En una asamblea de esta extraordinaria importancia mundial, en la presencia de tantos excepcionales estudiosos, han sido y serán examinados y discutidos los aspectos culturales, sanitarios, económicos…, que la degradación producida por la droga y el alcohol determinan en el hombre y en el tejido social de los países, no es fácil tratar el tema, a menudo muy desagradable, conexionado con los aspectos criminales del trafico. Pero este aspecto existe: más aún, es y no puede ignorarse. Procurare hacerlo de la manera más soft posible, partiendo de la consideración de que el fenómeno es el que —por primera vez en la historia de nuestro planeta— ser definido un hecho auténticamente mundial, puesto que no ha ahorrado nación alguna: hoy, un país o es productor, o refinador, o es de transito o es de consumo.
Por lo tanto la internacionalidad absoluta del fenómeno, internacionalismo también de sus aspectos criminales; necesidad de una respuesta igualmente internacional a la agresión, que se manifiesta con connotaciones diversas de una región a otra, pero siempre con aspectos más marcados de ferocidad en la general barbarie de la actividad criminal.
La entidad de ganancias ilícitas, que puede obtenerse del trafico y del despacho de las diversas drogas - en absoluto la más ingente de la historia del crimen mundial por la enorme diversidad de los valores de las sustancias entre la producción y su venta al detalle— es tal que ha atraído las organizaciones criminales que, en el último decenio, han asumido progresivamente el total monopolio de su comercialización, ganando cifras que la ONU ha calculado en 500 mil millones de dólares al año.
Aunque la impresionante cifra no puede encontrar confirmación, dada la característica del «total oculto» que este fenómeno presenta como ningún otro (ya sea el consumidor «victima», ya sea el traficante «verdugo», están obligados al silencio absoluto por motivos diversos pero convergentes), la indicación de movimientos de negocios equivalentes a 500 mil millones de dólares, superiores, como todos saben, al producto de la industria petrolífera mundial, es, sin duda alguna, posible. Acerca de esto, debe recordarse que la imposibilidad de determinar no solo la cifra económica del tráfico ilícito, sino también la entidad global de la producción y de la comercialización de las diversas drogas se une a las enormes y a menudo insuperables dificultades que algunos países —especialmente los del llamado tercer mundo— encuentran (por razones de desorganización interna y de escasas estructuras administrativas) en calcular la marcha del fenómeno en los respectivos ámbitos nacionales, de manera que, por ejemplo, nadie sabe que está sucediendo en la inmensa selva amazónica brasileña o en los valles del desestabilizado Líbano, o en algunos territorios aislados de los mal afamados triangulo de oro y media luna de oro; y solo ahora, con la «apertura» de algunos países del Este, se ha sabido oficialmente, por ejemplo, que cientos de miles de hectáreas de la Unión Soviética son dedicados al cultivo de marihuana, con una producción aún desconocida pero ciertamente elevadísima de cannabis.
A esta situación de incertidumbre no es ajeno otro gravísimo aspecto del fenómeno; si sobre el mapamundi se quisiera colorear los países productores de droga y sobreponer la misma carta con los países en los que existe o es latente una situación bélica, o de terrorismo, manifiesta o no, se observaría que las dos representaciones coinciden, confirmando —en el caso de que se necesitara confirmación para algo ya comprobado— que el tráfico de droga se entrelaza estrechamente con el de armas, realizando así la simbiosis de ferocidad, desestabilización, muerte, dolor, que por desgracia se hallan ante los ojos de cualquier atento observador; conexión inevitable, puesto que el coste de los armamentos es de tal altísima entidad que puede ser fácilmente abordado solo a través de la venta de la mercancía más costosa en absoluto: la droga.
Pero cuanto he dicho hasta ahora es bien conocido y no solo por los expertos en el tema: de hecho existe toda una literatura más o menos novelesca, más o menos aceptable, más o menos seria, de un fenómeno-droga por desgracia presentado a menudo por gran parte de los «mássmedia» de tal modo que resaltan solo los aspectos terminales, los perseguimientos, los tiroteos, la violencia, los secuestros.
No es esto o, mejor dicho, no es solo esto lo que caracteriza el tráfico y sus caracteres criminales de grandísimo espesor: se trata de una verdadera empresa, con sus balances, sus medios de comunicación, sus bancos, sus escuelas, sus encuestas de mercado.
Y, por ejemplo, ha sido una atenta y bien estudiada «encuesta de mercado» por parte de las organizaciones criminales, la que ha originado la decisión —tras haber observado la saturación del riquísimo mercado norteamericano con una caída vertical del precio de la cocaína de 70.000 a 15.000 dólares el kg— de investigar qué otro mercado por el momento, virgen para el consumo y rico para pagar elevadas cifras, pudiera compensar esta situación. Y desgraciadamente lo han encontrado en nuestro continente.
Y como toda autentica empresa, la empresa-droga ha formado sus propias escuelas, que no producen manager sino que enseñan a hacer el correo de la droga y el sicario, es decir, enseñándoles a matar; como toda empresa, procura introducirse masivamente en la vida social y política y ha conseguido hacer elegir a uno de sus mayores exponentes como diputado en cierto Parlamento, ha comprado y dirigido periódicos de gran tirada para crear opinión, ha asumido la dirección de equipos de futbol famosos con los cuales adquirir gran popularidad; se ha introducido en la actividad constructora en gran estilo, ha «adquirido» como colaboradores suyos (digámoslo así) a Ministros del Interior, Jefes de Gobierno y jefes de estructuras de policía: en pocas palabras, ha procurado y sigue procurando legitimarse en el tejido social, poniendo en los platos de la balanza la famosa frase «plomo y plata» (dinero), amenaza que, como todos saben, no ha sido vana, si es verdad que numerosos parlamentarios, hombres de gobierno, candidatos presidenciales, cientos de periodistas, miles de funcionarios y agentes de policía, ciudadanos inermes, campesinos, etc. que intentaban, por convicción y dignidad personal, oponerse al chantaje, han sido y son asesinados.
Como toda empresa que destina parte de su budget a la información, la de la droga ha hecho lo mismo; sólo que ha hecho «desinformación», consiguiendo hacer escribir, por ejemplo, que la cocaína no es peligrosa, cuando —como saben los expertos— la verdad es todo lo contrario: la OMS la ha definido como la más peligrosa en absoluto de todas las drogas conocidas.
Esta campaña ha traído consigo una consecuencia gravísima: el crecimiento de un nuevo «usuario» de la droga, porque la cocaína no ha suplantado la heroína, que en Europa constituía la droga dura de mayor difusión; el consumidor de cocaína se ha superpuesto, de hecho, al consumidor de heroína, determinando con esto más y más graves problemas a las Fuerzas de policía, puesto que todos saben que la cocaína es, por su misma naturaleza, en gran modo causante de crímenes.
La extrema complejidad del fenómeno-droga, sus secuelas económicas, sus aspectos sociales, los criminales, las enormes riquezas acumuladas, la extrema indigencia de los campesinos cultivadores, la exigüidad de los salarios reconocidos a algunas Fuerzas de Policía, el poder elevadísimo de la corrupción incluso a altos niveles en algunos países, pueden ser sintetizados en las cifras siguientes que parecerán confusas y, entre si, incoherentes, pero que proporcionan un cuadro real del fenómeno, ciertamente más claro que tantas palabras.
En el actual momento, se conocen los siguientes parámetros:
— producción mundial de más de 450 ton. de heroína pura
— producción mundial de más de 700 ton. de cocaína pura
— valor de una dosis pobre de heroína en Pakistán, 3 $
— valor de una dosis pobre de, heroína en Italia, 50 $
— valor de un kg de cocaína en U.S.A., 12/15.000 $
— valor de un kg de cocaína en Italia, 45/50.000 $
— valor de un kg de heroína en Italia, 50/70.000 $ ,;1
— valor de un kg de heroína en U.S.A., 200.000 $
— valor de un barril de éter (para refinar la cocaína) en el mercado mundial 1.500 $
— valor del mismo barril en Colombia 12.000 $
— Salario medio de un policía paquistano: 80 $ mensuales
— salario medio de un policía colombiano: 120 $ mensuales
— Salario medio de un policía occidental: 20 veces superior.
— Cálculo de la fortuna de que dispone el más conocido traficante colombiano, ahora arrestado, Pablo Escobar Gaviria: tres mil millones de dólares, es decir, unos 4 billones de liras.
Esta danza de cifras (repito: solo en apariencia incoherentes) puede darnos la óptica del cuadro de complejo internacionalismo del fenómeno y de los motivos de las dificultades, a menudo muy arduas, que hay que superar en los diversos países por parte de las Fuerzas de Policía encargadas de hacer frente, con medios técnicos y financieros a veces muy diferentes de un país a otro e igualmente a menudo inadecuados, al más feroz y extraviado de los delitos, y cuyas dificultades no son reducidas, ciertamente, por las medidas tomadas por algunos organismos económicos con una vigorosa defensa, por ejemplo, del secreto de los bancos, o de otros organismos internacionales que, aún en la lógica de las leyes del mercado, han llevado a reducciones fortísimas los precios al por mayor de algunos cultivos (azúcar, 64%; café, 30%, algodón, 3,2% trigo, 17%) en el último decenio, es decir, en un momento en el que se estaba iniciando la obra de reconversión de los cultivos de coca y de opio en algunas regiones muy pobres del mundo, precisamente con tales productos, determinando con ello el « regreso » de los campesinos a los cultivos anteriores e ilícitos.
Pero este cuadro general, tan aparentemente desolador, analizado en la óptica actual de las fuerzas de policía encargadas de prevenir y reprimir producción, refinamiento, transporte y, en algunos casos, el consumo tout court de las diferentes drogas, presenta también —y no inesperadamente— aspectos positivos.
De hecho ha surgido una conciencia internacional de la extrema gravedad del fenómeno y de sus terribles consecuencias, y no sólo en el importante plano humano, sino también en el de la desestabilización peligrosísima de la vida política, económica y social de tantos países productores, países que hasta hace unos años indicaban la solución del problema sólo en la reducción de la demanda de los consumidores; tales países están invirtiendo la ruta de las propias convicciones, subrayando ahora también la necesidad de que el fenómeno-droga sea abordado en sus dos vertientes: represión severa de la oferta de droga y reducción correcta de la demanda de droga.
Las causas de tal cambio de ideas pueden estar también (y tal vez ante todo) en el hecho de que los países productores se han convertido (como estaba previsto) rápida y peligrosamente en países consumidores: tal realidad ha estallado dramáticamente en Sudamérica, en Asia, en el medio y próximo Oriente y en el África septentrional y central, con una velocidad que ahora está presentando a aquellos gobiernos problemas de gravísima emergencia.
A la acción de oposición a la oferta de droga y a la de reducción de la demanda, hace ya tiempo en vigor en Occidente, con éxito alterno y no definitivo, va uniéndose una más eficaz actividad de oposición de policía al fenómeno-droga bajo el aspecto criminal aun en los países productores, por lo que en tales países, en los que la producción de drogas, si no tolerada, había sido escasamente combatida, las Autoridades ahora se encuentran frente a reacciones violentísimas de los traficantes y están pagando un tributo de sangre demasiado alto.
En este nuevo cuadro de legalidad más marcada, las convenciones internacionales han sido firmadas y ratificadas por todos los Gobiernos; el ex diputado al Parlamento ha sido arrestado con toda su cohorte, los ministros del Interior y los jefes de policía corrompidos han sido destituidos, arrestados y procesados; los periódicos vuelven a está en las manos libres de los opositores al tráfico criminal, los grupos ilícitos son puestos fuera de la ley, sus bienes confiscados, muchos de los jefes en fuga, o muertos en conflictos armados o entregados a la Autoridad; el Jefe de cierto Gobierno yace ahora en una cárcel, aplastado por pruebas irrefutables, en espera de proceso; bancos para el lavado del dinero sucio han sido puestos bajo administración controlada, los secuestros de sustancias toxicas ya refinadas realizados en países productores alcanzan cifras impresionantes (de hace pocos días son los secuestros de 2.500 kilos de heroína en Pakistán, el mayor realizado en el mundo, y de unos 60.000 kilos de cocaína, además de cientos de refinerías desmanteladas, cientos de toneladas de productos químicos destruidos, decenas de aviones y de naves confiscadas en Colombia); los procedimientos más sofisticados para la lucha de la policía, hace algún tiempo imposibles en ciertos países, ahora son puestos por obra, mientras los niveles de cooperación internacional están asumiendo por fin aspectos de mayor lealtad y concreción.
A tal propósito debe subrayarse que también nuestro país, con su ley 162 de 1990, se ha alineado a las sugerencias e indicaciones de las ya citadas convenciones internacionales y está en condiciones de realizar, desde hace más de un año, una acción represiva netamente de más calidad y eficacia.
Los muchísimos resultados alcanzados en Italia durante el año de aplicación de los procedimientos operativos ahora concedidos por la ley, constituyen un record de todos los tiempos con incrementos en porcentajes elevadísimos pero, sobre todo, las operaciones de contraste están poniendo en evidencia una mejora de calidad que solo los procedimientos antes indicados han hecho posible y que nos coloca a la vanguardia de Europa.
Pero estaría fuera de lugar cualquier forma de trinfalismo, ya que el aspecto criminal del fenómeno-droga se presenta aun con puntas de peligrosidad muy altas y la acción combinada, apremiante, continua, de las Fuerzas del orden, está aún muy distante de la solución de esta guerra contra quienes, sin retórica, pueden ser definidos verdaderos mercaderes de muerte, puesto que venden muerte. Aun distante, he dicho, porque —por ejemplo— la cooperación internacional que fatigosamente estamos realizando, opera ya, en cambio, y desde hace tiempo, entre los organismos criminales.
Deseo terminar recordando que la eficacia de las acciones internacionales emprendidas halla todavía una serie de obstáculos por una serie de complicaciones, entre las que dos parecen de mayor importancia, y las propongo a la reflexión de esta prestigiosa conferencia.
La primera es que las deseables soluciones no parecen facilitadas por las frecuentes hipótesis de atenuar el fenómeno con medidas utópicas de Liberalización que, improponibles en el plano ético, drásticamente excluidas y decididamente contrastadas por todos los Gobiernos en el plano internacional, presentan peligros incluso en el aspecto propositivo, pudiéndose caracterizar como coartadas para inercias e incumplimientos de diversas clases, y pudiendo constituir elemento de desmotivación en un momento en el que todas las Instituciones están llamadas a concentrar sus difíciles esfuerzos en campo nacional e internacional.
La segunda se refiere más de cerca a la acción de contraste de las fuerzas de policía, acción que a veces es vanificada por normativas —sobre todo las penitenciarías— tomadas como modelos de exasperado, falso y contraproducente garantismo y que dejan a la opinión publica atónita, desconcertada y, sobre todo, alarmada por la frecuencia con la que responsables de graves delitos (droga ante todo), arrestados y reconocidos culpables, por decisiones de la magistratura son puestos en libertad y vuelven a delinquir, lo que también puede determinar, en fuerzas de policía no fuertemente motivadas, formas de peligrosa frustración.
De todos modos, si queremos tener esperanzas de superar esta tragedia que, repito, es mundial como ninguna otra, debemos todos obrar por el futuro, evitando la tendencia al catastrofismo, dejando de desgarrarse las vestiduras frente a la supuesta ineluctabilidad del drama, y desarrollando nuestra acción con más señalado optimismo, todos, agentes de policía, servicios y estructuras de asistencia, recuperación y rehabilitación; pero también legisladores, en primer término, con la convicción de que verdaderamente estamos librando una batalla por la civilización.
Prof. Pietro Soggiu
Director de la Oficina Central para los servicios antidroga en el Ministerio del Interior
(Italia)
Dolentium Hominum n. 19 |