El profesor José  López Guzmán analiza el impacto de la píldora abortiva que, en algunas  Comunidades Autónomas, se suministra de manera gratuita a las niñas desde 10  años de edad. Para el autor, son dos los problemas que se desprenden de esta  medida: por un lado, graves riesgos para la salud, puesto que el medicamento  desajusta las hormonas; por otro, conductas sexuales de riesgo, porque los  jóvenes pensarán que todo se arregla con una pastilla gratuita. En su opinión,  la mejor manera de luchar es con una correcta educación. 
                                      Por José López  Guzmán 
                                           
                                            La píldora del día siguiente está siendo  ampliamente utilizada en España. En su primer año de comercialización (2002),  la solicitaron 350.000 mujeres. Esta cifra se ha ido incrementando de forma  progresiva en los años siguientes. Desde diversas Administraciones sanitarias,  se quiere potenciar, todavía más, su utilización, por estimar que la píldora  postcoital puede ser eficaz para reducir la tasa de embarazos no deseados en  las jóvenes españolas. De hecho, las altas cifras de embarazos no deseados se  han convertido, en ese grupo de población, en un problema de salud pública que  requiere una solución. Éste es el motivo por el que, desde diversos sectores,  se solicita su gratuidad y la posibilidad de ser adquirida sin prescripción  médica. 
   
                                        La píldora del día siguiente es un método de intercepción postcoital que  tiene por objetivo prevenir la implantación del embrión en el útero, en el caso  de que se haya producido la fecundación. De su definición se deduce que no es  un método anticonceptivo, ya que su acción principal va dirigida hacia el  embrión. Por lo tanto, cuando se recurre a la píldora del día siguiente se  asume, voluntaria y deliberadamente, el riesgo de provocar un aborto, siempre y  cuando se estime que el embrión es algo más que un amasijo de células. Yo no  tengo ninguna duda sobre el hecho de que el embrión es el estado inicial de un  ser humano, pero parece que hay quien lo duda, a tenor de la escasa protección  que se les otorga a los embriones en el anteproyecto de ley sobre técnicas de  reproducción asistida, tan discutido en las últimas semanas; o de la facilidad  con la que se puede acceder a la píldora del día siguiente (en algunas  Comunidades Autónomas ya se puede obtener de forma totalmente gratuita). 
   
                                        Ante esta propuesta de facilitar y fomentar el uso de la píldora del día  siguiente, me gustaría hacer varias observaciones. La primera, que la  intercepción postcoital se define como un método excepcional y no de rutina.  Hay que tener presente que es una auténtica bomba hormonal: con la píldora del  día siguiente la usuaria toma en un día de 6 a 30 veces la cantidad de levonorgestrel que  se encuentra en la dosis diaria de un anticonceptivo hormonal oral. Además, no  hay que olvidar sus efectos secundarios (náusea, fatiga, dolor abdominal,  vértigo…), que han llevado a las autoridades sanitarias americanas a no  autorizar su utilización sin prescripción. Por ello, la estrategia basada en la  trivialización de la píldora del día siguiente se presenta como errónea y  peligrosa, ya que induce, principalmente en jóvenes, a un uso frecuente. 
   
                                        En segundo lugar, en distintos estudios se ha demostrado que los adolescentes  que utilizaban la contracepción de emergencia tenían más posibilidades de un  embarazo no planeado, posiblemente como consecuencia de asumir mayores riesgos  en sus relaciones sexuales. Por lo tanto, la amplia distribución de la píldora del  día siguiente no es un buen camino para reducir la incidencia de embarazos  no deseados. 
   
   
  Urge asumir responsabilidades 
                                       
                                        Las razones antes señaladas pueden  ser suficiente motivo para pensar en un cambio de estrategia, depositando menos  confianza en la química y más en la educación. Da la impresión de que las  políticas dirigidas a los jóvenes parten de que éstos no son capaces de asumir  responsabilidades, y que las consecuencias de sus actos se pueden aliviar  tomando simplemente una píldora. No obstante, ese planteamiento no es extraño  en nuestro entorno; es una manifestación más de la medicalización que invade  nuestra sociedad. 
    
  Mi propuesta es que hay que combatir esa medicalización (perjudicial para la  salud, estéril para la maduración) con educación. En el caso que nos ocupa, con  una educación sexual seria y responsable, centrada en el respeto a la dignidad  humana y no en modelos higiénico-sanitarios, en los que se presenta el sexo  como algo externo al ser humano, atendiendo sólo a sus manifestaciones  externas. 
    
  Sin duda, es más cómodo y más sencillo difundir métodos anticonceptivos y  abortivos que diseñar e implantar programas creativos de formación integral de  los adolescentes, en los que se tengan en cuenta los aspectos propiamente  humanos de la sexualidad. Quizás la educación integral sea un camino más largo,  menos populista, pero, sin duda, beneficia más a nuestros jóvenes, ya que, en  último término, el sexo sin humanidad es sexo sin felicidad. 
   
                                        En Alfa y Omega 
                                       |