En la semana pasada, recibí un e-mail de un buen amigo; el Ing. Alfonso Cabello; director de Calidad de la prestigiada empresa metal-macánica lagunera: ACV Group. En donde me comparte un pensamiento de autoría de Otto Mañón sobre la cultura del “slow down” en las organizaciones y que por su relevancia hoy me permito transcibir no sin antes agradecer la colaboración del Ing. Cabello:
Ya tengo 18 años desde que ingresé a la Volvo, una empresa sueca. Trabajar con ellos es una convivencia muy interesante. Cualquier proyecto aquí demora dos años para concretarse, aunque la idea sea brillante y simple. Es una regla?.
Los procesos globalizados causan en nosotros (brasileños, argentinos, peruanos, chilenos, venezolanos, colombianos, mexicanos, caribeños, australianos, asiáticos, etc.) una ansiedad generalizada en la búsqueda de resultados inmediatos. En consecuencia, nuestro sentido de la urgencia no surte efecto dentro de los plazos lentos de los suecos. Los suecos debaten, debaten, realizan “n” reuniones, ponderaciones, etc. ¡Y trabajan! con un esquema más bien “slow down”. Lo mejor es constatar que, al final, esto acaba siempre dando resultados en el tiempo de ellos (los suecos) ya que conjugando la madurez de la necesidad con la tecnología apropiada, es muy poco lo que se pierde por aquí en Suecia. Lo resumo así:
1) Suecia es del tamaño del estado de Sao Pablo (Brasil),
2) Tiene sólo dos millones de habitantes.
3) La ciudad más grande, Estocolmo; tiene apenas 500,000 habitantes.
4) Empresas de capital sueco: Volvo, Scania, Ericsson,Electrolux, ABB, Nokia, Nobel.
Nada mal, ¿no? Para tener una idea de la importancia de ellas basta mencionar que Volvo es la que fabrica los motores propulsores para los cohetes de la NASA. Los suecos pueden estar equivocados, pero son ellos quienes pagan mi salario. Por ahora, menciono especialmente que no conozco un pueblo, como pueblo mismo, que posea más cultura colectiva que los suecos. Voy a contarles una historia corta, sólo para darles una idea:
La primera vez que fui para Suecia, en 1990, uno de mis colegas suecos me recogía del hotel todas las mañanas. Estábamos en el mes de septiembre, algo de frío y nevisca. Llegábamos temprano a la Volvo y él estacionaba el auto muy lejos de la puerta de entrada (son 2000 empleados que van en coche a la empresa). El primer día no hice comentario alguno, tampoco el segundo, o el tercero. En los días siguientes, ya con un poco más de confianza, una mañana le pregunté a mi colega: “¿Tienen ustedes lugar fijo para estacionar aquí? pues noté que llegamos temprano, con el estacionamiento vacío y dejaste el coche al final de todo...”.
Y él me respondió simplemente: “Es que como llegamos temprano tenemos tiempo para caminar, y quien llega más tarde, ya va a llegar retrasado y es mejor que encuentre lugar más cerca de la entrada a la empresa. ¿No te parece?”. Imaginen la cara que puse. Y con ella fue suficiente para que yo revisara en profundidad todos mis conceptos anteriores.
En la actualidad, hay un gran movimiento en Europa llamado “Slow Food”.
La Slow Food International Association, cuyo símbolo es un caracol, tiene su central en Italia.
Lo que el movimiento Slow Food predica es que las personas deben comer y beber lentamente, dándose tiempo para saborear los alimentos, disfrutando de la preparación, en convivencia con la familia, con los amigos, sin prisa y con calidad. La idea es contraponerse al ánimo del Fast Food y lo que éste representa como estilo de vida.
La sorpresa, por tanto, es que ese movimiento de Slow Food está sirviendo de base para un movimiento más amplio llamado “Slow Europe” como resaltó la revista Business Week en una de sus últimas ediciones europeas.
La base de todo está en el cuestionamiento de la prisa y de la “locura” generada por la globalización, por el deseo de “tener en cantidad” nivel de vida, en contraposición al de “tener en calidad”, “Calidad de Vida” o “Calidad del Ser”. Según la Business Week, los operarios franceses, aunque trabajen menos horas (35 horas por semana) son más productivos que sus colegas estadounidenses o británicos. Y los alemanes, que en muchas empresas ya implantaron la semana de 28,8 horas de trabajo, vieron su productividad aumentar en un elogiable 20%. Esa llamada “slow attitude” está llamando la atención hasta de los estadounidenses, discípulos del “Fast” (rápido) y del “do it now!” ¡Hágalo ya, apúrese!).
Por tanto, esa “actitud sin prisa” no significa hacer menos ni tener menor productividad. Significa sí, trabajar y hacer las cosas con “más calidad” y “más productividad”, con mayor perfección, con atención a los detalles y con menos estrés. Significa retomar los valores de la familia, de los amigos, del tiempo libre, del placer del buen ocio o el ocio constructivo, y de la vida, en las pequeñas comunidades. Del “aquí” presente y concreto, en contraposición contra lo “mundial o global” indefinido y anónimo. Significa retomar los valores esenciales del ser humano, de los pequeños placeres de lo cotidiano, de la simplicidad de vivir y convivir.
Significa un ambiente de trabajo menos coercitivo, más alegre, más leve y por lo tanto, más productivo, donde los seres humanos realizan, con placer, lo que mejor sabe hacer o dedicación de aprender lo que no sabe.
En la película “Perfume de Mujer” hay una escena inolvidable en la que el ciego (interpretado por Al Pacino) invita a una muchacha a bailar y ella responde: “No puedo, pues mi novio va a llegar en pocos minutos”. A lo que el ciego responde: “Pero es que en un momento, se vive una vida”, y la saca a bailar un tango. El mejor momento de la película es esta escena de sólo dos o tres minutos.
Muchos viven corriendo detrás del tiempo, pero sólo lo alcanzan cuando mueren, ya sea de un infarto o un accidente en la autopista por correr para llegar a tiempo, o para otros que están tan ansiosos por vivir el futuro que se olvidan de vivir el presente, que es el único tiempo que realmente existe.
Todos en el mundo tenemos tiempo por igual, pues nadie tiene ni más ni menos de 24 horas por día. La diferencia está en el empleo que cada uno hace de su tiempo. Necesitamos saber aprovechar cada momento, porque, como dijo John Lennon, “La vida es aquello que sucede mientras planeamos el futuro”.
Falta tiempo cuando falta el espíritu de vivir, es un asunto de prioridades, porque no hay un compromiso consigo mismo. Tres factores nos aniquilan: cuando evitamos el riesgo, eludimos la responsabilidad y oponernos a los cambios.
Como no tomamos tiempo para nosotros, no podemos dirigir nuestras propias vidas, ni menos la de nuestra familia o nuestros hijos, entonces nos empeñamos en dirigir una ciudad, un estado o una nación.
Felicitaciones por haber conseguido leer este mensaje hasta el final. Hay muchos que lo habrán dejado por la mitad para “no perder tiempo” tan valioso en este mundo globalizado, porque su “brainwash” es que el tiempo es dinero.
¡Apresúrate a vivir despacio!
El Siglo de Torreón. 30 de agosto de 2006 |