  
                                    El término género se ha instalado en el  discurso antropológico, social, político y legal contemporáneo. Se ha integrado  en el lenguaje académico, en las normas jurídicas y, fundamentalmente, desde  1995, en muchos documentos y programas de Naciones Unidas (1). Se trata de un  vocablo polisémico que, desde antiguo, ha designado la diferencia biológica de  los sexos. Asimismo, ha sido empleado en lógica, en filosofía y en lingüística  (distinguía palabras masculinas, femeninas o neutras). También se ha utilizado  para referirse a la humanidad (género humano) o, en general, para apelar a una  categoría conceptual que agrupa individuos o cosas con similares  características relevantes. A partir de los años sesenta del siglo pasado fue  usado, con resultados positivos, en la lucha contra la discriminación de la  mujer. 
                                     En este ámbito resultó muy útil para explicar que, en los distintos roles  femenino y masculino, existen algunos elementos propios de la realidad  biológica humana y otros construidos histórica y socialmente. En esta línea,  con la expresión género se quiso significar que el ser humano supera la  biología, en el sentido de que, en la conformación y el desarrollo de la identidad  sexual, poseen, asimismo, mucha importancia la educación, la cultura y la  libertad. Estos factores influyen, a su vez, en el rol sexual que asume una  persona en su desenvolvimiento social. Dicho rol se manifestará, por ello, en  actitudes, patrones de comportamiento y atributos de personalidad mediados,  principalmente, por el contexto histórico-cultural en el que el individuo se  desarrolla. 
                                     
                                      Considerados de  este modo, el sexo y el género serían dos dimensiones que confluyen en una  misma realidad: la identidad sexual del ser humano. Un aspecto es natural o  biológico —el sexo—, y remite al dato empírico —“dado” o “recibido”—, de la  dualidad biológica varón/mujer. El otro es cultural —el género— (2), y conduce  a la representación psicológica-simbólica, a la construcción histórica y  antropológico-cultural —con los condicionamientos sociales y culturales que  ello conlleva— de la identidad masculina y femenina. En cualquier caso,  interesa hacer notar que, en esta línea argumental, ambas perspectivas no se  presentan como antagónicas, sino como complementarias. Se trata, por ello, de  dimensiones que, en un desarrollo equilibrado de la persona, están llamadas a  integrarse armónicamente. 
                                     
                                      Sin embargo,  desde hace algunos años, el término género ha evolucionado, en su uso antropológico,  hacia posiciones mucho más radicales y ambiguas. Ello se advierte, de una  manera muy clara, en las teorías de género elaboradas en algunos de los  programas de Women Studies, especialmente en el ámbito anglosajón. Como se  ha indicado, la palabra género presuponía, inicialmente, la base biológica de  la diferencia sexuada. Por el contrario, dichos estudios han tendido a  suplantar dicha biología, hasta llegar a ignorarla o abolirla. Llegamos así a  la denominada teoría posfeminista de género o “ideología de género” (3). Su  característica más importante será la disociación radical entre las categorías  de sexo (biología) y género (cultura, libertad). Desde esta perspectiva, el  género se caracteriza, fundamentalmente, por su radical autonomía con respecto  al dato biológico, por su elaboración al margen de todo presupuesto empírico o  natural (4). Se sostiene así que cualquier diferencia entre varón y mujer  responde, íntegramente, al proceso de socialización e inculturación. En esta  línea, y en general, muchas propuestas del posfeminismo de género parten de la  defensa de la absoluta irrelevancia del sexo biológico en los ámbitos  personal, social e, incluso, jurídico. Por el contrario, exaltan la categoría  del género, considerado como un dato convencionalmente elaborado y, en  cualquier caso, dependiente de la autonomía individual. 
                                     En consecuencia, en este  segundo contexto, sexo y género ya no son dimensiones complementarias, sino  antagónicas. Encontramos, de este modo, un enfrentamiento entre naturaleza —entendida  en sentido biológico u ontológico—, y cultura; o, más bien, una aniquilación de  la primera en beneficio de la segunda. En definitiva, el género, entendido en  este segundo sentido, tiende a anular al sexo en todos los ámbitos de la vida  personal y social (5). 
                                     
                                      Ciertamente, si  consideramos que el único factor determinante de la identidad sexual humana es  la biología, caemos en un determinismo ciego a la realidad. Esta visión se ha  utilizado, históricamente, para imponer injustas discriminaciones a la mujer.  Evidentemente, la biología no puede marcar un “destino ciego” o un rol social  inamovible, ni para varones ni para mujeres. Por el contrario, la cultura y la  libertad poseen un importante papel en la configuración de los roles femenino y  masculino en la sociedad. Sin embargo, el posfeminismo de género se sitúa en el  extremo opuesto del biologicismo, radicalizando el componente cultural y la autonomía  de la voluntad, considerándolos, en definitiva, como los únicos factores constitutivos  de la identidad sexual. Por ello, como veremos más adelante, si el modelo biologicista  o patriarcal (que defiende una subordinación “natural” de la mujer al varón) es  justamente denigrado por esencialista o naturalista, el posfeminismo de género  puede ser tachado también de reduccionista o “culturalista”, en cuanto que  ignora que el ser humano es también su cuerpo, su realidad biológica. 
                                     
                                      En las últimas  décadas las posiciones se han llevado hasta el extremo, en un intento por  anular cualquier presupuesto objetivo en la identidad sexual humana.  Actualmente, dichas líneas argumentales defienden, incluso, la absoluta  irrelevancia e indiferencia, no solo del sexo biológico, sino también del  género, sosteniendo una noción de identidad sexual “deconstruible” y “reconstruible”  social e individualmente. Por esta vía se llega a la denominada queer theory  (6), cuyas representantes más destacadas son Judith Butler (7), Jane Flax (8)  o Donna Haraway (9). 
                                     
                                      El objetivo del presente  trabajo es mostrar que existen varios modelos de relación sexo-género que se  han sucedido a lo largo de la historia, y que coexisten en la actualidad. En  consecuencia, la acepción posmoderna de género, surgida en el seno del modelo igualitarista  —y que posteriormente se desarrolló y enriqueció con variadas aportaciones—, no  sería la única, ni la primera acepción de este término. 
                                      Frente a dicha  concepción se propone como alternativa el modelo de la complementariedad y  corresponsabilidad varón-mujer. Dicho modelo pretende hacer compatibles las  categorías de la igualdad y la diferencia entre varón y mujer, sin que ninguna  de ellas lesione a la otra. Por ello, en este contexto se puede justificar una noción  de género en la que se intenten integrar armónicamente, en la identidad sexual  del ser humano, aspectos biológicos y culturales, sin oposición entre ellos. 
                                      
                                    1. Modelos de relación sexo-género 
                                    Para entender  mejor el contexto en el que se inserta el posfeminismo de género resulta muy  útil exponer, de manera tipográfica y esquemática, los modelos de conexión  entre sexo y género que se han sucedido a lo largo de la historia. La relación entre  estas dos categorías nos permite distinguir, al menos, tres modelos de relación  varón-mujer: el modelo de la subordinación, el igualitarista y el de la reciprocidad  y corresponsabilidad (10). 
                                     
                                      El primer  modelo, el de la subordinación, se caracteriza por la desigualdad social y  jurídica entre varón y mujer. Se entiende que el sexo biológico determina el género,  es decir, las funciones o los roles que la persona debe desempeñar en la sociedad.  Por otro lado, esta se presenta dividida en dos espacios: el público y el privado,  teniendo primacía el primero sobre el segundo. La actividad de la mujer se  limita al espacio privado, fundamentalmente a la crianza de los hijos y a las labores  domésticas. Al varón le corresponde la actividad pública: la política, la economía,  la cultura, la guerra, etc. 
                                    De esta manera,  se conforman los estereotipos clásicos en los que el espacio social se asigna,  directamente, por el hecho de ser varón o mujer, atribuyendo a la biología la  justificación para el desempeño de unas funciones determinadas dentro de la  sociedad. Se cae así en un reduccionismo biologicista, base del denominado sistema  patriarcal. Estos estereotipos rigieron, en general, las relaciones entre los  sexos durante toda la Edad Antigua, serán menos rígidos en la Edad Media, y se tornarán  categóricos en la Modernidad (11). 
                                     
                                    El segundo  modelo, el igualitarista, ha contribuido a la superación de la discriminación de  la mujer a lo largo de la historia. Dicho modelo ha tenido consecuencias sociales  muy positivas, que han llegado hasta nuestros días: el logro del derecho al  voto, de una mayor igualdad en los ámbitos familiar, político, laboral,  jurídico, económico, etc. Su perenne valor radica, por ello, en la valiente  defensa de la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer. Sin embargo,  este modelo también cae en ciertos errores. El más fundamental es la negación  de cualquier diferencia entre varón y mujer, llegando a la pérdida de la  identidad de esta última. 
                                     
                                    Existe bastante  unanimidad en entender que los presupuestos básicos del modelo Igualitarista (12)  se encuentran en Simone de Beauvoir (1908-1986) (13). En su obra El Segundo  Sexo (1949) (14), Simone estableció las bases sobre las que posteriormente se  construiría una nueva forma de entender la identidad sexual humana (15).  Beauvoir enunció su conocida afirmación “La mujer no nace, se hace”  (16). Sin llegar, posiblemente, a imaginar las  consecuencias de sus palabras, Simone planteó un nuevo modo de concebir la  identidad sexual humana en el que, como se ha indicado, sexo y género llegarán  a entenderse como esferas independientes (17). Como veremos, en este contexto  se fraguó el posfeminismo de género o “ideología de género”. 
                                     
                                    Frente a esta  visión el tercer modelo, el de la reciprocidad, corresponsabilidad o complementariedad  varón-mujer, intenta hacer compatibles la igualdad y la diferencia entre ambos.  Por un lado, se parte de su igual condición de personas y, en consecuencia, de  su igual dignidad y derechos. Ambos, varón y mujer, participan de una misma  naturaleza y tienen una misión conjunta: la familia y la cultura. En  consecuencia, están llamados, de igual manera, a ser protagonistas de un  progreso equilibrado y justo que promueva la armonía y la felicidad (18). No  obstante, la igualdad en dignidad y derechos no es óbice para defender, al mismo  tiempo, la diferencia entre varón y mujer (genética, biológica, hormonal, incluso  psicológica, etc.). 
                                     
                                      Para no caer,  como hacen los anteriores modelos, en propuestas ideológicas o elaboradas 
                                      a priori, este modelo  intenta sentar sus raíces en la realidad de la existencia humana. Ello  requiere, inevitablemente, de un enfoque interdisciplinar. 
                                    2. El modelo igualitarista: del feminismo de la  igualdad a la “ideología de género” 
                                      Como se ha  indicado, en general, el modelo igualitarista sitúa su objetivo fundamental en  la abolición del sistema patriarcal y en la consecución de la igualdad entre  varón y mujer. Sin embargo, más allá de esta demanda de igualdad social y  jurídica, un determinado sector del feminismo, apoyado en Simone de Beauvoir, planteó  una nueva aspiración: la irrelevancia, a todos los efectos, de las diferencias biológicas  entre varón y mujer. De esta forma surgen los conceptos de igualdad de género y  posfeminismo de género. En esta línea Sommers, en su libro ¿Quién se robó  el feminismo? (19),  distinguió entre el feminismo de equidad y el feminismo de género. Como se  señaló, el primero persigue, fundamentalmente, la igualdad social y legal de  los sexos. Por su parte, el feminismo de género y su posterior evolución 
                                      hacia el  posfeminismo y teoría queer, presenta unos objetivos más amplios  aspirando a un cambio social y jurídico más profundo, a un nuevo y  revolucionario modelo de sociedad. 
                                      Lo que  actualmente podríamos denominar posfeminismo de género o “ideología de género”  es el resultado de complejas elaboraciones de carácter interdisciplinar, entre  las que se incluyen trabajos científicos (20), contribuciones provenientes de  la sociología, construcciones antropológicas, filosóficas, etc. Entre estas  últimas se podrían destacar las aportaciones del existencialismo de Sartre —en  cuya base hay una limitada concepción de la libertad—, el pansexualismo de la  izquierda freudiana, el marxismo, especialmente de Engels (21), el debate  naturaleza-cultura desarrollado en el seno de la antropología cultural —en cual  se apoya la disputa entre sexo-género—, el evolucionismo —en el que se inspira  la teoría del cyborg—, el deconstruccionismo de Derrida y  Foucault, el hedonismo, o la crítica a toda autoridad establecida, propia del  Mayo del 68. El posfeminismo de género ha evolucionado, en la actualidad, hacia  la ya mencionada queer theory. 
                                      El posfeminismo  de género tuvo su manifestación más clara, frente a la opinión pública, en las  Conferencias de El Cairo (1994) y de Pekín (1995).  
                                    A partir de las mismas, sus  presupuestos fueron influyendo profundamente en organismos internacionales como  la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Así, por ejemplo, aunque el  artículo 12 de la Declaración Universal de Derechos Humanos reconoce una noción  de familia como sociedad natural, fundada en el matrimonio entre un hombre y  una mujer, actualmente dicho organismo está promoviendo, a muy diversos  niveles, algunos principios del posfeminismo de género contrarios a esta visión.  Dicha perspectiva ha orientado también, de manera muy clara, la actuación de  algunas de sus instituciones, como la del Instituto Internacional para la Investigación  y Promoción de la Mujer (Instraw) o la del Comité de las Naciones Unidas para  la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer (Cedaw) (22). 
                                     
                                      El 2 de julio de  2010, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la creación de una  nueva entidad para la igualdad de género y el “empoderamiento” de la mujer  —ONU-Mujeres—. Dicho organismo es el resultado de la fusión de cuatro de las  agencias y oficinas del organismo mundial: el Fondo de Desarrollo de las Naciones  Unidas para la Mujer (Unifem), la División para el Adelanto de la Mujer (DAW),  la Oficina de la Asesora Especial en Cuestiones de Género y Adelanto y el Instituto  Internacional de Investigaciones y Capacitación para la Promoción de la Mujer  (Instraw) (23). 
                                      
                                      2.1. Teorías de  género y posfeminismo de género 
                                        Como es sabido,  el término ideología se utiliza, fundamentalmente, en dos sentidos: 
                                        a) desde una  perspectiva que podríamos calificar como “descriptiva”, la ideología hace  referencia al sistema de ideas o concepción del mundo que impera en una determinada  sociedad y que, por ello, tiene su reflejo en los comportamientos sociales; b)  un segundo sentido, sostenido sobre todo por posiciones marxistas, entiende la ideología  como falsa conciencia, como aquella que en parte enmascara y distorsiona la  realidad. Desde esta perspectiva, la ideología podría entenderse como “un sistema cerrado de ideas que  se postula como modelo sobre el cual ha de reestructurarse toda la vida humana  en sociedad. […] Se lo concibe independientemente de la realidad: no es de  ninguna manera la experiencia lo que puede alimentarlo u obligarlo a  rectificar, sino que es esta, la realidad, la que debe ser definida como tal  por la ideología. Y una vez establecido el modelo, su objetivo es el de ser  aplicado a la vida humana como un molde en el cual está todo comprendido.  
                                      Es  una anticipación de la realidad, un proyecto que define qué y cómo ha de ser  esa realidad: por esto no necesita de la experiencia, sino solo del poder”  (24). 
                                        Este es el  significado al que, en nuestra opinión, responde una gran parte del  posfeminismo de género. La clave de ello se encuentra, precisamente, en su  conflictiva relación con la experiencia humana y con la realidad. Prueba de  esto es que algunas investigaciones llevadas a cabo sobre esta materia,  especialmente en el ámbito psiquiátrico, están subordinadas a un objetivo  previamente determinado (25): la demostración de la irrelevancia, a todos los  efectos, del sexo biológico de las personas (26). Un claro ejemplo de ello lo  encontramos en los trabajos del psiquiatra John Money, de la John Hopkins  University de Baltimore (27). 
                                       
                                        En este  contexto, el posfeminismo de género puede ser entendido como una ideología que  radicaliza la aspiración humana de igualdad entre los sexos. De ahí su denominación,  en algunos contextos, de “ideología de género”. Dicha ideología no es, por otro  lado, un movimiento aislado. Por el contrario, estamos ante una de las más  claras manifestaciones de una nueva revolución cultural, profundamente enraizada  en el pensamiento posmoderno. La semántica ha jugado un papel fundamental en  esta revolución. La realidad es ahora concebida como un texto que puede ser  reinterpretado y modificado de acuerdo con las preferencias de género individuales  y colectivas que, por otro lado, se presuponen cambiantes. 
                                       
                                        En este nuevo  escenario ocupa un papel fundamental la reinterpretación de los derechos  humanos, especialmente desde sus organismos internacionales más representativos,  como las Naciones Unidas, en un ámbito global, y el Consejo de Europa en el  contexto europeo. Interesa destacar cómo el significado inicialmente atribuido  al término género va cambiando y transformándose, al compás de la difusión e  implantación de la “ideología de género”, para adquirir matices e incluso contenidos  diferentes, con las consiguientes consecuencias jurídicas. 
                                      2.2. Rasgos  característicos 
                                        De acuerdo con  lo señalado, es posible resumir, de manera muy breve, algunos rasgos característicos  de la “ideología de género”: 
                                        1. La defensa de  una absoluta igualdad (identidad), entre varón y mujer, negando cualquier  diferencia entre ambos. Como se ha indicado, la consecuencia de ello es la  pretensión de eliminar de la sociedad los rasgos de masculinidad o feminidad  que se consideran impuestos por la cultura, la historia, la política o el  derecho. Dado que se entiende que tales rasgos tienen un origen claro, la biología,  los mayores esfuerzos se dirigen a privar de cualquier relevancia a las diferencias  “impuestas” por la naturaleza. Por esta vía se llega, incluso, a calificar como  “ultraje a la libertad” lo que no son más que caracteres recibidos de la biología. 
                                       El dato natural de la diferencia sexual se considera como una “trampa  metafísica” (28) que se encuentra en la raíz de la cultura patriarcal. De ese  modo, el ser humano nacería “neutro” desde el punto de vista de la identidad sexual  y sería la sociedad y, sobre todo, la propia autonomía, la determinante de su  identidad (que, por ello, sería “autoconstruida”). 
                                       
                                        2. L a segunda  característica es, en realidad, una consecuencia de la primera. Para conseguir  social, política y jurídicamente la total equiparación e identidad entre  varones y mujeres es imprescindible el reconocimiento social y jurídico de los  denominados “nuevos derechos humanos”, entre los que se encuentran los derechos  sexuales y reproductivos (29). Dichos derechos van a permitir a las mujeres  evitar la maternidad, considerada como la carga fundamental y la raíz de la  discriminación histórica de las mismas (30).  
                                      El contenido esencial de estas  nuevas exigencias es el derecho a controlar la natalidad. De este modo, los  anticonceptivos (31) pasan a ser considerados como la clave para la igualdad, y  el aborto se reclama como un derecho humano básico (32). La llamada “salud reproductiva”  consiste, fundamentalmente, en la libre disposición de los medios y mecanismos,  de cualquier tipo, para evitar la reproducción. Por ello, los derechos sexuales  y reproductivos incluyen un amplio abanico de servicios: desde aquellos que  siempre han estado incluidos en la agenda básica de la asistencia sanitaria  como, por ejemplo, la atención médica a los recién nacidos o el tratamiento  para las enfermedades del aparato reproductor, hasta aquellas prácticas que,  incluso, tradicionalmente han sido consideradas actos de malpraxis sanitaria,  como es el caso del aborto. También se incluyen dentro de los derechos  reproductivos las distintas modalidades ofertadas por las nuevas tecnologías  reproductivas. 
                                       
                                        3. La tercera  característica, y quizás la más definitoria, es la separación entre los  conceptos de sexo (biología) y género (cultura). Se niega la naturalidad de la  diversidad sexual binaria varón/mujer pretendiendo, como se ha indicado, superar  el dualismo entre lo natural/antinatural en el ámbito de la sexualidad. El  sexo, entendido como dato biológico, llega a resultar absolutamente intrascendente  para la identidad y el desarrollo de la personalidad humana. Por ello, frente  al tradicional modelo de la heterosexualidad, se propone una multiplicación de  géneros, social e individualmente construidos. Los conocidos hasta el momento  son: femenino heterosexual, masculino heterosexual, homosexual, lésbico,  bisexual y transexual. 
                                       
                                        4. L a cuarta  característica es, de alguna manera, también una consecuencia de la anterior.  Posee dos facetas: por un lado, encontramos una deslegitimación jurídica de la  familia heterosexual tradicional. Esta es sustituida por una pluralidad de  modelos y opciones, con lo que se diluye el mismo concepto de matrimonio. Al no  existir ya notas esenciales a la institución, llegamos a ignorar qué es  realmente un matrimonio y por qué el derecho debe reconocerlo y garantizarlo. 
                                       
                                        Ciertamente, una  de las razones fundamentales por las que el Estado debe proteger la institución  matrimonial es, precisamente, porque se trata del mejor ámbito para que el ser  humano llegue al mundo y se desarrolle como persona (con todo lo que ello  implica de formación, cuidado, etc.). Sin embargo, el posfeminismo, o  “ideología de género”, con clara influencia marxista, promociona un modelo de educación  que, en la práctica, tiende a privar del ejercicio de la autoridad y del derecho  fundamental a la educación de los hijos por parte de los padres. En este sentido,  se advierte una potenciación de la intervención del poder público en el ámbito  privado familiar que se arroga indebidas competencias en la educación de los  niños y jóvenes, especialmente en temas relativos a la vivencia de la  sexualidad humana. 
                                       
                                        Considero que  estas cuatro notas, entre otras, han permeado, e incluso inspirado, algunas de  las recientes leyes españolas. En concreto, podrían mencionarse la Ley Orgánica  1/2004, de 28 de diciembre, de medidas de protección integral contra la  violencia de género; la Ley 13/2005, de 1 de julio, por la que se modifica el  Código Civil en materia de derecho a contraer matrimonio; la Ley 15/2005, por la  que se modifica el Código Civil y la Ley de Enjuiciamiento Civil en materia de separación  y divorcio; la Ley 14/2006 de reproducción asistida; la Ley 3/2007, de 15 de  marzo, reguladora de la rectificación registral de la mención relativa al sexo  de las personas; la Ley Orgánica 3/2007, de 22 de marzo para la igualdad efectiva  de hombres y mujeres; y la Ley Orgánica 2/2010, de 3 de marzo, de salud sexual  y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo. 
                                        
                                        3.  El modelo de la complementariedad y corresponsabilidad 
                                          La conciencia de  las claras insuficiencias del modelo igualitarista —fundamentalmente la pérdida  de la propia identidad de la mujer, de la familia y de la cultura del servicio  al otro— dio origen, en los años setenta, a nuevos movimientos feministas que  intentaron realizar una profunda crítica a esta situación. En estos movimientos  se admite lo que de positivo ha tenido el primer feminismo en su dura lucha por  la igualdad de derechos entre hombre y mujer. Pero, junto a ello, se pretende  cambiar los presupuestos de los que partía el feminismo de la igualdad. 
                                         
                                          En este contexto  surge el feminismo de la diferencia y, posteriormente, el modelo de la  complementariedad. Es aún una tarea pendiente de la antropología filosófica el  sentar las bases de este modelo —fundamentalmente, explicar cómo se articula el  género con la estructura personal, es decir, desarrollar el enclave personal y  relacional de la condición sexuada, con objeto de conocer mejor la identidad  personal y sus implicaciones en las relaciones familiares y sociales de la  condición sexuada—. 
                                         
                                          No obstante, se  podría señalar, en rasgos muy generales, que dicho modelo intenta aunar, de  manera adecuada, las categorías de igualdad y diferencia entre hombre y mujer.  Por ello se plantea, en primer lugar, el reto de profundizar, desde diversas  perspectivas, en las mismas. Se trata de evitar caer en los errores, tanto del  modelo subordinacionista como del igualitarismo. Ambos son excesos en los que  han incidido quienes han desequilibrado la balanza a favor de la diferencia o, por  el contrario, de la igualdad (33). 
                                         
                                          Se presupone  así, en términos muy generales, que hombres y mujeres son diferentes pero, y al  mismo tiempo, iguales. Diferentes, por ejemplo, desde un plano genético,  endocrinológico e, incluso, psicológico. Sin embargo, tales diferencias no  llegan a romper la igualdad ontológica, en cuanto que hombres y mujeres son personas  y, por tanto, poseen una igual dignidad ontológica (34). De este modo, la distinción  presupone, necesariamente la igualdad (35). 
                                          La categoría de  la igualdad entre varón y mujer es un presupuesto incuestionable. Es más, tal  igualdad es condición imprescindible para la propia complementariedad. Ambos,  varón y mujer, participan de una misma naturaleza y poseen una misión conjunta:  la familia y la cultura. De hecho, estudios psicológicos han demostrado que las  semejanzas entre los sexos son muy superiores a las diferencias en cualquier  tipo de variable (36). 
                                         
                                          Una vez  establecida convenientemente la igualdad, el modelo de la complementariedad debe  dar un paso adelante: tiene que dilucidar dónde se encuentra la diferencia y  saber insertarla en la igualdad, de modo que ninguna categoría lesione o le  reste su lugar a la otra. Se trataría de encontrar lo que Janne Haaland Matláry  denomina el “eslabón perdido” del feminismo, es decir, “una antropología capaz  de explicar en qué y por qué las mujeres son diferentes a los hombres” (37).  Además, al determinar en qué consiste la diferencia, tendrá que precisar qué  tiene de cultural y qué de permanente en la condición sexuada, explicando cómo  se armonizan igualdad y diversidad (38). 
                                          
                                         ; 
                                        3.1. El  presupuesto de la igualdad ontológica 
                                          Ya se ha  señalado que cualquier diferencia entre hombres y mujeres presupone, necesariamente,  la igualdad: ambos son personas y, en consecuencia, poseen el mismo rango  ontológico. Por ello, tanto el varón como la mujer están llamados a ser  protagonistas de un progreso equilibrado y justo que promueva la armonía y la  felicidad. Esta sería la interpretación más adecuada del libro del Génesis 1, 26-3l  cuando, después de ser bendecidos por Dios, se asigna, tanto al varón como a la  mujer, una doble y complementaria misión: “Creced, multiplicaos, llenad la tierra  y dominadla”. 
                                          Comenzando por  el principio de la igualdad, podemos recordar dos elementos estructurales 
                                          comunes a  hombres y mujeres: su dignidad intrínseca y su carácter relacional. 
                                        3.1.1 La  dignidad intrínseca del ser humano 
                                          Como es bien  conocido, el principio de la dignidad humana implica que todo ser humano, varón  o mujer, posee una excelencia o eminencia ontológica, una superioridad en el ser frente al resto de lo creado (39). Podríamos afirmar que ambos se sitúan en otro orden del ser. No son solo animales de una especie superior, sino que  pertenecen a otro orden, más eminente o excelente, en razón de lo cual merecen ser  considerados personas (40). 
                                         
                                          Desde esta  perspectiva, se presupone la existencia de una naturaleza humana común a  varones y mujeres. Esta es la base imprescindible para el reconocimiento de  iguales derechos humanos. En este sentido, señala Spaemann que los derechos humanos  “se deben reconocer para todo ser que descienda del hombre y a partir del  primer momento de su existencia natural, sin que sea lícito añadir cualquier criterio  adicional” (41). 
                                          
                                          
                                        3.1.2 El  carácter relacional del varón y la mujer 
                                          El segundo  elemento estructural que sustenta la igualdad es que varón y mujer son seres  relacionales. La dimensión de interdependencia es también consustancial a la  persona. Esta se construye en y a través de la relación  intersubjetiva. La experiencia humana —tanto de varones como de mujeres— es,  así, una experiencia de relación con los demás. 
                                         
                                          En realidad, el  ser humano es un ser con los demás. La persona es, por constitución, máxima  comunicación. Ello no significa que su carácter de persona derive o dependa de  la interrelación (reduciendo, en definitiva, la persona a relación) (42). Tampoco  presupone que la sociabilidad sea el resultado de una convención humana posterior,  dependiente de un contexto histórico o cultural. Ciertamente, este rasgo  constitutivo se manifiesta, posteriormente, en sus actos, pero la estructura relacional  está enclavada en el ser de la persona. Por ello, para Polo el ser  personal es incompatible con el monismo. “Una persona única —afirma— sería una desgracia  absoluta” (43), porque la persona es capaz de darse (44) y el don requiere un  destinatario (45). Este ser-acompañado que es toda persona se describe,  desde Heidegger, con el término ser-con. El hombre no solo es ser, sino ser-con.  O, siguiendo a Polo, coexistencia. 
                                         
                                          Además, cabe  destacar que la conciencia que cada ser tiene de sí mismo está ligada a la  conciencia del otro. La relación con el mundo es intrínseca a la estructura del  ser y, por tanto, la identidad se define en su relación con la alteridad. Desde  la perspectiva psicológica, se puede afirmar que la “medida de mi ‘yo’ me es  dada por un ‘’otro-yo’, del ‘yo’ que reconozco en el ‘tu’. Identidad y  alteridad se reclaman recíprocamente” (46). 
                                          
                                          
                                        3.2. Algunas  hipótesis sobre la diferencia 
                                          A partir de la  igualdad ontológica entre varón y mujer, el problema está ahora en dilucidar el  estatuto de la diferencia, ensamblándolo con la igualdad. En principio, se  considera que la distinción o diferencia entre varón y mujer afecta a la  identidad más profunda de la persona. En contraposición al pensamiento  dualista, se parte de la unidad radical entre cuerpo y espíritu, entre  dimensión corporal y racional. De ahí que la singularidad personal deba acoger,  como un elemento fundamental, el cuerpo, el sexo, en definitiva, ser varón o  mujer. Como ha señalado Juan Pablo II, “La función del sexo, que en cierto  sentido es ‘constitutivo de la persona’ (no solo ‘atributo de la persona’),  demuestra lo profundamente que el hombre, con toda su soledad espiritual, con  la unicidad e irrepetibilidad propia de la persona, está constituido por el  cuerpo como ‘él’ o ‘ella’” (47). 
                                         
                                    La diferencia  sexual humana sería, entonces, una distinción en el mismo interior del ser.  Y teniendo en cuenta que el ser humano es personal, sería una diferencia en el  seno mismo de la persona. De este modo, existirían dos modalidades o posibles “cristalizaciones”  del ser personal: la persona masculina y la persona femenina. 
                                         
                                          En esta línea ya  afirmaba Feuerbach: 
“La carne y la  sangre son nada sin el oxígeno de la diferencia sexual. La diferencia sexual no  es ninguna diferencia superficial o simplemente limitada a determinadas partes  del cuerpo. Es una diferencia esencial y penetra hasta los tuétanos. La esencia  del varón es la masculinidad y la esencia de la mujer, la feminidad. Por muy espiritual  e hiperfísico que sea el varón, este permanece siempre varón. Y, lo mismo la  mujer, permanece siempre mujer. […] La personalidad es, por lo tanto, nada sin  diferencia de sexo; la personalidad se diferencia esencialmente en personalidad  masculina y femenina” (48). 
                                         
                                          La diferencia  entre varones y mujeres está actualmente respaldada por las ciencias biomédicas;  en concreto, por la genética (49), la endocrinología y la neurología. Es  evidente que, desde un punto de vista biológico, la persona se sitúa en la  existencia como varón o como mujer. El ser humano, de modo natural o innato, se  desarrolla diferenciándose en cuerpo humano masculino y femenino. Los gametos que  aportan a la fecundación el organismo del varón y el de la mujer son claramente  diferentes. El cromosoma X o Y del gameto masculino determinará el sexo cromosómico  del nuevo individuo, ya que el femenino siempre tiene el cromosoma sexual X. A  su vez, el sexo cromosómico determinará el sexo gonadal y este el hormonal, con  todas sus importantes consecuencias posteriores. 
                                         
                                          Desde un punto  de vista genético, todas las células del hombre (que contienen los cromosomas  XY) son diferentes a las de la mujer (cuyo equivalente es XX). Se calcula que  la desigualdad sería de un 3%. No se trata de un porcentaje muy alto. No  obstante, hay que tener en cuenta que esa pequeña diferencia se encuentra en  todas las células de nuestro cuerpo. En realidad, hasta su última célula, el cuerpo  del varón es masculino y el de la mujer, femenino (50). Por ello, la condición sexual  de la persona humana es una característica que —al menos desde el punto de  vista biológico— acompaña al ser humano desde su mismo origen y a lo largo de toda  su existencia (51). 
                                         
                                          La referida  realidad biológica encierra, en sí misma, un profundo significado personal. Spaemann  denomina “identidad natural básica” a la dimensión biológica de la persona. Dicha  dimensión natural —el organismo— permite que el ser humano sea “en todo momento  reidentificable desde fuera” (52). Se trata de un indicio crucial: la identidad  personal corporal, la identidad sexual y las identidades y relaciones familiares  que se desprenden de esa realidad —maternidad, paternidad, filiación y  fraternidad— se encuentran encarnadas en un organismo, y marcarán radicalmente  la vida de la persona. En consecuencia, la condición sexual no es un elemento  irrelevante, sino un presupuesto insoslayable en el camino personal de búsqueda  y formación de la propia identidad. 
                                         
                                          El desarrollo  adecuado del cromosoma Y determinará, a su vez, diferencias endocrinológicas que  se sumarán a la diferenciación genética. El feto, en contra de todas 
                                          las doctrinas  clásicas, está programado para desarrollarse femenino en defecto del cromosoma  Y. La acción de las hormonas es muy importante en el posterior crecimiento  intra y extrauterino del ser humano. Estas determinan el desarrollo sexuado e  influyen en el sistema nervioso central. En consecuencia, parece que también  configuran de modo diferencial el cerebro (53). Para Zuanazzi, “la  sexualización involucra a todo el organismo, de modo que el dimorfismo  coimplica, de manera más o menos evidente, a todos los órganos y funciones. En  particular, este proceso afecta al sistema nervioso central, determinando  diferencias estructurales y funcionales entre el cerebro masculino y femenino”  (54). De este modo, se puede afirmar que ambos cerebros serían dos “fundamentales  variantes biológicas del cerebro humano” (55). 
                                         
                                          El cerebro  —sostenía Feuerbach, adelantándose a las investigaciones científicas hoy en  marcha—, está determinado por la sexualidad. Sexuados son los sentimientos, los  pensamientos. La personalidad no se puede separar ni de lo que llaman espíritu,  ni de los órganos que no son estrictamente sexuales. En sus palabras: “¿Eres tú  también más que varón? Tu ser o, más bien […] tu yo, ¿no es acaso un yo masculino?  ¿Puedes separar la masculinidad incluso de aquello que llaman espíritu? ¿No es  tu cerebro, esa víscera la más sagrada y encumbrada de tu cuerpo, un cerebro  que lleva la determinación de la masculinidad? ¿Es que no son masculinos tus  sentimientos y tus pensamientos?” (56) 
                                          Los estudios  realizados en la especie humana están todavía abiertos. No obstante, no cabe  duda de que fenotípicamente (y ello incluye la conducta) mujeres y varones difieren  (57). Siguiendo a Berge, se podría afirmar que, “la complejidad infinitamente más desarrollada del psiquismo  humano —en comparación con el de los animales— no permite delimitar con tanta  evidencia lo que, en este, se encuentra bajo la dependencia inmediata de las  hormonas genitales. Sin embargo, nadie sabría negar seriamente las diferencias  de la psicología masculina y de la psicología femenina” (58). 
                                          En los animales,  como consecuencia de la acción de los esteroides sexuales, se han constatado  claros dimorfismos en diversas estructuras del sistema nervioso. En la especie  humana, sin embargo, parece que las diferencias se refieren, fundamentalmente,  a que un sexo emite un determinado comportamiento con mayor frecuencia o  intensidad que otro. Por otro lado, estudios psicométricos han demostrado la  existencia de una variedad de diferencias, estadísticamente significativas,  respecto a habilidades cognitivas entre hombres y mujeres. Así, por ejemplo,  Kimura (59) estudió las diferencias entre el cerebro del varón y el de la mujer  en el modo de resolver problemas intelectuales. Llegó a la conclusión de que poseen  modelos diversos de capacidad, no de nivel global de inteligencia. De este  modo, se podría afirmar que existe heterogeneidad entre los sexos en cuanto a  la organización cerebral para ciertas habilidades. Pero tal diferencia no  implica una mayor o menor inteligencia entre ellos, sino una capacidad  complementaria de observar y abordar la realidad (60). 
                                         
                                          Dicho esto,  conviene tener en cuenta que las diferencias referidas no nos permiten, como en  ocasiones se ha pretendido, dividir el mundo en dos planos, el masculino y el  femenino, entendiéndolos como dos esferas perfectamente delimitadas. Tampoco es  admisible referirse a “virtudes” o “valores” exclusivamente masculinos o  femeninos. Como indica Blanca Castilla (61), las cualidades, las virtudes, son  individuales, personales. Tener buen o mal oído, buena o mala voz, no depende  de ser varón o mujer. Por otra parte, puede haber varones con una gran intuición  y mujeres con destreza técnica. Las cualidades son individuales y las virtudes  pertenecen a la naturaleza humana, que es la misma para los dos sexos. Por  ello, no se puede hacer una distribución de virtudes y cualidades propias de cada  sexo, afirmando, por ejemplo, que a la mujer le corresponde la ternura y al varón  la fortaleza. Habitualmente la mujer demuestra, sobre todo ante el dolor, una  mayor fortaleza que muchos varones. Por otra parte, los varones, sobre todo a partir  de los 35 años —al menos es lo que afirman los psiquiatras—, desarrollan una  gran ternura (62). 
                                         
                                          Puede resultar  ilustrativo mencionar aquí a Jung, quien descubrió que cada sexo era  complementario dentro de sí mismo. Este autor advirtió que los sexos no son solo  complementarios entre ellos, sino también en el interior de cada uno. Afirmaba que  cada varón tiene su anima —o su parte femenina— (63). Como  contrapartida, cada mujer posee también su animus —o parte masculina—.  En este sentido, podrían interpretarse los comentarios que hizo Ortega y Gasset  sobre el cuadro de La Gioconda. En su opinión, Leonardo Da Vinci no  pintó en él el retrato de una mujer, sino la parte femenina de su alma (64). 
                                          Partiendo de  esta base, es cierto que hombres y mujeres presentan, en general, modos  complementarios de percibir y construir la realidad. Se podría afirmar que los  valores, las cualidades y las virtudes “cristalizan” de manera diferente en hombres  y mujeres. Por decirlo de algún modo, en general, es distinta la fortaleza femenina  que la masculina. Pero, al mismo tiempo, cada una necesita o se complementa con  la otra. 
                                          Ballesteros (65)  hace un catálogo de valores complementarios o, más bien, de distintos modos o  “cristalizaciones” de estos. Relaciona: 
                                        Varones                                                         Mujeres 
                                          La exactitud                                                  La analogía 
                                          Lo superficial (longitudinal o lineal               Lo profundo 
                                          El análisis                                                       La síntesis 
                                          El discurso                                                     La intuición 
                                          La competencia                                             La cooperación 
                                          El crecimiento                                                La conservación 
                                          Lo productivo                                                Lo reproductivo 
                                        Por su parte, Blanca Castilla (66)  ofrece la siguiente lista: 
                                          Varones                                                         Mujeres 
                                          Proyectos de largo plazo        Captar y resolver con lo mínimo necesidades  presentes 
                                          Magnanimidad                       Economizar 
                                          Inventar                                  Mantener 
                                          Lo abstracto                           Lo concreto 
                                          La norma                                La  flexibilidad 
                                          La justicia                               La misericordia 
                                          Lo cuantitativo                       Lo cualitativo 
                                          La expresión                           La interpretación 
                                          El concepto                            El símbolo 
                                          La especialización                  La visión de conjunto 
                                        Es importante  destacar que no encontramos valores o cualidades superiores en uno u otro sexo,  sino perspectivas y enfoques complementarios de la realidad. Parece que  diversos estudios llevados a cabo sobre el comportamiento humano han comprobado  estas pautas. En general, se subraya que el existir del varón discurre bajo el  signo distintivo de “tender hacia el exterior” (67). En el caso de la mujer, esta  tiende, más bien, hacia su interioridad (68). El mundo se le presenta al varón bajo  el signo de la lucha y de la conquista. Es, en general, un “mundo de cosas”; sin  embargo, el femenino es, más bien, un “mundo de personas” (69). Su posición excéntrica  puede llevar al varón, en ocasiones, a vivir el mundo como realidad hostil, y a  aplicar, en mayor proporción, una lógica de la violencia —del hombre sobre el  hombre y del hombre sobre la naturaleza—; por el contrario, la femineidad 
                                          conduce la  existencia, en general, a la cercanía de la vida humana.  
                                        El mundo vendrá  entonces concebido como un horizonte de valores. Aquí prima la lógica de la  reconciliación —del hombre con el hombre y del hombre con la naturaleza—. Todo  ello podría resumirse diciendo que, en general, los varones tienen una mayor habilidad  para dominar las cosas y para manejar ideas abstractas, y las mujeres una mayor  facilidad para el conocimiento y el trato con las personas. Pero conviene  insistir en que ambas perspectivas son necesarias y complementarias para  construir la realidad. 
                                        3.3  Recapitulación 
                                          Sobre la base de  estos presupuestos, frente al modelo igualitarista podríamos recapitular los  siguientes rasgos generales del modelo de la complementariedad: 
                                          1. La  consideración de que el sexo no es algo superficial o accidental, superpuesto al  “ser persona”. Tampoco se construye íntegramente en sociedad, ni es algo sobre  lo que se pueda decidir o cambiar según los gustos. Por el contrario, se trata  de una dimensión ontológica del ser humano. 
                                          2. En segundo  lugar, frente al individualismo del igualitarismo, el modelo de la complementariedad  otorga radical importancia a una dimensión trascendental de la persona, el  cuidado y el servicio al otro. Se comprende que el ser humano es más él mismo  cuanto más son los otros para él. Se ha señalado que la persona, hombre y mujer,  se construye en interdependencia con los demás. La relación es así un elemento  constitutivo de la existencia humana. De ahí el carácter central del servicio  al otro. En realidad, la defensa de la dignidad humana solo puede partir del  reconocimiento de la prioridad de la atención al otro. Solo así se conseguirá  la verdadera humanización que toda la sociedad necesita (70). En este sentido,  Juan Pablo II, en su Mulieris dignitatem hizo hincapié en que la  superioridad ética de la mujer radica en su capacidad para cuidar al ser  humano, para ser custodia de la vida. 
                                         
                                          La mujer ha  desempeñado, a lo largo de la historia, el papel de maestra principal en la  escuela del servicio a los demás. No solo en la civilización occidental,  también en otras culturas, ha sido en general un referente de fuerza moral (71).  En esta línea, la profesora norteamericana Jean Bethke Elsthain , en su  conocido libro Public Man, Private Woman ha expuesto claramente  el planteamiento que intenta sentar las bases de una sociedad más ética y más  humana. En sus palabras: 
“Una alternativa  a la protesta feminista que busca la completa absorción de la mujer dentro de  la sociedad mercantil debiera no perder contacto con la esfera tradicional de  la mujer. El mundo de la mujer surgió de un troquel de cuidado y preocupación por  los demás. Cualquier comunidad humana viable debe tener entre sus miembros un  sector importante dedicado a proteger su vulnerabilidad. Históricamente esa ha sido  la misión de la mujer. Lo lamentable no es que la mujer refleje una ética de responsabilidad  social, sino que el mundo público, en su mayoría, haya repudiado dicha ética” (72). 
Este modelo  quiere, por tanto, compaginar al mismo tiempo la lucha por la igualdad de  derechos entre el hombre y la mujer, campo en el que aún queda mucho por hacer,  con la defensa de los caracteres diferenciales de la mujer estrechamente conectados  a su posibilidad de ser madre. En ello radicaría su modo genuino de pensar que  supera, en muchos casos, la lógica fría y calculadora por la lógica del corazón  (73). 
                                         
                                          3. En tercer  lugar, se otorga a la familia heterosexual un papel central en la sociedad. Se  presupone que la atención a la familia debe ser un ámbito prioritario para una  sociedad sana y con futuro. La familia es el espacio vital, la “ecología humana  básica” en la que las personas enraizan sus vidas. Por ello, se intenta  edificar una sociedad más humana, partiendo, como señala Castilla, de la  necesidad de “construir una familia con padre y una cultura con madre”. Porque  la realidad es que cada hijo necesita el amor de su padre y de su madre y,  además, del cariño que ambos se tienen entre sí (74). 
                                          La clave está en  entender que aquellos valores que la modernidad asignó a la condición femenina  —el cuidado, el servicio, la atención diligente a los demás, la actitud de dar  lo mejor de sí mismo—, no deben ser privativos ni exclusivos de ella. Por el  contrario, son igualmente indispensables para el varón, intentando evitar que  se convierta en un ser preocupado solo por el poder y la competencia frente a  los demás. De ahí lo obligatorio para el hombre de cultivar las actitudes de  respeto, cuidado y valoración de la vida, de su activa presencia en el hogar, y  de su colaboración corresponsable en las tareas del mismo. 
                                         
                                          Además, es  importante destacar que también las estructuras laborales y sociales necesitan  del “genio” y de los valores que tradicionalmente ha representado la mujer. Y  ello, para hacerlas más habitables, para que se acomoden a las necesidades de  cada etapa de la vida de las personas, para que cada ser humano pueda dar, en cada  circunstancia, lo mejor de sí mismo. Por ello, el progresivo proceso de  incorporación de la mujer al ámbito social, cultural y empresarial es, no solo  una exigencia de justicia, sino también algo tremendamente positivo para toda  la sociedad. La mujer aporta a la vida profesional y social principios, valores  y prioridades entre los cuales la familia ocupa un lugar fundamental. Frente a  la dureza y la agresiva competitividad que rigen en gran parte de las relaciones  laborales, los valores que tradicionalmente ha representado la mujer son una  garantía de humanización del trabajo. Así, por ejemplo, en las empresas las  mujeres suelen tener una mayor capacidad para la concertación o la prevención y  resolución de conflictos. También la presencia de mujeres en la política es una  vía clave para conseguir aprobar leyes más humanizadoras en apoyo de la familia  y de la infancia, políticas de cooperación al desarrollo, de igualdad de oportunidades,  etc. En definitiva, es claro que la sociedad actual está muy necesitada del  cambio que implica la “feminización” de la política, de la empresa y, en  definitiva, de toda la vida laboral. De este modo, el mundo del trabajo  necesita de la presencia de la mujer-madre para que ayude a configurarlo en  función de la persona y de la familia, y no al revés. Se trataría, por ello, de  incorporar a la vida pública lo mejor del ámbito privado, como la actitud de  ayuda y servicio a los demás, el trabajo bien hecho, o la búsqueda de la  excelencia personal, por encima de actitudes excesivamente individualistas y  economicistas. 
                                          
                                          
                                        4. Conclusión 
                                          Ya Scheler  afirmaba que “en ninguna época de la historia ha resultado el hombre tan  problemático a sí mismo como en la actualidad” (75). Esta afirmación cobra especial  relevancia en lo referente a la problemática que nos ocupa. La denominada “ideología  de género” propone una visión fragmentada de la persona, en la que los actos (faciendum)  someten e instrumentalizan la realidad dada o recibida (factum). 
                                         
                                          Frente a ello,  el reto está en otorgar a las distintas dimensiones que confluyen en el ser  humano un significado armónico que evite los dualismos reduccionistas. En este  sentido, se propone como más razonable una concepción integral de la persona en  la que, contraria a la anterior, su modo de ser (factum) influya sobre  su modo de vivir (faciendum) (76). Esto implica la necesidad de no  dividir al ser humano en compartimentos estancos sino, por el contrario, ser  capaz de integrar lo que, en apariencia, puede aparecer disgregado. En  consecuencia, frente al dualismo de la “ideología de género”, el nuevo paradigma  o modelo debe ser de carácter unitario. Ello inclina a entender a la persona  como una unidad inescindible entre cuerpo y espíritu, entre dimensión corporal  y autonomía o racionalidad, entre naturaleza y cultura, entre sexo y género,  pasando así del modelo antagonista y conflictual, al modelo de la complementariedad.  En consecuencia, frente a la promoción actual —e incluso la imposición legal—  de un igualitarismo radical, se plantearía la necesidad de hacer compatibles  las categorías de igualdad y diferencia entre varón y mujer. Presuponiendo la  igual dignidad ontológica y la consiguiente igualdad de derechos, el derecho  debería armonizarla con el reconocimiento de la diferencia en aquellos ámbitos  en los que esta sea relevante como, por ejemplo, en la maternidad (77).  Asimismo, el derecho debe reconocer la importancia del ámbito privado,  familiar, para un desarrollo equilibrado de las personas. La familia  heterosexual, y su estabilidad temporal, deben ser promovidas por los sistemas  jurídicos al tratarse de la ecología humana básica. 
                                        Notas 
                                          (1) Cfr.  Discurso de Bella Abzug (3 de abril de 1995, Nueva York), en la reunión  preparatoria de la Conferencia de Pekín. 
                                          (2)  Gianfrancesco Zuanazzi diferencia la identidad sexual y el rol sexual. Aclara  que la primera se inserta en el orden del ser, mientras que el segundo  se sitúa en el orden del hacer; la primera, a su vez, especifica la  identidad personal radicada en la biología; el segundo es, en gran parte,  producto de la influencia sociocultural. Gianfrancesco Zuanazzi, L’etá  ambigua. Paradossi, risorse e turbamenti dell’adolescenza, Brescia,  La Scuola, 1995, pp. 81-82, nota 59. 
                                          (3) Para un desarrollo  más amplio de este tema puede consultarse Ángela Aparisi, “Ideología de género:  de la naturaleza a la cultura”, en Persona y Derecho, 61 (2009), pp.  169-193. 
                                          (4) En este  contexto, se emplea el término natural en su acepción científico-positiva. 
                                          (5) Laura  Palazzani, Identità di genere? Dalla differenza alla in-differenza sessuale  nel diritto, Milano, Edizioni San Paolo, 2008, pp. 31 y ss. 
                                          (6) El nombre  proviene del adjetivo inglés queer (raro, anómalo), que fue utilizado  durante algún tiempo como eufemismo para nombrar a las personas homosexuales. 
                                          (7) Juditha Butler, Gender Trouble. Feminism and  the Subversion of Identity, London, Routledge, 1990, p. 6. Este trabajo ha  sido criticado, en algunos círculos extremistas todavía más radicales, por no  separarse del todo de la dimensión biológica. No obstante, puede considerarse  como una de las obras más representativas de la ideología de gender (trad.  al español: El género en disputa. El feminismo y la subversión de la  identidad, Barcelona, Paidós, trad. de M. A. Muñoz, 2007). 
                                          (8) Jane Flax, Thinking Fragments. Psychoanalysis,  Feminism and Postmodernism in the Contemporary West, Berkeley, Los Angeles,  University of California Press, 1990, pp. 32 y ss. 
                                          (9) Donna Haraway, “A Cyborg Manifiesto: Science,  Technology, and Socialist-Feminism in the Late Century”, en Donna Haraway, Simians,  Cyborgs, and Women, New York, Routledge, 1991 (hay edición en español  publicada por Cátedra); Donna Haraway, Primate Visions: Gender, Race and  Nature in the Word of Modern Science, New York, Routledge, 1989. 
                                          (10) María  Elosegui, “Tres diversos modelos filosóficos sobre la relación entre sexo y  género”, en Ángela Aparisi, Persona y Género, Pamplona, Thomson-  Aranzadi, 2011. 
                                          (11) Martha  Miranda, “Perspectiva de género y Derecho: su influencia en el ordenamiento  jurídico español” (trabajo de investigación inédito). 
                                          (12) Sobre el  origen histórico del posfeminismo de género y sus rasgos más destacados véase,  entre otros, Ibíd., pp. 51-96. 
                                          (13) Para  Elósegui, las dos “representantes paradigmáticas del movimiento de liberación  de la mujer fueron Simone de Beauvoir, con su ya considerada obra clásica del  feminismo, El Segundo Sexo, y más tarde Betty Friedan que publica La  ilusión femenina. De este modo Estados Unidos y Francia se convierten en la  cuna del feminismo radical. En Europa se inspira en el marxismo, mientras que en  Estados Unidos solo en parte, y en este caso es más crítico”. Y agrega,  respecto al feminismo en Estados Unidos que, “dentro del movimiento de  liberación de las mujeres surgido en los años 60 en dicho país se debe  distinguir entre tres corrientes feministas: el feminismo radical, el feminismo  socialista y el feminismo liberal”. María Elósegui, Diez temas de género,  Madrid, Ediciones Internacionales 
                                          Universitarias  S.A., 2002, p. 31. 
                                          (14) Simone De  Beauvoir, El Segundo Sexo, Buenos Aires, Siglo Veinte, trad. de Pablo  Palant, 1962. 
                                          (15) Ana Marta  González, “Gender Identities in a Globalized World”, en Ana Marta González y Víctor  J. Seidler, Gender Identities in a Globalized World, New York, Humanity  Books, 2008, p. 17. 
                                          (16) Simone De  Beauvoir, El Segundo Sexo, t. II, ob. cit., p. 13. 
                                          (17) Véase  Martha Miranda, ob. cit., pp. 70 y ss. 
                                          (18) Esta sería  la interpretación más adecuada del libro del Génesis 1, 26-3l cuando, después  de ser bendecidos por Dios, se asigna, tanto al varón como a la mujer, una  doble y complementaria misión: “Creced, multiplicaos, llenad la tierra y  dominadla”. 
                                          (19) Christina H. Sommers, Who stole feminism?: how  women have betrayed women, New York, Touchstone Book, 1995. 
                                          (20) Aunque no  siempre han contado con el rigor y la objetividad requeridos. 
                                          (21) Ya Engels  se manifestó contrario a la familia. Cfr. Friedrich Engels, El origen de la  familia, la propiedad privada y el Estado, Madrid, Fundamentos, 1981. 
                                          (22) Este último  constituido en virtud de la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas  de Discriminación Contra la Mujer (1979). En 1975, la Primera Conferencia Mundial  de la Mujer recomendó la creación de un instituto de investigación y promoción del  desarrollo de la mujer. El año siguiente, el Consejo Económico y Social de las  Naciones Unidas (Ecosoc) creó el Instituto Internacional para la Investigación  y Promoción de la Mujer (UN-Instraw). En 1979, el Consejo recomendó que el  UN-Instraw tuviera su sede en un país en vías de desarrollo. En 1983 se  inauguró la sede oficial de la UN-Instraw en Santo Domingo (República  Dominicana). 
                                          (23) El 14 de  septiembre de 2010 el Secretario General Ban Ki-moon anunció el nombramiento de  Michelle Bachelet, expresidente de Chile, para el puesto de Secretaria General  Adjunta de ONU-Mujeres. Dicho organismo comenzó a trabajar el 1 de enero de  2011. 
                                          (24) Juan  Antonio Widow, “La corrupción ideológica del lenguaje en las ciencias  prácticas”, Revista Internacional de Filosofía Práctica Circa Humana  Philosophia, t. I (2003), p. 59. 
                                          (25) Véase Ana  Marta González, “Género sin ideología”, Nueva Revista, 124 (2009), pp.  33-34. 
                                          (26) Para Scala,  en los llamados “estudios de género”, especialmente en el ámbito universitario,  se tiene predeterminado el resultado final de toda investigación de campo: la  universal subordinación de la mujer al varón a través del sistema patriarcal.  No se admite un resultado diferente, ya que ese es el postulado dogmático  aceptado acríticamente. En cualquier caso, si la investigación diera como resultado  una conclusión diferente se entendería que habría fallado, bien el método de  investigación en sí, o su modo de llevarlo a la práctica; Jorge Scala, La  Ideología de género, Madrid, Sekotia, 2010, p. 23. 
                                          (27) John Money, “Hermaphroditism, Gender and  Precocity in Hyperadrenocorticism”, en Psychologic Findings, Bulletin of the  John Hopkins Hospital, 96 (1955); John Money, Anke. Ehrhardt, Man  and Woman – Boy and Girl. Differentiation and Dimorphism of Gender,  Baltimore Johns Hopkins BaltimoreUniversity Press, 1972 (trad. al  español: Desarrollo de la sexualidad humana: diferenciación y dimorfismo de  la identidad de género, Madrid, Morata, 1982). A partir de los estudios de  Money, laseparación radical entre sexo y género pareció adquirir una  base científica. En un primer momento,dicha disociación tuvo como su  mejor exponente el conocido caso de los gemelos Bruce y BrianReimer. La  historia corresponde a dos hermanos gemelos nacidos en 1965 en Winnipeg  (Canadá). Cuando contaban con siete meses de edad, a uno de ellos —Bruce— le  debió ser extirpado su miembro viril, después de habérsele practicado  incorrectamente una operación de circuncisión. La recomendación del doctor  Money a los padres fue la realización de una cirugía de castración, y que se  educara a Bruce como si se tratase de una niña. Por su parte, a su hermano  Brian se le impartiría una formación de acuerdo con su condición masculina. Con  el ánimo de que Bruce no supiese la verdad de su sexo, se le cambió el nombre  por el de Brenda Reimer. Money describió sus investigaciones —calificándolas  como exitosas— en su libro Man and Woman, Boy and Girl Differentiation and  Dimorphism of Gender. Con ello, pareció superarse la controversia entre lo  natural y lo cultural, lo dado y lo adquirido, a favor de la segunda opción. Pero  el transcurso de los años mostró otra realidad. Ante los innumerables problemas  psicológicos de Brenda, sus padres le confesaron la verdad e intentaron  remediar el daño causado. Se le realizó una cirugía reconstructiva de su  verdadero sexo, y Brenda cambió su nombre por el de David. El caso concluyó de  forma trágica con el suicidio de Brian en 2002 y, dos años después, en mayo de  2004, con el de David, a la edad de 38 años; Cfr. John Colapinto, As nature  made him: the boy who was raised as a girl, New York, Harper Perennial,  2006. 
                                          (28) Laura  Palazzani, “Teorizzazione del “gender”: tra filosofía e diritto”, en Angela Aparisi, Persona y Género, ob.cit. 
                                          (29) Cfr. María  Elósegui, Diez temas de género, ob. cit., pp. 115 y ss. 
                                          (30) Es muy  interesante comprobar que ya en Simone de Beauvoir se encuentra una visión  profundamente negativa de la maternidad. Sobre este tema remitimos al trabajo de  la profesora M. Miranda, “El igualitarismo de Simone de Beauvoir: consecuencias  prácticas”, en Ángela Aparisi, Persona y Género, ob. cit., p. 91. 
                                          (31) De manera  muy especial se potenciará la erróneamente denominada “anticoncepción de  emergencia”, en donde se incluyen, entre otros productos, la denominada  “píldora del día siguiente”. 
                                          (32) Como señala  Castilla, cuando en la actualidad se apela a los derechos de la mujer, con  frecuencia se alude, fundamentalmente, a un pretendido “derecho al aborto”. En  realidad, el derecho prioritario de la mujer —y también del hombre— es el que  le dejen ser madre —y padre—. Blanca Castilla, “Trabajo, paternidad y  maternidad en el tercer milenio”, en José Andrés Gallego, y José Pérez Adán, Pensar  la familia, Madrid, Palabra, 2001, pp. 302-303. 
                                          (33) Blanca  Castilla, “Lo masculino y lo femenino en el siglo XXI”, en Angela Aparisi y  Jesus Ballesteros (eds.), Por un feminismo de la complementariedad. Nuevas  perspectivas para la familia y el trabajo, Pamplona, Eunsa, 2002, p. 24;  Blanca Castilla, “La complementariedad varón-mujer. Nuevas hipótesis”, en Documentos  del Instituto de Ciencias para la Familia, Madrid, Rialp, 2 ed., 1996. 
                                          (34) Como señala  Juan Pablo II, “el texto bíblico proporciona bases suficientes para reconocer  la igualdad esencial entre el hombre y la mujer desde el punto de vista de su  humanidad. Ambos desde el comienzo son personas, a diferencia de los demás  seres vivientes del mundo que los circunda. La mujer es otro “yo” en  la humanidad común”; Juan Pablo II, Carta Apostólica Mulieris Dignitatem,  6. 
                                          (35) Blanca  Castilla, “Lo masculino y lo femenino en el siglo XXI”, ob. cit., p. 45. 
                                          (36) Eleanor E.  Maccoby, “La psycologie des sexes: implications pour les rôles adultes”, en  Evelyn Sullerot (ed.), Le fait féminin, Paris, Librairie Arthème Fayard,  1978. 
                                          (37) Janne  Haaland Matlary, El tiempo de las mujeres. Notas para un Nuevo Feminismo,  Madrid, Rialp, 2000, p. 23. 
                                          (38) Blanca  Castilla, “La complementariedad varón-mujer. Nuevas hipótesis”, cit., pp.  37-38. Como destaca esta autora, hasta hace poco parecía que el fundamento de  la complementariedad se encontraba en la diferencia. No se tenía  suficientemente en cuenta que la igualdad es, también, condición imprescindible  para la complementariedad. 
                                          (39) La  referencia al principio de la dignidad humana fue una constante en el  pensamiento de Juan Pablo II. En sus palabras: “la dignidad de la persona  humana es un valor trascendente, reconocido siempre como tal por cuantos buscan  sinceramente la verdad. En realidad, la historia entera de la humanidad se debe  interpretar a la luz de esta convicción. Toda persona, creada a imagen y  semejanza de Dios (Gn. 1, 26-28), y por tanto radicalmente orientada a su Creador,  está en relación constante con los que tienen su misma dignidad. Por eso, allí  donde los derechos y deberes se corresponden y refuerzan mutuamente la  promoción del bien del individuo se armoniza con el servicio al bien común” (Mensaje  Papal para la Jornada de la paz, 15 de diciembre de 1998). En el mismo  sentido, la Encíclica Evangelium Vitae mantiene que “toda sociedad debe  respetar, defender y promover la dignidad de cada persona humana, en todo  momento y condición de su vida”; Juan Pablo II, Evangelium Vitae,  p. 81. 
                                          (40) Javier Hervada,  “Los derechos inherentes a la dignidad de la persona humana”, en Humana  Iura, 1 (1991), pp. 361-362. 
                                          (41) Robert  Spaemann, Lo natural y lo racional: ensayos de antropología, Madrid,  Rialp, trad. D. Innerarity y J. Olmo, 1989, p. 50. 
                                          (42) Es sabido  que ya Mounier concibió el ser persona como relación vital entre el “yo” y el  “tú”. En esa comprensión del ser personal han profundizado Edmund Husserl y Max  Scheler —con los métodos de la fenomenología—, y también Ferdinand Ebner,  Martín Buber, Romano Guardini y otros, gracias al descubrimiento de la  experiencia; cfr. Christian Schütz y Rupert Sarach, “El hombre como persona”, en  AA. VV., Mysterium Salutis, Benziger Verlag, Einsiedeln, 1965 (trad. al  español: Manual de Teología como Historia de la salvación, t. II,  Ed. Cristiandad, 1970, pp. 716-736). 
                                          (43) Leonardo  Polo, “La coexistencia del hombre”, en Actas de las XXV Reuniones Filosóficas de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Navarra, t I,  Pamplona, 1991, pp. 33-48. 
                                          (44) Leonardo  Polo, “Tener y dar”, en Estudios sobre la Encíclica ‘Laborem exercens’,  Madrid, BAC, 1897, pp. 222-230. 
                                          (45) En efecto,  “el problema fundamental del amor es la correspondencia, ya que hablando en  absoluto, sin correspondencia el amor no existe”; Leonardo Polo, “Tener y dar”,  ob. cit., p. 228. 
                                          (46) Gianfrancesco  Zuanazzi, L’etá ambigua. Paradossi, risorse e turbamenti dell’adolescenza, ob.  cit., p. 55; Gianfrancesco Zuanazzi, Tema e simboli dell’eros, Roma,  Cittá Nuova, 1991, p. 1. 
                                          (47) Juan Pablo  II, Audiencia general, 21.XI.79, n. 1, en Varón y mujer. Teología del cuerpo,  Madrid, Palabra, 1995, p. 78. 
                                          (48) Ludwig  Feuerbach, La esencia del cristianismo, Madrid, Trota, 1995, p. 140. Y  en otro lugar señalaba: “Donde no hay un tú no hay yo. Pero la diferencia de yo  a tú (la condición fundamental de toda personalidad y de toda conciencia) es  una diferencia tan real y vital como lo es la diferencia de hombre y mujer. El  tú entre hombre y mujer tiene un eco muy distinto que el monótono tú entre  amigos”; ibíd., p. 110. 
                                          (49) Sobre este  tema extensamente véase Madna Camps, Identidad sexual y Derecho,  Pamplona, Eunsa, 2007, pp. 41 y ss. 
                                          (50) Robert  Blay, Iron Jhon, Barcelona, Plaza y Janés, trad. de D. Loks, 1992, p.  228. 
                                          (51) Grumbach y  Conte afirman que la distinción entre varón y mujer es “científicamente  absoluta”, por lo que, generalmente, se utilizan estos términos para hacer referencia  a dos opuestos. Melvin Grumbach  y Felix Conte, “Disorders of Sex Differentiation”, en Williams  Textbook of Endocrinology, Philadelphia, W. B. Saunders Company, 1998, pp.  1303-1425. Sin  embargo, esta afirmación no implica que la identidad sexual masculina y la  femenina sean dos realidades disyuntivas, sino que son relacionales. 
                                          (52) Robert  Spaemann, Personas. Acerca de la distinción entre “algo” y “alguien”, Pamplona,  Eunsa, 2000, p. 96; M. Camps, Identidad sexual y Derecho, ob. cit., pp.  241 y ss. 
                                          (53) Hay multitud de estudios sobre este tema, entre  otros: Geert J. De Vries, Per Södersten, “Sex differences in the brain: the  relation between structure and funtion”, en Progres in Brain Research, 61  (1984); Anne Moir and David Jessel, “Brain Sex. The real difference between men  and women”, en Michael Joseph (ed.), London, Penguin Group, 1989; Doreen  Kimura, “Cerebro de varón y cerebro de mujer”, en Investigación y ciencia (1992),  pp. 77-84; Raquel E. Gur, “Diferencias en las funciones del cerebro entre los  sexos”, en VV. AA., La mujer en el umbral del s. XXI, Madrid, Ediciones  U. Complutense, 
                                          1997, pp. 65-90;  Blanca Castilla, “La complementariedad varón-mujer. Nuevas hipótesis”, ob. cit.,  pp. 16-17. 
                                          (54)  Gianfrancesco Zuanazzi, L’etá ambigua. Paradossi, risorse e turbamenti dell’adolescenza, ob. cit., p. 80; A. Barbarino y L. De Marinis, “Ruolo degli ormoni gonadici  sulla sessualizzazione cerebrale”, en Medicina e Morale (1984), pp. 724-  729. 
                                          (55) Stuart Dimond, “Evolution and lateralization of  the brain. Concluding  remarks”, en Annals of the New York Academy of Science, CCXCIX (1977),  p. 477; Antoni Serra, “La biologia della sessualità inprospettiva  pedagogica”, en Gianfrancesco Zuanazzi, L’educazione sessuale nella scuola,  Varese, Salcom,1989; Marcella Zollino y Giovanni Neri, “Le basi  biologiche della differenziazione sessuale”, enCorrado Dastoli; Tamara  Bologna, Sessualità da ripensare, Milán, Vita e Pensiero, 1990, pp.  21-22.En el mismo sentido afirma Zuanazzi que: “Sea como fuere, el  hecho es que, según parece, la corteza cerebral está implicada, aunque de muy  diferente modo, en el comportamiento sexual masculino y femenino. Esto es lo  que sucede con la capacidad que la corteza tiene de integrar los estímulos  referentes a las distintas modalidades sensoriales, al mismo tiempo que las  experiencias emocionales y afectivas, los recuerdos, o las cogniciones que le  son determinadas e impuestas por autorrepresentaciones mentales que la misma  persona se autofabrica”. También se sabe que, “esta función directiva del  córtex cerebral se pone también de manifiesto, aunque en una muy diferente  forma significativa, a través de la expresividad diferencial del comportamiento  sexual masculino y femenino, por medio de la conducta motora, gestual, verbal,  etc., que la corteza cerebral pone en marcha”; Gianfrancesco Zuanazzi, L’etá  ambigua. Paradossi, risorse e turbamenti dell’adolescenza, ob. cit., p. 46. 
                                          (56) Ludwig  Feuerbach, “La relación existente entre la esencia del cristianismo y el Único  y su patrimonio”, en Principios de la filosofía del futuro y otros escritos,  Barcelona, PPU, trad. de José Mª Quintana Cabanas, 1989, p. 160. 
                                          (57) Blanca  Castilla de Cortázar, “La complementariedad varón-mujer. Nuevas hipótesis”, ob.  cit., p. 23. 
                                          (58) André  Berge, La educación sexual de la infancia, Barcelona, Miracle, 1967, pp.  134 y 83. 
                                          (59) Doreen  Kimura, “Cerebro de varón y cerebro de mujer”, en Investigación y ciencia,  (1992), pp. 77-84. 
                                          (60) Blanca  Castilla, “Lo masculino y lo femenino en el siglo XXI”, ob. cit., p. 29. 
                                          (61) Ibíd., pp.  36-37. 
                                          (62) Siguiendo a  Palazzani, la generalización de conductas consideradas, por ejemplo,  típicamente femeninas implicaría “el riesgo de estereotipar la imagen de la  mujer, puesto que se estaría haciendo caso omiso de las diferencias existentes  entre las mismas mujeres, además de entre hombres y mujeres, y acabaríamos  idealizando y elevando a la mujer a la condición de ser superior, capaz de  saber cómo actuar en cada situación (sería algo así como pasar del paternalismo  al maternalismo)”. Por el contrario, las virtudes son humanas, individuales,  por lo que ha de desarrollarlas cada persona, ya sea varón o mujer; ibíd., p.  60. 
                                          (63) Carl G.  Jung, “Los arquetipos y el concepto de ‘anima’”, en Carl G. Jung, Arquetipos  e inconsciente colectivo, Buenos Aires, Paidós, 1981, pp. 49-68. 
                                          (64) José Ortega  y Gasset, La Gioconda (1911), en Obras Completas, t. I, Madrid,  Alianza, 1983, pp. 553-560. 
                                          (65) Jesús  Ballesteros, “Postmodernidad y neofeminismo: el equilibrio entre ‘anima’ y ‘animus’”,  en Postmodernidad: decadencia o resistencia, Madrid, Tecnos, 1989, p.  130. 
                                          (66) Blanca  Castilla, “Lo masculino y lo femenino en el siglo XXI”, ob. cit., pp. 37-38. 
                                          (67) Philipp  Lersch, Von Wesen der Geschlechter, München-Basel, Reinhartd, 1968, pp.  55 y ss., citado en Gianfrancesco Zuanazzi, L’etá ambigua. Paradossi,  risorse e turbamenti dell’adolescenza, ob. cit., p. 79. 
                                          (68) Erik H.  Erikson, Infanzia e società, Roma, Armando, 1967, pp. 91 y ss. 
                                          (69) Ibíd. 
                                          (70) Jesús  Ballesteros, “El paso del feminismo...”, ob. cit., p. 19. 
                                          (71) Ejemplo de  ello puede ser el siguiente texto relativo a la mujer india sioux: “... [la  esposa] era para nosotros una fuente de fuerza moral y espiritual... Su persona  no tenía nada de artificial y en su carácter había muy poca doblez. Su  educación temprana y consistente, la claridad de su vocación y, por encima de  todo, su actitud profundamente religiosa, le daban una fuerza y un equilibrio  que ningún contratiempo ordinario podía vencer”. José J. Olañeta (ed.), Serás  como la madre tierra. La mujer india, Barcelona, 2003, p. 11. 
                                          (72) Jean B. Elsthain, Public man, Private Woman in  Social and Political Thought, Princeton University Press, 1981. 
                                          (73) Jesús  Ballesteros, Postmodernidad: decadencia o resistencia, ob. cit., p. 133. 
                                          (74) Blanca  Castilla, “Lo masculino y lo femenino en el siglo XXI”, ob. cit., p. 30. 
                                          (75) Max  Scheler, Die Stellung des Menschen im Kosmos, Gesammelte Schriften, Munich-Berna,  Francke, 1978, p. 1 (trad. al español: El puesto del hombre en el  cosmos, Buenos Aires, Losada, 1994). 
                                          (76) Marina  Camps, Identidad sexual y Derecho, ob. cit., pp. 237 y ss. 
                                          (77) Blanca  Castilla, “Lo masculino y lo femenino en el siglo XXI”, ob. cit. p. 45. 
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                                          Scala, Jorge, La  Ideología de género, Madrid, Sekotia, 2010. 
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                                          Serra, Antoni,  “La biologia della sessualità in prospettiva pedagogica”, en G. Zuanazzi, L’educazione  sessuale nella scuola, Varese, Salcom, 1989. 
                                          Sommers, Christina H., Who stole feminism?: how  women have betrayed women, New York, Touchstone Book, 1995. 
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                                          Sullerot, Evelyn (ed.), Le fait feminin, París,  Librairie Arthème Fayard, 1978. 
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                                          Zollino, Marcela  y Neri, Giovanni “Le basi biologiche della differenziazione sessuale”, en Sessualità  da ripensare, Milán, Vita e Pensiero, 1990. 
                                          Zuanazzi,  Gianfrancesco, L’etá ambigua. Paradossi, risorse e turbamenti dell’adolescenza, Brescia, La Scuola, 1995. 
                                          Zuanazzi,  Gianfrancesco, Tema e simboli dell’eros, Roma, Cittá Nuova, 1991. 
                                        Díkaion,   Año 26 - Vol.21 Núm. 2  Chía,  Colombia - Diciembre 2012 
                                    (Universidad de La Sabana)                                    |