Autor: Alfonso López
Istmo, Edición: 233
Sección: Coloquio
Actualmente se está realizando una intensa propaganda a favor del puro erotismo ¾ la mera búsqueda de sensaciones placenteras¾ con total indiferencia hacia el amor personal y cuanto implica de compromiso y entrega. En general, los medios de comunicación suelen cantar loas a este género de «amor». Pero incluso lo defienden con frecuencia en el plano teórico bajo pretexto de impartir «información sexual». De ordinario no se trata de tal información sino de simple incitación a una forma depauperada de sexualidad. Aunque fuera auténtica «información sexual», se cometería un grave error al no vincularla con una verdadera «formación para el amor». Grandes profesionales de la psicología y la psiquiatría, como Rudolf Affemann y Viktor Frankl, subrayan con energía que tal género de información, ofrecida a solas, resulta contraproducente incluso para la misma sexualidad que se quiere exaltar.
Para acertar en el estudio de un tema tan delicado como el de la formación para el amor, debemos acudir a la investigación científica y filosófica más cualificada del momento. En los últimos decenios, la Biología, la Antropología filosófica y la Ética han progresado de forma espectacular en el estudio de lo que es el ser humano, cómo se constituye y desarrolla, cuáles son las leyes o constantes que rigen tal desarrollo… Si nos atenemos a los resultados de esta investigación, y no a las veleidades de uno u otro autor de moda, nos encaminamos por la vía segura.
La primera medida que hemos de tomar al iniciar el estudio de esta cuestión es superar el pesimismo y el desánimo. Cierto que el poder de los manipuladores que hacen pasar el erotismo ¾ que es vértigo¾ por auténtico amor ¾ que es éxtasis¾ parece ilimitado. Es como un alud que se nos echa encima y frente al cual sólo podemos huir. Por fortuna, no es del todo exacta esta impresión. La fuerza seductora de los manipuladores es inmensa cuando el pueblo se halla desvalido, desprovisto de claves certeras de interpretación de la vida. Se amengua muy notablemente si el nivel cultural de la gente se eleva.
Tal elevación se consigue rápidamente si se tratan los grandes temas de la existencia con hondura y claridad, de forma que todas las personas, incluso las no preparadas académicamente, puedan comprenderlos por dentro, por cuenta propia, y ganar poder de discernimiento.
Prueben a hacer lo siguiente. Ábranle los ojos a los jóvenes, explicándoles que el manipulador es un ilusionista de conceptos que promete cotas nunca igualadas de libertad a las gentes y les quita dolosamente la única auténtica libertad humana, que es la libertad para ser creativos. Háganles ver con claridad lo que es el proceso de vértigo o fascinación y el de éxtasis o encuentro, y verán cómo advierten por sí mismos que los manipuladores, al lanzarlos hacia el vértigo del erotismo, no intentan hacerlos felices sino amenguar al máximo su poder creador, y tomarlos de esa forma tan débiles espiritualmente que sean presa fácil de los afanosos de poder.
Posibilidad de una amistad íntima
Una vez que se pone alerta el joven ante el riesgo de la manipulación, debe liberarse de ciertos prejuicios que le impiden descubrir la riqueza del amor personal. Entre ellos se cuenta la tendencia a considerar muchos esquemas como «dilemas» y no como «contrastes». Considerar el esquema «dentro-fuera» como un dilema destruye toda posibilidad creadora en el hombre y, por lo tanto, la capacidad de fundar vínculos de amor auténticos. Para ser creativo, tengo que abrirme a las realidades del entorno. A solas no puedo fecundarme ni en el aspecto biológico ni en el espiritual.
Es ley de vida. La creatividad es dual, exige dos o más realidades que se entreveran fecundamente. Ahora bien, si doy por hecho que el esquema «dentro-fuera» es un dilema, y estimo que las realidades que me rodean se hallan fuera de mí, y me son no sólo distintas sino también distantes, externas, extrañas y ajenas, no puedo unirme a ellas con una unidad de encuentro, que es la única que crea algo valioso.
Si queremos salvar el poder creativo del joven e incrementarlo, debemos hacerle ver tempranamente que el esquema «dentro-fuera» es un dilema cuando entre el hombre y las realidades circundantes no media una relación creativa. Si acabo de conocerte, tú eres distinto de mí, y distante, externo y extraño, porque nuestras vidas discurren por caminos distintos. Pero ¿lo serás siempre? Aquí está lo decisivo. Hubo pensadores que lo han estimado así. Pero, afortunadamente, no es exacto. Adoptemos una actitud creativa entre nosotros, entremos en relación de trato amistoso, y llegará un momento tal vez en el cual, sin dejar de ser distintos, dejemos de ser distantes, externos, extraños y ajenos, para tornarnos íntimos. La intimidad brota entre dos personas cuando crean un campo de juego común. En este campo de juego, el dentro y el fuera, el aquí y el allí dejan de oponerse para constituir un espacio de intercambio creador.
Amor verdadero: ideal de unidad
Se da hoy en muchos jóvenes un malentendido grave que puede tornar imposible el ascenso al verdadero amor. Se trata de la creencia de que el amor generoso, comprometido de por vida, abierto a la creación responsable de nuevas vidas personales, es una meta utópica, bella sin duda pero irrealizable. Lo único posible en el mundo actual ¾ se piensa¾ es atenerse al pájaro en mano de las sensaciones placenteras, huidizas, ajenas a todo compromiso y responsabilidad. A esta entrega «irresponsable» a las ganancias inmediatas se la considera como una «actitud lúdica», lo que supone una ignorancia absoluta del carácter creador del juego, rectamente entendido.
Para salvar este obstáculo, urge hacer ver a los jóvenes que la atenencia exclusiva a las gratificaciones inmediatas carece de toda fecundidad, no funda encuentro, no desarrolla al ser humano; más bien lo bloquea. Le produce euforia, pero lo sume en la decepción y tristeza. Conviene invitar a los jóvenes a ejercitar la capacidad de distanciarse alguna vez de sus intereses inmediatos con vistas a realizar alguna acción valiosa. Ello les permitirá descubrir la verdadera libertad interior, es decir: la capacidad de elegir en cada momento no en virtud de las apetencias particulares sino del ideal que uno se ha propuesto en la vida.
El ideal no es una mera idea; es una idea motriz, porque encarna un valor que para nosotros se ha convertido en una meta. Todo en nuestra vida pende del ideal que asumamos como propio. Si elegimos el ideal que responde a nuestra condición de seres humanos, tendremos una energía insospechada para cumplir las exigencias que nos plantea. Esas exigencias se denominan «virtudes»: generosidad, apertura de espíritu, veracidad, magnanimidad, fidelidad…
El hombre a solas no puede realizar en la vida el amor auténtico. El hombre unido al ideal adecuado a su dignidad ¾ a saber: el ideal de crear en la vida las formas más altas de unidad, que vienen dadas por el encuentro¾ posee una fuerza asombrosa, que se traduce en tenacidad, cordialidad, imaginación creadora…, todas las condiciones necesarisas para conservar el amor e incrementarlo. No debemos olvidar esto: si se adopta en la vida matrimonial una actitud creativa, surgen al hilo de la vida conyugal mil motivos nuevos para amarse. Esos motivos suplen con creces la pérdida progresiva de algunos de los motivos iniciales, tal vez demasiado impulsivos, poco maduros, y hacen perenne el amor. Amar con condiciones destruye el amor en su raíz. El amor verdadero vence el espacio y el tiempo. Es incondicional.
Vale la pena que de cuando en cuando te metas dentro de ti mismo y pienses a qué tipo de vida estás llamado, a qué ideal debes tender en virtud de las exigencias de tu ser mismo. El gran filósofo Xavier Zubiri solía decir que la vida ética comienza cuando uno se pregunta seriamente: «¿Qué va a ser de mí?» De ti va a ser lo que tú decidas. Y lo que tú decidas al optar por un ideal. Esa decisión determina el signo de las mil decisiones que has de tomar cada día. Por ejemplo, eres joven y sientes atracción hacia una joven (o viceversa). Te encanta conversar con ella, acompañarla, hacer planes conjuntamente. Párate a pensar qué tipo de relación estás llamado a crear con ella.
¿Es acaso la relación sexual, vista aparte de la amistad profunda, el compromiso personal, la entrega generosa, la voluntad de servicio, el afán de ser fecundos en común?
Reflexiona sobre ello, y verás sin duda que algo dentro de ti, de tu parte más noble ¾ el «principito» que llevas dentro¾ te indicará que estás llamado a algo más: a fundar modos de unidad muy valiosos, modos de riguroso encuentro que marcan la plenitud del ser humano. Y si ésta es tu meta o ideal, notarás que una voz interior te advierte que debes tratar a esa joven con todo respeto, pues ella no se reduce a medio para tus fines; es un fin en sí, tiene un valor absoluto.
Grandeza del amor personal
Cuando una persona se abre al gran valor de la unidad, y se deja imantar por él, adquiere una gran luz, descubre el esplendor que irradia todo acto creador de vínculos valiosos. Al unirse dos personas en matrimonio, algo grande acontece en el universo, porque, bien entendida, la unidad que prometen crear presenta una altísima calidad. No prometen sólo vivir juntos, sino fundar un encuentro cada día más perfecto. Esto sucede ya en el matrimonio civil. En el religioso se agudiza al máximo esa tensión hacia lo alto.
Dios creó al mundo por amor. Por eso concedió libertad interior a los hombres para que puedan volver voluntariamente a su origen y darle gloria. El astro da gloria a Dios al recorrer su órbita, la flor al expandir buen olor, el animal al crecer y propagarse… Dan gloria al Creador pero no lo saben. Quien lo sabe es el hombre, tú y yo. Nosotros sabemos que damos gloria al Creador al ser fieles a nuestro destino, que es fundar modos valiosos de unidad.
Al unirnos de verdad unos a otros y a Dios, nos insertamos activamente en el gran circuito del amor creador. Con ello retornamos a nuestro origen, nos ponemos en verdad, alcanzamos pleno desarrollo y autenticidad, y con nosotros el universo entero, al que damos voz. Las flores que la novia lleva en sus brazos y que adornan el templo, los cirios que iluminan y dan calor, los metales que ofrecen al acto litúrgico su expresiva reciedumbre, el mismo espacio arquitectónico con sus estructuras y su capacidad acogedora…, todo queda ensamblado en una corriente de regreso al Creador, y adquiere de esa forma su pleno sentido y su belleza. Si cada hombre, en el estado que ha abrazado, sigue esta vía de la unidad con perseverancia, su vida se ve inundada de alegría, pues la alegría «anuncia siempre que la vida ha triunfado», como muy bellamente escribió Bergson3.
Vivir el amor personal no es fácil, requiere aprendizaje y esfuerzo. Pero vale la pena. Nos llena de gozo y de luz.
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