Yo vine a Aluba cuando tenía 18 años. Ingresé con un cuadro de bulimia y desde los 14 padecía esta patología. Llegué traída por mi tía y mi hermana, no por voluntad propia.
Desde chica, alrededor de los 6 años, me sentía mal por ser la más grandota del curso y la más gordita. Eso me hacía sentir diferente. Además, me desarrollé a los 11 años y yo quería tapar mi cuerpo. Es como que no quería crecer y buscaba desaparecer, tener cuerpo de nena.
Al principio no quería comer, tenía anorexia, pero no pude sostenerlo mucho y empezaron los atracones, el comer a escondidas y vomitaba hasta cinco veces por día. Mi hermana y mi mamá se daban cuenta de que algo me pasaba y mi papá lo negaba.
Yo estaba cada vez peor. Mido 1,70 y, en un momento, llegué a pesar 42 kilos. Estaba muy flaca para mi contextura y no quería empezar el tratamiento porque pensaba que mi cuerpo iba a engordar.
Mi hermana se daba cuenta porque veía que un día la heladera estaba llena y al día siguiente quedaba vacía. Yo tenía las parótidas hinchadas, el pelo opaco, las manos lastimadas y las uñas quebradizas. Además, me mordía y me golpeaba la cabeza contra la pared cada vez que algo me molestaba o me ponía mal. A mi hermana, que es más grande que yo, también le pegaba o le gritaba.
Todo el tiempo pensaba qué iba a decir en mi casa, sentía que cada vez que me sentaba engordaba, planeaba cómo iba a inventar las mentiras y en qué momento me iba a quedar sola para vomitar. Si era lunes y el sábado quería ir a bailar, pensaba cómo iba a hacer para bajar dos kilos más en esa semana y añadía laxantes a mi dieta. Además, yo hacía gimnasia a escondidas, entrenaba handball y me iba desde mi casa, en Mataderos, hasta Caballito caminando, hacía las dos horas de gimnasia y las dos de entrenamiento. Eso era tres veces por semana. A veces sentía que me iba a desmayar, mi entrenador se daba cuenta de que no estaba bien y no me ponía en el equipo porque era frágil como un papelito.
Compulsión
Cuando comés compulsivamente es porque sentís un vacío interno que necesitás llenar con algo. Podés darte un atracón de comida, de chicos o de compra compulsiva. Buscás llenar ese vacío que sentís, pero no lo podés llenar con nada. Uno se siente vacío porque no se quiere a sí mismo. En el momento, sentís bienestar, pero después te viene una culpa inmensa y vas a vomitar.
Esta enfermedad te lleva a ser egoísta y destruirte a vos mismo. Todo lo que construís lo vas derrumbando a través de actos que no parecen egoístas, pero lo son. Por ejemplo, si es el cumpleaños de mi mejor amiga y no voy porque me siento una gorda o porque preferí darme un atracón es como que me importa nada mi amiga.
Mi mamá murió cuando yo tenía 17 años y me vine a pique, pero no le contaba a nadie lo que me pasaba porque me daba vergüenza. Yo me sentía mal físicamente también. Antes de entrar a Aluba, había empezado la facultad y mi mamá se había muerto en enero. Eran demasiados cambios de golpe: yo iba a la facultad a las 7 y a las 12 llegaba a casa y me la pasaba dándome atracones y vomitando hasta que llegaba mi papá, a las 19.
Trataba de estudiar, pero es tal el desgaste físico que tenés, que no podés. Me dolían hasta los músculos que intervienen en el vómito, el pecho, la panza y el abdomen. Además, quedás como agotada. Era tal el esfuerzo que hasta me daba fiaca vomitar. Cuando empecé a venir a Aluba, me costaba ir de cuerpo y tenía reflujos todo el tiempo.
Sensibilidad
Creo que esto me pasó porque soy una chica con una personalidad base muy sensible y todo lo que me decían me afectaba mucho. Por otro lado, creo que el entorno social influye un montón y está la necesidad constante de agradarle al otro por la apariencia. Recuerdo que cuando tenía el cuerpo que yo quería tener era una infeliz, que lo único que buscaba era morirme todos los días. Hoy no puedo creer los avances que hice, desde el bienestar físico hasta el fortalecimiento de mi autoestima. Yo sentía asco por mí y no me sentía digna de nada.
*Es paciente de Aluba, tiene 21 años y hace tres y medio está en tratamiento. Hoy estudia el profesorado de biología.
La Prensa. Octubre 2006 |