Imprimir
Droga y alcoholismo: enemigos de la cultura de los pueblos
Dick Thornburgh

En su verdadero significado, mi mensaje a la Sexta Conferencia internacional es, en su naturaleza, un « informe del frente » de la guerra mundial contra el trafico de droga y el abuso de estupefacientes.

En los tres últimos años, como Procurador General de los Estados Unidos de América, ha sido mi tarea dirigir nuestras acciones de policía contra los carteles de la droga. Además, como Presidente del Consejo para la Política Interior del Presidente Bush, he cuidado el desarrollo de nuestra Estrategia Nacional contra la Droga para combatir lo que el Presidente llama « el flagelo » del abuso de estupefacientes.

Las palabras no pueden expresar el impacto del flagelo de la droga que amenaza a tan alto número de países. Virtualmente, en cada parte del globo terrestre, las desastrosas consecuencias del tráfico internacional de droga son fácilmente visibles para todos. Pocos grupos Internacionales imponen costes tremendos, no solo en términos económicos, sino sobre todo en incalculables daños al género humano. Muchas personas, especialmente en Sudamérica, han consagrado literalmente sus vidas en el intento de ver que otras personas puedan vivir sin la pesadilla de la droga.

La verdad es que la naturaleza y la complejidad de la guerra a la droga requiere de todas las naciones un esfuerzo común. Todos sufrimos las consecuencias de este flagelo; debemos actuar una estrategia de cooperación y una acción concreta. Ustedes, que participan en esta Conferencia, tienen, por lo tanto, la misión de enfocar el fenómeno de «La droga y el alcoholismo contra la Vida». La estrategia global del Presidente Bush para abordar la enorme cuestión de la droga en nuestro país tiende a la actividad de control del abanico formado por la droga: no solo medidas de policía, sino prevención, educación, rehabilitación y asistencia. Su estrategia tiende, sobre todo, al restablecimiento de la estructura de los valores tradicionales al interior de nuestro país, una estructura de valores que rechaza con desden la toxicodependencia como estilo de vida.

Con este fin, creemos en la educación para advertir daños causados por la droga, junto a leyes más rígidas y con severas sanciones que actúen de detergente y de castigo. Estamos también comprometidos a asistir a quienes reanudan una vida limpia.

Permitidme, ante todo, discutir brevemente el papel de las fuerzas de policía. La respuesta americana se funda en un simple axioma: ni un solo gramo de heroína o de cocaína se produce en el interior de los Estados Unidos. Todo precede de más allá de las fronteras, de modo que nuestros esfuerzos contra la oferta de la droga no pueden sino ser parte de un eficaz programa internacional.

Aunque la comunidad internacional este obteniendo un creciente número de éxitos en esta guerra a la droga, nuestra acción combinada aún no ha derrotado a los grupos internacionales de la droga. Los señores de la droga burlan aún nuestras leyes y en algunos países han aterrorizado el sistema legal a tal punto que las fuerzas de policía se encuentran con duros obstáculos. Todo esto porque se ha hecho una indispensable moderna, legal, estructura de cooperación internacional en la lucha contra el tráfico de estupefacientes.
Afortunadamente, semejante estructura esta a nuestra disposición. La aprobación de la Convención de las Naciones Unidas contra el Tráfico ilícito de Narcóticos y Sustancias psicótropas por parte de casi 100 países en la histórica ceremonia de Viena, realizada en diciembre de 1988, ha señalado un cambio decisivo en esta lucha. He tenido el privilegio de firmar la Convención en nombre de los Estados Unidos y de seguirla en el Senado para su ratificación, de modo que nuestro país se convirtiera en una de las primeras naciones comprometidas en este terreno. Este tratado tiene una importancia particular, porque es un tratado de policía internacional. Las naciones firmatarias quedan obligadas a criminalizar cada eslabón de la cadena de las actividades ilícitas relacionadas con la droga, desde la inicial producción de drogas hasta el lavado final del dinero sucio a través de empresas corrompidas que operan en amplio radio, como el Banco del Crédito y del Comercio Internacional (BCCI), llevado adelante con éxito primero en los Estados Unidos. Esta Convención apela a todos sus miembros a fin de que abatan el velo del secreto bancario y predispongan medidas eficaces para interceptar y confiscar las ganancias de la droga dispuestas para ser transformadas en depósitos legales.

Pide también prestar mayor atención al flujo de las sustancias químicas de base, y dispone de mandatos de cooperación sin precedentes en el campo de la investigación, de las intervenciones y, si fuera necesario, de la extradición. Además, esta Convención no altera las  leyes de cada país, sino que  respeta absolutamente el principio de soberanía.
Se trata de una sola Convención, pues de hecho se asume el en cargo de imponer responsabilidades a cada uno de los países que la han ratificado, de adoptar medidas para ayudarse mutuamente en una más extensa acción de control. Cada nación tiene el deber, por ejemplo, de conformar la propia legislación con los requisitos dictados por la Convención. Emprender estas acciones será decisivo en la lucha contra el tráfico de estupefacientes y los crímenes relacionados con él.

El ultimo test de la Convención ONU sobre la droga serán las respuestas políticas dadas por los países que deberán intervenir sobre la legislación interna: cada país miembro deberá emprender esta iniciativa teniendo en cuenta la urgencia sobre todo en cuanto se refiere al lavado del dinero, el tráfico de sustancias químicas, la interceptación y confiscación de las ganancias, lo que hiere a los grupos de la droga donde ellos hacen mayor daño.

Los 43 Estados que han ratificado o aprobado este acuerdo constituyen ya una única sólida alianza. La rápida ratificación o adhesión al tratado por parte de las restantes 51 naciones firmatarias será una clara advertencia a los traficantes de droga de que hay un compromiso global, colectivo para desenmascarar y poner fin a estas actividades ilegales y que ya no hay, literalmente, lugares donde poder esconderse.

Pero esta no es más que la mitad de la batalla; la otra mitad es el desafío mayor, por el que cada uno de nosotros debe asumirse las propias responsabilidades. En mi opinión, nosotros mismos, y de la misma manera, no tenemos lugar donde escondernos.

La guerra contra la droga, si será tal, no se vencerá solamente a través de drásticas medidas de policía, sino que se vencerá sobre todo en el campo de batalla de los valores. Será ganada no sólo en los tribunales, sino en las aulas de la escuela, en los lugares de trabajo, con nuestros vecinos y, sobre todo, en la familia. Estas bases históricas, que desde siempre pasan de generación en generación nuestros valores, son las verdaderas instituciones capaces de delinear con mayor eficacia el valor de un estilo de vida libre de la droga, y de separarlo de la degradación, inevitable resultado de la tóxicodependencia, que tantas veces conduce a la muerte.

Los valores de la estima y de la confianza en si mismos, valores que reflejan la determinación de cada uno de nosotros de realizar el potencial personal, valores que encarnan el amor al prójimo, sea hombre o mujer; estos son los verdaderos fundamentos sobre los que puede construirse una vida libre de la droga.
Tales valores son obstaculizados, como habéis referido en los documentos introductivos del programa, «por una formación insuficiente, condicionada por modelos de vida propuestos, ilusorios e inadecuados, por la crisis de la institución de la familia y por el desprecio y la falta de consideración de los ideales cuyo logro requiere sacrificio y dedición ».

Tales obstáculos pueden abatirse con el compromiso a perseguir pasos importantes.

— En primer lugar, reforzando la familia de todos los modos posibles, reconociéndole el papel fundamental en la educación primaria y en la socialización que representa en la vida de todos nosotros en el interior del ambiente familiar. Los más pequeños y los niñios deben prescindir a menudo del amor de los padres, rechazados, maltratados o cerrados con llave en su soledad, son lanzados al complejo mundo de hoy sin la guía y la estabilidad necesarias que les permitan, en muchos casos, literalmente sobrevivir.

— En segundo lugar, a través del compromiso a dar una educación global, específica y real a nuestros hijos, en el primerísimo grado escolar, sobre cuanto se refiere al peligro real de la droga. La «táctica del pánico» o una cierta repugnancia de hablar del problema por temor a inducir a los individuos precisamente hacia lo que se combate, son míseros sustitutos de la sinceridad y de la franqueza para con un publico que a menudo sabe mucho mas que cuanto nosotros imaginamos.

— En tercer lugar, a través de la comprensión y de la disciplina en los lugares de trabajo —incluidos adecuados procedimientos de control basados en los tests— a fin de garantizar la seguridad de todos los trabajadores y proporcionar asistencia a los empleados que hayan caído en las redes del abuso de sustancias estupefacientes. El derecho legal de realizar tests sobre nuestros trabajadores ha sido establecido en un caso ante el Tribunal Supremo, que he seguido personalmente. No ha de ser visto como un procedimiento punitivo, sino como un medio que nos permita identificar a quienes tienen problemas con estas sustancias, para romper la barrera del silencio y ofrecerles un modo de salir.

— En cuarto lugar, prestando particular atención a la conducta de los modelos propuestos en el campo del deporte, del espectáculo y de la política, modelos a los que todos los ciudadanos de todas las edades y clases sociales miran en busca de un guía de la adecuada conducta que haya que seguir en la vida. Los vacíos discursos acerca del uso «recreativo» de la droga, que a menudo van a la par con la llamada «sofisticada» actitud hacia la promiscuidad sexual y las relaciones extraconyugales, son todas características de los demasiados modelos de hoy en estos campos, a la vista de todos. Todo ello debe acabar.

— En fin, a través de una activa participación de las instituciones en el proceso de refuerzo de la madurez en los sujetos mas expuestos a la tentación del abuso de estupefacientes, que ya han perdido la confianza en los valores y en las prescripciones para una conducta realmente moral y ética. En el fondo, el espíritu humano deriva sus características de un credo en los valores más altos que los impuestos por la sociedad contemporánea. Una fe fuerte, basada en principios que han resistido durante siglos, sigue siendo aún la fuente más importante de adecuados valores para la conducta de la vida el día de hoy.

Otro tema merece nuestra atención. Desde un punto de vista medico, como el Doctor Sullivan, sin duda, puede confirmar, debemos seguir en la prosecución de modalidades de asistencia y de rehabilitación más eficaces. Pero no podemos ofrecer ninguna «receta mágica» a quienes quieren ser asistidos y rehabilitados, como me hace recordar el ejemplo del hermano de un miembro de mi staff, el cual seguía sin éxito ocho diferentes programas de rehabilitación antes de quitarse trágicamente la vida. Nosotros, simplemente, debemos poner en práctica métodos mejores y más eficaces para ayudar a quien es consciente de las trágicas consecuencias del continuo abuso de estupefacientes y trata de salir de semejante situación.

Debemos decir que en los últimos años se han hecho muchos progresos; pero todavía quedan largas distancias que hemos de recorrer. Mientras algunos países han puesto en marcha series programas de lucha contra el tráfico y el abuso de estupefacientes, a consecuencia de la gran difusión de actividades ilegales y antisociales, aun no se ha predispuesto una eficaz red mundial de medidas antidroga enderezada a destruir productores y traficantes. Y mientras conferencias como esta ruinen una amplia gama de profesionales de talento, de guías comprometidos y de funcionarios públicos para estudiar esta extensa serie de datos, aún no hemos conseguido difundir en una significativa porción de nuestras comunidades la idea de que el abuso de estupefacientes no es «problema de los demás».

En realidad se trata, para todos nosotros, para todas las naciones y para todas las instituciones existentes, del problema de estimular, regular y desarrollar, en diferentes modalidades y en diversos grados, el potencial humano. Ese potencial puede ser dañado y disminuido por el abuso de droga, y puesto que tal abuso puede atacar a cualquiera, el problema nos toca a todos nosotros.

Por ello, nuestro desafío al enfrentarnos con los problemas del abuso de estupefacientes y la necesidad de un activo compromiso nuestro en este sector, podrían ser bien resumidos por la reflexión siempre actual del poeta John Donne: «Ningún hombre es una isla, completo en si mismo; cada hombre es una parte del continente, una parte del todo... la muerte de cada hombre me consume, puesto que formo parte del genero humano; y por eso nadie nos avisa por quien suena la campana; suena por ti ».
Y así es. Gracias a cuantos de ustedes «se sienten implicados en la suerte de la humanidad», por vuestra cortes atención y por vuestro compromiso en esta causa importante.

Prof. DICK THORNBURGH
Procurador General de los Estados Unidos de América

Dolentium Hominum n. 19