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Sin confianza no hay compromiso
Por Zac Alstin

Para que los jóvenes comprendan que vale la pena comprometerse en el matrimonio, tienen que entender la sustancia de la unión matrimonial, que no se reduce a los ritos formales. Así lo mantiene Zac Alstin en un artículo publicado en MercatorNet.com
Los jóvenes de hoy –entre los que me cuento– parece que no desean o no se sienten capaces de comprometerse, o por lo menos eso se dice. Pero esta descripción no responde a mi experiencia. Diagnosticar el problema como “falta de compromiso” no solo confunde el síntoma con la causa, incluso malinterpreta el síntoma.
Comprometerse significa confiarse uno mismo a algo o a alguien. El verdadero compromiso presupone confianza en el objeto de nuestro compromiso. Y ciertamente hay mucha confianza entre los jóvenes de hoy, pero no en los campos en los que esperamos o apreciamos.

En qué confían los jóvenes
En primer lugar, los jóvenes confían en el entretenimiento, y se comprometen con él de todo corazón. Juegos, películas, series de televisión, son objetos de auténtico compromiso. Esto es lo que implica ser un fan, un devoto o fanático. La gente dedica con gusto tiempo y dinero al entretenimiento en formas variadas.
En menor número, los jóvenes también están comprometidos con los deportes. El nivel de compromiso manifestado en el apoyo a un equipo, o incluso con la propia participación a distintos niveles, demuestra un alto grado de confianza en el valor del deporte. En los niveles más altos, encontramos muchos ejemplos de jóvenes comprometidos con exigentes regímenes de entrenamiento, competición y resultados.
En tercer lugar, encontramos muchos jóvenes comprometidos en ciertas carreras profesionales, especialmente en profesiones vocacionales como medicina. ¡No subestimemos el idealismo y el compromiso de un estudiante de medicina! Muchos de ellos dedicarán hasta doce años de estudio antes de alcanzar la deseada especialización.

Entre las promesas y las separaciones
La gente joven –como la mayoría de la gente– se compromete con las cosas en que confía. Lo característico de la época actual no es el cambio en los patrones de compromiso, sino en los patrones de confianza. La gente parece no confiar ya en el matrimonio y por lo tanto no se compromete en él. ¿Es realmente sorprendente que los jóvenes no confíen en el matrimonio cuando las tasas de divorcio son tan altas? En Australia, la duración media de los matrimonios antes de la separación es de 9 años. De los matrimonios celebrados en el periodo 2000-2002 se espera que terminen en divorcio la tercera parte.
El agudo contraste entre el compromiso matrimonial y el posterior divorcio no inspira confianza en la institución del matrimonio. (...)
El gran escritor inglés G.K. Chesterton veía así el núcleo del problema: “El hombre que hace una promesa queda citado consigo mismo en un punto o tiempo distante. El peligro es que no acuda a la cita. Y en los tiempos modernos este temor a uno mismo, a la debilidad o mudanza de uno mismo, ha aumentado peligrosamente, y es la verdadera base de la objeción a cualquier tipo de compromiso”.

Hacia compromisos más altos
Estoy seguro de que a la mayoría de los jóvenes les gustaría experimentar la seguridad y la confianza necesarias para los grandes compromisos. Les gustaría fiarse lo suficiente de sí mismos como para comprometerse de por vida, conocer sin duda el camino recto que deben seguir. Mucha gente sueña con encontrar a la persona “adecuada”, aquella sobre la que uno no tendrá dudas. Incluso el menosprecio de la religión en nuestra sociedad secularizada refleja el deseo de algo que verdaderamente merezca nuestra fe.
Por lo tanto, el verdadero problema de los jóvenes –y también de mucha gente mayor– es nuestra desesperada confusión, ignorancia y cinismo acerca de aquello en lo que podemos confiar en este mundo. Para muchos de nosotros, lo que podemos confiar se reduce al sencillo y seguro círculo de entretenimiento, diversión y escapismo en el que destaca nuestra cultura consumista. Puedo confiar en que mi comida basura favorita tendrá un sabor razonablemente bueno. Puedo confiar en que mi serie de televisión favorita me mantendrá entretenido. Puedo confiar en que mi siguiente juguete tecnológico me divertirá por un rato.
Pero si queremos elevarnos sobre este pequeño círculo solipsista de entretenimiento, tenemos que esforzarnos en volver a examinar los compromisos más altos que hemos desdeñado. Tanto si en última instancia acabamos confiando en el matrimonio o rechazándolo, debemos llegar a una conclusión a partir de un verdadero conocimiento, y no a través de los mensajes desganados y despectivos que nos transmiten los medios de comunicación, o a través de las amargadas actitudes de la gente cuya triste experiencia personal ha contribuido a definir el matrimonio para enteras generaciones.

En el camino del matrimonio
El matrimonio es simplemente la unión monógama de los sexos. Es un hecho objetivo, lo formalicemos o no. De ahí que en el creciente número de gente que cohabita hay quienes están viviendo un matrimonio de hecho, aunque no se den cuenta. Allí donde una pareja de distinto sexo se une en una relación monógama, están emprendiendo el camino del matrimonio. Puede ser imperfectamente realizado y mal comprendido, pero la realidad objetiva es innegable.
La gente puede pensar que está evitando el conflictivo y confuso campo del matrimonio, pero sus relaciones de hecho son sin embargo una afirmación de la relación matrimonial. Si pueden comprender que el matrimonio es algo tan simple y tan normal, quizá comenzarán a caer en la cuenta del sentido y la razón que hay detrás de nuestras costumbres matrimoniales. Implícitamente, esas parejas ya confían y están comprometidas con los bienes del matrimonio, aunque sea de modo informal. Son ya conscientes de las realidades de la vida matrimonial, aunque miren con recelo sus ritos formales y sus costumbres.
La mayoría de nuestras tradiciones han sobrevivido porque funcionaban, y funcionaban porque reflejaban la realidad de la naturaleza humana y de la vida humana. Si su sustancia es verdadera, el compromiso apreciado por nuestros antepasados nunca morirá. Por consiguiente, podemos confiar en la bondad y el valor de esas instituciones, incluso aunque la actual generación no pueda llegar a confiar en ellas completamente.

Revista de Antiguos Alumnos del IEEM | Febrero 2011


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