostólica «Familiaris Consortio», que puso de manifiesto el papel de la familia, particularmente amenazado en la sociedad actual». Recién licenciado en Derecho, el joven siciliano tuvo la suerte de descubrir a una muchacha florentina alegre y decidida, que no dudaría en ejercer como enfermera voluntaria en la guerra de Etiopía y en la Segunda Guerra Mundial. Luigi y María eran una familia acomodada y a la vez generosa, que supo acoger en su casa romana a muchos refugiados durante el último gran conflicto y organizar grupos de «scouts» con muchachos de los barrios pobres de Roma durante la postguerra.

Pero eran, sobre todo, una pareja normal -con las aficiones típicas de la clase media romana desde la política hasta la música-, que se apoyaban el uno en el otro para sacar adelante a sus cuatro hijos. Por su cargo de abogado del Estado, Luigi conoció a los grandes políticos de la postguerra mientras que María fue profesora y escritora. No fundaron ninguna orden religiosa, ni tuvieron experiencias místicas, pero convirtieron su trabajo en servicio habitual a los demás y volcaron todo su cariño en la vida familiar hasta la muerte de Luigi, en 1951 y de María en 1965. La santidad de ambos creció en pareja pues, de hecho, antes de casarse, Luigi Beltrame Quattrocchi no vivía su fe cristiana con especial fervor.

La vocación religiosa prendió, en cambio, muy pronto en sus cuatro hijos, tres de los cuales acudieron a la ceremonia en la Plaza de San Pedro. Según Tarsicio, sacerdote diocesano de 95 años, «nuestra vida familiar era muy normal» mientras que Paolino, padre trapense de 92 años, recuerda «el ambiente ruidoso y alegre de nuestra casa, sin beaterías o ñoñerías». Enrichetta, que tiene 87 años y se consagró privadamente a Dios, asegura que sus padres no discutieron jamás delante de los hijos. «Es lógico que hayan tenido divergencias, pero nosotros nunca las vimos. Los problemas los resolvían hablando entre ellos».

El heroísmo de la pareja se puso a prueba cuando esperaban a Enrichetta, la última de sus dos hijas, y los médicos diagnosticaron una complicación gravísima que aconsejaba abortar. Uno de los mejores ginecólogos de Roma les dijo que las posibilidades de supervivencia de la madre eran de un 5 por ciento, pero ambos prefirieron arriesgar. Enrichetta nació en 1914 y agradece a sus padres «aquel acto de heroísmo cristiano».

Los dos nuevos beatos, explicó el Papa durante la homilía de la beatificación, vivieron «una vida ordinaria de manera extraordinaria». «Entre las alegrías y las preocupaciones de una familia normal, supieron realizar una existencia extraordinariamente rica de espiritualidad. En el centro, la eucaristía diaria, a la que se añadía la devoción filial a la Virgen María, invocada con el Rosario recitado todas las noches, y la referencia a sabios consejos espirituales».

«Estos esposos vivieron a la luz del Evangelio y con gran intensidad humana el amor conyugal y el servicio a la vida --añadió el Santo Padre--. Asumieron con plena responsabilidad la tarea de colaborar con Dios en la procreación, dedicándose generosamente a los hijos para educarles, guiarles, orientales, en el descubrimiento de su designio de amor».

En la historia hay otros casos de santidad de matrimonios reconocidos oficialmente por la Iglesia. Es la primera vez, sin embargo, que la ceremonia de beatificación se realiza de manera conjunta. La beatificación se convirtió en el momento culminante de la fiesta de la familia que ha organizado este fin de semana la Iglesia católica en Italia, al cumplirse los veinte años de la publicación de la exhortación apostólica «Familiaris Consortio», el documento sobre la vida matrimonial más importante escrito por Juan Pablo II. En la tarde del sábado anterior, 50 mil personas se habían congregado en la plaza de San Pedro para participar con el obispo de Roma en un encuentro de fiesta, oración y testimonio. El pontífice pidió en esa circunstancia «un decidido salto de calidad en la programación de las políticas sociales» a favor de la familia y volvió a recordar que la familia no puede ser equiparada a otro tipo de formas de convivencia.

La fiesta, sin embargo, quedó algo estropeada por una torrencial lluvia que azotó la plaza de San Pedro con ráfagas violentas. Por este motivo, a última hora, se decidió celebrar la misa en la Basílica del Vaticano. La fachada de Maderno reservó en esos momentos un espectáculo único: miles de peregrinos, que se resguardaban del aluvión tratándose de cubrir con sillas, entraron en masa mojados hasta los topes en la gran basílica. Al final de la celebración, antes de presidir la oración mariana del «Angelus», Juan Pablo II condenó con palabras durísimas la violencia que ha tenido lugar estos tres últimos días en Belén y presentó a la familia como un signo de esperanza en este mundo atenazado por el miedo a los atentados y la violencia. «La familia, de hecho --dijo--, anuncia el Evangelio de la esperanza con su misma constitución, pues se funda sobre la recíproca confianza y sobre la fe en la Providencia. La familia anuncia la esperanza, pues es el lugar en el que brota y crece la vida, en el ejercicio generoso y responsable de la paternidad y de la maternidad». «Una auténtica familia, fundada en el matrimonio, es en sí misma una "buena noticia" para el mundo», concluyó.

Su hijo Cesare Beltrame Quattrocchi, de 92 años, quien al abrazar la vida religiosa asumió el nombre de Paolino, recuerda con sencillez la figura de sus padres. «Si bien nunca había imaginado que un día serían proclamados santos por la Iglesia, puedo afirmar sinceramente que siempre percibí la extraordinaria espiritualidad de mis padres. En casa, siempre se respiró un clima sobrenatural, sereno, alegre, no beato. Independientemente de la cuestión que debíamos afrontar, siempre la resolvían diciendo que había que hacerlo «de tejas para arriba». Entre papá y mamá se dio una especie de carrera en el crecimiento espiritual. Ella comenzó en la parrilla de salida, pues vivía ya una intensa experiencia de fe, mientras que él era ciertamente un buen hombre, recto y honesto, pero no muy practicante. A través de la vida matrimonial, con la decisiva ayuda de su director espiritual, también él se echó a correr y ambos alcanzaron elevadas metas de espiritualidad. Por poner un ejemplo: mamá contaba cómo, cuando comenzaron a participar diariamente en la misa matutina, papá le decía «buenos días» al salir de la iglesia, como si sólo entonces comenzara la jornada. De las numerosas cartas que se dirigieron, que hemos podido encontrar y ordenar, emerge toda la intensidad de su amor. Por ejemplo, cuando mi padre se iba de viaje a Sicilia, era suficiente que llegara a Nápoles para que enviara un mensaje, en el que contaba a su mujer lo mucho que la echaba de menos. Este amor se transmitía tanto hacia dentro --durante los primeros años de matrimonio vivían también en nuestro piso los padres de ambos y los abuelos de ella-- como hacia fuera, con la acogida de amigos de todo tipo de ideas y ayudando a quien se encontraba en la necesidad. La educación, que nos llevó a tres de nosotros a la consagración, era el pan cotidiano. Todavía tengo una «Imitación de Cristo» que me regaló mi madre cuando tenía diez años. La dedicatoria me sigue produciendo escalofríos: «Acuérdate de que a Cristo se le sigue, si es necesario, hasta la muerte».

Esta causa de beatificación ha sido también especial por otro motivo: la Congregación para las causas de los santos aceptó un sólo milagro para los dos siervos de Dios. Según revela el postulador -el padre Rossi-, se trata de Gilberto Grossi, un joven que hoy es neurocirujano, pero que en el momento en el que lo experimentó trabajaba en la casa Beltrame Quattrocchi catalogando los escritos de los dos esposos. «Su invocación a Dios por la curación de alteraciones óseas, que con frecuencia le obligaban a permanecer inmóvil, fue dirigida por intercesión de ambos cónyuges», revela el postulador. «Al reconocer su "común intercesión" --concluye el postulador--, podemos decir que los teólogos han subrayado que los esposos no sólo están unidos en una dimensión humana, sino también espiritual». Rossi explica que «Luigi y María no tenían aparentemente nada de "extraordinario". Lo que les distingue es la "manera extraordinaria" con la que vivieron». «Los dos esposos fueron cristianos convencidos, coherentes y fieles a su propio bautismo; supieron acoger el proyecto de Dios sobre ellos y respetaron su prioridad; fueron personas de gran caridad, entre sí, con los hijos y con el prójimo, promoviendo el bien y la justicia; fueron personas de esperanza, que supieron dar el justo significado de las realidades terrenas, con la mirada puesta siempre en la eternidad». Según el padre Rossi, estos dos nuevos beatos dejan al mundo un «mensaje de esperanza, consuelo y apoyo a la familia cristiana, asaltada hoy por tantos problemas y asediada en sus valores fundamentales, en su ideal, en su configuración genuina».

Cuando se aprobó la causa de beatificación conjunta del primer matrimonio en la historia de la Iglesia, a la Congregación vaticana para las Causas de los Santos le surgió un problema: ¿cuándo se celebrará su fiesta? En general, la fiesta de los beatos y santos suele celebrarse el día de su muerte, día de su abrazo con Dios. ¿Debería celebrarse en fechas diferentes la memoria de Luigi y Maria Beltrame Quattrocchi creando así dos fiestas? Juan Pablo II, que desde hacía años soñaba con poder beatificar a una pareja, tomó entonces una decisión revolucionaria: la fiesta de los dos beatos se celebraría conjuntamente en un mismo día, en el aniversario de su boda. Dado que Luigi y María contrajeron matrimonio el 25 de noviembre de 1905, por lo tanto esa es la fecha de su festividad.

Por el momento, la fiesta sólo se celebra en Roma, la diócesis de los nuevos beatos, pues la beatificación, que el Papa Juan Pablo II celebró el 21 de octubre de 2001, tiene carácter local. En caso de que sean canonizados, entonces la fiesta alcanzará un carácter universal. 

 

Martirologio Romano: En Roma, beata María Beltrame Quattrocchi, que, siendo madre de familia, ilustró de modo conspicuo a la familia de Cristo y a la sociedad, viviendo ejemplarmente su vida matrimonial y mostrando su comunión de fe y amor hacia el prójimo. (26 de agosto de 1965).

En Roma, beato Luis Beltrame Quattrocchi, que, siendo padre de familia, en los asuntos públicos y en los privados respetó los mandamientos de Cristo y los proclamó con celo y honradez de vida. (9 de noviembre de 1951).

 

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Luigi y María Corsini Beltrame Quattrochi

Esposos Beatos

 

Sin duda hay millares de esposos santos pero los Beltrame son la primera pareja en ser beatificados. S.S. Juan Pablo II, consciente de la necesidad de modelos de santidad para los matrimonios, ha demostrado interés por canonizar a matrimonios.

María Corsini nació en Florencia el 24 de junio en 1881; Luigi Beltrame nació en Catania el 12 de enero de 1880. Ambos se conocieron en Roma cuando eran adolescentes y se casaron en la basílica Santa María la Mayor el 25 de noviembre de 1905.

Ambos crecieron en familias católicas y desde pequeños practicaron fervientemente su fe, asistiendo todos los domingos a la Santa Misa y participando de los sacramentos. Criaron también a sus hijos en los principios y valores de la fe católica.

En 1913, pasaron una dura prueba, el embarazo de María tuvo serias complicaciones y los médicos pronosticaban que ni la madre ni el niño sobrevivirían al parto. Los doctores manifestaron que un aborto podría salvar la vida de la madre. Ella, consultando con su esposo, decidió confiar en la protección divina de Dios. Después de un difícil embarazo, madre e hijo sobrevivieron milagrosamente. La prueba fortaleció aun más la fe de la familia.

María dio a luz a tres niños más; los dos varones fueron sacerdotes: Filippo, quien es ahora Mons. Tarcisio de la diócesis de Roma y Cesare, ahora el P. Paolino, monje trapense.

La mayor de las hijas, Enrichetta, la que sobrevivió el difícil embarazo, constituyó un hogar santo; mientras que su hermana Stefania ingresó a la congregación de los benedictinos, conocida como la Madre Cecilia,  quien falleció en 1993.

Los tres hermanos estuvieron presentes en la beatificación de sus padres. Los dos hijos sacerdotes concelebraron en la misa.

La familia Beltrame Quattrochi fue conocida por participación en muchas organizaciones católicas. Luigi fue un respetado abogado, quien ocupó un cargo importante dentro de la política italiana. María trabajó como voluntaria asistiendo a los etíopes en dicho país durante la segunda guerra mundial.

El beato Luigi murió en 1951, y María, su fiel esposa, en 1965.

Beatificación

La Congregación para la Causa de los Santos trató este caso como algo especial, y con la aprobación del Papa Juan Pablo II. A su intercesión ha sido atribuido un milagro que abrió la vía para su beatificación.

El Prefecto de esta Congregación, Cardenal José Saraiva Martins, señaló que era imposible beatificarlos por separado debido a que no se podía separar su experiencia de santidad, la cual fue vivida en pareja y tan íntimamente. "Su extraordinario testimonio no podía permanecer escondido"

El Papa dijo durante la Misa:

"Entre las alegrías y las preocupaciones de una familia normal supieron realizar una existencia extraordinariamente rica de espiritualidad. En el centro, la eucaristía diaria, a la que se añadía la devoción filial a la Virgen María, invocada con el Rosario recitado todas las noches, y la referencia a sabios consejos espirituales...

...vivieron a la luz del Evangelio y con gran intensidad humana el amor conyugal y el servicio a la vida...

...Asumieron con plena responsabilidad la tarea de colaborar con Dios en la procreación, dedicándose generosamente a los hijos para educarles, guiarles, orientales, en el descubrimiento de su designio de amor".

"Una auténtica familia, fundada en el matrimonio, es en sí misma una "buena noticia" para el mundo"

Testimonio de uno de los hijos

El P. Tarciso recuerda que "nuestra vida familiar no tuvo nada de extraordinaria, fue un hecho ordinario, con sus debilidades. Sin embargo, seguimos siempre enseñanzas importantes que las almas de buena voluntad pueden disponerse a imitar y a realizar también hoy".

Don Tarcisio considera por ello que "la beatificación de mis padres es una ocasión para relanzar los valores de la familia cristiana hoy". "En los años de la guerra, a menudo arriesgando muchísimo, acogimos y prestamos ayuda a todo el que la pidió".

Según la proclamación de sus virtudes heroicas realizada por el Cardenal José Saraiva Martins, Prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, los esposos Beltrame Quattrocchi "han hecho de su familia una verdadera iglesia doméstica abierta a la vida, a la oración, al testimonio del Evangelio, al apostolado social, a la solidaridad hacia los pobres, a la amistad".

 

Fuente: corazones.org

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Beatos Louis Martin y Zélie Guérin

Su fiesta se celebra el 13 de Julio, aniversario de su boda

Santa Teresita de Lisieux escribió una vez: ”Dios me ha dado un padre y una madre más dignos del cielo que de la tierra” (Carta 261).¿Quiénes fueron estos padres tan maravillosos?

Luis Martin nació en Burdeos el 22 de agosto de 1823. Era el segundo de los cinco hijos del matrimonio Pierre-François Martin, capitán del ejército francés, y Marie Anne Fanny Boureau, cristianos de fe viva. La primera formación de Luis estuvo vinculada a la vida militar y se benefició de las facilidades que tenían los hijos de los militares.
 
Al jubilarse su padre, la familia se trasladó a Alençon (1831) y Luis estudió con los Hermanos de las Escuelas Cristianas de la ciudad. Tanto en la familia como en el colegio recibió una sólida formación religiosa.
 
Terminados los estudios, no se inclinó hacia la vida militar, sino que quiso aprender el oficio de relojero, primero en Bretaña, luego en Rennes, Estrasburgo, en el Gran San Bernardo (Alpes suizos) y por último en París.
 
A los veintidós años sintió el deseo de consagrarse a Dios en la vida religiosa. Para ello, se dirigió al monasterio del Gran San Bernardo, con intención de ingresar en esta Orden, pero no fue admitido porque no sabía latín. Con gran valor se dedicó a estudiarlo durante más de un año, con clases particulares; pero, finalmente, renunció a ese proyecto. No se sabe mucho de este período: sólo que su madre en una carta le exhortaba a "ser siempre humilde", y que mostró su valentía y sangre fría salvando de morir ahogado al hijo del amigo de su padre, con el que residía.
 
En Alençon puso una relojería. Sus padres, tras la muerte de los otros hijos, vivieron siempre con él, incluso después de su matrimonio con Celia Guérin.
 
Hábil en su oficio, tenía amigos y conocidos con los que le gustaba pescar y jugar al billar, y era apreciado por sus cualidades poco comunes y por su distinción natural, que explica por qué le presentaron un proyecto de matrimonio con una joven de la alta sociedad, al que se negó.

En 1871 vendió el edificio a un sobrino. El amor al silencio y al retiro lo llevó a comprar una pequeña propiedad con una torre y un jardín. Allí instaló una estatua de la Virgen, que le había regalado la señora Beaudouin; trasladada más tarde a Buissonnets, esta imagen fue conocida en todo el mundo como la Virgen de la Sonrisa.
 
Celia Guérin nació en Gandelain, departamento de Orne (Normandía), el 23 de diciembre de 1831. Era hija de Isidoro Guérin, un militar que a los 39 años decidió casarse con Louise-Jeanne Macè, dieciséis años más joven que él. De esta unión nacieron también Marie Louise, la primogénita (fue monja visitandina), e Isidore, el más pequeño. Para los padres de Celia la vida había sido dura, lo que repercutía en su manera de ser: eran rudos, autoritarios y exigentes, si bien tenían una fe firme. Celia, inteligente y comunicativa por naturaleza, dice en una de sus cartas que su infancia y juventud fueron tristes "como un sudario". A pesar de ello, cuando su padre, viudo y enfermo, manifestó el deseo de ir a habitar con ella, lo acogió y cuidó con devoción hasta que murió en 1868. Afortunadamente encontró en su hermana Marie Louise un alma gemela y una segunda madre.
 
Cuando se jubiló su padre, la familia se estableció en Alençon en 1844. La señora Guérin abrió un negoció que fracasó. La familia salía adelante con dificultad, gracias a la pensión y a los trabajos de carpintería del padre. En pocos años, la situación financiera se hizo muy precaria y no mejoró hasta que las hijas contribuyeron con su trabajo a cuadrar el balance familiar. Esta situación económica influyó en los estudios de las hijas: Celia entró en el internado de las religiosas de la Adoración perpetua; aprendió los primeros rudimentos del punto de Alençon, un encaje de los más famosos de la época; luego, para perfeccionarse, se inscribió en la "Êcole dentellière". Mientras tanto, la hermana mayor se dedicó al bordado, con su madre. Celia conservó un excelente recuerdo de este tiempo.
 
Se dedicó a la confección de dicho encaje. Deseó formar parte de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, pero no la admitieron. Pidió luz al Señor para conocer su voluntad y el 8 de diciembre de 1851, después de una novena a la Inmaculada Concepción, escuchó interiormente las palabras: "Hacer punto de Alençon". Con la ayuda de su hermana comenzó esta empresa y ya a partir de 1853 era conocida como fabricante del punto de Alençon. En 1858 la casa para la que trabajaba recibió una medalla de plata por la fabricación de este encaje y Celia una mención de alabanza. Poco después, su hermana entró en el monasterio de la Visitación y tomó el nombre de María Dositea.
 
Un día, al cruzarse con un joven de noble fisonomía, semblante reservado y dignos modales, se sintió fuertemente impresionada y oyó interiormente que ese era el hombre elegido para ella. En poco tiempo los dos jóvenes llegaron a apreciarse y amarse, y el entendimiento fue tan rápido que contrajeron matrimonio el 13 de julio de 1858, tres meses después de su primer encuentro. Llevaron una vida matrimonial ejemplar: misa diaria, oración personal y comunitaria, confesión frecuente, participación en la vida parroquial. De su unión nacieron nueve hijos, cuatro de los cuales murieron prematuramente. Entre las cinco hijas que sobrevivieron, Teresa, la futura santa patrona de las misiones, es una fuente preciosa para comprender la santidad de sus padres: educaban a sus hijas para ser buenas cristianas y ciudadanas honradas. A los 45 años, Celia recibió la noticia de que tenía un tumor en el pecho y pidió a su cuñada que, cuando ella muriera, ayudara a su marido en la educación de los más pequeños: vivió la enfermedad con firme esperanza cristiana hasta la muerte, en agosto de 1877.
 
Luis se encontró solo para sacar adelante a su familia: La hija mayor tenía 17 años y la más pequeña, Teresa, cuatro y medio. Se trasladó a Lisieux, donde residía el hermano de Celia; de este modo la tía Celina pudo cuidar de las hijas. Entre 1882 y 1887 Luis acompañó a tres de sus hijas al Carmelo. El sacrificio mayor fue separarse de Teresa, que entró en el Carmelo a los 15 años. Luis tenía una enfermedad que lo fue invalidando hasta llegar a la pérdida de sus facultades mentales. Fue internado en el sanatorio de Caen, y murió en julio de 1894.

No estamos habituados a pensar en la santidad de un matrimonio, porque nuestra experiencia nos lleva a unir la santidad a un individuo. Juan Pablo II se atrevió a ir más allá de los esquemas, beatificando a Luis y María Beltrame Quattrocchi. Después, el Papa Benedicto XVI decidió añadir a ellos a los cónyuges Martin, a fin de mostrar a los padres y madres de familia de todo el mundo la grandeza de la vocación a la vida conyugal. Así se concreta la invitación de Juan Pablo II: "Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este "alto grado" de la vida cristiana ordinaria. La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección" (Novo millennio ineunte, 31) y del concilio Vaticano II: "Todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad" (Lumen gentium, 40).
 
¿Qué es lo que fascina de los esposos Martin? ¿Qué mensaje deja esta familia a la Iglesia y a la sociedad? Sin duda fascina la valentía de esta familia que, después de diecinueve años de matrimonio, ante la crisis económica que afligía a Francia, queriendo garantizar bienestar y futuro a sus hijos, halló la fuerza de dejar Alençon y trasladarse a Lisieux, como tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo, "emigrantes" en busca de lo que pudiera hacer más bella la vida y concreta la esperanza. Hay una belleza que emana de su trabajo artesanal emprendedor: Luis Martín, como relojero y joyero; y Celia Guérin, como pequeña empresaria de una taller de bordado. Junto con sus cinco hijas, emplearon tiempo y dinero en ayudar a quienes tenían necesidad. Su casa no fue una isla feliz en medio de la miseria, sino un espacio de acogida, comenzando por sus obreros. El matrimonio Martin nos recuerda que existe una ética que debe imbuir la vida de los empresarios, poniendo en el centro el valor de la persona humana (cf. Populorum progressio, 42-44). Anima su testimonio cristiano de laicos, vivido dentro y fuera de las paredes del hogar, a través de la belleza de su vida, la fascinación de los sentimientos, la transparencia del amor, sabiendo dedicarse tiempo, porque "el amor no es un trabajo para hacer deprisa" (M. Noëlle). El compromiso eclesial de los esposos Martin recuerda que "la futura evangelización depende, en gran parte, de la iglesia doméstica" (Familiaris consortio, 52), y tiene el sabor de la ternura.

CAUSA DE CANONIZACIÓN

La causa de canonización de los padres de santa Teresita del Niño Jesús, Louis y Zélie Martin, beatificados en Lisieux, el 19 de octubre de 2008, avanza a buen ritmo. Hay un proceso canónico abierto en España para estudiar un posible milagro obrado por la intercesión de los padres de santa Teresa del Niño Jesús.

El posible milagro se obró en una niña que nació de forma prematura y con gravísimas complicaciones, entre ellas, una hemorragia ventricular grado IV.
 
Fue entonces cuando, ante la imposibilidad médica de sanarla, los padres se encomendaron al matrimonio Louis Martin y Zélie Guérin, que habían sido beatificados recientemente. A partir de ese momento, la niña experimentó un “restablecimiento asombroso y sin explicación médica alguna” y hoy se encuentra “perfectamente y sin la más mínima secuela”.
 
Una vez transcurrido el período de estudio en la fase diocesana, el tribunal remitirá la documentación a la Santa Sede para que “continúe allí el proceso”. En ese caso, sería valorado por el congreso de médicos de la congregación vaticana para las Causas de los Santos, posteriormente por la comisión de teólogos y, finalmente, por la de Obispos y Cardenales, que remitirán y presentarían la documentación al Papa, quien promulgaría el “decreto de milagro”, el segundo atribuido a la intercesión del matrimonio francés, lo que posibilitaría su canonización.

CEREMONIA DE BEATIFICACIÓN

Alrededor de quince mil personas participaron el 19 de octubre de 2008 en la beatificación de los padres de santa Teresita del Niño Jesús, Louis Martin y Zélie Guérin. Se escogió este día coincidente con el DOMUND (DOMingo MUNDial de las misiones) dado que su hija Santa Teresita de Lisieux, es patrona universal de las Misiones.

El segundo matrimonio elevado conjuntamente a la gloria de los altares fue beatificado en una celebración eucarística presidida por el legado pontificio, el cardenal José Saraiva Martins, prefecto emérito de la Congregación para las Causas de los Santos, en la basílica de Lisieux.

Tras concluir el rito de beatificación con el que el Papa ha inscrito a los dos esposos conjuntamente en el Libro de los Beatos, el cardenal portugués dio "gracias a Dios por este testimonio ejemplar de amor conyugal".

Este ejemplo, aseguró el purpurado, puede "estimular a los hogares cristianos en la práctica integral de las virtudes cristianas, como estimuló el deseo de santidad en Teresa".

El cardenal dejó paso a las confidencias en la homilía explicando que en el momento de la beatificación "pensaba en mi padre y en mi madre, y en este momento, quisiera que vosotros también pensarais en vuestro padre y vuestra madre y que juntos demos gracias a Dios por habernos creado y hecho cristianos gracias al amor conyugal de nuestros padres".

Fotos a la entrada de la Basílica de su Hija Teresita

Louis Martin (1823-1894) y su esposa Zélie Guérin (1831-1877), padres de nueve hijos, cuatro de ellos fallecidos en tierna edad, es el segundo matrimonio beatificado simultáneamente después de los italianos Luigi y Maria Beltrame Quattrocchi (fallecidos en 1951 y 1965 y beatificados en 2001 por Juan Pablo II).

El cardenal Saraiva Martins les presentó como "un don para los esposos de todas las edades por la estima, el respeto y la armonía con que se amaron durante 19 años".

Son también "un don para los padres" y "para todos aquellos que han perdido a su esposo o esposa".

"La viudez es siempre una condición difícil de aceptar --reconoció--. Louis vivió la pérdida de su esposa con fe y generosidad, prefiriendo el bien de sus hijos a sus gustos personales".

Por último, dijo, estos esposos son "un don para quienes afrontan la enfermedad y la muerte".

Zélie falleció de cáncer, Louis terminó su existencia a causa de una artereoesclerosis cerebral.

"En nuestro mundo, que trata de ocultar la muerte, nos enseñan a mirarla cara a cara, abandonándose en Dios", aseguró.

Entre los participantes en la ceremonia de beatificación se encontraba Pietro Schiliro, un niño italiano de Monza, cuya curación inexplicable en 2002 ha sido atribuida a la intercesión de los padres de santa Teresita del Niño Jesús, patrona de las misiones.

Nacido con una malformación de los pulmones, los médicos habían dicho que no podría sobrevivir. Su madre pidió su curación a Dios por intercesión de Louis y Zélie. Una comisión científica ha reconocido como inexplicable su curación.

 

Fuente: webcatolicodejavier.org


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