Todo parecía de gran utilidad
Las autoridades estadounidenses se declaran alarmadas por el incremento continuo del sobrepeso entre la población. Según estimaciones recientes, alrededor del 30% de los individuos pesa un 20% más de lo que sería normal para su edad y tamaño. Urge seguir actuando a través de campañas preventivas, destinadas a inculcar hábitos de vida saludable. Pero cuando el sobrepeso no ha podido evitarse e incluso se ha prolongado en pura obesidad, no queda más remedio que intervenir con medicación y/o cirugía. La FDA (Food and Drug Administration) autorizó a comienzos de enero un nuevo medicamento, el Slentrol, desarrollado por Pfizer y que puede resultar muy eficaz para adelgazar. Ese fármaco, que se presenta como un zumo, se mezcla con la comida ordinaria o se ingiere directamente y tiene un doble efecto: disminuye el apetito y bloquea la absorción de la grasa presente en los alimentos.
Hasta aquí no hay nada de particular que reseñar: parece que nos encontramos ante un anuncio más de tantos que se repiten a diario, como se puede esperar de ese organismo federal. El asunto empieza a ser especial cuando el portavoz de la FDA que presenta el Slentrol es Stephen Sundlof, director del área de Veterinaria. En efecto, la población a la que me he referido es la canina: salta la alarma en la opinión pública estadounidense por el aumento de la obesidad entre los perros y, más en general, entre los animales de compañía.
Los veterinarios atribuyen la culpa de esta preocupante evolución a los dueños que apenas sacan a pasear a sus perros y, para tranquilizar su mala conciencia, los atiborran luego con chucherías. Las consecuencias de esa vida sedentaria y de la deficiente alimentación son en los perros las mismas que en los humanos: enfermedades cardíacas, diabetes, artritis. Según denuncian los representantes de las sociedades protectoras de animales, el fenómeno se extiende también a las demás especies domésticas: gatos, caballos, pájaros.
Un asunto clásico y actual como nunca
Al lanzar el Slentrol al mercado, la FDA ha manifestado su inquietud por los humanos, que pueden verse tentados de tomar ellos mismos el medicamento, pensando tal vez en matar dos pájaros de un tiro. Por eso, ha exigido a Pfizer que indique claramente que no se trata de un remedio aplicable a las personas. Según dice el prospecto, quien lo tome sufrirá dolores abdominales, diarrea y vómitos.
Se podría comentar mucho sobre una sociedad que da lugar a este tipo de fenómenos y que gasta 36.000 millones de dólares al año en sus mascotas. Mientras los homeless vagan erráticos por las calles, envueltos en sus andrajos, los perros tienen de todo: clínicas especializadas, hoteles, salones de belleza, servicios de limusinas. Las casas de moda más prestigiosas lanzan líneas de ropa iguales para los perros y sus dueños, de modo que podemos verlos en las calles de Nueva York perfectamente uniformados, como ocurría en la deliciosa película de Disney, 101 dálmatas. Una vez más, la realidad imita y supera a la ficción.
Pero tampoco hay que rasgarse las vestiduras para lamentar la degradación moral del país más desarrollado y poderoso del mundo. Los demás no le vamos a la zaga. Siempre ha ocurrido así. Clemente de Alejandría ya criticaba en el siglo II a los romanos del imperio decadente “que hacen expósitos a los niños concebidos en casa y acogen pajaritos; no admiten a un niño huérfano y crían papagayos”.
Diario de Burgos