«El fin de los padres es el hijo, no sólo en cuanto a la generación, sino también en la educación. Su fin es coeducar al hijo. De modo que la educación unilateral a cargo del padre o de la madre, la poligamia, el divorcio, etc., comportan inexorablemente déficits educativos. La educación del padre y de la madre es distinta, pero complementaria. El padre enseña a jugar, a saber ganar según unas reglas y a saber perder con serenidad. La madre es el regazo, la acogida.
La primera clave de la educación infantil estriba en la educación de los sentimientos, la afectividad. La segunda, en la educación de la imaginación, base imprescindible para la educación de la inteligencia y de la voluntad. Luego viene la educación en el respeto a la verdad, en las virtudes, en la investigación, en la orientación global…».
El lector está ante unas observaciones educativas tan sencillas como profundas, bien fundamentadas y de gran alcance, llevado de la mano de un pensador profundo que se muestra aquí sumamente asequible.
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