La situación es verídica y el diálogo telefónico entre el director de RR.HH. de una multinacional y yo fue más o menos así:
-José, mi secretaria renuncia y necesito reemplazarla. Ya conocés el perfil. ¿Podés publicar este domingo?
-George (un nombre que inventé porque, además de cliente, es un buen amigo) creo que no hará falta. La semana pasada entrevisté a una señora que me recomendaron. Fue durante diez años y hasta hace un mes la secretaria del presidente de XX Corp, recientemente fusionada con ZZ Inc. Su jefe se retiró y ella quedó afuera. Es excelente: trilingüe, dominio de computación, culta, dinámica, sin problemas de horarios. íAh! y además es guapísima. ¿Cuándo querés conocerla? Se produjo un silencio.
-George, ¿estás ahí?
-Eh... Sí. ¿Cuántos años tiene?
-Tiene 52, y muy bien llevados.
-No puedo tomarla. Lo siento. Tenemos una política no escrita que nos impide tomar secretarias mayores de 35 años.
-Disculpame. Pero eso no es una política. Eso es una p....
Este diálogo fue real. Y a diario nos tropezamos con casos similares: sin razones consistentes, se restringen las posibilidades de acceso a nuevos trabajos a personas de más de cierta edad, aunque tengan las habilidades necesarias. Soy consultor en RR.HH. desde hace casi 25 años y acepto que ciertos perfiles laborales vayan asociados con requerimientos lógicos y afines de personalidad, sexo, edad, etc., además de los obvios requisitos de idoneidad y experiencia. Pero muy frecuentemente se ponen topes de edad que carecen de sentido. Hay quienes aseguran que la moda "yuppie" pasó y que nuevamente se está valorando la experiencia. Lamento no compartir esta afirmación. Creo que se habla de ello pero por ahora no se lo practica. Por supuesto siempre hay contraejemplos. Pero son excepcionales. Esto se da en todo Occidente. La cultura oriental es diferente: se valora enormemente la experiencia, sobre todo la experiencia "de vida". Creo que para corregir esto hay que reconocer que somos una sociedad que discrimina a los mayores, a los muy jóvenes, a la mujer, a los discapacitados. A partir de ese sinceramiento podremos -si queremos- comenzar a actuar de manera diferente.
El Clarín |