  
                                    I. ¿Existe el  matrimonio? 
                                      Comencemos  el desarrollo de esta breve exposición, que lleva por título Matrimonio, género y cultura. El intento  de esta intervención consiste precisamente en situar lo que se entiende hoy por  «género» y por «ideología de género», en relación con dos realidades: la  realidad antropológica del matrimonio —anclada en la persona humana, pero que  incluye en sí misma una dimensión social—, y la realidad social de la cultura,  realidad histórica y sociológica que tiene a su vez una indiscutible interrelación  con la persona individual. 
                                     
                                      Desde  el punto de vista antropológico, se puede decir que el matrimonio es una  realidad institucional que responde al ser de la persona humana, dentro del  ámbito del desarrollo de su libertad. En este sentido, «institucional» no  significa todavía el asiento en la realidad social, sino la fuerza virtual de  la persona para dar origen a un tipo de relación particular. Una relación que  la persona descubre en ella misma como algo definido, como algo a lo que se  siente orientada, y a la vez como algo que es posible pero que no se impone con  la fuerza de la necesidad. El matrimonio como posibilidad relacional surge de  la persona, se asienta en ella y se ordena a ella. 
                                      Los  presupuestos antropológicos últimos radican en la alteridad y en la  heterosexualidad. No vamos a detenernos a considerar la exigencia de la  alteridad, porque cuando se afirma del matrimonio que es una relación de  carácter social, se está afirmando que no puede existir sin dos extremos diferentes  entre sí: es decir, sin dos personas que la constituyan ala  vez como término y origen. 
                                     
                                      Respecto  a la heterosexualidad, teniendo en cuenta el alcance limitado de esta  intervención, queremos destacar los cinco elementos —a mi entender, patentes—  en que puede desglosarse su contenido. 
                                      El  primero de ellos es la existencia de una diferencia primaria en el ser humano  —partiendo del plano biológico y psíquico—, que existe como persona femenina y  persona masculina. Evidentemente no se trata de dos subespecies de la especie  humana: entre otros motivos porque no existe un paradigma de ser humano que  esté por encima y al margen de su carácter sexuado. Se trata de constatar el  hecho de que una única realidad personal —idéntica en la estructura básica de  su ser y en la dignidad correspondiente— se da, «aparece» en la historia como  una dualidad de forma (1). 
                                     
                                      En  el fondo, es una consecuencia de la riqueza misma del ser personal. En efecto,  en los animales el sexo es una realidad accidental más o menos aislada dentro  de sus caracteres propios que se encuentra directa, exclusiva y necesariamente  vinculada al apareamiento, reproducción y cría de nuevos individuos de su  especie. Por el contrario, la persona humana está abierta a la trascendencia,  emerge sobre la necesidad del plano material y afirma su espíritu al mostrar la  libertad de que está dotada. Por esta razón en ella no puede darse «el sexo»  como un conjunto más o menos aislado de características psicosomáticas, sino que  se asienta en la persona como una dimensión que la abarca enteramente (2) Y por  la referencia relacional y de intimidad que supone en ella, no puede dejar de tener  relación directa con el fin de su ser y con su obrar para alcanzarlo. Es decir,  con el amor —a Dios y a los demás— y con las obras propias del amor. 
                                     
                                      El  segundo presupuesto consiste en la complementariedad. Simplificando mucho  podría decirse que la complementariedad supone la existencia de una diferencia,  la posibilidad de una relación, y la potencialidad de que tal relación sea lo  que los economistas llaman una «winwin situation». En el ámbito de las  relaciones de intercambio, en efecto, los economistas distinguen tres tipos  principales: en la «win-win situation» ambos protagonistas obtienen una  ganancia. Por ejemplo, si unas personas que se presumen doctas en derecho  canónico tienen interés en enseñarlo en una Facultad, y otras manifiestan su  interés en aprenderlo, nos encontramos en una situación en la que ambas partes  ganan. En cambio, cuando existe un mercado relativamente limitado para un mismo  tipo de productos, el auge significativo de uno de ellos supone casi siempre  una pérdida —al menos potencial— para el otro o los otros: si Coca-Cola,  Carrefour o Ferrari aumentan espectacularmente sus ventas, parece claro que  Pepsi-Cola, algunas grandes superficies y algunas marcas de automóviles  deportivos tendrán menos clientes potenciales y por tanto más dificultades: se  trataría de una «win-lose situation». La tercera posibilidad sería aquella en  la que ambas partes salen perdiendo: por ejemplo, cuando se produce un  encontronazo entre dos jugadores de equipos diversos, y como consecuencia los  dos resultan lesionados. 
                                     
                                      Aplicado  al caso de la heterosexualidad significa que la diferencia entre la persona  femenina y masculina, tanto en la relación personal como en la configuración  social, supone un enriquecimiento potencial para cada uno y para el conjunto de  la sociedad: y precisamente lo supone porque no se trata de dos sumandos  aislados, sino de dos versiones de la dimensión sexuada de la persona. De este  modo, complementariedad significa también «interacción» o, mejor,  «interrelación» beneficiosa de los sujetos. 
                                      El  tercer punto consiste en la atracción espontánea que esta diferencia complementaria  ejerce en la mujer y en el varón. Tradicionalmente se ha denominado inclinación  natural y no se agota en el componente físico o afectivo, aunque se apoya en  ellos. 
                                      El  cuarto presupuesto viene a desarrollar y completar el tercero: se trata de la  posibilidad —existente en la persona humana, mujer y varón— de un amor hacia el  otro concreto, no sólo en cuanto «esta persona», sino precisamente en cuanto  complementaria, en su diferenciación particular de mujer o de varón. 
                                     
                                      El  último punto constata la relación existente entre la diferenciación de mujer y  varón y la posibilidad de constituirse en origen común de otras personas  humanas. No estamos hablando de abstracciones o de hipótesis: estamos  describiendo datos —hechos— con relevancia antropológica que nos vienen dados  porque surgen de la realidad del ser humano y de su carácter personal. 
                                      Pues  bien, existe un tipo de unión que está enraizada —y delimitada— por estos cinco  presupuestos. La relación matrimonial es el modo humano de relacionarse al que  se orientan estos presupuestos y el que permite el mejor proceso de  perfeccionamiento de la persona justamente a través de ellos. La conyugalidad  —el vínculo conyugal— es la expresión natural que pone en acto las  potencialidades que ofrecen estos presupuestos en un sujeto personal sexuado. 
                                      De  ahí que los fines de la unión matrimonial consistan en el bien de los propios  cónyuges y en la generación y educación de los hijos. Son consecuencia directa  de los elementos señalados, así como las propiedades esenciales constituyen exigencias  de la propia esencia en su despliegue para ser puesta en acto a través de la  vida conyugal. 
                                      Pero  nos corresponde ahora hablar del género y la cultura. 
                                    II. ¿El género o  los géneros? ¿Existe un concepto unívoco? 
                                      El  lenguaje forma parte imprescindible en la realidad cultural del ser humano.  Sólo éste, entre los seres materiales, tiene la posibilidad de comunicarse de  un modo tan altamente especializado. Pero el lenguaje del hombre no es  simplemente un medio o una técnica de comunicación, sino que además se muestra  apto para expresar la profundidad y riqueza del ser humano y de la relación  intersubjetiva. No se trata simplemente de que los humanos podamos comunicarnos  mejor que los animales, sino de que podemos comunicarnos en cuanto seres  humanos, en cuanto personas, mostrando así la emergencia del espíritu sobre la  materia. Por esta razón, el lenguaje humano no consiste sólo en una transmisión  de contenidos de carácter informativo, sino que también hace posible una  interacción singular entre las personas y en el ámbito colectivo. 
                                     
                                      Sin  embargo, como realidad cultural e histórica, como producto de la creación  humana, existe en él un amplio margen de convencionalidad, que lo mantiene  abierto al cambio. El lenguaje es una realidad viva y está enraizado en los  usos y costumbres de cada sociedad en cada momento histórico. De ahí que un  mismo término, o una expresión, puedan pasar de significar una realidad  determinada a significar otra distinta. Cuando el cambio social es más rápido e  innovador, el lenguaje aumenta también su velocidad de cambio. Esta realidad se  puede observar paradigmáticamente en el argot o habla propia y no formalizada de  algunos colectivos: en los deportes o en el lenguaje de los jóvenes, hoy es  necesario muchas veces conocer una terminología específica. Los padres —por no  decir los abuelos— pueden no entender a sus hijos adolescentes cuando éstos  emplean términos nuevos —o con sentido nuevo— para designar determinadas  realidades. Pero también las ciencias tienen su terminología particular —aunque  más fija— y las nuevas tecnologías. Un chico de doce años puede explicar a sus  padres las instrucciones acerca del uso del teléfono móvil, del ordenador, o de  un MP3. 
                                     
                                      El  término género procede originalmente, como sabemos, del ámbito de la lingüística.  Pero a mitad de los años cincuenta empieza a utilizarse en psicología y  psiquiatría para referirse a la dimensión cultural de las diferencias de los  sexos y sus expresiones en la sociedad. De estas ciencias, el término pasa a la  antropología, a la sociología y a la historia. Se percibe como el «conjunto  cultural» construido por cada sociedad referido a los roles y tipos propios de  la mujer y del varón (3). 
                                      A  partir del subrayado de la importancia de la cultura en la atribución de roles  y funciones sociales, comienza a existir la posibilidad de afirmar que toda la  diferencia en el trato de los sexos es cultural; e incluso se puede llegar a  afirmar que sólo la cultura, en lo que tiene de arbitraria y de convencional,  ha construido el propio dimorfismo sexual del ser humano. 
                                      Como  es obvio, el término género —«gender»— adquiere así un contenido semántico tan  amplio que se hace necesariamente confuso, porque la perspectiva antropológica  desde la que se use el término puede llevar a significar contenidos esencialmente  contrapuestos. Esto es lo que ha ocurrido en las últimas décadas, y especialmente  desde los años noventa (4) 
                                     
                                      Nadie  niega que el dimorfismo sexual del ser humano dé lugar a diferencias relevantes  en el terreno social. En este sentido, los «estudios de género» o la  perspectiva de género suponen un aspecto particular susceptible de ser empleado  casi desde cualquier disciplina científica, tanto de las ciencias empíricas  como de las ciencias sociales o de las humanísticas. Si se tiene en cuenta el  «boom» de los sensores sociales sobre la discriminación sexual que ha tenido  lugar principalmente en la sociedad occidental llamada postmoderna, no es de  extrañar que muchos estudiosos se hayan aplicado a analizar las diferencias a  las que ha dado lugar la diversidad sexual del ser humano. Así, se puede  estudiar desde el desorden de la identidad de género (en la psiquiatría), hasta  las formas de propiedad de los distintos tipos de mujeres que existían en  Egipto en la época de Ramsés III. En estos casos se parte de la realidad del  dimorfismo humano y se tratan justamente las diferencias a que da lugar (5) 
                                     
                                      Muy  distinto resulta, sin embargo, utilizar el término género para sustituir al  término sexo, no como equivalente, sino con el presupuesto de que el sexo —como  algo biológico, ofrecido por la naturaleza, que viene dado— es una realidad  irrelevante en sí misma, y las diferencias surgen exclusivamente de  condicionamientos socio-culturales. 
                                      Cuando  se habla de género en este preciso sentido, se está incluyendo —al menos  implícitamente— una determinada concepción acerca de la naturaleza, de la  persona, de la libertad y de la cultura. A esta concepción se le llama  «ideología de género», o —en ocasiones, aunque es más confuso— «perspectiva de  género». 
                                      Como  hemos dicho, los dos usos del término son muy distintos. Y el auge de los  estudios que lo utilizan en el primer sentido hace que se consolide el uso;  pero a la vez la utilización del término en el segundo sentido se aprovecha de  esta consolidación —en sí misma inocua— para tratar de absorber su contenido.  De hecho, si buscamos en Internet las entradas correspondientes a «género» —en  castellano— nos encontramos con más de 30’000,000 frente a 160,000 sobre la «ideología  de género». En inglés la diferencia es mayor aún: 207’000,000 de entradas en  «gender» y sólo 82,100 en «gender ideology». Con todo, no debemos engañarnos  con estos números: en primer lugar, porque no pocos partidarios de la  «ideología de género» evitan utilizar esta calificación, precisamente para no  ser identificados con una opción concreta y dar la apariencia de neutralidad  científica. En segundo lugar, como consecuencia de lo anterior, porque puede  existir un número indeterminado de textos que se encuentran bajo el término «género»  o «gender» y sin embargo lo entienden en el sentido de «ideología de género». 
                                      Por  tanto la cuestión no es si el término género, en sí mismo, es «bueno» o «malo»,  sino —de una parte— la diversidad de contenidos semánticos que puede  comprender, y —de otra parte— la realidad de la manipulación del término que ha  tenido lugar con frecuencia, especialmente en el ámbito de las relaciones  internacionales. 
                                     
                                      En  efecto, de modo muy especial en la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer en  Beijing (en 1995), algunos grupos de esta ideología trabajaron activamente para  introducir el término «gender»: por ejemplo, en el borrador aparecía 155 veces,  y 40 de ellas se entendía desde la perspectiva de la ideología de género.  Lógicamente a estos grupos les interesaba que en las traducciones apareciera el  término «género», y nunca el de sexo. Ante las protestas suscitadas y la  petición de aclaraciones, la respuesta del grupo de contacto fue expresamente  ambigua: «La palabra género tal y como se emplea en la Plataforma de Acción de  la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer debe interpretarse y comprenderse  igual que en su uso ordinario y generalmente aceptado» (6). 
                                    III. El género y  la «Ideología de género» 
                                      Es  verdad que el ser varón y mujer, además de constituir una realidad ontológica  del ser humano se manifiesta y expresa según roles y patrones culturales  dependientes de cada sociedad. En cambio, no es cierto que en el dimorfismo  sexual sólo existan razones culturales, y menos que sean todas ellas  coyunturales, convencionales y arbitrarias (7). 
                                     
                                      Para  la ideología de género, sin embargo, no existe ninguna relación entre sexo y  género. Incluso llega a negarse que el sexo corresponda a lo biológico y el  género a lo cultural. No se trata de una reivindicación feminista que exige más  igualdad entre mujer y varón en las relaciones sociales, económicas, laborales,  etc. Tampoco se reclama una valoración más adecuada de la mujer y de la  realidad femenina. Lo que se afirma es que existe una independencia absoluta  entre sexo y género, y éste depende exclusivamente de la conducta y del deseo,  es decir, de la voluntad de cada persona en cada momento (8). En 1995 una  conocida feminista de Estados Unidos, Bella Abzug, lo expresaba con estas  palabras: «No se nos forzará a volver al concepto de "biología = destino"  que busca definir, confinar y reducir a las mujeres a sus características  sexuales físicas. El sentido de la palabra "género" ha evolucionado y  se distingue del término sexo para expresar que los roles y las posiciones  sociales de los hombres y de las mujeres están definidos por la sociedad y, en  consecuencia, están sometidos a cambio» (9). 
                                     
                                      Las  consecuencias son múltiples y serias: por ejemplo, dejarían de existir los  sexos y cada persona podría asumir en cualquier momento el género que le  pareciera mejor: heterosexual u homosexual, femenino o masculino, bisexual o  transexual. Por otro lado, la procreación, entendida como mera reproducción de  individuos, quedaría igualmente sometida a la voluntad de los sujetos, y  desconectada de la paternidad o maternidad. En consecuencia, el matrimonio, la  familia y la misma relación de parentesco se difuminan y desaparece. 
                                    IV. La cultura  que engendró al género 
                                      Asomémonos  ahora, siquiera brevemente, a las causas culturales que han propiciado esta  situación. ¿Cómo ha sido posible que el pensamiento humano haya llegado a  enfrentarse de tal modo con la verdad de la naturaleza? Los efectos  anteriormente señalados son ciertamente graves. Sin embargo, tal vez lo más  grave sea el fundamento del razonamiento errado, que se apoya en la negación de  toda realidad metafísica, de cualquier realidad previa a la propia voluntad  personal. 
                                     
                                      Si  desde el punto de vista del objeto se niega el realismo filosófico, entonces lo  único que queda es, obviamente, el sujeto. Así se asume la concepción del  individualismo liberal que da pie al relativismo subjetivo. La libertad  personal es omnímoda; la verdad en sí no existe, o bien nadie puede conocerla  con certeza; por tanto, nadie puede defender algo como verdad objetiva o  valorar de modo distinto cualquier clase de opción que alguien pueda tomar. 
                                     
                                      Desde  el punto de vista de los precedentes intelectuales hay que señalar varias vías.  Por un lado las teorías psicoanalíticas de S. Freud han sustentado buena parte  del feminismo de género, así como el estructuralismo de J. Lacan o,  posteriormente, de J. Derrida. Por otro lado W. Reich (10) o H. Marcuse (11),  siguiendo a Marx y Engels, plantean la relación entre sexos como primer ámbito  de la opresión existente en la sociedad y por tanto de la lucha de clases. En  el campo de la antropología (sociológica) probablemente los antecedentes más  inmediatos son M. Mead y M. Foucault. 
                                      Desde  el punto de vista médico, la aplicación del término género, identidad de género  y rol de género se deben a R. Stoller y J. Money. Este último, durante 50 años  —de 1955 hasta su muerte, en 2006— se dedicó a tratar de demostrar que la  sexualidad se construye psicológicamente a partir de la educación y las  experiencias posteriores al nacimiento del ser humano, que tendría lugar en un  contexto no diferenciado. Para él, todo comportamiento sexual, incluso los más  aberrantes, no serían más que preferencias estadísticamente minoritarias (12).  A pesar de las críticas que recibió de sus colegas científicos y del cierre de  la Gender Identity Clinic que había logrado establecer en la John Hopkins University,  a pesar también de un estrepitoso fracaso en el experimento «estrella» sobre la  educación de un gemelo univitelino como mujer, en contra de su sexo biológico,  buena parte de los movimientos feministas y de homosexuales toman los estudios  de Money como referencia de validez probada. 
                                     
                                      Desde  el punto de vista del feminismo radical, hay que señalar el precedente de  Simone de Beauvoir, que escribe la famosa frase: «Una no nace mujer: se  convierte en mujer» (13). Pero fue a partir de finales de los años sesenta  cuando comenzó a radicalizarse hasta el extremo algún sector del movimiento  feminista. En 1970 escribe Shulamith Firestone: «La eliminación de las clases  sexuales requiere una revolución de la clase inferior y el dominio sobre el  control de la función reproductiva (...) Es más, el principio último de la  revolución social era la eliminación no sólo de los privilegios masculinos  —como fue el caso del primer movimiento feminista—, sino de la misma distinción  entre sexos; así las diferencias genitales entre los seres humanos no tendrían  más importancia que la cultural» (14) 
                                     
                                      Para  este grupo más radical, la opresión de la mujer por el varón —y por los  esquemas y roles sociales— se asienta sobre su maternidad, en la doble dimensión  de engendrar y educar a los hijos. La aceptación del sexo como una realidad  objetiva vendría a constituir la primera alienación de la persona (en especial,  de la mujer). Y la liberación de ese yugo pasaría por la emancipación de la  tarea reproductora y sus consecuencias. De ahí las propuestas de fomentar la  contracepción, el aborto y cualquier técnica que permita dominar el proceso  reproductivo. De ahí también la atribución al Estado de la tarea de  reproducción y educación de los ciudadanos. Ahora bien, si la mujer renuncia y  re-niega de su ser femenino, ¿qué queda? La respuesta no puede ser más que una:  con palabras de Jagger: «El fin de la familia biológica pondrá fin también a la  sexual (...) La humanidad podrá encontrar por fin su sexualidad pervertida, natural  y polimórfica» (15) 
                                     
                                      Así  pues, desde este punto de vista, «lo "natural" no es necesariamente un  valor "humano". La humanidad ha comenzado a dejar atrás a la  naturaleza y ya no podemos justificar un sistema discriminatorio de clases  sexuales fundado estrictamente sobre los orígenes naturales» (16) 
                                    V. La cultura  que el género ha generado 
                                      l  feminismo ha transitado, por tanto, de reivindicar la igualdad de trato y de  oportunidades respecto al varón, a postular la deconstrucción del sexo, y  consiguientemente de la feminidad y masculinidad, del matrimonio, de la familia  y del parentesco. Si no existe el sexo como realidad objetiva, lo que resta son  las múltiples conductas posibles, como expresión de una voluntad autónoma que  no debe tener en cuenta nada más allá de su deseo: ni la edad, ni el sexo, ni  el número de personas. «Si muchos piensan que el hombre y la mujer son el  resultado de un diseño genético, el género es la invención del pensamiento y de  la cultura humana, una fabricación social que crea la verdadera naturaleza de  cada individuo» (17). 
                                     
                                      La  misma línea sigue J. Butler, al afirmar que «Cuando se teoriza la construcción  del género como radicalmente independiente del sexo, el mismo género se  convierte en un artificio flotante, sin anclaje alguno, con la consecuencia de  que hombre y masculino puede significar un cuerpo femenino exactamente igual  que un cuerpo masculino, y mujer y femenino pueden significar un cuerpo  masculino igual que un cuerpo femenino» (18). Esta profesora de retórica y  literatura comparada en la Universidad de California ha sido una de las  propulsoras de la «teoría queer», apoyada sobre todo en Lacan, que acusa a la  sociedad de haber adoptado unas normas de comportamiento regidas desde el  imperialismo heterosexual del varón. Para esta teoría no existe una identidad  normal y otra que no lo sea, sino que cualquier identidad es en sí misma  «anómala». El feminismo como tal, igual que los movimientos gays y lesbianas de  carácter puramente reivindicativo, ya han quedado atrás para esta teoría. 
                                     
                                      Ciertamente  resultan curiosas unas fuentes de ideas tan variadas y —en el fondo— incluso  contradictorias. Si es verdad que el marxismo les proporciona la base  materialista y dialéctica para su modelo, resulta difícil en cambio conciliarlo  con la autonomía del individuo y una auténtica libertad. Es también llamativa  la diversidad de ideas y la graduación progresiva de unas u otras, en función  de las personas o de los movimientos. Y es un tercer factor de inestabilidad el  riesgo de quiebra entre los intelectuales de las universidades y las bases. Por  otra parte, a partir de una concepción de la sexualidad humana acaban  construyendo todo un modelo de persona y sociedad que exige perentoriamente la  destrucción previa de la cultura y la realidad social de hoy. Quizá en realidad  no empiezan por analizar la sexualidad y acaban con el análisis de toda la  realidad, sino que en el fondo al empezar el análisis del dimorfismo sexual ya  está in núcleo, como presupuesto, lo que al final se ofrecerá como conclusiones. 
                                      En  todo caso, el riesgo más temible consiste en que se trata de una teoría  globalizadora, omnicomprensiva y altamente dogmática e incapaz de diálogo: por  su propia naturaleza trata de imponer como verdad única su propia ideología y  no puede tolerar la divergencia de pensamientos o la disidencia de conductas. 
                                    VI. ¿Existen  fisuras en la ideología de género? 
                                      A  corto plazo, probablemente es imprevisible el derrotero y el alcance real que  pueda tener esta ideología. Pienso, sin embargo que, a medio plazo, los  elementos de riesgo que presenta se convertirán en sus peores enemigos y  comenzarán a actuar en su contra desde dentro del sistema. Desde este punto de  vista me gustaría señalar brevemente los puntos que me parecen más débiles: 
                                     
                                      1)  En la práctica, la exigencia de un agnosticismo o ateísmo militante supone una  limitación relevante: no es fácil mantenerlo de forma duradera y general, ya  que lesiona una aspiración universal de la persona humana. 
                                      2)  El fundamento del relativismo carece de consistencia racional y ética, porque  se apoya en la contradicción de negar la validez de cualquier creencia o  convicción, salvo la propia. 
                                      3)  El carácter circunstancial de la ideología marxista lleva consigo fecha de  caducidad. Por una parte, se apoya en las circunstancias históricas, que en  realidad son variables y dependen del momento social y de su evolución. Por  otra, parece difícil sostener unos principios marxistas para analizar una parte  de la realidad sin llevar el materialismo histórico en que se sustenta basta  sus últimas conclusiones en el ámbito social y político. Además, no ha existido  hasta ahora una forma seria de marxismo que coexista con una sociedad libre y  un Estado de Derecho. 
                                      4)  El condicionamiento negativo y excluyente de las formulaciones hace difícil  evitar permanentemente un pensamiento de oposición y disidencia. Al final, todo  intento de dogmatismo ideológico acaba sembrando semillas de libertad  intelectual. 
                                      5)  La dimensión totalizante de una concepción monolítica sobre la persona y la  sociedad, tiende necesariamente a una uniformización universal, a la  conformación de un pensamiento único y de una imposición de usos, costumbres y  valores en la vida personal y social. Es obvio la falta de respeto a la diversidad  singular de la persona y a la pluralidad legítima de los agentes sociales  colectivos (familias, pueblos, culturas...). 
                                    VII ¿Cabe una  reacción positiva, desde la ciencia y desde la sociedad? 
                                      Con  todo, no sería cabal esperar pasivamente que la invasión ideológica se  impusiera sin resistencia y se mantuviera vigente hasta caer víctima de la  podredumbre de sus raíces. Por eso me permito, finalmente, apuntar algunas  líneas —entre muchas posibles— de especial interés para actuar en el ámbito de  la cultura y de la sociedad: 
                                      1)  Desde la Medicina y las Ciencias de la salud, convendría alentar los estudios  rigurosos acerca de las diferencias entre la mujer y el varón, de modo que  puedan resaltar aún más su carácter natural y originario. 
                                      2)  Desde la Filosofía y la Antropología, sería interesante profundizar en la  noción de complementariedad (o reciprocidad asimétrica, en términos preferidos  por A. Scola (19)) y la riqueza que ofrece en el nivel personal y en el  colectivo. 
                                      3)  Desde la Sociología y la Historia, los estudios pueden mostrar, con la fuerza  de los hechos, la continuidad y permanencia de las líneas esenciales de  encuentro entre libertad, sexo, naturaleza, cultura, sociedad y fe (20). 
                                      4)  El Derecho debería recuperar su tradicional fuerza renovando las raíces del  realismo jurídico, volviendo a la noción básica de «lo justo» como «lo debido»,  sobre la base de lo que alguien es. Urge ofrecer las bases de un Derecho de  Familia original y nuevo, aunque la situación actual en algunos lugares no  permita todavía la operatividad de las nuevas propuestas. 
                                      5)  La Pedagogía y las Ciencias de la Educación deberán continuar analizando los  beneficios potenciales de una educación diferenciada, tanto en la familia como  en la escuela (21). 
                                      6)  Los medios de comunicación y las nuevas tecnologías necesitarán expertos  creativos que puedan contrarrestar las campañas de imagen, y presentar de modo  actual, convincente y atractivo los resultados de las investigaciones  desarrolladas desde las formalidades científicas indicadas. 
                                      Pero,  sobre todo, quizá el elemento más importante será el hecho de contar con la  fuerza de «lo normal». A lo largo de estas líneas hemos presentado dos modelos  de pensamiento. La confrontación ideológica es, sin duda, cultural: en este  ámbito, son relevantes las ideas, los medios de difusión, la educación, la  opinión pública. Probablemente no ha existido nunca una situación en la que  coexistan dos ideas, dos paradigmas, y dos formas de comportamiento tan  radicalmente opuestas, a propósito de la existencia de varón, mujer y familia.  Hemos sugerido algunos medios posibles de actuación desde el ámbito académico y  de investigación. Pero tal vez, más allá de la cultura oficial, la batalla se  libre principalmente en las conductas de las personas concretas y en la coherencia  de sus vidas. 
                                     
                                      En  este sentido, la existencia de familias corrientes, el ejemplo de vidas vividas  con normalidad puede ser el camino principal de regreso a la verdad para una  cultura que —pronto o tarde— tendrá que enfrentarse con la tozudez de los  hechos. De ahí la importancia de la acción social y política de las familias  singulares y de los colectivos y movimientos familiares. Una familia fuerte,  con una acción social serena y continuada, probablemente puede constituir el  mejor catalizador para la aceptación sucesiva y cada vez más generalizada de un  auténtico modelo de familia. 
                                      Por  esta razón, sin tratarse de un tema confesional, a nadie se nos oculta el papel  trascendental que puede desempeñar la familia cristiana si le facilitamos los  medios para mantener una buena formación humana y cristiana y un afán  apostólico y misionero sanamente laical, sereno y dialogante, optimista y  audaz, generoso siempre. ¡Dios no se olvida de sus hijas y de sus hijos! ¡La  Familia de Nazareth continúa ofreciendo su intercesión e iluminando con su  ejemplo! De esta crisis del pensamiento, pero también de las conductas, puede  surgir, sin duda, una comprensión mayor y más profunda de la realidad y de la  vocación conyugal y familiar, y una renovación poderosa de su conciencia acerca  del papel trascendental que le corresponde siempre —no sólo en circunstancias  extraordinarias— en el ámbito eclesial y en la sociedad civil. 
                                      Termino  ya. Pienso haber cumplido básicamente las obligaciones esenciales que acepté  cuando fui invitado a preparar esta ponencia. Sólo me resta esperar su  benevolencia a la hora de evaluar la capacidad de que entonces disponía para  asumir aquel compromiso que sólo ahora puede juzgarse. ¡Muchas gracias! 
                                    ____________ 
                                    1.  Desde una perspectiva de género, cfr. M. Gatens, Feminism and Philosophy.  Perspectives on difference and equality, Bloomington and Indianapolis 1991,  donde se presentan algunas líneas del debate de los años 80'. 
                                      2.  Cfr. N. López Moratalla, Cerebro de mujer y cerebro de varón, Madrid 2007; especialmente  el cap. 2, pp. 49-92. 
                                      3.  Cfr. J. Burggraf, Qué quiere decir género? Un nuevo modo de hablar, San José,  Costa 
                                      Rica,  2001. 
                                      4.  Puede verse un breve pero interesante resumen de lo ocurrido en Beijing, en J.  M. Casas Torres, La Cuarta Conferencia Mundial sobre la mujer, Madrid 1998. 
                                      5.  No ha dejado, sin embargo, de señalarse lo que podría llamarse «exceso de celo  de género»; por ejemplo, el Prof. Navas cuenta que el Ministerio de Medio  Ambiente del gobierno regional de Renania-Westfalia encargó un estudio sobre la  didáctica del bosque desde la perspectiva del género, asignándole un  presupuesto de 35.000 euros. 
                                      6.  A. M. Vega Gutiérrez, Políticas familiares en un mundo globalizado. Pamplona  2002, pp. 70-71. 
                                      7.  Esto no significa que la dimensión sexuada de la naturaleza humana sea algo  inmóvil, estático y abstracto a lo que se superponen distintas capas o  «vestidos» culturales: «la sexualidad humana es necesariamente humana, esto es,  conformada culturalmente» (J. Arreguih, Marín-G. Rodríguez-Lluesma, «La  construcción del género y del sexo», en Estudios sobre la sexualidad en el  pensamiento contemporáneo, Pamplona 2002, p. 110). 
                                      8. Gfr. J.  Butler, Gender trouble. Feminism and the subversion of identity. New York- 
                                      London  1990, pp. 6-24. 
                                      9.  Tomado de D. O'leary, «Gender», La dèconstruction de la femme. Documento  difundido en la IV Gonferencia Mundial de la Mujer, Beijing 1995, p. 7, cit.  por A. M. Vega Gutiérrez, Políticas familiares en un mundo globalizado.  Pamplona 2002, nota 195. 
                                      10.  Vid., por ejemplo. La revolución sexual, 1945. 
                                      11.  Eros y civilización, 1955. 
                                      12.  Cfr. A. Navas, «Ideología de género y opinión pública: una hipótesis», en  http:// 
                                      eticaarguments.blogspot.com/ZOOS/OZ. 
                                      13. «On ne naît  pas femme: on le deviene» (Le deuxième sexe [II], 1955). 
                                      14. The  Dialectics of Sex, New York 1970, p. 12. 
                                      15. A. Jagger,  «Political Philosophies of Women's Liberation», en Feminism and Philosophy, Totowa  New Jetsey 1977, p. 13 (cit por A. Vega Gutiérrez, o.e., nota 208). 
                                      16. S.  Firestone, The Dialectics of Sex, New York 1970, p. 10. 
                                      17. L. Gilber-P.  Webster, The Dangers of Feminity, Gender Differences: Sodobgy or Biology?, p.  41. «En  teoría se puede llegar a seis "géneros sexuales": masculino,  femenino, gay, lesbiana, bisexual, transexual. En la práctica no es así, ya que  se trata de variaciones sobre el mismo tema. Los géneros añadidos al código  hombre/mujer indican preferencias sexuales, en las relaciones afectivas, pero  no se añaden al código simbólico fundamental masculino/ femenino (...) No  podrían existir variaciones si no existiese la dualidad de base como mainframe,  como código simbólico o marco de referencia basilar» (P. Donati, Manual de  sociología de la Familia, Pamplona 2003, pp. 127-128). 
                                      18. J. Butler,  Gender trouble. Feminism and the subversion of identity. New York-London 1990,  p. 6 (la traducción es nuestra). En una entrevista reciente, afirmaba: «la  biología es importante, pero el género se construye de diferentes maneras en  diferentes culturas, y lo que es más interesante es que cada una de estas  construcciones se piensa a sí misma como natural. Hoy sabemos que no hay un  único patrón con respecto a lo que significa ser hombre o ser mujer»  (Entrevista de Inma Sanchís, publicada en http://pripublikarrak.net/blog, 7.1.2008). 
                                      19.  Cfr. A. Scola, «Diferencia sexual y procreación», en AA.VV., ¿Qué es la vida?, Coord.  A. Scola, Encuentro, Madrid 1999, especialmente pp. 127-130. 
                                      20.  «Se podría decir: la familia no tiene, sino que es diferencia sexual, que es  vivida, construida y continuamente regenerada como fuente de la identidad  personal y relacional, que se proyecta en la sociedad y desde ésta recibe  estímulos, bajo la forma de vínculos y censuras, para el cambio» (P. Donati,  Manual de Sociología de la Familia, Pamplona 2003, pp. 136). 
                                      21.  Resulta extraordinariamente actual el análisis de la situación y las  sugerencias y propuestas de P. J. Viladrlch en La familia. Documento 40' ONG's,  Madrid 1994; cfr. Especialmente el apartado «Una nueva política para la  familia», pp. 81-90. 
                                    *Texto  de la conferencia del autor con motivo de la Jomada Académica en honor del  profesor Eloy Tejero, organizada por la Facultad de Derecho Canónico de la  Universidad de Navarra. Los cambios añadidos al texto original han sido  mínimos. 
                                    Ius  Canonicum, XLVIII, N. 96, 2008, págs. 415-431 
                                      
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