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Cómo cultivar el amor conyugal

El amor hay que cuidarlo. El ocaso del amor es un proceso sutil, casi imperceptible en sus comienzos, del que no nos percatamos con facilidad hasta que las cosas han llegado a un extremo aparentemente insoluble. Para reconocerlo se requiere una gran agudeza y finura en el análisis de los acontecimientos cuya aparente trivialidad encierra consecuencias definitivas.

A veces el enfriamiento empieza con la falta de ilusión por regresar a casa de parte del marido, ya sea porque su trabajo le exige a menudo horas extras, o bien porque piensa que basta con dedicarle a la familia todo el domingo. Todo esto puede indicar que él está perdiendo interés por estar con su esposa y con sus hijos.

Pero también podría ser culpa de la esposa, que ya no se preocupa por resultarle atractiva o lo recibe con indiferencia. Otras veces la indiferencia se manifiesta en la poca atención que ella le dedica a su hogar, o a que descuida variar la comida o porque no se preocupa de su arreglo personal.

En la medida en que la vida familiar es la armonía de las dimensiones del amor conyugal (física, emocional y espiritual), los cónyuges saben que cualquier deficiencia en uno de esos aspectos puede desequilibrar el conjunto.

Por ejemplo, si no se obtiene gozo y plena satisfacción en las relaciones sexuales, entonces, aparecerá un motivo de conflicto e incomprensión que hará menos grata la intimidad. Asimismo, cuando falta afecto y ternura en el esposo, la mujer se siente como un simple objeto de placer para su marido, experimentando la perturbadora sensación de no ser amada de verdad.

La integración afectiva y el compartir los ideales e identificarse con ellos son necesarios para conservar el amor e incrementarlo. Para ello basta con interesarse por el trabajo del marido o por las dificultades domésticas de la mujer; darle su importancia a una fecha significativa; arreglarse especialmente para recibir al esposo después de haber tenido un disgusto con él. Atenciones como éstas seguramente evitarán que el cariño se enturbie y que la fidelidad se debilite.

Los esposos que quieran lograr la máxima perfección en el amor deberán tener en cuenta lo siguiente:

Disposición de entrega. Amar supone pensar primero en los demás. Nunca debe negársele al otro nada razonable, aún cuando no sea del todo necesario, por pereza o por apatía. Antes bien, cada uno se esforzará positiva y activamente por procurar el bien del otro, brindándose atenciones y delicadezas. No se puede alcanzar la felicidad ni es posible brindarla con actitudes egoístas en las que prevalece la búsqueda de bienestar y del placer personal. O los esposos se disponen a darse sin reservas, o no cabe felicidad dentro del matrimonio.

Reconquistar al otro día a día. Como consecuencia de lo anterior, es de esperarse que cada cónyuge se sienta impelido a volver a enamorar a su pareja, a reemprender continuamente su conquista. Despertar el amor en todos los aspectos es uno de los grandes retos que deben enfrentar todos los esposos y una señal de madurez espiritual, afectiva y sexual.

Ese desafío de la reconquista cotidiana implica algunos actos como los siguientes:

1. El hecho de que la mujer cuide siempre su apariencia física y su arreglo personal.
2. Mostrar interés por los asuntos de la pareja, pero sin entrometerse imprudentemente.
3. Evitar los celos infundados.
4. No dormirse disgustados y saber sonreír al despertar.
5. Cuidar (él) la generosidad en lo económico y (ella) la distribución del gasto, evitando el despilfarro.

Todo lo anterior no siempre resulta fácil de llevar a cabo, pero en cambio resulta de gran valor para la felicidad presente y futura de la familia.

En este proceso de mutua reconquista goza de un lugar preferente la comunicación, que nunca deberá interrumpirse. La ausencia de diálogo es lo peor que le puede suceder a los esposos. Pase lo que pase han de conversar, de intentar llegar al fondo de las razones del otro, de comprender sus juicios y de facilitar con cariño una rectificación oportuna. Hay que saber disculpar y perdonar siempre.

Pero aún es mejor decir, con obras, “no” al rencor, a la venganza, al desquite, al recuerdo de hechos desagradables y ofensivos. Sólo así se conseguirá conservar vivo el amor y evitar romper el vínculo de fidelidad prometida, así como convertir el matrimonio en un remanso para los esposos, para los hijos, y para cuantos participen de su vida cotidiana.

Cuando la mujer sabe ser una esposa dulce, una madre buena y comprensiva; cuando siembra la alegría y la esperanza; cuando le abre caminos a sus hijos y allana un poco los del marido, aún cuando envejezca, como es inevitable, habrá sabido ganarse el afecto de su esposo, el cual tendrá la convicción de que, como madre de sus hijos y compañera de su juventud y edad adulta, su esposa es una mujer irremplazable. Y cuando el hombre pierda su fuerza, su vitalidad y su ánimo de trabajo, la esposa seguirá considerándolo su compañero del camino, su apoyo, ahora fatigado, que todo se lo merece sin importar su edad o su mala salud.

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Dimensiones del amor conyugal

Fuente: sembrarfamilia.org

El amor sexual o físico se manifiesta como una tendencia instintiva, en la forma de un atractivo físico mutuo que se dispone a expresarse de manera natural, se nutre de afecto y culmina, por lo normal, en la unión de los cuerpos y su consiguiente satisfacción sexual. Esa unión no sólo es lícita, sino que también es noble y buena. Por lo demás, es necesaria para consumar la unión de los cónyuges, ya que es expresión de su entrega total, así como para la procreación de los hijos.

Ahora podemos entender por qué solamente en el matrimonio encuentra el sexo su verdadero significado, pleno de humanidad: porque al contribuir a la integración de dos seres, la sexualidad es una manifestación de amor total y de unidad vital. Es necesario saberse dar y no buscar solamente el goce físico personal ni convertir el sexo en un simple instrumento de placer y al cónyuge en un objeto del cual se puede disfrutar a capricho. El aseo, el ejercicio, el arreglo personal y todo lo que conduce a serle agradable al cónyuge es una profunda manifestación de amor conyugal.

La unión de los cuerpos debe ser la expresión y el resultado de una unión más profunda. El matrimonio, la unión de los cuerpos expresa la unión total.

Amor afectivo-emocional

La convivencia de los esposos se basa por lo normal en la comunidad afectiva. El corazón humano necesita el testimonio del afecto: ansía sentirse querido y estimado. Los esposos deben tratarse de manera que de entre ellos brote esa satisfacción plena. Pero para ello es necesario saber querer y saber expresar el amor. Una caricia, una palabra de estímulo, de disculpa o de perdón, así como cualquier atención con la familia del cónyuge, entre otras manifestaciones de amabilidad aparentemente insignificantes, son formas apropiadas de profundizar en ese amor y de poder lograr esa unidad tan trascendente en la vida diaria.

Cabe destacar el siguiente aspecto, a saber: la delicadeza en el trato. La delicadeza equivale a un gran respeto; es casi una forma de veneración que debe mostrarse a cada instante como esmero, cortesía, ánimo de servicio y de ayuda.

Algunas manifestaciones de delicadeza son, por ejemplo, las siguientes:
 
1. Sugerir en lugar de mandar.
2. Invitar en lugar de obligar.
3. Sonreír aún en ocasiones difíciles.
4. No echarle en cara sus defectos al otro.
5. Alabar oportunamente una buena comida o una ocurrencia acertada.
6. Evitar las indirectas.
7. No elevar la voz destempladamente.
8. Evitar toda grosería en las expresiones.
9. Respetar el pudor del cónyuge.

Desde luego, hay muchas más cosas por hacer o evitar en este sentido. Se trata siempre, de no ser bruscos, de limar asperezas y de evitar las faltas de educación; no hay que hacer recriminaciones humillantes; se procurará eludir cualquier palabra ofensiva y vencer el mal genio o superar el mal humor pasajero.

Todo eso exige mucha generosidad, entrega y sencillez, a la vez que requiere humildad y espíritu de sacrificio. Pero finalmente conduce a la felicidad, a la paz y la alegría. Los esposos deben hacerse amables para facilitarse mutuamente su promesa de amor.

Amor espiritual-intelectual

La tercera dimensión del amor conyugal es la que conduce a la comprensión mutua, a la integración de inteligencia y voluntad en la unidad de ideales y en la aceptación de los principios que han de guiar la vida conyugal.

No se trata de estar siempre de acuerdo en todo, sino de llegar a un acuerdo mutuo.  Cada uno de los esposos debe esforzarse por mostrarse receptivo a los ideales del otro para formar con ellos un proyecto de vida en común.

Es posible lograr, al menos, el respeto y la aceptación comprensiva de lo que se sienten incapaces de compartir. Con este fin, los esposos deben conocer cuáles son los defectos y las virtudes de cada uno, de modo que consigan aceptarse y colaborar en su mutuo perfeccionamiento.

El conocimiento es inseparable del amor. Cuanto más se ama a una persona, mejor se le conoce. Por esta razón el amor entre los esposos, incluyendo la unión sexual, exige la luminosidad del conocimiento recíproco. Si no hay nada que comunicar, difícilmente habrá algo que compartir. El amor conyugal debe conquistarse día con día.

Algo que se olvida con facilidad y no se tiene en cuenta en el momento de analizar las diferencias y los respectivos puntos de vista ante determinados acontecimientos es el hecho de que cada sexo tiene características distintas, aunque complementarias. Se suele decir que el hombre es cerebral y que obedece más a la lógica, que prefiere la esencia de las cosas en menoscabo de los detalles. Por el contrario, la mujer parece regirse más por los sentimientos, lo concreto y lo existencial, de modo que le afectan en mayor grado las variaciones del carácter y las emociones del momento.

A las cualidades distintas les corresponden defectos equivalentes. Así, al hombre suelen atribuírsele la fortaleza y la creatividad, la acción y la razón, en tanto que a la mujer se le reconoce una actitud emocional más intensa y una mayor sensibilidad.

La intuición de la mujer es sorprendente. Su vida gira más en torno a su propia intimidad, de donde proceden su intensa vida interior y su gran ingenio. Tiene una enorme capacidad para gozar con los detalles. Su amor se manifiesta fundamentalmente como ternura y alegría. Busca ser mimada, protegida y verse rodeada de atenciones.

El hombre es en el amor como un torbellino que no tarda mucho en sosegarse, absorbido como está por sus ocupaciones profesionales o sociales. La mujer es más bien un murmullo que no cesa y que siempre está pendiente de su amor. El hombre es como la lluvia que pasa; la mujer, en cambio, se asemeja a la tierra que permanece. ¡La madre tierra! El hombre, ante todo, mira, mientras que la mujer gusta de ser admirada.

El hombre es abierta tendencia al mando, en tanto que la mujer domina sutilmente por medio de las sinuosidades del sentimiento. La sensibilidad es el lado débil de la mujer, pero el orgullo es el flanco más vulnerable del hombre. La mujer requiere el apoyo del hombre para entregarse a él; pero a cambio de esta seguridad ella aporta su ternura y su comprensión.

En fin, todas esas diferencias son las causantes de muchos conflictos cuando no se valoran objetiva y serenamente. Sin embargo, bien utilizadas, esas divergencias son la clave de la felicidad y de la perfecta complementariedad del hombre y de la mujer.

Los esposos deben vivir en un clima abierto a la entrega, superando el egoísmo y aceptando el modo de ser y las imperfecciones del cónyuge, e incluso aquellas cualidades que para el otro pueden parecer defectos. Nada mejor, pues, que mantener en pie un constante deseo de ayuda que contribuye a subsanar los errores y conduzca a la certeza de que muchas cosas desagradables no podrán corregirse en unos pocos días.

No es fácil lograr esa unión de espíritus, pero es trascendental procurarla cada día adoptando una actitud leal, recta, humilde, paciente y sincera, todo lo cual supone un elevado sentido de la libertad, un respeto profundo por las ideas y las características del otro y una aceptación de la perspectiva de cada cual, de su peculiar visión del mundo que, con un poco de buena voluntad, podemos hacer nuestra así sea sólo pasajeramente.

El matrimonio es la unión de un hombre con una mujer.  Él debe amar y apreciar la feminidad de ella, y ella la masculinidad de él.

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Elementos del amor conyugal

Fuente: sembrarfamilia.org

Lo que no significa que lo hayan realizado plenamente, sino tan sólo que han comenzado a vivirlo. En efecto, el resto de su vida lo pasarán procurando hacer realidad su amor conyugal e intentando dar y recibir todo aquello que los mejore como cónyuges. Su vida matrimonial será un esfuerzo nunca interrumpido en el que intervendrán los éxitos y los fracasos; la generosidad y la amargura, y las alegrías y las penas.

Es decir, un conjunto de realidades inevitables, de detalles aparentemente insignificantes, pero que resultan heroicos y decisivos en el cotidiano ejercicio de la fidelidad.
En todo este proceso interviene el amor, que, si bien no alcanzará su plenitud desde el primer día, será en cambio una búsqueda incesante e ilusionada.

Al principio los cónyuges pueden experimentar un cariño muy fuerte, ya que éste es producto del enamoramiento, pero sólo llegarán a quererse de verdad tras un largo proceso de maduración personal.

El día de la boda comienza lo que ha de desarrollarse durante toda la vida. El amor auténtico exige un proceso constante, una superación continua. No admite la rutina. Si no se procura acrecentarlo y renovarlo sin cesar, entonces siempre estará en peligro de languidecer. Y un cariño que se entibia mata la felicidad y despoja de sentido a la fidelidad.
El encuentro verdadero y total no se realiza de un día para otro ni bastan dos o tres años de trato.

Al casarse, los cónyuges adquieren el compromiso de incrementar su amor. Desde luego, comenzar es fácil, pero lo que importa es llegar a la meta. Los problemas y los dolores (que nunca faltan) no ponen en peligro al amor; al contrario lo consolidan y lo confirman. El sacrificio compartido une profundamente a las personas.

Los esposos tienen un compromiso: crecer en el amor.

El primer deber de los cónyuges es quererse. Se despeja así un nuevo horizonte en el matrimonio, entendido éste como instrumento de perfección.  El amor matrimonial se basa en la diferenciación sexual entre el varón y la mujer. Ambos se reúnen en cuanto sexualmente son distintos y complementarios.

El amor conyugal hunde sus raíces en el terreno de la complementariedad natural que existe entre el hombre y la mujer, y se alimenta de la voluntad personal de los esposos de compartir íntegramente su proyecto de vida, todo lo que tienen y todo lo que son.
La unión matrimonial es, así, el fruto de una exigencia profundamente humana.

1. Amor conyugal. Es el amor plenamente humano, es decir, sensible, afectivo y espiritual al mismo tiempo. No es una simple efusión del instinto y del sentimiento, sino que es también –y principalmente– un acto de voluntad libre destinado a mantenerse en pie y a crecer a través de las alegrías y los dolores de la vida cotidiana, de tal forma que ello le permita a los esposos convertirse en un solo corazón y alcanzar juntos su perfección humana.

2. Amor total. Es una forma singular de amistad personal por cuyo medio los esposos comparten generosamente todo, sin reservas ni cálculos egoístas.

La amistad se basa en cierta igualdad. En el matrimonio, el hombre y la mujer sexualmente distintos son iguales por cuanto tienen la misma dignidad y gozan de los mismos derechos como personas. Por tanto, la entrega total que exige el matrimonio sólo es posible en un clima de amistad conyugal y de amor por el otro. De aquí que el amor conyugal exija fidelidad para ser verdadero, es decir, que un hombre ame a una sola mujer y una mujer ame a un solo hombre, de modo que su vínculo resulte indisoluble y perpetuo.

En el amor conyugal no se puede aceptar parcialmente al otro; antes bien, hay que tomarlo con todas sus características. Por esta razón, amar al cónyuge aceptando solamente algunas de sus cualidades porque éstas nos proporcionan deleite equivale a considerarlo un objeto.
Entre los elementos de ese todo figura la sexualidad. Una unión sexual sin un amor maduro es un acto irresponsable que, lejos de construir, destruye.

3. Amor fiel y exclusivo. Es la unión de un hombre con una mujer para siempre. Si no es lícito que la mujer tenga varios maridos debido a la incertidumbre que ello introduciría por lo que se refiere a la responsabilidad paterna de la prole, así tampoco el hombre debe tener varias mujeres, ya que entonces no existiría verdadera amistad entre hombre y mujer, sino más bien una relación de servidumbre.

El amor sexual entre hombre y mujer exige psicológicamente la exclusividad: el sentirse amado o amada por la persona gracias a la cual la vida adquiere sentido
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En cuanto el amor sensible madura aparecen los celos, los cuales no son sino manifestación de esa tendencia a la fidelidad que dice: “Quiero ser tuyo, te quiero para mí”.

Por lo demás, la infidelidad dificulta mucho la educación de los hijos:
• Por la humillación que esto representa para el cónyuge ofendido.
• Por el mal ejemplo que se da a los hijos.
• Por la falta de paz y armonía que termina por destruir el hogar.

El amor fiel, exclusivo y para siempre es asumido como un compromiso por los cónyuges en el momento en que aceptan libremente y con plena conciencia el vínculo matrimonial y todas las obligaciones que éste conlleva. La fidelidad responde a la más profunda necesidad del amor sexual.

4. Amor indisoluble. Ello significa que el vínculo matrimonial es permanente. Se rompe únicamente en caso de que fallezca uno de los cónyuges. La indisolubilidad de la relación conyugal responde también a profundas exigencias humanas y resulta condición indispensable para la felicidad de los esposos y para la seguridad y la tranquilidad de los hijos.

El amor verdadero, en la medida en que es entrega de una persona a otra, no puede estar condicionado; no es posible fijar límites al amor sin con ello falsificarlo radicalmente. La donación física es un engaño cuando no es la expresión de una donación total. Si uno de los cónyuges se reserva la posibilidad de decidir su futuro de manera independiente, entonces su entrega ya no es total.

La solidez del amor conyugal lo defiende de los altibajos del sentimiento y asegura la protección del más débil, que de otra manera quedaría en situación de inferioridad y sería objeto de discriminación.

Para que el amor conyugal se desarrolle en plenitud hace falta tiempo, pues es labor de toda una vida. No se puede lograr en unos pocos años lo que ha de irse conquistando a lo largo de toda la existencia. Como los paracaídas, el amor de los esposos necesita cobrar altura para poder desplegarse. Todos desean ser amados para siempre.  ¿Quién quisiera que terminara su amor?

5. Amor fecundo. Es el amor que no se agota en la unión de los esposos, sino que está destinado a prolongarse mediante la procreación de otras vidas. Los hijos constituyen una de las razones más poderosas de la indisolubilidad del matrimonio. La educación de los hijos, en efecto, lleva muchos años, por no decir que toda la vida. Así, esta labor exige que los padres colaboren al unísono y conjunten sus esfuerzos. Los hijos son de ambos padres, y por eso necesitan tanto al padre como a la madre.

El amor auténtico mira a toda persona y a todo en la persona: cuerpo y vida interior, virtudes y defectos, coincidencias y divergencias.  Un falso concepto del matrimonio sería considerarlo exclusivamente un medio de procreación que pudiese prescindir del amor; pero sería igualmente equivocado o pretender excluir a los hijos de la relación conyugal buscando en ésta sólo la dimensión amorosa.

El matrimonio reclama armonizar la unión física y afectiva con la afinidad espiritual. Ello es porque si no hay unión en cualquiera de las dimensiones del amor conyugal mencionadas, entonces el matrimonio perderá estabilidad.

Cuando los esposos se quieren de veras buscan incesantemente perfeccionar sus relaciones sexuales a la par que procuran consolidar juntos su proyecto de vida.

Es en ese perfeccionamiento del amor en el que invertirán sus años de vida matrimonial. Y ello implicará superar fricciones, dificultades e incomprensiones con una sonrisa, con optimismo, con inversión de esfuerzo, etc. Sólo así se puede uno empeñar en la lucha que persigue la felicidad de dos.


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