Firmado por: Martha Morales 
    
                                        Algunos adolescentes son como un  “volcán”. Los sentimientos fluyen en el adolescente con una fuerza y una  variabilidad extraordinarias. La adolescencia es la edad de los grandes ánimos  y de los grandes desánimos, de los grandes ideales y de los grandes  escepticismos. 
    
                                        La felicidad no está en hacer lo  que uno quiere, sino en querer lo que uno debe hacer. 
    
                                        Pese a que la virginidad no está  precisamente de moda, hay que valorarla en toda su grandeza: Un adolescente de  17 años dijo que no le gustaría tener en su mente encuentros sexuales del  pasado en la noche de bodas. Esto le ayudaba a abstenerse de las relaciones  sexuales antes del matrimonio. 
    
                                        En un estudio se les preguntó a  dos mil adolescentes: ¿Les han hecho en su casa la propuesta de la virginidad?  ¿Han recibido razones para llegar vírgenes al matrimonio? ¿Les han hablado de  los beneficios de la abstinencia sexual y   les han explicado la escalera de la pasión? Este último concepto  consiste en saber qué ocurre en una pareja con la intimidad física, y si el  chico o la chica se han propuesto la meta de la virginidad, en qué etapa  debe  detenerse. 
    
                                        El resultado fue: Al 80% de las  mujeres se les propuso en sus hogares la meta de la virginidad y al mismo  porcentaje les dieron razones para llegar   vírgenes al matrimonio. En cambio, solo al 50% de los hombres se les  propuso la meta de ser vírgenes. 
    
                                        Los adolescentes deben tener su  meta clara (abstenerse de tener relaciones sexuales), porque si no es así,  si  no conocen  los beneficios y los riesgos de una intimidad  prematura serán presas fáciles  de caer  en una sucesión interminable de encuentros sexuales que los dejará vacíos  emocional y espiritualmente. 
    
   López Quintás ha señalado que si un muchacho  piensa que ama a una joven, pero lo que ama en realidad son sólo las cualidades  de esa chica que le resultan agradables, y sobre todo si son de tipo sexual, es  probable que haya más amor a sí mismo que otra cosa, y que ame sobre todo el  halago y el hechizo que le producen esas cualidades. Y si esas cualidades  pierden interés, debido al tiempo o a lo que sea, o dejan de resultar  placenteras por el embotamiento que produce la repetición de estímulos, pensará  que su amor ha desaparecido, aunque quizá sería mejor decir que ese amor apenas  llegó a existir, pues desde el principio estuvo impregnado de egoísmo. 
    
                                        Quien apetece a otra persona  sobre todo para saciar su avidez sexual, no establece apenas vínculos  personales con ella, sino que la utiliza. En cambio, el que ama da lo que  tiene, se da a sí mismo. Son actitudes bien distintas: una arranca del egoísmo,  la otra de la generosidad. 
    
                                        Cuanto más se “sexualiza” un  noviazgo, más riesgo hay de que derive en una unión de dos egoísmos. En esos  casos, el placer sustituye al cariño con más facilidad de lo que parece, y se  introducen en una atmósfera hedonista que ensombrece el horizonte del amor y  les impregna de frustración y de tristeza.  
    
                                        La adicción al sexo tiende  siempre a pedir más, pues la sensibilidad sufre un desgaste y reclama estímulos  cada vez más intensos. 
    
                                        El placer posesivo es interesado,  no busca al otro o la otra, no respeta la dignidad de la persona y da pie a la  infidelidad y a la desgracia. La mujer debe fomentar un atractivo personal,  pero no a base de perder parcelas de su intimidad. 
    
                                        Algunos dirán que no tener  relaciones con la persona amada es represión, y no lo es; es preferir otra  cosa. Reprimirse es prescindir de algo atractivo para quedarse vacío. Pero  cuando, por ejemplo, una madre se priva de algo por amor a un hijo suyo, no se  dice que se esté “reprimiendo”, sino que se está sacrificando por obtener algo  mejor para su hijo. Y cuando un novio o una novia guardan su cuerpo para  entregarlo limpio en el matrimonio, no se reprimen sino que apuestan por algo  superior.  
    
                                      En una ocasión explicaba un  muchacho de diecinueve años: «A lo mejor, en determinado momento, guardarte  para tu novia puede costarte; pero en cuanto observas las cosas desde una  perspectiva más amplia, ves enseguida que, al esperar, estás conservando un  tesoro muy valioso, y no quieres echarlo por la borda. Cuando algunos te miran  por encima del hombro por no funcionar como ellos, pienso que yo podría hacer  lo mismo que ellos cualquier día sin ningún esfuerzo, pero en cambio me parece  que a ellos les costaría bastante desintoxicarse de todo el exceso de sexo que  tienen ya encima. He decidido esperar hasta casarme, y el hecho de que mi novia  también sea capaz de esperar unos años por mí, me parece una buena muestra de  lo que ella vale y de lo que me quiere.» 
                                       
                                        La posesión no es -como a veces  se pretende- una "prueba" del amor, sino casi su Acta de defunción. 
  
Para ayudar a los jóvenes,  escribió Romano Guardini, el factor más eficaz es cómo es el educador; el  segundo, lo que hace; el tercero, lo que dice. 
                                      
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