Ph  . D. en Psicología Social y de las Organizaciones, Universidad de Valencia  (España), Master en Psicología Comunitaria, Universidad de Valencia (España).  Profesor titular Instituto de Educación y Pedagogía, Universidad del Valle,  Cali (Colombia). 
                                  Artículo  derivado de la investigación «Educación para la convivencia familiar en contextos  comunitarios», financiada por la Universidad del Valle y Plan Internacional. 
                                      
                                    Resumen 
                                    Este  artículo presenta una revisión general de los conceptos e investigaciones que  fundamentan el enfoque psicosocial sobre los procesos de apoyo social y revisa  la pertinencia de estos procesos en el campo de la salud y el bienestar.  Además, revisa el concepto de redes sociales identificando los diversos niveles  de intervención desde el ámbito de lo íntimo o microsocial hasta el nivel de lo  macrosocial. Identifica y diferencia tres tipos de redes: las informales, las  formales y las virtuales. Presenta el concepto de intervención en red y una  serie de recomendaciones metodológicas y prácticas para llegar a realizar un  diagnóstico social de la situación y una propuesta de intervención en red,  alertando a los lectores sobre las implicaciones que para la intervención  tienen el cambio de un nivel a otro. 
                                    Palabras  clave: Apoyo social, redes sociales, intervención en  redes sociales. 
                                    1. El enfoque  psicosocial 
                                    Al  intentar acercarnos al tema de la promoción del buen trato en el contexto de un  trabajo comunitario e interinstitucional, conformado por líderes comunitarios y  funcionarios institucionales, como corresponde a las características del grupo  humano en el que nos encontramos en este momento, vemos la necesidad de hacer  explícito en primer lugar el enfoque a partir del cual propongo que nos  acerquemos a la comprensión de las relaciones entre las instituciones y la  comunidad y de las relaciones entre las personas. Este es el enfoque  psicosocial. 
                                    El  ámbito de lo psicosocial es el campo de la experiencia personal e interpersonal  o interexperiencia, donde, a partir de la interacción y el intercambio de  significados entre las personas, se configuran los procesos y objetos en  función de los cuales construimos nuestra subjetividad, nuestra identidad, así  como la realidad personal, social y cultural que hacen parte de nuestra vida  cotidiana. 
                                    Entendemos  lo psicosocial desde una perspectiva holística, es decir que tanto nuestra  realidad individual como la social o cultural hacen parte de un mismo proceso  global donde no es posible acceder a la comprensión de un proceso aislándolo  del contexto, sino que, por el contrario, es en relación con el contexto global  como accedemos a la construcción de su sentido. Desde este punto de vista,  hacer referencia a procesos psicológicos, sociales, culturales o históricos  considerados de una manera aislada y autónoma, nos llevaría a incurrir en una  gran distorsión de su sentido, mientras no explicitemos su relación con las demás  dimensiones y la perspectiva global. 
                                    En  este contexto de lo psicosocial, que por lo tanto es un dominio interdisciplinario,  nos planteamos el desarrollo de la persona, la sociedad y la cultura como un  mismo proceso donde existe interdependencia entre las partes implicadas. Las  consecuencias de adoptar este enfoque son claras, ya que tal como lo plantea la  psicóloga Fina Sanz (1990): «Para que pueda darse un cambio de valores  realmente efectivo tiene que haber una actuación paralela en tres áreas: la  social, la relacional y la personal, porque es en esos tres espacios en donde  se plasma. Trabajar sólo en alguno de ellos es una labor necesaria,  imprescindible, pero insuficiente, si bien la actuación en cualquiera de ellos  repercute en las demás». 
                                    Retomando  la propuesta de la psicoterapeuta y sexóloga española Fina Sanz, concebimos el  trabajo sobre lo psicosocial a partir de la autopercepción que las personas  tienen de sí mismas, de su forma de relacionarse o vincularse con las demás y  de su contexto sociocultural. «Según una persona se siente, se percibe, según  sus valores y creencias, se relaciona con los/as demás de una forma u otra.  Pero ese sistema de creencias y valores son fundamentalmente sociales. Y a su  vez, una sociedad que funciona con base en un sistema de valores educa a sus  miembros para que se relacionen de acuerdo a la interiorización de los mismos.  Todo se produce coordinadamente» (Sanz, 1993). 
                                    Es  decir que reconocemos una relación dialéctica entre la estructura sociocultural  y la experiencia de la persona que se concreta, se interioriza, se exterioriza,  se desarrolla y cambia a través de o por la mediación de las formas de relación  o los vínculos entre las personas. De esta manera establecemos una clara  relación entre los vínculos afectivos y la estructura social de la que somos  parte. 
                                    El  enfoque psicosocial, derivado de los planteamientos del Interaccionismo  Simbólico de Mead (1934) y del Construccionismo Social de Berger y Luckmann  (1968), pone su acento en las relaciones entre las personas. Este enfoque ha  sido desarrollado ampliamente en el campo de la salud mental comunitaria y ha  sido conocido a través de los estudios sobre el apoyo social. En la actualidad,  muchas de las propuestas teórico-metodológicas alternativas al modelo médico  psiquiátrico de comprensión de los problemas del comportamiento se han desarrollado  poniendo especial énfasis en el papel que puede jugar la comunidad en la  solución de los problemas, o para decirlo de una forma más explícita, en la  hipótesis de que gran parte de los problemas del comportamiento se explican por  la ausencia de vínculos comunitarios, falta de calidad en las relaciones de  colaboración y ayuda mutua de las personas, o por efecto de proceso de  desintegración de la vida comunitaria. Es decir que si se trabajase en un  sentido de fortalecer los vínculos y lazos de colaboración y ayuda mutua, se  estaría realizando un trabajo de prevención de estos problemas. 
                                    Comprender  psicosocialmente la dinámica de una comunidad, nos remite, en primera  instancia, a las interacciones existentes entre las personas que hacen parte de  dicha comunidad y, en segunda instancia, al análisis de las organizaciones y  estructuras sociales que están jugando un papel preponderante en esas  interacciones. Por tal motivo, es a partir de los vínculos interpersonales y de  las redes de relaciones entre ellas como podemos acceder a reconstruir la  dinámica de una comunidad. Este tipo de relaciones ha sido denominado  relaciones de apoyo social. 
                                    2. El concepto de apoyo  social 
                                    Una  tendencia natural de los seres humanos es buscar el apoyo de otras personas  para enfrentar situaciones problemáticas y satisfacer necesidades. Según Cobb  (1976), el apoyo social comienza en el útero. Su desarrollo se produce durante  la infancia a través de las relaciones con los padres y continúa a lo largo del  ciclo vital, con la incorporación de otros familiares, amigos, miembros de la  comunidad, compañeros de trabajo y, a veces, de profesionales (Gracia, 1997).  Schachter (1959) realizó experimentos sobre este comportamiento de búsqueda de  apoyo social en condiciones estresantes, y propuso que este deseo de buscar compañía  de otra persona en situaciones de temor o ansiedad se debía, al menos en parte,  a la necesidad de establecer un proceso de comparación social (Festinguer,  1954) a través del cual se puede obtener información acerca de la situación  estresante (lo que permite reducir la incertidumbre) y validar las propias  reacciones (comparando sentimientos y conductas). La idea de que el estrés  promueve la conducta afiliativa y que la presencia e interacción con otras  personas es capaz de reducir los efectos negativos del estrés fue confirmada  empíricamente por numerosos estudios realizados tanto con personas (Seidman y  col. 1957; Gerard, 1963, Latané & otros, 1966; Amoroso & Walters, 1969)  como con animales (Epley, 1974, Moore & otros, 1981). 
                                    La  idea de que determinadas relaciones sociales pueden prevenir y reducir los  efectos negativos del estrés dio origen a un nuevo campo de investigación que  surgió en los años setenta: el apoyo social. Los precedentes de este campo de  investigación fueron descritos por Gracia y otros (1995), quienes mencionan los  estudios epidemiológicos de finales de siglo XIX y principios del XX sobre la  influencia de los factores sociales en la salud mental de las personas, que  constataron las consecuencias negativas del aislamiento y la desintegración  social en la salud y el ajuste social (Durkheim,1951; Simmel, 1902; Thomas  & Znaniecki,1920; McKenzie, 1926; Park & Burguess, 1926; Faris & Dunham,1939).  Veamos algunos eventos destacados: En 1855 Edward Jarvis en un informe  presentado al gobernador de Massachussets constataba que «las clases sociales  económicamente más desventajadas muestran en proporción a su población 64 veces  más casos de demencia que las clases más favorecidas.» Algunas décadas después,  en 1897, el sociólogo francés Emile Durkheim publica su clásico estudio sobre  los determinantes sociales del suicidio. A partir de un sistemático tratamiento  estadístico de los datos examinó las tasas de suicidio en diversos segmentos de  la población y encontró apoyo empírico para su hipótesis: el suicidio era más  frecuente en aquellas personas con pocos lazos sociales íntimos (Durkheim,  1951). Al igual que otros sociólogos se preocupó por la desintegración social  en las nuevas sociedades industriales, y postuló que el desarrollo industrial,  al enfatizar el valor del individualismo, precisaba de algún tipo de  transformación de los patrones tradicionales en los vínculos comunitarios y de  parentesco. Durkheim creyó que esta pérdida de integración social, o Anomia,  era incompatible con el bienestar psicológico. 
                                    Igualmente,  en los estudios sobre el estrés se reconoce la influencia de la ausencia de  apoyo social en el desarrollo de la enfermedad y el rol de los estilos de  afrontamiento y del acceso a vínculos sociales compensatorios (apoyo social)  como factores protectores de los efectos negativos de los estresores  psicosociales (Hinkle & Wolf, 1958; Lazarus, 1966). El movimiento de salud  mental comunitaria y su énfasis en la importancia de los vínculos de los  pacientes con su grupo primario y el uso de los recursos sociales disponibles  en la comunidad, en particular las fuentes informales de ayuda, tanto para la  prevención como para la intervención (Kelly,1966; Cowen,1967; Fairweather &  otros, 1969). Y finalmente las elaboraciones teóricas de la psicología  comunitaria (por ejemplo, Barker, 1968; Sarason, 1974) que reflejan el interés  de esta disciplina por las cualidades del entorno social que ayudan a las  personas a desarrollar recursos y estrategias de afrontamiento efectivas,  constituyen desarrollos claves en la configuración del apoyo social como un área  de investigación propiamente dicha (Gottlieb,1983). 
                                    A  pesar de que el papel de las relaciones interpersonales en el bienestar del  individuo estaba suficientemente reconocido por los científicos sociales, es a  mediados de los años setenta, con la publicación de los trabajos de Cassel  (1974), Cobb (1976) y Caplan (1974), sobre los efectos protectores en la salud  de los vínculos sociales con el grupo primario, que el apoyo social llegó a ser  reconocido como un concepto clave para la investigación y la intervención.  Tanto Cassel como Cobb comprobaron, por separado, que los sujetos sometidos a  situaciones estresantes en compañía de pares significativos o en un contexto  interactivo de apoyo no mostraban los cambios negativos en la salud que presentaban  aquellos que vivían tales situaciones en condiciones de aislamiento social.  Ambos autores concluyeron que las personas que experimentan sucesos vitales  estresantes amortiguan las consecuencias nocivas tanto psíquicas como físicas  cuando tales eventos se experimentan con la contribución de apoyos sociales  (Cassel,1974; Cobb, 1976). 
                                    Cobb  (1976) concedió también una considerable importancia a la información que el  sujeto recibe del grupo primario o de sus relaciones significativas. La  robustez de las relaciones sociales de apoyo depende fundamentalmente de  procesos informativos: Cuando el individuo es incapaz de interpretar  adecuadamente las señales e información procedentes de sus relaciones sociales  más importantes, se sitúa en una relación de desventaja y vulnerabilidad ante  las demandas ambientales. La persona será más vulnerable cuanto más próxima y  significativa sea la relación que ha perdido –o cuyas señales no es capaz de  interpretar adecuadamente. Sin embargo, estableció una condición adicional:  sólo consideró como apoyo social aquella información que lleva al sujeto a creer  que es querido y cuidado, que es estimado y valorado y que, además, es miembro  de una red de comunicación y obligaciones mutuas. Por tal motivo, es de  considerable importancia no solamente establecer cuál es la información que  manejan las personas sobre su comunidad, sus redes de comunicación, sino que es  necesario llegar a desarrollar estrategias para que dichas redes de relaciones  se fortalezcan y se mejore la información existente sobre ellas y las  posibilidades que ofrecen como recurso comunitario. Y esto es necesario hacerlo  ampliando el espacio comunicativo de los miembros de una comunidad. 
                                    Caplan  (1974) destacó la importancia de los grupos primarios en el bienestar del  individuo. Estos grupos, entendidos como contactos sociales duraderos (sean con  individuos, con grupos o con organizaciones), proporcionan al individuo un  feedback sobre sí mismo y sobre los otros, lo que compensa las deficiencias de  comunicación con el contexto comunitario más amplio. Según Caplan, el apoyo  social podría funcionar como un protector ante la patología; «así un individuo  que tenga la suerte de pertenecer a diversos grupos de apoyo situados  estratégicamente en la comunidad, en casa, en el trabajo, en la iglesia y en  una serie de lugares recreativos, puede moverse de uno a otro durante el día y  estar casi totalmente inmunizado ante el mundo estresante» (Caplan, 1974). De  acuerdo con este autor, toda persona puede suponer una fuente de apoyo para los  demás de estas tres maneras: 
                                    a.  Ayudando a la gente a movilizar sus recursos psicológicos y a dominar sus  tensiones emocionales. 
                                    b.  Compartiendo las tareas. 
                                    c.  Proporcionando a otras personas ayuda material, información y para ayudarles a  desenvolverse en las situaciones estresantes concretas a las que están  expuestos. 
                                    Para  Caplan, un sistema de apoyo implica un patrón duradero de vínculos sociales  continuos o intermitentes que desempeñan una parte significativa en el  mantenimiento de la integridad física y psicológica de la persona al promover  el dominio emocional, al proporcionar orientación cognitiva y consejo, al  proveer ayuda y recursos materiales y al proporcionar feedback acerca de la  propia identidad y desempeño (Caplan, 1986). 
                                    La  influencia del apoyo social en la salud y el ajuste psicológico y social ha  despertado el interés de disciplinas como la psicología, la epidemiología y el  trabajo social, la sociología y la psiquiatría social. Como han señalado Cohen  y Syme (1985), rara vez un grupo tan diverso de científicos sociales se han  mostrado de acuerdo con respecto a la importancia de un factor en la promoción  de la salud y el bienestar. 
                                    La  investigación en los años noventa en el ámbito del apoyo social se centró en la  comprensión de este constructo (definición, componentes), en el desarrollo de  medidas de evaluación de sus distintas dimensiones, en la comprensión de los  mecanismos por los que el apoyo social se relaciona con la salud, en el  análisis de sus determinantes, en los cambios que se producen a lo largo del  ciclo vital y, finalmente, en las posibles aplicaciones prácticas de este conocimiento  (un área que ha experimentado un menor desarrollo). A continuación examinaremos  brevemente la definición del constructo apoyo social y sus efectos en la salud  y el bienestar. 
                                    Definición  de apoyo social 
                                    El  término apoyo social ha sido utilizado para significar diversas dimensiones, y  distintos elementos y fenómenos, lo cual ha reflejado distintas perspectivas o  niveles de análisis (Gracia & otros, 1995; Gracia & Musitu, 1990). No  obstante, a pesar de esta diversidad pueden encontrarse elementos convergentes.  Y ciertamente, si en algo se muestran de acuerdo los investigadores es en el  carácter multidimensional del constructo apoyo social. Así, en el estudio del  constructo apoyo social es ampliamente aceptada la distinción entre una  perspectiva cuantitativa o estructural y una cualitativa o funcional, la  diferenciación entre la percepción y recepción de apoyo social, y las distintas  fuentes o contextos donde se produce o puede producirse. 
                                    De  acuerdo con la revisión realizada por Gracia (1995), la definición más  sintética e integradora de apoyo social es la propuesta por Lin (1986). Este  autor lo define a partir de los dos elementos que lo componen: social y apoyo.  El componente social (aspecto estructural) reflejaría las conexiones del  individuo con el entorno social, los cuales pueden representarse en tres  niveles distintos: a) la comunidad, b) las redes sociales, y c) las relaciones  íntimas y de confianza. El componente apoyo   (aspecto procesual) reflejaría las actividades instrumentales y  expresivas esenciales. 
                                    Así,  la definición sintética de apoyo social ofrecida por estos autores queda  expresada como: «provisiones instrumentales o expresivas, reales o percibidas,  proporcionadas por la comunidad, las redes sociales y relaciones íntimas». La  dimensión instrumental se refiere a la medida en que las relaciones sociales  son un medio para conseguir objetivos o metas, tales como conseguir trabajo,  obtener un préstamo, ayuda en el cuidado del hogar o de los hijos, etc. La  dimensión expresiva hace referencia a las relaciones sociales tanto como un fin  en sí mismas, como un medio por las que el individuo satisface necesidades  emocionales y afiliativas, tales como sentirse amado, compartir sentimientos o  problemas emocionales, sentirse valorado y aceptado por los demás, o resolver  frustraciones (Lin, 1986). 
                                    Desde  una perspectiva estructural se enfatiza la importancia de las características  de las redes sociales y de las condiciones objetivas que rodean al proceso de  apoyo social. 
                                    Desde  una perspectiva cualitativa o funcional se enfatiza la medida en que las  relaciones sociales satisfacen diversas necesidades (o, en otros términos,  desempeñan diferentes funciones). 
                                    Efectos  del apoyo social en la salud y el bienestar 
                                    Se  han realizado numerosos estudios que demuestran la importancia del apoyo social  en relación con diversos problemas de salud. Entre ellos se destacan las  investigaciones que relacionan la carencia de apoyo social y el aislamiento con  la mortalidad (Baron & otros, 1992; Stroebe & otros, 1982; Rees &  Lutkins, 1967; Krantz & otros, 1985; Jemmott & Locke, 1984). Se ha  destacado la asociación positiva entre la variable apoyo social y los índices  de salud, asociación repetidamente observada y que se ha reflejado en el  abundantísimo número de trabajos de investigación y revisiones que dejan pocas  dudas con respecto a la importante asociación entre la percepción del apoyo  social, la salud y el ajuste psicológico (véanse las revisiones de Gottlieb,  1981; Cohen & Syme, 1985; Kessler & otros, 1985; Vaux, 1988; Schwarzer  & Leppin, 1989; Veiel & Baumann, 1992; Gracia & otros, 1995). 
                                    Es  importante señalar que la mayoría de estas investigaciones son de carácter  correlacional y no pueden legítimamente utilizarse para establecer relaciones  causales como lo ha señalado Cameron (1990); por tal razón es de fundamental  importancia realizar investigaciones que hagan posible profundizar en casos  específicos que permitan acceder a una interpretación en profundidad sobre los  factores decisivos del apoyo social en la salud y el bienestar psicológico. 
                                    Como  lo ha señalado Sánchez (1988), una idea directriz de la psicología comunitaria  es que la desorganización y desintegración social y la disolución de las redes  de apoyo y grupos sociales primarios (específicamente la familia) presentes en  las sociedades industriales y urbanas modernas son factores claves en la  génesis de los problemas psicosociales actuales (drogodependencias,  delincuencia, marginación, violencia intrafamiliar, etc.). En este sentido, el  restablecimiento del sentido de pertenencia grupal y comunitaria es parte  esencial de numerosas estrategias de intervención comunitaria (Sarason, 1974).  Desde esta perspectiva, la programación de «sistemas de apoyo comunitario» y el  desarrollo y potenciación de «redes informales de apoyo» pueden considerarse intervenciones  proveedoras de apoyo social decisivas para el ajuste psicológico y social del  individuo, especialmente en aquellos grupos y comunidades más desasistidos, más  deprivados y más alejados de los servicios sociales y de salud (entendida ésta  como el bienestar social y la calidad de vida) (Blanco, 1988). 
                                    De  esta forma, los programas de salud comunitaria supusieron la puesta en práctica  de numerosas reflexiones teóricas sobre el papel protector que los factores  contextuales poseían sobre la salud. H Dunham (1959) trabajó este aspecto con  pacientes psiquiátricos. Gurin & otros (1960) han señalado el importante  papel que juegan las personas próximas de la comunidad, hasta el punto de que  en las situaciones difíciles los integrantes de esa comunidad buscaban ayuda de  las personas de su alrededor y no en los especialistas. Este hecho llevó a Duhl  (1963) a recomendar el aprovechamiento de estos recursos comunitarios, por una  parte, y a advertir sobre el peligro de profesionalizar a las personas que  estaban ayudando eventualmente, lo que podría disminuir esos recursos. 
                                    3. El concepto de redes  sociales y niveles de intervención 
                                    Para  Gottlieb (1992), las intervenciones basadas en el apoyo social, independientemente  de la estrategia que adopten, difieren de otro tipo de intervenciones, puesto  que su objetivo fundamental es la creación de un proceso de interacción con el  entorno social que sea capaz de satisfacer las necesidades psicosociales de las  personas. Estas intervenciones se concentran en las interacciones con el  entorno social primario, bien con interacciones ya existentes o con otras que  se introducen desde el exterior y se convierten, temporal o permanentemente, en  relaciones significativas. En cualquier caso, el propósito de la intervención  es la creación de un proceso de interacción que optimice el ajuste entre las necesidades  psicosociales de la persona y de las provisiones sociales y emocionales que se  reciben (Gottlieb, 1992). 
                                    Desde  una perspectiva de los contextos sociales se han reconocido tres fuentes o  contextos principales donde tiene lugar el apoyo social. De acuerdo con Lin  (1986), las fuentes de apoyo social pueden representarse en tres niveles que se  corresponden con tres estratos distintos de las relaciones sociales, cada uno  de los cuales indica vínculos entre los individuos y su entorno social con  características y connotaciones diferentes. El más extenso y general de ellos  consiste en las relaciones que se establecen con la comunidad y reflejaría la  integración en la estructura social más amplia. Estas relaciones indican el  grado y extensión con que el individuo se identifica y participa en su entorno social,  lo cual constituye un indicador del sentido de pertenencia a una comunidad. El  siguiente estrato, más cercano al individuo, consiste en las redes sociales a  través de las cuales se accede directa e indirectamente a un número  relativamente amplio de personas. Estas relaciones de carácter más específico  (relaciones de trabajo, amistad, parentesco) proporcionan al individuo un  sentimiento de vinculación, de significado por un impacto mayor que el  proporcionado por las relaciones establecidas en el anterior nivel. Finalmente  las relaciones íntimas y de confianza constituyen para el individuo el último y  más central y significativo de los estratos o categorías de relaciones sociales  propuestas. Esta clase de relaciones implican un sentimiento de compromiso, en  el sentido de que se producen intercambios mutuos y recíprocos y se comparte un  sentido de responsabilidad por el bienestar del otro. 
                                    Pero  entonces ¿qué entendemos por redes sociales? El término redes sociales es  utilizado hoy en día de diferentes maneras, y considero que sería conveniente  diferenciar en qué sentido estamos usándolo cada vez. 
                                    Por  un lado, el término red social se refiere al conjunto de relaciones que hacen  parte de la vida cotidiana de una persona y que conforman su mundo primario de  interacciones. A ésta la denominaremos la red informal de apoyo de un  individuo: «La red social informal es el conjunto de personas, miembros de la  familia, vecinos, amigos y otras personas, capaces de aportar una ayuda y un  apoyo tan reales como duraderos a un individuo, una familia» (Speck, 1989) o un  grupo social específico.  
                                    En  segundo lugar estaría el conjunto de organizaciones e instituciones que en un  momento dado deciden y logran realizar una actuación conjunta a través de una  estrategia de comunicación y articulación conjunta. A ésta la denominaremos las  redes formales de acción organizada entre instituciones y organizaciones  sociales. Esta acción en red corresponderá con una acción en un cierto nivel de  organización de la estructura social. 
                                    En  tercer lugar estarían las redes comunicativas que se han generado a través de  Internet, que han generado un nuevo fenómeno social, que está transformando la  sociedad de una manera radical y hasta el momento impredecible. A esta la  denominaremos la red invisible y virtual de comunicación global. 
                                    Las  redes informales, las redes formales y las redes virtuales son todas ellas  redes sociales, que agrupan conjuntos de relaciones, comunicaciones y acuerdos  para la acción social. 
                                    Las  redes informales de apoyo social 
                                    Las  redes sociales informales son el conjunto de interacciones y vínculos construidos  «espontáneamente» por un conjunto de personas que comparten un mismo espacio en  un mismo período de tiempo. La interacción «cara a cara» sería lo  característico de este tipo de redes. Por lo tanto, las redes sociales  informales son «naturales», es decir, preexisten al proceso de intervención en  red. La experiencia de estas redes informales debe ser reconocida como primer  paso metodológico de la intervención. O mejor, la intervención en redes es un  procedimiento para hacer explicito y público, así como para potenciar, lo que  ya preexistía de manera implícita y privada en las relaciones comunitarias. Se  explicita así una trama social, la cual puede ser descrita y reconocida por sus  participantes y revisada críticamente por ellos para modificar los aspectos que  frenan u obstaculizan el fortalecimiento de los vínculos y rescatar o recuperar  los aspectos valiosos de las relaciones comunitarias. 
                                    Las  redes sociales poseen una autoorganización previa a la intervención en red, que  es necesario reconocer y potenciar. 
                                    La  autoorganización previa de una red social compite con la organización formal  impuesta desde afuera. 
                                    Retomando  y completando una definición propuesta por Speck (1989), considero que la  intervención en redes sociales es un enfoque de intervención profesional,  comunitaria o mixta sobre numerosos problemas o situaciones sociales, donde un  equipo de profesionales, de líderes o mixto, actúa como catalizador de procesos  psicosociales de comunicación, participación y organización relativos a una red  social informal y un conjunto de personas (amigos, parientes o vecinos de esa persona  o comunidad afectados) acompañan y apoyan el proceso de intervención para la  comprensión de la situación o la solución del problema. 
                                    La  intervención en red es una modalidad de intervención sobre cierto tipo de  situaciones que no pueden ser resueltas por una intervención profesional de  carácter técnico y centrada meramente sobre un individuo, debido a la  complejidad de la situación y al hecho de que las soluciones no dependen  exclusivamente de las iniciativas individuales por estar involucradas en su  solución aspectos inherentes a la cultura, las normas y reglas sociales que se  salen del ámbito de control meramente individual. A medida que se va  reconociendo la complejidad de los problemas humanos y la relación existente  entre los problemas personales y los procesos de influencia social y cultural  sobre los mismos se va reconociendo la importancia de adoptar, cada vez más,  estrategias de intervención psicosocial que involucran a las personas  implicadas hasta afectar el conjunto de la comunidad. 
                                    Una  aproximación epistemológica y metodológica a la estrategia de intervención en  situaciones sociales y redes sociales la encontramos en Laing (1971), quien  alerta a los profesionales respecto a ser muy cuidadosos frente a la  importancia de reconocer las situaciones sociales reales y su complejidad, en  vez de dar por supuesto la naturaleza misma de la situación, desde una  perspectiva técnica-profesional. En este sentido, para realizar una  intervención en redes sociales primero que todo es necesario realizar un  diagnóstico social de la situación, teniendo en cuenta quién define la  situación y por qué una situación ha sido definida en estos términos y no en  otros posibles para ese contexto social. Por lo tanto, propone un enfoque  comprensivo para el acercamiento a las situaciones vividas por las redes  sociales. 
                                    Por  otra parte, desde la perspectiva metodológica de la Investigación - Acción -  Participativa (Arango, 1995) es susceptible de presentarse una propuesta de  intervención en red que siga los siguientes pasos metodológicos. 
                                    1.  El equipo de intervención (profesional, comunitario o mixto) convoca a una  reunión a todos los que están involucrados en una situación problemática e  interesados en su transformación. 
                                    2.  Los miembros que hacen parte de la red social informal describen cómo son sus  relaciones y se reconocen como miembros pertenecientes a una red social  informal. 
                                    3.  Los miembros que hacen parte de la red social informal describen en qué  consiste la situación problemática. 
                                    4.  La red social informal enumera las posibles interpretaciones que hacen  comprensible la situación. 
                                    5.  La red social adopta una estrategia de acción para la transformación de la  situación. 
                                    6.  Los miembros de la red informal ejecutan las acciones sociales para el  enfrentamiento de la situación 
                                    7.  Se evalúa el éxito y alcances de la acción social. 
                                    8.  Se definen acciones que garanticen la continuidad del programa de búsqueda de soluciones. 
                                    Intervenir  en redes sociales puede ser una alternativa práctica donde es posible movilizar  a la comunidad para que interprete su realidad, movilice sus recursos  personales, comunitarios e institucionales hacia la transformación de sus  condiciones sociales y culturales y acceda a un nivel amplio de participación  en la recreación de la vida social y cultural, que conlleve la solución  integral de numerosos problemas. 
                                    Las  redes formales o interinstitucionales 
                                    Existe  una gran diferencia entre las redes sociales de carácter informal y las redes  formales o interinstitucionales, las cuales están constituidas por un conjunto  de instituciones que han acordado realizar acciones conjuntas para el  enfrentamiento de una problemática de la sociedad o de una comunidad. 
                                    Para  el trabajo en redes formales es necesario desarrollar una metodología que haga  posible la construcción de un lenguaje común y un horizonte común de  significados compartidos. Este es un proceso lento y minucioso que debe irse  desarrollando a medida que se van construyendo los conceptos y se va llegando a  acuerdos conjuntos. Es necesario acordar principios, propósitos, objetivos,  metas. Acordar una metodología en común y desarrollar mecanismos de  comunicación en red que garanticen el mantenimiento de un mismo lenguaje, sin  caer en la imposición y manipulación de conceptos. Es un gran proceso de concertación  para la acción conjunta donde es necesario reconocer las diferencias, los  contextos diversos, las opciones diversas y las experiencias diversas de las  comunidades. 
                                    Igualmente  es necesario desarrollar mecanismos de acompañamiento a las acciones de los  nodos formalmente constituidos, así como mecanismos de evaluación y control de  los procesos. Finalmente, toda la acción en red debería estar dirigida  efectivamente al desarrollo de estrategias de acompañamiento institucional a las  redes sociales informales o de base comunitaria que se encuentran trabajando en  procesos de desarrollo y fortalecimiento de la convivencia o de otros problemas  básicos. 
                                    No  todo lo relacionado con el trabajo de intervención en redes sociales es tan  sencillo y tan claro. Numerosas contradicciones y dificultades atraviesan este  tipo de procesos. La conformación de una red formal institucional  necesariamente genera conflicto y resistencia en las redes informales, a la vez  que presenta opciones y recursos para el desarrollo o potenciación de las  mismas. Nos encontramos aquí con situaciones paradójicas. El cambio de nivel,  el paso de la intervención en redes sociales informales o comunitarias a la  intervención desde las redes formales introduce profundas transformaciones en  el significado de lo que sería una red social. «En el mundo moderno la  vertiginosidad de los cambios se relacionan con la profundidad con que afectan  las prácticas sociales y las modalidades de actuar precedentes. Los  acontecimientos se van sucediendo independientemente de su accionar, y se  sustituye la mirada y la conversación por expedientes, números o claves». Según  Giddens (1992), en las formaciones premodernas el tiempo y el espacio se  conectaban mediante la representación de la situación del lugar. El cuándo se  hallaba conectado con el dónde del comportamiento social, y esa conexión  incluía la ética de este último. En las sociedades modernas, en cambio, la separación  de tiempo y espacio involucra el desarrollo de una dimensión vacía en el  tiempo. Sus organizaciones suponen el funcionamiento coordinado de muchas  personas físicamente ausentes unas respecto de las otras; sus acciones se  conectan pero ya no con la intermediación del lugar. A esta primera  característica Giddens (1992) agrega el desempotramiento de las instituciones  sociales. Lo define como «el desprendimiento de las relaciones sociales de los  contextos locales y su recombinación a través de distancias indefinidas espacio  - temporales». El desempotramiento posee mecanismos que denomina «sistemas  abstractos». Estos imponen términos, valores, modalidades de cambio, que poseen  validez independientemente de los ejecutantes. Estos sistemas penetran todos  los aspectos de la vida social y personal, lo cual afecta las actitudes de  confianza, ya que ésta deja de conectarse con las relaciones directas entre las  personas. Progresivamente se destruye la armazón protectora de la pequeña  comunidad, y se la reemplaza por organizaciones más amplias e impersonales. Las  personas se sienten despojadas en un mundo donde desaparecen rápidamente el  sostén, los apoyos psicológicos (Giddens, 1992; Dabas, 1993). 
                                    Finalmente,  en el nivel de las redes informales lo que se transforma es la subjetividad de  las personas y sus formas de relacionarse con su red social, mientras que en el  nivel de las redes formales lo que se transforma son las prácticas  institucionales, y esto no se hace sin afectar sus programaciones. 
                                    4. Del apoyo social a  la convivencia 
                                    Las  relaciones de apoyo social no son solamente una variable que reduce los efectos  negativos del estrés y se relaciona positivamente con el bienestar. Después de  más de treinta años de investigaciones y avances respecto del apoyo social, los  investigadores sociales han accedido finalmente al reconocimiento de que la  dimensión afectiva es el fundamento de lo social. 
                                    Tal  como lo ha planteado el biólogo Humberto Maturana (1991), es en la dimensión  afectiva, o más precisamente, es «en el amor donde se funda el fenómeno social.  Biológicamente hablando, el amor es la disposición corporal para la acción bajo  la cual uno realiza las acciones que constituyen al otro como un legítimo otro  en coexistencia con uno. Cuando no nos conducimos de esta manera en nuestras  interacciones con otro, no hay fenómeno social. Cada vez que uno destruye el  amor, desaparece la convivencia social». 
                                    En  esta afirmación se hace un reconocimiento explícito al amor como el fundamento  de lo social y a la convivencia como la resultante de las relaciones basadas en  el amor. 
                                    Por  otra parte, el sociólogo Francesco Alberoni (1980) reconoce que en el trasfondo  de los fenómenos colectivos se expresa y busca resolverse la misma fuerza del  amor que se expresa en el vínculo afectivo de la pareja. Demuestra de qué  manera el fenómeno del enamoramiento puede colocarse en la misma clase de los  fenómenos colectivos, como la reforma protestante, el movimiento estudiantil,  el feminista o el movimiento islámico de Jomeini. Tal como él lo describe:  «Entre los grandes movimientos colectivos de la historia y el enamoramiento hay  un parentesco bastante estrecho, el tipo de fuerzas que se liberan y actúan son  de la misma clase, muchas de las experiencias de solidaridad, alegría de vivir,  renovación son análogas. La diferencia fundamental reside en el hecho que los  grandes movimientos colectivos están constituidos por muchísimas personas y se  abren al ingreso de otras personas. El enamoramiento, en cambio, aun siendo un movimiento  colectivo, se constituye entre dos personas solas; su horizonte de pertenencia,  con cualquier valor universal que pueda aprehender, está vinculado al hecho de  completarse con sólo dos personas. Este es el motivo de su especificidad, de su  singularidad, lo que le confiere algunos caracteres inconfundibles».  
                                    Desde  la comprensión del enamoramiento como la forma más simple de movimiento  colectivo que ha dado lugar a la creación de la institución del matrimonio,  hasta la comprensión de los grandes movimientos sociales que han originado  nuevas formaciones socioculturales, se abre el abanico de los niveles de  análisis necesarios de tener en cuenta en el trabajo sobre la convivencia,  siendo el trabajo sobre nuestros vínculos afectivos la clave estratégica para  reconocernos y transformarnos en la construcción de nuevas formas de  solidaridad y convivencia, nuevos movimientos colectivos y nuevos proyectos  comunes. 
                                    Por  lo tanto, desde una perspectiva psicosocial, no existe una distancia entre los  vínculos afectivos y la estructura social, lo que nos alerta a desarrollar la  capacidad de reconocer de qué manera la estructura social se manifiesta en la  forma como nos vinculamos afectivamente y viceversa. 
                                    Tal  como lo ha planteado la psicoterapeuta Fina Sanz (1995): «La forma en que los  individuos de una sociedad se vinculan afectivamente es una clave para entender  la estructura social. O dicho de otra forma: cada sociedad educa afectivamente  a sus miembros para que reproduzcan o mantengan un orden social establecido». 
                                    A  partir de estos planteamientos, más que hablar de relaciones sociales de apoyo  hablamos de convivencia. En la Universidad del Valle hemos logrado desarrollar  un enfoque de investigación que nos permite estudiarla como un proceso que se  transforma en el tiempo. Aquí las relaciones sociales de apoyo, o mejor, las  relaciones de convivencia, tienen una historia que nos permite identificar los  procesos de socialización primaria y secundaria por medio de los cuales hemos  interiorizado una estructura social (Arango, 2001; Arango & Campo, 2001). 
                                    Al  interiorizar una estructura social nos colocamos en un lugar en esa estructura  de relaciones que llamamos identidad, y desde este lugar nos vinculamos con los  demás. 
                                    No  es fácil reconocer de qué manera en nuestras relaciones sociales cotidianas se  están expresando y reproduciendo nuestras formas de vincularnos afectivamente,  o reconocer en nuestros vínculos afectivos los valores de nuestras formaciones  socioculturales y la estructura social. Sin embargo, a partir de un trabajo cuidadoso  sobre nuestras relaciones sociales, o mejor, sobre nuestros vínculos, podemos  llegar a reconocer la dimensión afectiva que nos permite o no construir el  tejido de lo social. 
                                    Las  preguntas que surgen a partir de este enfoque psicosocial frente al fenómeno de  la violencia en Colombia son las siguientes: ¿Cómo es posible que una  estructura social y una cultura determinada produzca actores violentos? ¿De qué  manera los organismos gubernamentales, los programas institucionales, las  organizaciones comunitarias, mantienen vigentes los significados, los valores y  prácticas culturales que llegan a expresarse de manera violenta en la vida  cotidiana? O mejor, ¿de qué manera los funcionarios institucionales y los  líderes comunitarios se vinculan entre sí? ¿De qué manera los discursos  utilizados por estos funcionarios y líderes comunitarios reproducen ideas y  valores que mantienen y alimentan una dinámica de violencia? ¿De qué manera la  cultura familiar se nutre y alimenta de ideas y valores que legitiman y hacen  posible las acciones violentas? ¿De qué manera los familiares, amigos y vecinos  mantienen ideas, valores y actitudes que hacen posible la vigencia de las  acciones violentas? 
                                    Todas  estas preguntas nos están señalando la importancia de llegar a reconocer y  revisar, en primer lugar, las maneras como todas las personas nos vinculamos  afectivamente, y en segundo lugar, a identificar la manera como desde el  ejercicio de nuestros roles como profesionales o como líderes comunitarios  contribuimos, por acción u omisión, al mantenimiento de las condiciones que  permiten el ejercicio de la violencia. 
                                    Una  de las condiciones que mantienen y promueven el desarrollo de ideas y valores  relacionados con una práctica cultural determinada es el uso de un lenguaje o  discurso que nombra, valora, orienta y define las acciones que se deben  realizar. Cuando los funcionarios institucionales y líderes comunitarios nos  enfrascamos en vigilar y detectar situaciones de violencia intrafamiliar, y en  desarrollar discursos y prácticas para enfrentarla, sin desarrollar discursos y  prácticas que trabajen y fortalezcan los procesos positivos de la convivencia,  estamos desarrollando un polo cultural, y ampliando lo que tradicionalmente se  ha llamado la cultura de la violencia. 
                                    En  el contexto de la medicina y de la psiquiatría es ampliamente conocido el  concepto de la iatrogénesis, que consiste en generar precisamente aquello que  se desea combatir. En la historia de la psiquiatría se discute igualmente hasta  qué punto el énfasis en la enfermedad y el desarrollo de estrategias de  atención y tratamiento de las enfermedades es un factor que genera la aparición  de enfermedades y mantiene el sistema profesional que se legitima en función de  ellas. 
                                    Por  tal motivo se hace necesario, desde una perspectiva de prevención de la  violencia intrafamiliar, el desarrollo de discursos y prácticas institucionales  de carácter positivo que se centren más en los procesos de fortalecer la  convivencia y la participación comunitaria en la vida de la ciudad que en la  violencia y el maltrato. Para ello se hace necesario avanzar en la tematización  de la convivencia. 
                                    En  el contexto de la crisis generalizada en que se encuentra nuestra sociedad es  cada vez más frecuente que se mencione el tema de la convivencia. Sin embargo,  cuando intentamos indagar sobre cuál es el significado de este término, nos  encontramos frecuentemente con un concepto vacío o definido por su ausencia. Es  decir que cuando encontramos situaciones de conflicto y violencia de diversa  índole, se afirma que se está perdiendo la convivencia. Se entiende así la  convivencia como la ausencia de violencia. Esta ausencia de discurso se traduce  en propuestas para trabajar la convivencia centradas en la resolución de los  conflictos y en la generación de propuestas de paz. Mantenernos en esta  posición nos llevaría a una situación donde no podríamos trabajar los procesos de  la convivencia sino allí donde hubiera conflicto y violencia. De esta forma se  hace énfasis en el maltrato infantil, en la violencia intrafamiliar y en la  intervención sobre los conflictos, donde lo más probable que suceda es que el  interventor se involucre en el conflicto al quedar atrapado en el círculo de la  violencia. Entendemos aquí la violencia como un círculo vicioso que genera y  mantiene su propia dinámica y que requiere un tratamiento especial. Para varios  de los aquí presentes fue significativo escuchar en una reunión de la Red  Central a un agente de la policía comunitaria que planteaba la dificultad  práctica para intervenir en los conflictos conyugales y solicitaba orientación  en estos casos. Contaba el caso de unos agentes de policía que llegaron a una  casa de familia, por el llamado de los vecinos, para intervenir en una pelea entre  una pareja. Uno de los agentes se interpuso entre el marido y la mujer. El  marido tomó el revolver del agente y disparó sobre éste y sobre otro agente, y  un tercer agente disparó sobre el marido. El resultado fueron varios muertos y  heridos y un gran interrogante sobre este problema, es decir, sobre cómo  manejar la violencia intrafamiliar. 
                                    Desde  este punto de vista me atrevo a afirmar que el principal problema que tenemos  acerca de la convivencia es el hecho de que la mayoría de las personas, y en  especial los profesionales que trabajan procesos relacionados con la convivencia,  no han adoptado un discurso positivo y constructivo sobre lo que es la  convivencia. El adoptar un discurso positivo sobre la convivencia nos permitirá  aplicar el refrán que reza que «es mejor prevenir que curar». 
                                    Convivir  es vivir con otros. Por lo tanto, se trata de la construcción de la vida a  partir de nuestras relaciones interpersonales (Arango & Campo, 2000). Esta  definición nos remite, en primer lugar, a que centremos nuestra atención en el  estudio de la vida cotidiana, y en segundo lugar, a que identifiquemos las  relaciones interpersonales que tenemos en nuestra cotidianidad,  independientemente de que en ellas haya o no conflicto. 
                                    Entonces,  desde esta perspectiva psicosocial entendemos el trabajo sobre la convivencia  como el proceso de reconocimiento, elaboración, fortalecimiento y/o  transformación de nuestros vínculos interpersonales. 
                                    La  investigación sobre la convivencia (Arango & Campo, 2000) nos permite  identificar las regularidades, las rutinas, los rituales y esquemas de relación  que repetimos día a día inconscientemente, gracias a lo cual es posible  identificar diversos ciclos de relación que hemos denominado «los ciclos de la  vida cotidiana»: el ciclo diario con nuestras rutinas de autocuidado o  autodescuido y de organización cotidiana de actividades, incluyendo el uso del  tiempo libre; el ciclo semanal, que se relaciona con nuestros horarios de  trabajo, descanso y recreación: el ciclo mensual, con las programaciones  laborales; el ciclo anual con sus celebraciones y fiestas familiares y  comunitarias; el ciclo vital, con los esquemas de relación propios para cada  etapa de la vida, y el ciclo intergeneracional, del cual heredamos pautas de  relación que marcan de manera profunda e inconsciente nuestras relaciones de  convivencia. Ilustrativa es la afirmación hecha por una líder comunitaria en un  taller sobre su historia familiar: «Mi abuela se equivocó, y de ahí salió mi mamá;  mi madre se equivocó, y esa equivocación soy yo; yo me equivoqué, y ahora tengo  miedo de equivocarme con mi hija». En los ciclos de la vida cotidiana  encontramos los valores y las estrategias que repetimos cotidianamente, y es en  la interacción diaria donde se reproduce o transforma la cultura. Así como los  procesos de la violencia crean sus propios círculos viciosos y adoptan una  dinámica propia, que conlleva un campo de trabajo diferente, así mismo los  procesos de convivencia poseen su propia dinámica que es necesario esclarecer e  identificar a través del análisis de los ciclos de la vida cotidiana. Estos  ciclos permiten igualmente detectar los procesos y programaciones  institucionales que conforman la estructura social. 
                                    Por  otro lado, al centrarnos sobre las relaciones interpersonales encontramos todo  un campo de acción y reflexión. Desde el punto de vista de la convivencia, nos  interesa destacar las relaciones afectivas y nuestra capacidad para crear,  mantener y transformar nuestros vínculos afectivos. 
                                    Ahora  bien, para mejorar la convivencia se requiere que todos y cada uno de nosotros  desarrolle personalmente su capacidad consciente para relacionarse con los  demás, para fortalecer sus vínculos afectivos con todas las personas y  realizarse en la convivencia con otros. Sin embargo, esto no es nada fácil.  Para ello, cada persona debe revisar qué tanto se acepta a sí mismo, si ha  llegado al punto de reconocer el amor hacia sí mismo, o si se mantiene con una  sensación de vacío y de necesidad de ser amado por otros. Cada uno debe revisar  si tiene amor para dar a los demás, porque nadie puede dar a otro lo que no  tiene. Esta afirmación nos remite a identificar la necesidad de trabajar  profundamente en la subjetividad de las personas, y que cada una indague por sí  misma en el meollo de la convivencia. 
                                    Por  otra parte, para mejorar la convivencia se requiere la transformación de procesos  psicosociales objetivos, tales como las programaciones familiares, las pautas  de crianza, los rituales cotidianos, las programaciones institucionales, los  programas de educación primaria, secundaria y universitaria (Arango, Campo  & otros, 2002), las programaciones laborales, y las de los medios de  comunicación, tal como nos lo indica el estudio de los ciclos de la vida  cotidiana. Sin la revisión crítica de los modelos culturales que nos circundan,  de la cultura patriarcal, de la cultura política y de la cultura mercantil, no  podremos trabajar objetivamente sobre el desarrollo de la convivencia. 
                                    Finalmente,  estas acciones deben centrarse sobre los procesos de comunicación y relación  interpersonal, sobre el diálogo, la escucha, la expresión, el juego, la  celebración y el compromiso, que son los componentes del amor, y por lo tanto  la esencia de la convivencia. Esta orientación nos lleva a centrarnos en el  fortalecimiento de los vínculos afectivos entre las personas y explorar la  importante función social que éstos tienen para el desarrollo y transformación  de la sociedad. 
                                    5. El trabajo de la  convivencia desde la red de Promoción del buen trato de Cali 
                                    La  Red del Buen Trato de Cali ha sido una estrategia de participación comunitaria  e institucional que se ha venido desarrollando desde 1985, año en que un grupo  de profesionales del Departamento de Pediatría del Hospital Universitario del  Valle conformó el Comité de Prevención del Maltrato Infantil. En 1996 ya se  promovían propuestas de intervención en red para este problema. Desde entonces  se han generado desarrollos diferentes, diversos y espontáneos en los diversos  contextos comunitarios de la ciudad de Cali. Por lo menos en la mitad de las comunas  de esta ciudad han surgido iniciativas autogestionadas por personas, grupos e  instituciones, los cuales, animados por la idea de la participación  comunitaria, han dado lugar a capacitaciones, formación de líderes afectivos,  jornadas de vacunación contra la violencia, celebraciones intercomunales del  Día del Buen Trato y varios encuentros a nivel de las comunas y del municipio. 
                                    A  partir del año 2000 la Red del Buen Trato adoptó una metodología de  organización interna como sistema comunicativo, que ha permitido la  construcción lenta y progresiva de un lenguaje común. Esto ha hecho posible la  identificación de conceptos (elementos, nodos y relaciones), de niveles (de  base, local y municipal), la constitución de 22 nodos locales y 2 nodos  municipales, así como las relaciones de comunicación organizada entre ellos. A partir  de éstos se han ido construyendo objetivos comunes que han orientado la acción  conjunta, coordinada y articulada entre las Redes Locales existentes, el Comité  de Redes Locales y la Red Central. En una primera etapa de la metodología se  promovió la formalización de redes locales ya existentes en las comunas y de  nuevas redes donde no existiesen. En este momento nos encontramos en la  realización de un evento de intercambio de las experiencias de las comunas con  una clara estrategia de reflexión y potenciación de las mismas, por lo cual me  siento orgulloso de encontrar en este grupo la voluntad y el compromiso para  trabajar en red. Igualmente, la Red del Buen Trato obtuvo los respaldos  institucionales de sus miembros para solicitar formalmente al alcalde que se  convoque al «Consejo de Política Social del Municipio de Cali» para que se  formalice una política que haga posible la acción articulada entre las diversas  instituciones públicas relacionadas con la atención de la problemática de la  violencia intrafamiliar y el maltrato infantil y el desarrollo de estrategias  de educación para la convivencia y de prevención de la violencia intrafamiliar. 
                                    Si  bien éstos son avances importantes, considero que la Red del Buen Trato se  encuentra aún en una fase emergente de organización que está dando apenas sus  primeros pasos. Para avanzar es necesario insistir en el proceso de creación de  espacios de interacción y comunicación que permitan acceder a un horizonte  común de significados, donde sea posible compartir conceptos, promover  consensos, recrear disensos, avanzar en la creación de objetivos y proyectos  comunes, así como en el reconocimiento de las diferencias, las diversidades y  especificidades propias de los contextos comunitarios. 
                                    Sobre  el camino recorrido considero importante mantener las políticas adoptadas  conjuntamente por la Red Central y el Comité de Redes Locales, consistentes en: 
                                    1.  Insistir en el reconocimiento, la sistematización, la reflexión y la potenciación  de las experiencias de las redes de base comunitaria. 
                                    2.  Continuar impulsando la conformación y fortalecimiento de las redes locales en  todas las comunas, de tal manera que accedan a un nivel de organización que  garantice el trabajo en equipo interinstitucional y se desarrolle la capacidad  de concertar acciones continuadas que hagan posible el diseño y ejecución de  proyectos comunitarios. 
                                    3.  Concertar acciones para la transformación de las prácticas institucionales y la  adopción por parte de la administración municipal de una política social coherente  e integral que transforme los estilos de acción desarticulada y protagonística  de las instituciones. 
                                    4.  Impulsar una metodología de construcción progresiva y en red de los planes  intersectoriales por comuna para la promoción de la convivencia. 
                                    Retomando  los planteamientos iniciales de este trabajo, considero importante que para  avanzar en el proceso de intervención en red centremos nuestra atención sobre  diversas posibilidades de acción: 
                                    *  Es conveniente que las organizaciones comunitarias, que son las más cercanas a  las redes sociales informales, desarrollen actitudes de acercamiento y  reconocimiento de estas redes sociales informales, y si es posible, que cuenten  con profesionales que orienten metodológicamente los procesos de intervención  en red y acompañen la elaboración de proyectos que les permitan canalizar  recursos. Para la Red del Buen Trato sería importante conocer: 
                                    -  ¿Qué experiencias de intervención en red han sido realizadas por redes  informales?, ¿en qué barrios?, ¿en qué comunas?  
                                    -  ¿Qué personas han dado testimonio de haber sido apoyadas por redes  comunitarias, ¿con respecto a qué problemas? 
                                    -  ¿Qué casos se conocen de acciones comunitarias orientadas al apoyo de familias  con problemas de convivencia o violencia intrafamiliar? 
                                    *  En el caso de las instituciones, es importante que revisen sus concepciones de  trabajo, adopten explícitamente un enfoque comunitario que garantice la  participación y el reconocimiento de la comunidad, una metodología clara de  intervención en redes sociales informales, la reformulación de funciones  asignadas a los profesionales para que efectivamente puedan trabajar con la  comunidad y en equipos interinstitucionales. Desde la red nos preguntamos: 
                                    -  ¿En qué medida las instituciones participantes de la Red del Buen Trato han  incluido los principios, propuestas o las recomendaciones de ésta en sus  programaciones institucionales? 
                                    -  ¿En qué casos se han dado acuerdos interinstitucionales para apoyar a las redes  sociales informales y responder a una solicitud de intervención? 
                                    -  ¿En qué casos las instituciones de manera individual han desarrollado acciones  de apoyo a las redes informales y cuál ha sido la experiencia adquirida? 
                                    *  A nivel gubernamental de la Alcaldía y las secretarías municipales, es  necesario que se adopten políticas orientadas a garantizar la articulación  interinstitucional, de tal manera que los presupuestos y los programas  institucionales financiados con ellos se enmarquen en el trabajo intersectorial  en red. 
                                    Con  respecto a las redes informales existentes en la comunidad, en la Red del Buen  Trato no hemos accedido aún a una organización de actividades en torno a  problemas que las personas a nivel de base designen como tales. No hemos  partido aun de los problemas que plantea la comunidad en sus propios términos. 
                                    *  Con respecto al Comité de Redes Locales podemos preguntarnos: 
                                    -  ¿Cuáles son los diagnósticos que realizan las redes locales sobre la  problemática de la VIF en la comuna? ¿En el barrio? ¿En el sector? 
                                    -  ¿De qué manera nos organizamos en la red local para apoyar a las personas y a  las redes informales de apoyo en la búsqueda de soluciones? 
                                    -  ¿Cuál es el inventario y reconocimiento que las Redes Locales han hecho de las  redes informales existentes a nivel de base de la comunidad? 
                                    *  A nivel de Red Central nos podemos preguntar: 
                                    -  ¿Cuál es la capacidad de gestión de la Red Central para influir en la adopción  de políticas para la promoción del buen trato? 
                                    -  ¿De qué manera la creación de conceptos abstractos tales como el de «redes  locales» facilita o entorpece las relaciones con los procesos organizativos ya  existentes previamente en las comunas? 
                                    -  ¿De qué manera la Red Central consulta y es receptiva a la participación de las  redes locales? 
                                    Para  finalizar, es importante tener en cuenta que la Red de Promoción de Buen Trato  de Cali es un subsector de la estructura social municipal relacionado con las  problemáticas de la violencia y la convivencia desde el campo de la salud, la  educación, el bienestar social, la justicia y otras dependencias gubernamentales,  así como de sectores y organizaciones comunitarias. En este sentido, la Red del  Buen Trato debería centrar sus esfuerzos en la generación de Planes  Intersectoriales de desarrollo de la Convivencia por cada comuna. Por tal  motivo, quiero hacer la siguiente propuesta: 
                                    6. Propuestas de acción  para el desarrollo de la convivencia 
                                    En  la investigación denominada «Construcción participativa de la convivencia en un  barrio popular de Cali» (Arango & Campo, 2000), los líderes comunitarios  del barrio Calimio-Desepaz participantes en la experiencia formularon un  «Programa de desarrollo de la convivencia» para el barrio, el cual fue  presentado al conjunto de instituciones públicas de la comuna 21 con el fin de  concertar acuerdos y compromisos entre las instituciones y la comunidad  alrededor de proyectos diversos. Se inició en ese momento un interesante  proceso de concertación, el cual se vino al suelo por la aplicación de la  reforma administrativa municipal, y fue imposible reactivar el proceso debido,  por una parte, a la ausencia institucional y por la dificultad de los líderes  para organizarse entre ellos y continuar impulsando su propuesta, por la otra. Sin  embargo, el aporte de esta experiencia comunitaria nos sirve de orientación  para sugerir a la Red de Promoción del Buen Trato de Cali una posible manera de  diseñar un Plan Intersectorial para el desarrollo de la convivencia a nivel de  una comuna. 
                                    Para  promover el desarrollo de la convivencia, estos líderes identificaron varias  estrategias de intervención, las cuales retomaré y presentaré de manera  comentada, haciendo sugerencias que podrían implementarse desde las Redes  Locales. 
                                    En  primer lugar, el sector de la educación es el que tiene la mayor responsabilidad,  ya que es el sector donde se reproduce la cultura en los procesos de  socialización escolar y es el sector donde se podría, con mayores  probabilidades de éxito, desarrollar nuevas formas de educación para la  convivencia. La propuesta implica la adopción de modelos pedagógicos que partan  de la enseñanza y práctica de la equidad de género, de una adecuada educación de  la sexualidad, principalmente en los maestros, y el aprendizaje de la  autovaloración personal. La Red del Buen Trato podría impulsar una campaña para  que la Secretaría de Educación impulse una estrategia de revisión en red de los  programas educativos de las instituciones escolares. Adicionalmente se menciona  la educación para el desarrollo personal y se hace énfasis en la autoestima, la  creatividad, la espiritualidad, la madurez emocional y la elaboración de duelos  en contextos escolares y comunitarios. 
                                    En  segundo lugar, es necesario que cada barrio o cada comuna cuente con una  organización comunitaria o una institución que garantice el desarrollo de  proyectos culturales que animen la vida comunitaria y el fortalecimiento del  sentido de pertenencia al barrio y a la comuna. Para ello, los líderes proponen  la creación de una casa cultural en el barrio con biblioteca y ludoteca que  estimule la creatividad y la posibilidad de compartir experiencias entre los  vecinos, el diseño y puesta en marcha de una programación de televisión  alternativa y creativa a través de canales comunitarios que contribuyan al uso  adecuado del tiempo libre y la organización de encuentros culturales, étnicos,  folclóricos, generacionales, festivales de comidas típicas a través de la  creación de un calendario cultural para el barrio. De esta manera se  desarrollarían estrategias para el uso creativo del tiempo libre, la prevención  de la farmacodependencia, el consumo acrítico de la información que ofrecen los  medios masivos de comunicación y el desarrollo de habilidades artísticas y  creativas para el encuentro y reconocimiento comunitario. Recogiendo esta  iniciativa invito a las Redes Locales a revisar la dinámica cultural de las comunas  y valorar la importancia de esta iniciativa. 
                                    En  tercer lugar, es de fundamental importancia tener en cuenta la relación  existente entre las condiciones de desarrollo económico y los problemas de la  convivencia. Mientras un contexto comunitario no cuente con una dinámica  económica que garantice la acumulación de capital, el ahorro y estrategias de  generación de ingresos para todos sus habitantes, es imposible impedir el  avance de la pobreza y sus manifestaciones violentas. Por tal motivo, los  líderes proponen la creación de un fondo de ahorro y empleo para las personas  del barrio, la creación de un centro cooperativo y de reciclaje de materiales y  la adopción de políticas para la organización de pequeños empresarios,  artesanos, comerciantes e industriales. Un plan intersectorial de desarrollo de  la convivencia debe entonces tener en cuenta la manera como ésta se relaciona  con el plan de desarrollo del barrio. 
                                    En  cuarto lugar, con respecto a la salud, los líderes proponen la ampliación y  fortalecimiento de los restaurantes comunitarios y escolares como mecanismo  para reducir los niveles de desnutrición en la población infantil y la  adecuación de un puesto de salud para cada barrio, desde el cual puedan  desarrollarse programas de prevención de la drogadicción, del alcoholismo y del  manejo irresponsable de la sexualidad. 
                                    En  quinto lugar se plantea la importancia de que se adelanten programas de  bienestar social para la familia a través de la ampliación y fortalecimiento de  los hogares comunitarios de Bienestar Familiar, el apoyo a la creación de un  centro de atención al menor y a la familia con servicios profesionales  interdisciplinarios (médicos, psicólogos, trabajadores sociales, enfermeras,  abogados, etc.), que promueva el desarrollo de la convivencia familiar a través  de la organización de salidas familiares por cuadras entre padres e hijos,  celebraciones sociales, encuentros deportivos y conversatorios, la  sensibilización y cualificación para la formación de nuevos hogares a través de  talleres de capacitación y asesoría profesional sobre la convivencia en pareja  y las relaciones psicoafectivas y del fortalecimiento de las consejerías  familiares para que atiendan los casos de violencia intrafamiliar y el maltrato  infantil. 
                                    En  sexto lugar, la implementación de procesos de educación ciudadana que promuevan  en la comunidad las actitudes y habilidades para la participación ciudadana,  que hagan énfasis en la concientización política, el empoderamiento y el  desarrollo de una cultura democrática en el barrio. Para ello proponen la  creación de una Escuela de Liderazgo para la democracia y la participación  comunitaria que impulse el fortalecimiento de los grupos y organizaciones  comunitarias del barrio.  
                                    En  séptimo lugar proponen la creación y adecuación de polideportivos para realizar  actividades recreativas y culturales como la construcción de una pista de  atletismo, una ciclo vía y un gimnasio y que se proyecte sobre la comunidad  promoviendo la creación y dotación de espacios públicos de recreación y deporte  para los niños, jóvenes, adultos y ancianos partiendo de los espacios  existentes en los barrios. 
                                    Y  en octavo lugar el desarrollo de programas educativos para la protección y la  conservación del medio ambiente en el barrio, la ampliación y adecuación de viviendas,  el desarrollo de campañas de siembra y cuidado de la flora en sus diferentes  expresiones (árboles, flores, plantas, etc.) que incluya el enlucimiento de  cuadras y antejardines. 
                                    Indudablemente,  una de las conclusiones que se derivan de esta serie de propuestas es la  importancia de promover la creación de nuevas formas de institucionalidad,  tales como las casas de la cultura de la convivencia, los fondos de ahorro  comunitario, los centros de atención al menor y a la familia, los nuevos  centros de salud, los polideportivos, las escuelas de liderazgo, los  restaurantes escolares y comunitarios, que den respuesta a la cultura de la  convivencia que se desea crear. Una nueva cultura de la convivencia debe estar  respaldada por una nueva estructura social que garantice el mantenimiento y  generación de significados que orienten la realización de mejores formas de  vincularnos afectivamente entre las personas en el nivel de la comunidad y  entre los funcionarios institucionales y la población. 
                                    Para  ello se necesitan grandes transformaciones, y ellas pueden ser posibles si  insistimos en vincularnos entre nosotros como Red de Promoción del Buen Trato  de una manera más afectuosa y comprometida. 
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