Los hombres ya no saben cómo ser hombres, el feminismo radical los tiene aturdidos, viviendo en parajes confusos, irreconocibles. El hombre se ha feminizado por temor a mostrar su masculinidad que hoy se considera fuera de lugar. De esto habla el libro La masculinidad robada de María Calvo, (Almuzara, España, 2011) del cual el autor extrae algunas de las ideas principales.
Dos frases como disparos –«La pérdida de identidad de los varones en una sociedad feminizante» y «Varones en crisis: el necesario reencuentro con la masculinidad»–, insertas en la portada del libro, representan el inicio y conclusión de una obra que, en este tiempo, resulta políticamente incorrecta.
Los hombres ya no saben cómo ser hombres, el feminismo radical los ha dejado aturdidos, viviendo en parajes confusos, irreconocibles. El tema no deja indiferente a nadie y la polémica está servida; asistimos, afirma la doctora María Calvo,2 al surgimiento del nuevo «sexo débil».
Diferenciación biológica entre hombres y mujeres, incomprensión de los varones en las escuelas actuales, vida afectiva de los hijos y su relación con los padres, son los basamentos sobre los que la autora edifica este libro lleno de sentido común, sustento científico y nutrientes racionales.
Con el potencial de ser una auténtica bomba editorial, el texto es de invaluable ayuda para padres de familia y educadores que quieran transmitir ideas claras a tantos jóvenes, e incluso niños, perplejos ante un escenario social y mediático que tartamudea y divaga por el temor de llamar al pan, pan y al vino, vino.
Nadie contaba con ese efecto
«Hasta la segunda década del siglo XX, toda la estructura social y política se regía por estilos masculinos de actuación. […]. Mayo del 68 significó para ellos [los varones] el inicio de una mutación en su propia esencia que ha culminado actualmente con la negación de la alteridad sexual, el repudio a la masculinidad y la exaltación de una feminidad deconstruida y deforme, carente de la dimensión maternal, lo que ha provocado una alteración de las relaciones paterno-filiales, de pareja y familiares».
Se trata de un efecto colateral con el que nadie contaba: el hombre se ha feminizado por el temor de mostrar su masculinidad (hoy considerada fuera de lugar), lo mismo que por la creencia social de que cualquier alarde de ese tipo es nocivo para su desarrollo personal y educativo.
Así pues, en busca de una justa y deseable igualdad entre ambos sexos, y tras siglos de dominación masculina, la civilización occidental ha cambiado el curso del barco y navega ahora hacia horizontes claramente femeninos, donde las características netamente masculinas resultan, si no repugnantes, por lo menos sospechosas.
¿Cuál es el nuevo papel del hombre en el siglo XXI, tiempo en que el estilo femenino de actuación va en alza? ¿Quién gana, quién pierde en este nuevo contexto social? ¿Cuáles serán las consecuencias para las nuevas generaciones? A fin de cuentas, ¿puede hacerse algo a nivel familiar, social, educativo?
A continuación un resumen de lo que, a nuestro juicio y en palabras de la autora, nos permitirá adentrarnos en esta interesantísima temática con el deseo de abrir el apetito del lector, puesto que es uno de esos libros que ameritan una degustación completa para obtener todos sus beneficios, con la ventaja de que su textura literaria facilita una lectura ágil y entretenida.
Niños de género neutro
Actualmente, la palabra sexo se ha sustituido por la expresión «género», integrada en la planificación conceptual, en el lenguaje, documentos y programas de los sistemas de Naciones Unidas, y también en normas legales de ordenamientos internos contemporáneos, incluido el español.
Sin embargo, tras este aparente desliz gramatical existe una intencionada finalidad política meticulosamente premeditada. Tras el uso de la palabra género se oculta una teorización completamente nueva del hombre, de las relaciones interpersonales y sociales, pero también de la ética, de la política y del derecho, como toma de posesión de la cultura contra la naturaleza.
Se niega a priori la existencia de diferencias naturales. Cualquier diferencia se atribuye a pautas culturales «de género» impuestas por la sociedad y que siempre han constituido un lastre para la emancipación de la mujer, por lo que deben ser superadas.
Se niega el fundamento antropológico esencial del ser humano: la alteridad sexual. De este modo, si no hay hombre y mujer naturales, tampoco hay padre y madre, el concepto de familia carece de sentido, el resto de las verdades objetivas desaparecen y la sociedad entera entra en crisis, pues la familia es núcleo esencial de la estabilidad social.
El sexo se concibe como algo más ligado a la cultura y a la libertad que a la naturaleza, de manera que la inclinación sexual se podría incluso contraponer a la naturaleza. Se considera que el dimorfismo sexual se reduce a la apariencia externa, que además, gracias a las nuevas técnicas quirúrgicas, puede modificarse a gusto personal.
La maternidad no debe ser algo exclusivo de las mujeres, sino que sería apropiado experimentar desde el punto de vista médico con los varones. La mujer puede prescindir del hombre y recurrir a métodos de inseminación artificial y, por supuesto, debe ser libre de decidir poner fin a un embarazo que considere inoportuno sin tener por qué contar con el padre. Se niega así la complementariedad hombre-mujer, aceptando, en consecuencia, que los hijos puedan ser criados y educados por personas de cualquier tendencia u orientación sexual. Lo más grave es que la indiferenciación sexual ha recibido reconocimiento y amparo legal.
Masculinidad robada
Para llegar a la aceptación universal de estas ideas, los promotores de la ideología de género buscan un cambio cultural gradual en la mentalidad social principalmente a partir de la educación de los hijos. Consideran esencial inculcar a los niños, desde su más tierna infancia, sus ideas sobre la neutralidad sexual para garantizar su libertad a la hora de optar por el género al que deseen pertenecer; y alcanzar así una realización personal libre de las ataduras de las construcciones sociales tradicionales sobre la feminidad y masculinidad.
Aquí se encuentra la verdadera gravedad de esta ideología: en la pretensión de hacer partícipes a niños y adolescentes, sin tener en cuenta que no están preparados psíquicamente para renunciar a una feminidad y a una masculinidad que les es biológicamente inherente desde el nacimiento. Esto supone una intolerable intromisión en la psicología infantil y en su intimidad, que puede acarrearles daños gravísimos de por vida.
Entre la sexualidad de un niño y la de un adulto hay un mundo de diferencia. Un adulto puede esforzarse por vivir en contra de su esencia e identidad sexual, pero para un niño esto conduce a confusión, frustración e infelicidad. En la niñez y adolescencia, la identidad personal, masculina o femenina, todavía no se ha constituido adecuadamente, les falta madurez, experiencia de la vida para saber integrar todos los elementos que están en juego en una relación interpersonal.
Además, la neutralidad sexual supone disociar totalmente la sexualidad de su dimensión afectiva y reproductiva; la aceptación de que cualquier relación sexual es válida con una condición: que sea segura desde el punto de vista de la salud, conduce a un individualismo atroz, insano, contrario a la dignidad de la persona.
La estabilidad emocional de algunos niños se ve afectada por el intento de actuar y reaccionar como lo hace el sexo opuesto. Esta falta de identidad masculina les hace tener poca confianza en sí mismos, una autoestima disminuida que conduce a muchos de ellos a la frustración y la tristeza que se manifiestan en diversas facetas de su vida. Sin embargo nadie se atreve a denunciar esta injusta situación.
El hombre ¿nace o se hace?
Una característica de estas ideologías igualitaristas es su devoción por posturas al margen de las evidencias, por creencias carentes de soporte empírico y el desprecio absoluto hacia aquellos descubrimientos científicos que pueden poner en duda sus principios. Décadas de investigación en neurociencia, en endocrinología genética, en psicología del desarrollo, demuestran que las diferencias entre los sexos, en sus aptitudes, formas de sentir, de trabajar, de reaccionar, no son sólo el resultado de unos roles tradicionalmente atribuidos a hombres y mujeres, o de unos condicionamientos histórico-culturales, sino que, en gran medida, vienen dadas por la naturaleza. Los cerebros femenino y masculino, desde incluso antes de nacer, son notablemente diferentes en estructura y funcionamiento.
Tenemos por un lado la naturaleza –neuronas, sustancias químicas del cerebro, hormonas y, por supuesto, los genes– y, por otro lado, la crianza, la cultura, la educación, todas esas «brisas» ambientales soplando a nuestro alrededor. Ante este panorama no tiene sentido hablar de naturaleza o de cultura por separado, sino sólo de su interacción.
El verdadero reto será ver cómo se produce la interacción de las diferencias biológicas entre los sexos y los factores medioambientales para producir la diversidad existente entre nosotros que tanto enriquece.
La educación juega un papel fundamental en el equilibrado desarrollo de la personalidad femenina y masculina, por medio de la potenciación de las virtudes y aptitudes peculiares de cada sexo y por medio, asimismo, del encauzamiento de aquellas tendencias innatas que podrían dificultar una justa igualdad y un correcto desarrollo personal.
El sexo importa. Importa en la medicina, en nuestras relaciones diarias profesionales, en nuestro matrimonio, en unos aspectos que no esperábamos y en otros que ni siquiera podemos llegar a imaginar. Pero también, y sobre todo, importa en la educación y formación de nuestros hijos.
Incomprensión hacia los varones en la escuela actual
La neutralidad sexual ha calado con enorme fuerza en todos los ámbitos de nuestra sociedad, llegando incluso a afectar a las más elevadas instancias políticas y administrativas. Los centros escolares no se han librado de ello. La implementación de esta ideología en las escuelas presupone una igualdad absoluta en el trato a niños y niñas, despreciando sus singularidades femeninas y masculinas. Pero los graves problemas personales y académicos que actualmente presentan nuestros niños y jóvenes nos obligan a repensar esta idea de igualdad.
90% de los docentes no son conscientes de las diferencias entre niños y niñas en intereses, aficiones, prioridades, formas de pensamiento, movimiento y comportamiento, ideales, maneras de jugar y de expresarse. No se aplican medidas adecuadas, se les exige lo mismo, de idéntica forma a niños y niñas, en el mismo tiempo y pretendiendo obtener una misma respuesta por parte de ambos sexos. Lo que resulta sencillamente imposible y frustrante, tanto para el profesorado como para los alumnos.
En contra de lo que infundadamente piensa la mayoría de la sociedad y como demuestran los estudios, las chicas están arrasando en los colegios. El chico tipo está un año y medio por detrás de la chica tipo en lectura y escritura; está menos comprometido en el colegio; su comportamiento es peor y es menos probable que llegue a realizar estudios universitarios.
Las chicas de hoy ensombrecen a los chicos. Consiguen mejores calificaciones. Tienen aspiraciones educativas más altas. Siguen programas académicos más rigurosos y participan en clases de alto nivel en mayor porcentaje, se comprometen más académicamente. A igual edad y condiciones, el rendimiento escolar es superior entre las alumnas. Las cifras de fracaso escolar se nutren de varones y cada vez aumentan más. El fracaso escolar va normalmente unido a la indisciplina y mal comportamiento.
En los últimos años, el fenómeno ocupa repetidamente las portadas y contenidos de periódicos de reconocido prestigio como Newsweek, New York Times, New Republic o Esquire. En los Estados Unidos, la crisis de los varones es un tema de plena actualidad en los más variados foros académicos e intelectuales.
En otros países como el nuestro, lejos de adoptar medidas para corregir la situación, se ignora la existencia de este fuerte componente sexual en el fracaso escolar. Es un aspecto del que nunca se habla pero que los docentes viven diariamente. Para justificar la crisis escolar de los varones se barajan otras muchas variables, edad, raza, nivel económico, pero la relativa al sexo se ha extirpado de nuestros datos porcentuales. En consecuencia, no hay ninguna actuación para darle solución, ni experimental, ni administrativamente.
Es preciso prestar especial atención al fracaso escolar masculino, ya que muchos de los chicos que abandonan la escuela acaban absorbidos por ambientes delictivos e inmersos en un circuito criminal.
En relación con las niñas, todos estamos pendientes de los fallos del sistema educativo, del acoso en las escuelas, de la falta de estimulación de los padres, de los roles y estereotipos que la sociedad impone. Pero en el caso de los niños, se les echa la culpa a ellos de su propio fracaso, no a las circunstancias, al modelo educativo o a la sociedad. Esto es injusto y trae nefastas consecuencias.
El menor rendimiento escolar puede generar en ciertos casos –especialmente en la adolescencia– complejo de inferioridad, descenso de la autoestima, absentismo escolar, necesidad de evasión de la realidad por medio del consumo de drogas y alcohol. La estabilidad emocional de algunos niños se ve afectada por la incomprensión a la que se ven sometidos durante la convivencia escolar constante con el sexo opuesto.
Es necesario que los poderes públicos y las administraciones educativas se quiten la venda de los ojos y reconozcan la existencia de unas diferencias sexuales en el aprendizaje que están siendo despreciadas.
Se quiere implantar el “ideal femenino”
Es urgente formar al profesorado y también a los padres (primeros y esenciales educadores de sus hijos) en el conocimiento de las diferencias biológicas y neuronales de niños y niñas, como están haciendo en otros países con excelentes resultados, donde, en los últimos años, han empezado a producirse interacciones entre educadores y científicos cerebrales.
Diferentes estudios confirman que los profesores en general riñen y castigan significativamente más a los niños que a las niñas, incluso cuando no se están comportando de manera claramente inadecuada. Muchos de ellos acaban muchos castigados o en el diván de alguna clínica esperando ser medicados frente a una hiperactividad ficticia, para que no expresen los rasgos propios de su masculinidad y así se asimilen más a las niñas que son las supuestamente «normales», por el hecho de ser más tranquilas y disciplinadas.
Se quiere implantar en las escuelas el «ideal femenino». A la mayoría de los chicos no les va bien porque tienen otra forma de aprender, otros ritmos de maduración, y otra forma de comportarse. En este ambiente, los niños se encuentran incomprendidos, minusvalorados e incapacitados para experimentar el amplísimo desarrollo personal y académico del que son capaces y merecedores.
Son analfabetas sentimentales
La incomprensión hacia los chicos ha calado con fuerza también en muchos hogares. No se comprende su introspección, sus actitudes desafiantes, la asunción y pasión por el riesgo, su impulsividad… Se les pide que expresen sus emociones como lo hacen sus hermanas, se pretende que sean tranquilos como lo son ellas. En definitiva, se desea, de forma consciente o no, su feminización.
El problema se encuentra muchas veces en las propias mujeres, en las madres que pasan la mayoría del tiempo con los niños, muchas de las cuales tienen por lo general una vaga noción de lo que significa ser un chico, de cómo piensan, sienten y se comportan. Muchas mujeres que han crecido sin hermanos se sienten abrumadas por el comportamiento masculino de los niños.
Especialmente en la pubertad, rara vez el niño expresará tristeza, ansiedad o miedo, normalmente manifestará enfado, agresividad e introspección. Los adultos en estas circunstancias sólo ven a un adolescente impertinente, en apariencia seguro y confiado, y no perciben su mundo interior lleno de miedos y dudas.
Durante generaciones se ha educado la inteligencia de los chicos, pero no sus emociones ni su afectividad. Hemos creado analfabetos sentimentales. Por suerte, los sentimientos son educables y se deben cultivar.
Para que un niño exprese sus emociones y comparta sus sentimientos es imprescindible un ambiente adecuado. Debe saber previamente que no será criticado, que no se van a reír de él, que no va a ser regañado por lo que siente. No debe sentirse presionado, ni juzgado, como si fuera un interrogatorio. Es imprescindible un ambiente en el que se sienta emocionalmente seguro. Si le escuchamos con seriedad, él se tomará a sí mismo en serio.
La vida familiar supone la primera escuela para el aprendizaje emocional. Esta escuela emocional funciona no sólo a través de lo que los padres dicen o hacen directamente a los niños, sino también en los modelos que ofrecen a la hora de manejar sus propios sentimientos y aquellos que tienen lugar entre marido y mujer.
Recobrar la alteridad sexual
A nuestros hijos corresponde el comienzo de una nueva etapa histórica caracterizada por la colaboración entre los sexos, en la que se comprendan las inquietudes y motivaciones tan diferentes de hombres y mujeres, y en las que ambos comprendan que son iguales en dignidad y derechos, pero diferentes en esencia y por lo tanto maravillosamente complementarios.
Cada vez que criamos a un niño como un hombre afectuoso, responsable y equilibrado, estamos construyendo un mundo mejor para las mujeres y para la sociedad. El acto más inteligente que podemos realizar actualmente para garantizar la felicidad del ser humano y el equilibrio de la familia, y por ende de la sociedad entera, es la comprensión del hombre y su naturaleza masculina.
Necesitamos hombres y mujeres decididos a formar familias estables en las que ambos cooperen y colaboren de forma generosa y equilibrada en la crianza y educación de sus hijos.
Es urgente devolver a la sociedad los fundamentos antropológicos extirpados; necesitamos recobrar los puntos esenciales de referencia, empezando por la alteridad sexual, para «rehumanizar» el mundo y devolver a la persona humana –hombre y mujer– al centro de gravedad como le corresponde, acabando con el relativismo moral que ha impregnado las relaciones entre los sexos en los últimos años.
Estos hombres y mujeres «nuevos» serán la base de una sociedad sana y con futuro.
Notas
1 Almuzara, España, 2011. 238 pp
2 Doctora en Derecho Administrativo, presidenta académica en España de la Asociación Europea para la Educación Diferenciada. Ha realizado actividad docente y de investigación en Estados Unidos, como investigadora visitante en la Universidad de Harvard (Massachusetts) y profesora visitante en la Universidad William and Mary (Virginia). Es profesora Titular de Derecho Administrativo en la Universidad Carlos III (Madrid) y autora de varios libros jurídicos y educativos, lo mismo que de múltiples colaboraciones en revistas científicas de España, Polonia, México, Italia y Estados Unidos.
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