185 millones de personas, un 3% de la población mundial, consumieron algún tipo de droga en el año 2003, según dio a conocer la oficina de Naciones Unidas (UNOD) con motivo del Día Mundial contra las Drogas, el 26 de junio. Sin embargo, uno de los problemas al que se enfrenta este colectivo es el de la invisibilidad paulatina ante la sociedad. En eso tiene mucho que ver la implicación de los medios de comunicación.
Quienes trabajan en colectivos sociales saben perfectamente que “Lo que no aparece en los medios de comunicación es como si no existiera”. Por eso es imprescindible la complicidad entre los profesionales que trabajan en drogodependencias y los periodistas, para que continúe abierta la brecha que permita mantener a la sociedad informada sobre la verdadera dimensión del problema.
Paradójicamente, a la situación actual se ha llegado -entre otras razones- porque los medios informativos cumplieron una de las demandas sociales que se les había asignado: acabar con la percepción del drogodependiente / delincuente que provocaba alarma social en los años 70-80.
En 1972, cuando las drogodependencias comenzaron a constituir un problema social generalizado, la UNESCO pedía a los medios de comunicación que sumaran sus esfuerzos para fomentar actitudes y transmitir conocimientos en materia de drogas. También advertía a los periodistas que “una información transmitida inadecuadamente puede llegar a propagar el uso de las drogas o agravar la reacción de la sociedad para con los drogodependientes, traumatizar a los padres y provocar el aislamiento de los individuos dependientes”.
Tres décadas después, el panorama es esperanzador en cuanto a la aceptación social de los drogodependientes. Pero el gran handicap es que esa normalización ha provocado que deje de ser un tema informativamente prioritario. Baste consultar el barómetro del CIS de los últimos meses para comprobar que las drogas no se encuentran entre los diez problemas que más preocupan a los españoles.
Otros fenómenos no menos prioritarios han ocupado la portada de los medios de comunicación en los últimos años, a medida que las drogas se han convertido en algo cotidiano y ha dejado de ser un acontecimiento singular. Incluso la ONU con su lema de este año “El tratamiento sí funciona” induce a una doble lectura: por un lado, refuerza la necesidad de dedicarle recursos a un problema que tiene solución, pero también contribuye a minimizar la percepción social del riesgo que comporta la adicción.
El de las drogas, como hecho comunicativo, sigue la misma pauta que otros problemas sociales de similar trascendencia: SIDA, etc. Si nos fijamos en el tratamiento informativo que se le está dando al problema de la Violencia Doméstica, que en estos momentos es el que mayor alarma social está provocando en nuestra sociedad, muchos recordarán que existen grandes paralelismos con las drogodependencias en la manera en la que los medios están abanderando las demandas sociales de mayores recursos, medidas judiciales, preventivas, etc.
La nula cobertura que en estos momentos tienen las muertes por sobredosis (más de 650 el último año) o las dificultades por las que atraviesan las familias de afectados, provoca la ilusoria sensación de que el problema está resuelto. Ya no se habla de largas listas de espera. Tampoco hay denuncia en torno a la situación de los cronificados. Como ejemplo, baste poner el caso reciente de los más de 500 adictos que se beneficiaban del programa de reducción del daño que la Asociación Bienestar y Desarrollo estaba llevando a cabo en el barrio marginal de Can Tunis de Barcelona y que tras el desmantelamiento de esta zona de barracas se han visto abocados a “buscarse la vida”, ante la falta de planificación municipal de un equipamiento que se ajuste a sus necesidades. La nula repercusión en los medios de comunicación locales de esta situación es un claro ejemplo de la relevancia social del problema.
Mantener vivo el canal informativo permite no sólo ajustar la percepción sobre las drogas a la sociedad y evitar situaciones como la que ahora se produce en torno al cannabis entre los más jóvenes, sino que evita que la invisibilidad afecte a los recursos económicos que los organismos públicos y privados estén dispuestos a destinar a este colectivo, tanto en el aspecto asistencial, como en el preventivo.
La presencia en los medios no puede ser a cualquier precio.
En los años 80-90 los periodistas tuvimos que enfrentarnos a una escasez de fuentes informativas, ya que la mayoría de las informaciones provenían de las notas de prensa sobre alijos o de actos delictivos cometidos por toxicómanos que proporcionaba la policía. Eso contribuyó a crear alarma social y el estereotipo de drogodependiente-delincuente.
Por otra parte, los escasos profesionales que trabajaban rigurosamente recelaban de los periodistas, por el tratamiento espectacular que se hacía de este colectivo, y los informadores tampoco tenían total confianza en quienes sí estaban dispuestos a aportar su testimonio, por su posible vinculación con sectas.
Superados los recelos iniciales, actualmente existe una complicidad estimulante entre los profesionales que trabajan en drogodependencias, (cada vez desde una perspectiva más multidisciplinar), y de los periodistas que habitualmente abordan estas cuestiones. Sin embargo existe el riesgo de que nuevamente se genere recelo, ante la necesidad de ser noticia por parte de las ONGs y, en general, de quienes necesitan del refrendo mediático para continuar con sus investigaciones, privadas o a través de la Administración.
La necesidad de llamar la atención de los medios de comunicación, está provocando que no todas las informaciones sean lo rigurosas que deberían: Estudios que se dan a conocer tempranamente, muestras que se extrapolan provocando generalizaciones de perfil de drogodependiente distorsionando la realidad.
Esa profusión de informaciones que llegan a las redacciones y que por falta de tiempo y de especialización de los periodistas no se contrastan debidamente, confiando en la fiabilidad de las fuentes, mellan la credibilidad de este tipo de informaciones.
Es habitual que estudios en los que se resaltan los efectos nocivos de determinadas drogas tengan prioridad en su publicación. Esto es lo que sucedió con un estudio del Dr. Ricaute de la Universidad John Hopkins, a propósito del daño neurológico irreversible provocado por el MDMA. Dos años después de difundida la investigación, el propio autor reconocía que las conclusiones eran falsas, por un defecto en la muestra de laboratorio. La publicación de esta investigación en la prestigiosa revista “Science” dio la vuelta al mundo, sin mayor contraste informativo por parte del resto de los medios de comunicación. La mayoría de los periodistas nos dedicamos a plasmar esta información tal cual, sin buscar opinión de otros expertos, a pesar de la desmesura de los resultados.
Situaciones similares se producen cuando desde organismos oficiales u ONGs se nos ofrecen estadísticas. Por ejemplo, cifras de jóvenes que acuden a un centro de tratamiento por consumo de hachís, sin especificarnos que un número significativo lo hacen para eludir la multa gubernativa. Es frecuente que hablemos del perfil del consumidor de una determinada droga en función de la asociación que está tratando a los adictos, sin tener en cuenta que quienes acceden a ese recurso terapéutico representan sólo un sector del colectivo y que no se puede extrapolar al conjunto de consumidores.
Para evitar estas distorsiones, moralizantes en muchos casos, es imprescindible honestidad por parte de los profesionales que trabajan en drogodependencias a la hora de trasladar sus conocimientos a los periodistas, pero sobre todo una formación adecuada por parte de los informadores que abordan estas cuestiones, que deberían garantizar los colegios profesionales y asociaciones de la prensa.
De la raya a la selva.
Con ser complicado dar visibilidad a quienes trabajan en prevención y tratamiento de drogodependientes, un reto especialmente complejo es el de concienciar a la sociedad (muy especialmente a los más jóvenes) cómo su opción de fumarse un canuto o hacerse una raya trasciende a ese gesto personal. Esa es una realidad que escasamente reflejan los medios de comunicación y sin embargo, es necesario insistir en que esa raya que un joven se hace en una gran ciudad de Madrid, París o Nueva York, trae consigo la destrucción de más de 3.000 especies de seres vivos en la selva amazónica, por la deforestación, vertidos de los productos químicos necesarios para procesar la coca, erosión del terreno, inundaciones… saber que esa misma raya alimenta la narcoguerrilla, que desestructura gobiernos y compra voluntades…. Datos que no suelen asociarse en la información. Salvando las distancias, se trataría de hacer algo similar a lo que se pretende en educación con las “transversales” a la hora de transmitir valores.
Informes publicados como el que en el 2003 realizó la ONU revelando que en Marruecos 800.000 personas sobreviven de las 47.400 toneladas de cannabis bruto que producen en cinco provincias de la zona del Rif, más de 20.000 kilómetros cuadrados destinado a este cultivo, el único que les permite sobrevivir al hambre, pasan sin pena ni gloria. No estamos acostumbrados a asociarlos con la titánica lucha que se libra unos kilómetros más arriba, en el Estrecho, por interceptar los cargamentos o los recursos que se destinan a planes de prevención, en muchos casos estériles, para evitar que nuestros jóvenes consuman porros.
Las nuevas tecnologías no son la única vía de comunicación con los más jóvenes.
Si en algo somos útiles los medios de comunicación es a la hora de servir de altavoz a los profesionales que pueden ofrecer pautas de comportamiento a los padres respecto a la prevención del consumo de drogas. También se ha acudido a los medios para pedir más responsabilidad de los padres, como sucedió cuando en el año 2001 el PNSD provocó el debate sobre el fenómeno del botellón, en el Congreso sobre Jóvenes, alcohol y tiempo libre. Lo que no resulta tan sencillo es que los adolescentes sean susceptibles a esas informaciones que aparecen en los medios de comunicación convencionales. Y sin embargo, no por eso, debemos dejar de tenerlos en cuenta.
Sabemos que los jóvenes son más sensibles a teleseries, radio-fórmulas, Internet o móviles y esa es una vía de acceso prioritaria a los adolescentes. Desde luego son plausibles iniciativas como la del Instituto para el Estudio de las Adicciones de comunicarse mediante mensajes SMS, para transmitir mensajes preventivos. Pero el reto que debemos superar es el de darles voz, para que nos expliquen a través de los medios de comunicación más masivos cómo se sienten, por qué asumen esas actitudes y qué es lo que no les vale de las propuestas alternativas que les montamos para su tiempo libre.
Con motivo del Congreso sobre Jóvenes Alcohol y Tiempo Libre abrimos los micrófonos a los adolescentes y estos chicos les explicaron a sus padres y a la sociedad en general cuestiones que desconocíamos. Fue una experiencia, aunque lamentablemente excepcional, suficientemente interesante como para demandar de los medios de comunicación la voluntad de conseguir esos testimonios. Pero sobre todo, es importante combatir el prejuicio de no permitirles hablar cuando no explican lo “políticamente correcto” que esperábamos escuchar. Si no potenciamos este diálogo en los medios de comunicación estamos cerrando una puerta útil para la comunicación intergeneracional.
Lo que se dice y lo que se entiende.
Cuando se abre un micrófono, se enciende la pantalla o se escribe en un diario, los mensajes que se emiten llegan a un colectivo muy heterogéneo, no sólo en edad, sino en formación social y cultural. Eso provoca distorsiones del mensaje, que tanto los propios periodistas, como los profesionales de las drogodependencias que trabajan en estrecha relación con los comunicadores deberían conocer para evitar ese efecto perverso de la comunicación:
• El primer impacto es el que se fija con mayor intensidad. Eso explica, aunque no justifica, por qué todavía la heroína sigue siendo la manifestación gráfica con la que se representan las drogas, cuando en estos momentos el consumo de hachís y cocaína ha superado el número de consumidores de heroína y sus consecuencias resultan igualmente destructivas para el individuo.
• El efecto magnificador de los medios de comunicación puede provocar alarma social, al advertir de un fenómeno, amplificando su importancia y minimizando los efectos de otro. Una muerte por consumo de éxtasis en una fiesta adquiere un protagonismo que no alcanzaban hasta hace muy poco las 4.000 víctimas por accidente que se atribuyen al alcohol.
• La heterogeneidad de los receptores de los mensajes puede provocar que una misma noticia sea percibida con preocupación por los padres y, al tiempo, fomentar el espíritu transgresor en los jóvenes. Un claro ejemplo son las noticias sobre consumo de éxtasis en macrofiestas.
• La necesidad de transformar el lenguaje para que sea accesible a toda la audiencia, especialmente cuando se trata de informar sobre conceptos científicos, puede provocar distorsiones como la que se produce al explicar las propiedades terapéuticas de los principios activos del cannabis, que algunos jóvenes acaban simplificando con la sentencia “el porro cura”.
• Los testimonios que se asoman a los medios de comunicación no siempre reflejan la auténtica dimensión del fenómeno. Es frecuente que en radio y televisión aparezcan sólo víctimas de las drogas que provienen de ambientes desestructurados. Es su modo de echarle en cara a la sociedad que no les haya ayudado. En cambio, las experiencias de los socialmente integrados difícilmente pueden ser recogidas, cuando precisamente el consumo más habitual en estos momentos es el de jóvenes que llevan una vida reglada.
• Mensajes preventivos pueden resultar equívocos. La campaña sobre la conducción responsable con un conductor designado para abstenerse de beber en las salidas nocturnas, según como se transmita, podría generar en los jóvenes la sensación de que fuera de la responsabilidad del volante pueden relajarse en el consumo de alcohol.
• El fenómeno de “los padres coraje”, popularizados por los medios de comunicación, pueden provocar la frustrante sensación de ineficacia de la justicia y al tiempo acomplejar a los familiares de un drogodependiente que no asume una postura beligerante contra las drogas. Otro tanto sucede con los “barrios escenario”, donde la denuncia de los puntos de venta puede llegar a estigmatizar a todos sus habitantes.
• Ofrecer el precio en mercado de las drogas incautadas puede inducir a los más jóvenes a plantearse una ilusoria manera de conseguir dinero fácil.
• El lenguaje verbal y gráfico no son inocentes. Una simple fotografía de jóvenes acodados en una barra para ilustrar una información sobre las fiestas de un pueblo o denominar a las drogas de síntesis como “drogas de diseño o droga del amor” distorsionan el mensaje.
• Es imprescindible que los periodistas entiendan programas como los de reducción del daño y reducción del riesgo (folletos para consumo responsable, intercambio de jeringuillas, narcosalas, etc) para evitar que fuera de contexto puedan ser percibidas como una amenaza, en lugar de transmitir su función normalizadora.
En definitiva, cuanto más estrecha sea la colaboración entre los profesionales que trabajan en drogodependencias y los periodistas encargados de transmitir esas informaciones, mayor garantía tendremos de que este fenómeno no se convertirá en uno de tantos problemas invisibles para la sociedad.
Begoña del Pueyo Ruiz
Periodista
Coordinadora de “Todos contra las Drogas” en el Programa Protagonistas desde 1990.
Cruz al Mérito del Plan Nacional sobre Drogas.
Bibliografia
- Martinez Higueras, Isabel / Nieto, Miguel Angel / Pueyo, Begoña. “Medios de Comunicación y drogodependencias”. Actuar es posible. PNSD. 2000
- Megias, Eusebio / Navarro, Jose Ignacio / Rodriguez, Elena. “Jóvenes y medios de comunicación”. FAD-INJUVE 2001
- Vega Fuente, Amando. “Los medios de comunicación social y las drogas: entre la publicidad y el control social”. Revista especial Drogodependencias 1995
- “Tratamiento periodístico de las drogas y las drogodependencias”. ONGs que intervienen en drogodependencias 1996
Servicio de Información, Prevención y Orientación de Drogodependientes acreditado por el Gobierno de Canarias (TF-788A/03)
Generalitat Valenciana
Conselleria de Sanitat
Dirección General de Drogodependencias
Publicado durante el mes de Octubre de 2004 |