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La personalidad y el perfil socio-cultural del drogadicto
Antonio Maurau Cavalcante

Introducción

Intervienen aquí personalidades que proceden de diversos puntos del planeta. Significa esto la importancia que el fenómeno droga tiene en nuestra época. La toxicomanía toca todas las culturas, a todos los pueblos. No hay lugar indemne. Inquieta a las familias, a los educadores y a la sociedad, como a cada uno. Se comprueba que la droga deja siempre huellas de sufrimiento individual, familiar y social.

En tal perspectiva, un estudio sobre la droga, dado que se trata de un fenómeno global de masa, exige un enfoque pluridisciplinar. Por ello, en cada dominio del conocimiento científico, se trata de realizar un trazado que solo podría ser complementario. En este sentido se tendrá en cuenta la propuesta del Profesor Claude Olievenstein (1) de mantener la ecuación siguiente: el producto, la personalidad y el contexto socio-cultural.
Cuando se prueba un acercamiento individual, se acostumbra a recurrir a la dimensión psicológica. Se intenta entonces encontrar una tipología referente a personas que serian más susceptibles de convertirse en drogadictos, hasta en una perspectiva de prevención: ¿Qué hemos de hacer entonces? O bien, a consecuencia de un sentimiento de culpabilidad subyacente, que emerge siempre en estas circunstancias ¿En qué momento nos hemos engañado?

La personalidad

El termino mismo de personalidad precede del latín persona, que designa la máscara de un actor; de ahí precede igualmente el vocablo «persona». Una de las características de la máscara en el teatro es su permanencia, su inmutabilidad (2). La noción de personalidad nos remite siempre a la idea de unidad integradora del ser humano. Determina al individuo en su modo de vivir a diario. Se presenta como relativamente estable y previsible.

Cada hombre posee su personalidad: y esta se traduce en un conjunto estructurante y estructurado del ser humano. La personalidad se constituye a través de los elementos dinámicos de los niveles cognoscitivo, afectivo, psicológico y morfológico del individuo. En esta dialéctica se inscriben los elementos de base, es decir, las disposiciones innatas, la constitución hereditaria y las tendencias adquiridas, provenientes de los ambientes y de las reacciones a esa influencia.

La personalidad del drogadicto

En otros tiempos, cuando la toxicomanía se practicaba en grupos particulares y aún no había alcanzado su actual dimensión, se solían asociar determinados tipos de personalidad como el proceso de regresión al estadio oral, como una manifestación narcisista, asociada a la perversión o a una fragilidad del Yo. Parecía posible trazar un perfil identificador del drogadicto.

Hoy está claro que la dependencia de la droga puede alcanzar a cualquiera, sea cual sea su personalidad. Mejor dicho, no es posible circunscribir a cualquier drogadicto en una personalidad particular.
Sin embargo, es importante establecer, desde el principio, una diferencia entre el que usa la droga —eventual o frecuentemente— y el verdadero drogadicto. Claude Olivenstein habla (3) de la fase o estadio del espejo roto. El verdadero drogadicto, que ha establecido una alianza de fusión con la droga, tendría carencias afectivas que datan de la primera infancia y descansan en un permanente sentimiento de algo incompleto, una falta (una falla o una brecha), sentimiento que más tarde será colmado por la droga.
Por otra parte, se constata el impacto del encuentro juventud/ droga, llamado «flash», «high», planeta o caída (en el Brasil se habla de «lombra»). Ese momento especial nunca será olvidado. Vivido como una especie de luna de miel que transformara definitivamente la economía de la libido de una personalidad en formación. Como indica Piera Aulagnier: «La droga en la que el juego constituye no sólo una fuente de placer que cuenta verdaderamente, sino un placer que se convierte en necesidad».
Actualmente se manifiestan dos tendencias contradictorias. Por una parte, como señala J. Bergeret (4), la de aquellos que piensan poder definir un modelo único de personaje drogadicto y, por otra, la de los que se oponen a la reducción de las diferentes formas de toxicomanía a un modelo único.

Los primeros intentan responder a criterios que permitirían reconocer a un drogado. ¿Cual sería su perfil? ¿Cómo identificarlo? Esta es una actitud que se encuentra con más frecuencia entre educadores, jueces y parientes.

Los otros, sobre todo los clínicos, defienden su posición, resultante de las más variadas vivencias, según las personas y los casos. A partir de ahí, puede decirse que no existe una estructura de personalidad propia y exclusiva del drogadicto, ni la posibilidad de inscribir una nosología específica para los farmacodependientes. La tendencia actual es la de admitir que este fenómeno puede desarrollarse en cualquier tipo de organización mental cuando se cumple un cierto número de condiciones.

Los profesionales que trabajan con personas dependientes de drogas afirman unánimemente que, desde el punto de vista estructural, no hay elemento característico que denuncie la toxicomanía. La farmacodependencia se sentía en las mismas contingencias que la delincuencia, el suicidio, la desviación social.
La personalidad estaría estructurada a partir de tres formas distintas, que se determinaran definitivamente en la edad adulta.

La primera es la estructura neurótica, edipiana genital. Como nos recuerda J. Bergeret, estas denominaciones no implican en momento alguno que pueda existir algún aspecto mórbido. Una estructura neurótica puede verse lo mismo en un individuo que sufra de neurosis (patología) que en otro que, presentando un carácter neurótico, revela la normalidad de esta estructura (5)

La segunda estructura es la «psicótica», que puede estar en el origen del «carácter psicótico», inscribiéndose en la normalidad de esta estructura o, como la psicosis, traduciendo la enfermedad propiamente dicha.

La tercera forma de estructura se basa en un fondo esencialmente depresivo. Los individuos que presentan esta forma experimentarían una dificultad en la afirmación de su identidad durante la crisis de la adolescencia. Permanecen durante mucho tiempo desestructurados. Son esencialmente adultos inmaduros que funcionan en un registro depresivo.
La toxicomanía puede alcanzar a cualquiera de estas personas, presentando dichas configuraciones ya sea en su forma «normal», o en su versión «patológica», sin percibir por ello modificaciones particulares de estas configuraciones.

El carácter histérico permanece de modo inmutable en un individuo que se encamina hacia la toxicomanía. Puede decirse lo mismo con respecto a los psicópatas y a cuantos presentan otras formas.

Así, los aspectos fundamentales que se refieren al registro de base de la personalidad, persisten. Pueden ocurrir solo alteraciones superficiales de la estructura.
En cuanto se refiere a la primera estructura, es decir, la personalidad neurótica, los individuos presentan problemas afectivos, sobre todo carencias a nivel de la imaginación. Manifiestan dificultades en el registro de las representaciones mentales. Cuando sobreviene la droga, colma esas carencias. Se comprueba que durante cierto tiempo siguen bien adaptados a las condiciones de vida social.

En la segunda perspectiva —la personalidad psicótica— la droga entra en la vida de esas personas, ya porque permite evitar episodios delirantes por la desviación de comportamientos de naturaleza toxicomaniacal, ya porque su uso puede justificar los efectos delirantes.

El tercer grupo es hoy el más importante. Los sujetos que lo manifiestan se caracterizarían por una inmadurez afectiva. Saldrían mal estructurados de la crisis de la adolescencia o, mejor dicho, la crisis se prolongaría hasta una edad muy avanzada. Son personas mal organizadas en el terreno afectivo, sus sueños nunca son felices, no viven pasiones, ningún ideal guía sus existencias. En fin, no manifiestan originalidad alguna. Son personalidades influenciables, insatisfechas. Por temor de ser abandonadas o aisladas, recurren a un grupo de personas parecidas a ellos, involucrándose en un conformismo total. Al final, caen bajo la dependencia autoritaria de personas, bien sean las menos desestructuradas, o las más perversas del grupo; y se encuentran así enseguida bajo la directa dependencia de las drogas y, en consecuencia, de los traficantes.

La discusión suscitada por la droga exige, pues, la demanda propia de cada sociedad. Si, por una parte, el agravarse de la situación lleva a algunas personas a una posición de pánico, por otra parte no podemos olvidar que se trata de un momento muy rico. Las crisis pueden ser anuncio de vida y generadoras de evolución.

Antonio Maurau Cavalcante
Profesor de Psiquiatría y de Antropología en la Universidad de Fortaleza
(Brasil)

1 Olivenstein C., La drogue, ecrits sur la toxicomanie, Paris, Idèes, Gallimard, 1978.
2 Delay J., Pichot P., Manual de Psicología, traduction de Edmundo Haas, Rio de Janeiro, Ed. Guanabara Koogan, 1972.
3 Olievenstein, ibidem.
4 Bergeret J., Leblanc J., Toxicomanias, uma visao multidisciplinar, traduction de Maria Teresa Baptista, Porto Alegre, Artes Médicas, 1991.
5 Bergeret J., Leblanc J., ibidem.
6 Valleur M. et al., Vous, vos enfants el la drogue, Paris, Ed. CalmannLevy, 1990.

Dolentium Hominum n. 19