Pesaba 35 kilos y tenía miedo a engordar. Con 17 años había perdido el control de su vida y su mundo eran miedos y depresiones. Se cortó las venas y en numerosas ocasiones se atiborró de pastillas para acabar con todo. “Estaba entregada a la enfermedad, todo me daba igual.” La anorexia de Mónica Cresta comenzó como un juego con una amiga, con quien decidió adelgazar al encapricharse de un vestido que vieron en un escaparate. Tenía 13 años y jugar a perder kilos ha sido su peor pesadilla. “Comencé a adelgazar y controlaba mi cuerpo, pero quería más y más.” La lista de alimentos “prohibidos” se hizo eterna, practicaba deporte a destajo y comenzó a tomar laxantes. “Al pesarme cada mañana y verme en el espejo me reconfortaba, pero nunca tenía bastante”, explica la joven.
Forzada por sus padres, ingresó en el hospital psiquiátrico de Salt, pero allí acabó de enfermar. “No comía ni con un embudo, me restringieron cada minuto de mi vida y creí volverme loca. Desaparecí del mapa”, narra Mónica. Era en mayo del 2000 cuando sus padres la llevaron a la recién creada unidad de patologías alimentarias de la clínica Bofill de Girona. “No hizo falta hablar mucho con ella para ver que estaba realmente mal y necesitaba un ingreso”, recuerda el responsable de la unidad, Pablo Chapur. En los cuatro años de funcionamiento, por su consulta han pasado 218 jóvenes, la mayoría chicas, que acudieron por iniciativa de familiares o amigos (71%). De todas ellas, 122 eran bulímicas, 86 anoréxicas y 10 presentaban desórdenes por atracones.
“Anorexia y bulimia son dos caras de la misma moneda y puede pasarse de una a otra con mucha facilidad”, explica Chapur. Este psicólogo ha visto en innumerables ocasiones como la obsesión por el cuerpo puede destruir a una persona. “A algunas chicas tenemos que sentarlas en cojines para que no se claven los huesos, vomitan más de 30 veces al día y llegan a ingerir su propio vómito sólo por ansiedad”, relata. “Y aun así, quieren adelgazar más”, añade.
De las 218 consultas realizadas, 90 han acabado con tratamiento en el hospital de día del centro. Las demás, con la enfermedad menos desarrollada, acuden a consultas externas dos veces por semana. “Una anorexia o una bulimia seria precisan un tratamiento mínimo de cuatro años”, detalla el doctor. No se trata de recuperar peso, sino de recuperar al paciente emocionalmente porque los cuadros de anorexia van asociados a una bajísima autoestima (91% de las consultas), a una autoexigencia sobrenatural (77%), depresiones (89%) y miedo a absolutamente todo. Además, un 20% de las chicas que han acudido al centro han intentado suicidarse y un 45% han pensado alguna vez en hacerlo.
La Vanguardia, 2004-04-29 |