No pocos hombres y más mujeres se quejan hoy de una pérdida de intimidad y de profundidad en las relaciones de pareja. Quizá lo que echamos en falta es algo que naturalmente poseemos, el pudor, y que, como en otros desastres medioambientales, estamos arruinando con una sexualidad expeditiva e irresponsable. Este es el diagnóstico que se atreve a dar una joven estadounidense de 23 años, que en un libro (1) escrito con humor y argumentos expone que la recuperación del pudor puede dar nuevo sabor y atractivo a las relaciones entre hombres y mujeres.
Aunque el análisis que realiza Wendy Shalit -licenciada en filosofía- en A Return to Modesty es aplicable a otras latitudes, hay que hacer alguna precisión. En inglés hay una sola palabra, modesty, para lo que en los idiomas de origen latino hay dos: modestia (en el sentido de humildad) y pudor (para la conducta sexual). Shalit trata sobre todo del segundo aspecto. También hay que tener en cuenta que la igualdad de derechos entre hombre y mujer ha derivado en los Estados Unidos en sorprendentes hábitos. Así en la Universidad a veces ambos sexos comparten no sólo aulas, como es lo lógico, sino cuartos de baño, dormitorios y hasta equipos de lucha libre.
Por otro lado, proliferan campañas de prevención de agresiones sexuales y violencia contra las mujeres. A todo esto se suma la preocupación social que despiertan la anorexia, la bulimia y las depresiones. Shalit sugiere que determinado sentido de la igualdad y el clima de permisividad sexual pueden explicar, aun parcialmente, ciertas claves de estas patologías. Pero este ensayo va más allá: realiza un diagnóstico, indaga en el significado del pudor y la modestia y, por último, traza un mapa de su recuperación.
Todo empieza en la escuela donde la educación sexual se inspira en un nuevo dogma: el sexo es una "asignatura" más, como las matemáticas o el deporte. No se trata sólo de vaciar de contenido ético a la "asignatura", de concebirla como conocimientos anatómicos y fontanerías varias y dirigirla hacia el control de natalidad, sino, también, de matar el pudor natural que lleva a los niños al cuchicheo, las risas y otros comportamientos que denotan que este tema no es igual que cuando se explica el teorema de Pitágoras. La narración que la autora hace de su primera clase de educación sexual es aterradora, si no fuera por su sentido del humor.
La nueva etiqueta sexual
Aunque la liberación sexual predique una conducta desinhibida, ha impuesto un nuevo ritual en las relaciones entre hombre y mujer que Shalit describe así: enrollarse, dejarlo, comprobaciones regulares y "amigos".
Enrollarse, o sea, tener relaciones sexuales con alguien. No se es novio o se está saliendo con alguien, ni siquiera se es amante (suena hasta literario): uno se ha enrollado, está liado con alguien. Y sucede en la primera cita, en la tercera o sin cita, como colofón o en mitad de una fiesta, un viaje o un encuentro casual. Pero la etiqueta sexual moderna, que demanda naturalidad respecto al lío propio y ajeno, censura no sólo cualquier juicio moral, sino la más mínima implicación emocional. Y lo hace, en el caso de las mujeres, radicalmente. La traducción del inglés de Shalit al castellano apunta a la expresión "estar colgada" y tiene carga peyorativa. Es decir, si ella tiene algún sentimiento o esperanza, deberá negarlo a sí misma y a los demás, salvo pena de ser tachada de tonta o antigua. "Piensa sólo en el momento, no hagas planes".
Sin compromiso
Porque pasamos a la segunda fase: abandono o ruptura. O sea, desde el simple salir por la puerta hasta la decisión conjunta o unilateralmente resignada de "dejarlo". Antes, una ruptura tras haber compartido cierta intimidad era un drama; hoy, según Shalit, se dice que es una "experiencia de aprendizaje" y que hay que ser "positivos".
Pero puede llegar la tercera etapa: las comprobaciones regulares. Es decir, él puede llamar. ¿Para qué? Somos tan educados y modernos que, aunque ya no se esté "liado", hay que "interesarse" por la otra persona. Y esto es una mentira. Si existió implicación emocional lo último que hace falta, si se ha roto, es saber de la otra persona en ese momento. Y si no existió, ¿para qué llamar? Sí, hay otra posibilidad: liarlo más jugando al enrolle intermitente, con abandonos sucesivos y las comprobaciones oportunas para llegar a la consideración de "amigos". Wendy concluye: el índice de "bondad" de un hombre se establece ahora en la medida en que sus relaciones con sus ex o "amigas" son "buenas", o sea, las llama o sigue tratándolas. Esto es lo único que piden algunas mujeres. Pero no se te ocurra sugerir compromiso: eres muy exigente.
Autoestima de verdad
La autora concluye: esto es una farsa pero, sobre todo, lo es para muchas mujeres que quieren, aún tras años de educación sexual y evidente presión social, sentimientos y compromiso. Se ha ridiculizado el deseo -tan deseo y defendible como cualquier otro- de enamorarse, casarse y tener hijos. Se ha machacado el romanticismo y prestado un flaco favor a ambos sexos. Porque, en definitiva, tener un lío es eso, un lío. No hay quien se aclare ni con 15 ni con 40 años, ni unas ni otros. Si cuesta siempre romper con alguien, ¿cómo no va a costar más si se han tenido relaciones sexuales? ¿Por qué hay que controlarse "emocionalmente" y no "sexualmente"? ¿Por qué un pudor sí y el otro no? Estas y otras cuestiones pone la autora sobre la mesa.
Pero, además, la actual educación sexual deja a muchos adolescentes, especialmente a las chicas, no a solas con su libertad y su responsabilidad, sino a la intemperie. Shalit sugiere que lo importante no es sólo que una chica no se quede embarazada o que nadie coja el SIDA. El tema es que no se juegue con los jóvenes, es que lidiamos con sentimientos y más, mucho más. Sí, hay padres que se quedan tranquilos porque su hijo usa condón o porque su hija parece que sale con un buen chico. Pero ¿dónde están esos padres cuando se le rompe el corazón?
Pero hay más: anorexia, bulimia, depresiones, intentos de suicidio, obsesión por el físico. Pocos dicen que el rey está desnudo, hace falta tener 23 años como Shalit. Hoy se dice que si tienes pudor y modestia es que "no estás a gusto con tu cuerpo" o que "has padecido algún tipo de abuso sexual" (literal, es lo que le dicen a la autora). Pero cabe otra posibilidad. Puede ocurrir que modestia signifique amor a una misma, autoestima de verdad.
Quizás estas mujeres son las que están muy contentas de cómo son y no necesitan para afirmar su feminidad que les miren, todos o alguno. Ni siquiera pretenden gustar, quieren ser amadas. Y no están preocupadas por acumular "instrucción" sexual formal o práctica. Hay chicas listas como Wendy que saben perfectamente que un hombre no es una mujer y distinguen los tonos de las miradas masculinas. Sienten cuándo las ven al completo y cuándo por partes. Y por eso se visten de acuerdo a cada ocasión, espacio y tiempo.
Siempre se elige
En la edad adulta no es mejor. Un vistazo a ciertas "literaturas" (2) basta. Pasan los 30, incluso llegan a los 50 y se sienten fatal. Y dicen que tienen una depresión o que necesitan tratamiento hormonal. Y sí, puede ser, pero además, en algunos casos, hay otra cosa: una mentira. "Para tener hijos hay mucho tiempo", dicen: no tanto. "Para encontrar a un hombre siempre hay tiempo", se comenta: no tanto. "Puedes tenerlo todo", aseguran. No, hay cosas que no se pueden tener a la vez. Y están también las circunstancias y la providencia.
Pero hombres y mujeres elegimos algo, dice Shalit. Y esto no supone volver a que la mujer sólo tenga como objetivo casarse o al cortejo medieval. Significa que no se puede mentir. Las y los demás harán lo que quieran, pero yo también voy a hacer de verdad lo que quiero. E implica diferir algunas satisfacciones por otras a otro plazo, mayores y/o mejores. Y a veces sentirse solo y ridiculizado, que es muy duro. Shalit, con humor, comenta que si las peores aberraciones no avergüenzan a nadie, ¿por qué ella no puede vivir con pudor? Hay que salir del armario.
Pero hay algo más. Ser mujer es concebido hoy como algo que se "hace", no como una "nace". Un error que ha llevado a algunas a plantearse su identidad como algo que construir. Y lo que choca a la autora es cómo, en plena liberación de la mujer, son penalizadas socialmente unas actitudes y no otras con el resultado de que el modelo a seguir no es ni siquiera un hombre, sino un "depredador". Shalit se nutre, como muchas chicas jóvenes, de revistas femeninas donde conviven en perfecta incoherencia reportajes de moda y otros que apelan a que hay que ser mujer "letal" o "fatal" a toda costa, competitiva profesional hasta la muerte y, a la vez, sugestivos consejos sobre cómo luchar contra el acoso sexual y las violaciones.
Violencia y diferencia
La autora se enfrenta a los conservadores que interpretan como histeria feminista la preocupación por el incremento de violencia contra las mujeres. Pero también salda cuentas con ciertos excesos del movimiento feminista.
La lógica de la igualdad ha promovido hoy, en algunos casos, la negación de cualquier diferencia entre los sexos. Así, sugerir que la sexualidad de un hombre es diferente a la de una mujer supone ser tachada de retrógrada o hipócrita, de utilizar un doble estándar moral. Y no es así, alega Shalit. Lo que se indica con ciertas diferencias sexuales es otra cosa. Es constatar que el físico masculino, aunque pueda ser apreciado por una mujer, no juega el mismo papel que el femenino cuando es visto por un hombre. Por eso el Playboy tiene más éxito que el Playgirl, y la prostitución o ciertos espectáculos tienen como clientes más hombres que mujeres. Y otro pequeño dato: sólo las mujeres se quedan embarazadas. Una mujer tiene un cableado biológico y psíquico distinto en materia sexual. Lo cual, concluye la autora, no significa que una mujer no tenga deseo sexual, sino que es distinto en calidad y ritmo.
Por otro lado, la liberación sexual, como algunas feministas ya reconocen, se ha saldado en muchas incoherencias. Hay muchas teorías, pero hoy los chicos ven lo que ven. Para empezar ven que a las chicas se les puede tomar y dejar sin que suponga el menor problema de acuerdo con la nueva etiqueta sexual. Mucho antes de llegar a una agresión, sugiere la autora, es cuando elaboramos todos el mapa del comportamiento. Y es cierto que existe la violación, incluso entre conocidos, hasta entre personas que dicen "querer". Pero también lo es que el sexo está hoy muy mezclado con la violencia, mucho en cine y televisión, sin mencionar la pornografía. Seguimos también con el tópico, ya ancestral, que juega con la supuesta resistencia de las mujeres como si ésta formara parte del guión. Todo está ahora más confuso que antes en ciertos aspectos, en los estéticos para empezar. Y es también el alcohol, a veces. Y también la ignorancia más supina que dice que hombres y mujeres podemos compartir ciertas "intimidades" sin que pase nada.
Hay también violencia, aunque Shalit no lo dice, en ciertas modas y modos femeninos. La falta de pudor y de modestia de algunas mujeres es una forma de coacción. Una mujer sabe a veces por dónde agarrar a un hombre fácilmente. Y eso es limitar su libertad de alguna manera.
Modestia, restricciones y honor
El mapa de recuperación del pudor implica algo más profundo que renovar el vestuario o las actitudes femeninas. Sí, la modestia sólo es razonable si partimos de la diferencia. Pero la diferencia demanda también otras exigencias en los hombres y en todo el contexto social. Para esto Shalit echa un vistazo al pasado, no tan lejano, del que algo se puede aprender.
Sí, ha habido de todo, siempre. Y antes había chicos sinvergüenzas y pobres chicas que se llevaban todas las maldiciones, lo cual ocurre también ahora. Pero también los hombres antes vivían con una serie de restricciones que impedían a muchos campar a sus anchas como lo hacen ahora: en total impunidad. Antes muchos sabían que a las mujeres había que tratarlas siempre bien, fueran cuales fueran sus pretensiones. Luego sabían que, sin compromiso y más, bastante más, no había nada que hacer en otro sentido con la mayoría de las mujeres. Verdaderos montajes: hay que ver la película El hombre tranquilo en el ámbito irlandés, pero también otros testimonios de culturas diferentes. Nos hace gracia y la tiene. No, no hay que volver a la chaperona o al casamentero. Porque, como Shalit explica, los hombres no sólo tenían antes restricciones exteriores, había también algo interno y profundo: honor, algo que entra en juego en las relaciones con cualquier mujer.
Es decir, que no es que haya dos tipos de mujeres: las que son buenas -y me lo han demostrado-, y las que no son tan buenas o son las malas oficiales -y con ellas da igual-. Eso último no es honor, salvo que uno sea un gángster. Tiene razón Shalit: hemos pasado de algunos gángsters a muchos hombres que tratan a todas las mujeres fatal, aunque las llamen por teléfono. Honor es también lo que impide que un hombre vaya a determinados espectáculos o a un prostíbulo, que vea una revista o un vídeo erótico o pornográfico. Y esto porque todas las mujeres son dignas, aunque algunas y, sobre todo, muchos, no lo sepan. Y el honor hacía también que antes se hablara con y de mujeres de otra forma, porque por ahí también se empieza.
Shalit señala que la modestia, el pudor, el honor y la educación pueden configurar un mundo más habitable. Y lo dirige primero hacia el compromiso, la familia y la felicidad personal. Sí, toda su argumentación se apoya en la hipótesis de que hombres y mujeres somos distintos en algunos aspectos, que el matrimonio y la familia son importantes personal y socialmente, y que el sexo no es una "asignatura". Y se atreve a proponer que las relaciones sexuales tienen un contexto propio en el matrimonio, por eso no hay un doble estándar moral en su discurso. Pero además aventura que todo esto tiene una base fundamentalmente antropológica. Aunque utiliza algunos argumentos filosóficos, su fuerza reside en el sentido común que derrocha. Tampoco es una experta en moral. Y, por supuesto, habla fundamentalmente desde su experiencia, la de una mujer de 23 años.
El pudor, tal y como lo presenta Shalit, no es decencia, es una actitud que nace de dentro, un instinto femenino de protección que las culturas tradicionales apoyaban por lo que significaba: no soy un objeto, valoro mi cuerpo, me quiero y quiero que me quieran al completo.
Shalit pasa revista a numerosos testimonios culturales, desde Shakespeare hasta la película Sucedió una noche. La modestia, el honor y la cortesía parten de la diferencia, de la atracción mutua, de saber que amar es más satisfactorio para todos a largo plazo que gustar/se. No, no es puritanismo. Es justo al revés, concluye la autora: discriminar tiempos, espacios y personas construye además un mundo más interesante y bastante más divertido.
Sólo hay que echar un vistazo a quienes tienen ilusiones y son capaces de mantenerlas o renovarlas y a quienes no. Quizás la simple constatación de tanto aburrimiento, inestabilidad emocional y patologías varias sirvan para poner en duda algunos dogmas actuales. Es posible que la contención que implican la modestia, el pudor y la castidad -algo común a muchas civilizaciones- apele fundamentalmente a la sabiduría y a la felicidad. A veces los testimonios están todavía cercanos, son de personas que conocemos. Otras veces, como hace la autora, hay que remitirse más allá.
Sí, es también literatura, teatro, poesía, es realidad y ficción, es sociedad, es historia, es cultura en definitiva: rica, fértil, original y apasionante. Otro pulso, tejido y ritmo daban como resultados formas y fondos que, al cabo de veinte años o cinco siglos desde que fueron creados, nos hacen emocionarnos, reír, pensar, admirar y divertirnos.
El libro de Shalit, con su descarada defensa del pudor, es también de los que hacen pensar y a ratos reír.
Aurora Pimentel
Wendy Shalit es licenciada en filosofía por el Williams College. Ha colaborado en diversas publicaciones, como The Wall Street Journal o Commentary. Vive en Nueva York.
(1) Wendy Shalit. A Return to Modesty. Discovering the Lost Virtue. The Free Press. Nueva York (1999). 291 págs.
(2) Como ejemplo, puede citarse en el ámbito español la literatura de Lucía Etxebarría. También resulta ilustrativo el diario de Janet Fielding, sin olvidar, en el ámbito televisivo, a la inefable y pelmaza Ally McBeal.
Aceprensa 88/99