Resumen
Francis Hutcheson es un reconocido proto-utilitarista. Sin embargo, Adam Smith, su discípulo más prominente y sucesor en la cátedra de Filosofía Moral de la Universidad de Glasgow, tomó otros aspectos de la ética sentimentalista de su maestro y fundó, sobre la base del mismo sentimentalismo, una teoría moral completamente distinta. En este trabajo exploraré qué rasgos de la ética de Smith –en particular, los de la simpatía y espectador imparcial– se encuentran ya en germen en la ética de Hutcheson y cómo Smith desarrolló esas intuiciones para, introduciendo una instancia de racionalidad en los juicios morales y sin traicionar la tradición sentimentalista, incluir también en su teoría moral elementos propios de la razón práctica.
Palabras Clave: Adam Smith, Francis Hutcheson, sentimentalismo, ética, razón práctica, ilustración escocesa, simpatía, espectador imparcial.
* Agradezco a FONDECYT, Chile, el apoyo prestado para la realización de este artículo.
Francis Hutcheson, al decir de muchos autores (Blackstone 1958, p. 1054), es el verdadero padre de la ética sentimentalista de la Ilustración Escocesa, cuna de la posterior y hasta ahora influyente tradición utilitarista moderna. Pero Adam Smith, otro reconocido exponente del sentimentalismo escocés, y el discípulo más prominente y sucesor en la Cátedra de Moral en la Universidad de Glasgow de Hutcheson, funda sobre el mismo sentimentalismo una teoría moral que no solo se aleja, sino que hasta excluye al utilitarismo, acercándose incluso a una peculiar ética de la razón práctica (ver Carrasco 2004). Adam Smith, en la VII Parte de su Teoría de los Sentimientos Morales (en adelante TMS)1 reconoce su deuda intelectual con Hutcheson, quien determinó su aproximación general a la filosofía moral (Raphael y Macfie 1982, p. 10). Allí dice: “El Dr. Hutcheson tiene el mérito de haber sido el primero en distinguir… en qué sentido las distinciones morales… están fundadas en el sentido y sentimiento inmediatos” (TMS, p. 320). Más aún, entre los escasos elogios que se conoce que este parco autor haya hecho en vida, uno de los mayores está dirigido, precisamente, a su maestro: “el que nunca podrá ser olvidado, Dr. Hutcheson” (TMS, p. 301, nota 3). No obstante, la línea que sigue su sentimentalismo, y aunque fundada en las mismas bases, dista mucho de la que tomaron sus otros y bien reconocidos seguidores: los utilitaristas.
Con todo, la relación entre las éticas de Hutcheson y Smith, y el momento en que el último da el ‘giro’ a la teoría de su maestro para dar lugar desde un mismo fundamento a una ética tan distinta, ha sido –desafortunadamente, dice Charles Griswold– escasamente estudiada (Griswold 1999, p. 25, nota 37). La investigación de la teoría de Hutcheson se ha centrado más en sus aspectos ontológicos y epistemológicos (Mautner 2008, p. 5); en el sentido moral12 y la benevolencia: “un deseo desinteresado por la felicidad de otro” (Inq, p. 219), la única virtud para Hutcheson y que se relaciona directamente con el posterior Principio de Utilidad o ‘de la mayor felicidad para el mayor número de personas’ (ver Inq, p. 120). Smith refuta duramente estas ideas (TMS, p. 321 ss., y p. 265 ss.), por lo que los gérmenes de su teoría tendrían que buscarse en otros aspectos del sentimentalismo de Hutcheson. En particular, nos centraremos en los conceptos de simpatía y espectador imparcial –los dos pilares sobre los que se funda la filosofía moral de Smith– y que también podrían encontrarse en el pensamiento de su maestro. Hutcheson solo toca tangencialmente estos temas, pero es posible que, en el desarrollo de algunas de las intuiciones de su predecesor, Smith sí haya encontrado cierta inspiración para dar, de este modo, un giro definitivo a su sentimentalismo. Mi hipótesis será que el concepto de ‘simpatía mutua’ es el que cambia la naturaleza del sentimentalismo de Smith, por las grandes consecuencias que tiene tanto en la introducción de la noción de ‘propiedad’ como en el tipo de espectador al que ahora debe recurrir: un espectador que pasa de la tercera a la segunda persona.
Estos dos elementos son los que lo convertirían, en palabras de Charles Griswold, en un sentimentalismo o emotivismo ‘sofisticado’ (Griswold 1999, p. 130); el que lo alejaría definitivamente de la tradición de sus contemporáneos.
Comenzaré, por tanto, describiendo los conceptos de simpatía en estos dos autores, para establecer luego las variaciones que implican para el espectador imparcial.
Posteriormente mostraré cómo el desarrollo que hace Smith de la noción de simpatía le obligan a introducir los conceptos de ‘propiedad’ y ‘self-command’ o autodominio a su teoría, para finalmente establecer de qué modo estos mismos introducen un momento de racionalidad en el juicio moral, el que cambiará definitivamente la naturaleza de su sentimentalismo respecto del de su maestro.
I. La simpatía
En su crítica a la teoría de Hutcheson, en la VII Parte de la TMS, Smith afirma que no era necesario crear una nueva facultad para dar cuenta de la percepción de las distinciones morales, puesto que bastaba con el desarrollo del concepto de simpatía (TMS, p. 321). Aunque para Smith y Hutcheson la simpatía no significa lo mismo, sí es posible realizar una comparación ‘práctica’ entre ambas. En Hutcheson, la simpatía depende originalmente del sentido público, pero luego se independiza hasta transformarse en un ‘sentido de la simpatía’3. Para este, como para Smith, es un “poder de percepción” (Inq, p. 67 y TMS, p. 321) que implica la determinación de alegrarse con la alegría ajena y entristecerse con su tristeza, “aunque no saquemos ninguna ventaja de ello” (E, p. 17). Y a tal punto llega esta ‘determinación’, que Hutcheson afirma “que nadie sino los monstruos están completamente libres de estos afectos” (S.I., p. 121), frase que evoca, sin duda, la primera de la TMS cuando Smith dice: “Cuán egoísta pueda ser una persona, es evidente que hay algunos principios en su naturaleza que le hacen interesarse en la suerte de otros, y hace que su felicidad sea necesaria para él, aunque no gane nada sino el placer de verlo” (TMS, p. 9). En el nivel más básico entonces, podría pensarse que Smith toma este elemento secundario de la ética de su maestro para convertirlo en el pilar de su teoría.
3 Hutcheson va aumentando los ‘sentidos’. La clasificación más habitual, sin embargo, es la que establece que hay sentidos externos y sentidos internos. Entre los últimos está el sentido de la belleza, el sentido moral, el sentido público y el del honor (ver Turco 2007, p. XIII).
Pero no cabe identificar sin más la simpatía smitheana con el sentido público – o con los sentimientos sociales o la simpatía de Hutcheson. Hay diferencias cruciales, entre las que la más importante es que la simpatía del último no tiene relación con la evaluación moral, que es tarea exclusiva de su ‘sentido moral.’ Si bien es cierto que este autor afirma que por lo general (excluyendo las situaciones de corrupción) tendemos naturalmente a conectarlas (E, p. 98), para Smith, la simpatía es precisamente el medio por el que se realizan los juicios morales.
En una de sus definiciones más completas, Hutcheson la caracteriza como un fellow-feeling (compañerismo, camaradería), previo a la razón, desinteresado, que se propaga por contagio, se alegra con la prosperidad ajena y se apena con sus dolores (S.I., p. 33). Esta es, en un comienzo, la misma noción que define Adam Smith. Aunque el último autor continúa luego su desarrollo, hasta llegar a un concepto que difiere sustancialmente del de su predecesor.
Tipos de simpatía
No es trivial que Smith comience su TMS definiendo la simpatía. Aunque en ambos autores esta va variando su significado, en Smith la tendencia de su evolución es clara, mientras que en Hutcheson solo se modifica el estatuto que, en cuanto determinación de la mente, ella tiene. Conviene, por tanto, distinguir entre los distintos tipos de simpatía que estos autores dan a través de sus obras para comprender en qué momento Smith realiza el giro que cambiará la naturaleza de su teoría. Mi clasificación consistirá en cuatro ‘tipos’ de simpatía, donde la división fundamental se dará entre las que llamaré simpatías ‘unidireccionales’ y las ‘bidireccionales’ o simpatías mutuas.
a) Simpatía como contagio
La simpatía unidireccional más básica es la que Luigi Turco describe como ‘mecánica’ (Turco 1999, p. 79): un contagio involuntario de sentimientos en que la mera observación de un sentimiento produce otro análogo en el espectador (la risa de otro que produce risa). Esta no requiere que el agente sepa de la reacción del espectador, ni incluso siquiera, que lo están observando.
La simpatía meramente mecánica –que incluso pueden sentir los animales– es la que Hutcheson define, por ejemplo, al decir: “Nuestra miseria o angustia aparece inmediatamente en nuestro semblante… y propaga cierto dolor a todos los observadores” (Inq, p. 159). Adam Smith también habla de esta, de un modo aún más claro, cuando afirma que a la simpatía apenas le basta ver la pasión de otro para surgir. “Las pasiones parecen ser transfundidas de un hombre al otro, instantáneamente y antes de cualquier conocimiento de qué fue lo que la provocó” (TMS, p. 11). Hutcheson decía algo similar en relación al fellow-feeling: “Por medio de esta simpatía y otros afectos desinteresados, pareciera como si a través de un contagio o infección, que todos los placeres, incluso los más bajos, extrañamente aumentan su intensidad cuando son compartidos” (S.I., p. 33; énfasis mío).
b) Simpatía como identificación
En segundo lugar, dentro de la simpatía unidireccional, existe aquella en la que el espectador simpatiza con el agente a través de una identificación imaginativa. El espectador ‘se pone en sus zapatos’ y, según lo que el agente esté viviendo, se alegra de su alegría y apena con su dolor. Aunque hay matices, en esta simpatía, el agente no tiene ninguna participación activa. Es un proceso exclusivo del espectador, quien ‘mira desde fuera’ la situación. El espectador se identifica pero, en términos ‘personales’, permanece ajeno a la situación; y si el agente no conoce de esta identificación, tampoco hay ningún cambio en él. Un ejemplo en ambos autores es el de la simpatía con hechos muy lejanos o ya pasados (Inq, p. 91; TMS, p. 75), en los que es imposible que sus protagonistas se identifiquen también con los espectadores. “Esta es –señala Turco– la primera manifestación clara [en Hutcheson] del concepto de simpatía como un imaginarse algo que no es necesariamente real” (Turco 1994, p. 94).
Según Hutcheson, existiría una compasión y alegría natural frente al desgraciado o el afortunado (S.I., p. 82), la que nos hace acercarnos para consolarlo o felicitarlo. Por la misma razón, detestamos a quienes no se ven conmovidos por la miseria ajena (S.I., p. 60). Pero para Hutcheson solo hay identificación con la alegría o eldolor de los agentes, y en principio no hay necesidad de conocer la causa de estos sentimientos.
Smith critica esta noción de simpatía, afirmando, en primer lugar, que la simpatía o la identificación se da con cualquier pasión posible (TMS, p. 10), y que la que se reduce a la alegría o dolor ajenos es, todavía, una simpatía muy imperfecta (TMS, p. 11). Pero más allá de ello, afirma que la identificación debe realizarse ‘según lo que la situación merece’ (TMS, p. 16), para lo que es necesario abrirse al contexto, a las causas de las diversas pasiones con las que el espectador se identificaría.
Aunque Smith es quien sistematiza y desarrolla esta ‘identificación más perfecta’, en Hutcheson ya se ven ciertos gérmenes de ella. Hay al menos dos situaciones en las que el espectador se abre al contexto para establecer si la situación merece o no la identificación con el afecto del agente. El primero es el de la ‘galantería’ (cortejo a mujeres comprometidas) o incluso adulterio, en que el espectador no se identifica con la alegría del agente sino, por el contrario, la condena en virtud del dolor que esta causa al marido, el padre o los hermanos de la mujer en cuestión (E, p. 113, TMS, p.
175). El otro caso, que se repite en ambos autores y es sumamente importante para sus teorías, es el de la justicia y el castigo, en el que –según palabras de Smith– hay una ‘antipatía directa’ con el agresor. En esta situación es incluso lícito herir a otro, dado que este ya hirió a un tercero (ver, entre otras, E, p. 46, Inq, p. 183 y TMS, p. 76). Aquí, la identificación nuevamente depende del contexto.
Sin embargo, como en Hutcheson solo se trata de las pasiones de dolor y alegría, y en general, sin la apertura al contexto, en Smith aumentan considerablemente estos ejemplos de identificación unilateral. Tanto es así que ella puede incluso darse con los muertos y los locos (simpatía ilusoria, TMS, p. 12), donde nos imaginamos en su situación y sentimos lo que ellos no sienten, pero sí sentirían si pudieran de algún modo ser conscientes de lo que les pasa.
La razón por la que las personas buscan que se identifiquen con ellas la señala Smith: “Nada nos agrada más que observar a otros hombres con todas las emociones de nuestro pecho; ni nada nos choca más que la apariencia de lo contrario” (TMS, p. 13). De ahí que, cuando estamos conscientes de esta identificación, aumenta nuestra alegría o disminuye nuestro dolor. Por esto es que Hutcheson denuncia al que exagera o finge su dolor solo para obtener compasión, o el placer de observar la simpatía de los otros (E, p. 87). Este es –afirma– el comienzo de la mayor corrupción de la mente.
Pero, al mismo tiempo, sin que lo note, es también el germen de lo que implicará la revolución copernicana de Smith: la simpatía mutua.
c) Simpatía mutua
La vuelta, el salto, que separará definitivamente a la ética de Smith de la de su maestro es la llamada simpatía mutua (TMS, primera parte, primera sección, cap. 2), por definición bidireccional y que traerá aparejada una nueva motivación y justificación moral a su teoría.
Según D. D. Raphael, Hume es quien introduce el concepto de simpatía como el de “compartir los sentimientos con los afectados por la acción, para explicar la aprobación o desaprobación de esta” (Raphael 2007, p. 25); vale decir, una explicación psicológica de aquello a lo que Hutcheson solo había dado un nombre: el sentido moral. Smith encuentra esta definición todavía muy estrecha y la reemplaza por un nuevo concepto de simpatía: la simpatía mutua.
En esta última, tanto el espectador como el agente simpatizan con el otro, se identifican recíprocamente, intercambian posiciones e intentan captar todas las circunstancias que les afectan. Intercambian ‘personas y caracteres’, señala Smith (TMS, p. 317); no solo se ponen en el lugar del otro para mirarse desde sus ojos, sino también para sentir cómo está sintiendo el otro. Tras este proceso, vuelven en sí e intentan ajustar sus pasiones mutuamente para establecer un punto de concordancia en los sentimientos, punto que Smith llamará de propiedad, y obtener así el placer de la simpatía mutua.
En sus mismas palabras, “para producir la concordia, tal como la naturaleza enseña a los espectadores a asumir las circunstancias de la persona principalmente afectada, también enseña a esta última a hacer, en cierta medida, lo mismo… como [los espectadores] están constantemente considerando qué sentirían si fueran los afectados por la situación, asimismo los últimos están constantemente imaginando cómo se verían afectados si solo fueran espectadores de ella” (TMS, p. 22).
Tras la primera edición de la TMS, Hume escribe a Smith señalando que si la simpatía siempre diera placer (como se desprende de las primeras páginas de la TMS), “un hospital sería un lugar más entretenido que una fiesta” (Carta 36, 28 de julio 1959). Esta crítica se basa en la idea de una identificación unilateral, como es también la de Hutcheson. De hecho, cuando este último autor habla de los “males de la simpatía” (S.I., p. 60), dice que ella puede ser agradable o desagradable según cuales sean las pasiones del agente.
Smith, en una nota a pie de página introducida en la segunda edición de la TMS, responde a Hume aclarando su concepto de simpatía, que se aleja del contagio o simpatía unilateral de sus precursores. Dice: “En el sentimiento de aprobación hay dos cosas que considerar; primero, la pasión simpatética del espectador; y segundo, la pasión que surge de observar la coincidencia perfecta de su pasión con la de la persona principalmente afectada. Esta última, en la que el sentimiento de aprobación propiamente consiste, siempre es agradable y placentera” (nota en TMS, p. 46).
En consecuencia, puesto que tanto el agente como el espectador buscan el placer de la simpatía mutua, se identifican recíprocamente, se ‘proyectan dentro del otro’, para ver si sus pasiones concuerdan. Dado que ese no será el caso (porque la situación afecta directamente solo a uno), ambos intentan mirarse con los ojos del otro, entrando, por así decir, en sus circunstancias y saber qué está sintiendo. De algún modo, ambos comienzan a jugar el rol de espectadores. Y una vez que se ha producido la identificación imaginativa, las partes se esfuerzan por acomodar sus emociones hasta el punto en que coincidan, el de la propiedad y el que brindará a ambos el placer de la simpatía mutua.
Ahora bien, con la introducción de la simpatía mutua en esta teoría moral, esta se vuelve evaluativa en un sentido muy peculiar: Entre el agente y el espectador tienen que encontrar el punto de propiedad, aquel con que el espectador pueda identificarse y que se convertirá en el grado ‘apropiado’ para la pasión o acción del agente. La simpatía deja de ser un mero ‘poder de percepción’ para convertirse en un ‘principio de aprobación de la propiedad’. La identificación recíproca, ya no solo del espectador con el agente sino también del agente con el espectador, hace que el primero deba moderar sus pasiones para que el espectador lo pueda aprobar. El agente, por tanto, pasa a jugar un rol activo en esta ética espectatorial. Y el espectador, por su parte, ya no puede ser un tercero ajeno a la situación, sino que debe involucrarse y participar también activamente en el proceso. Con la introducción de la simpatía mutua, entonces, Smith da un vuelco trascendental al sentimentalismo.
No obstante, si el punto de propiedad dependiera exclusivamente de la correspondencia de sentimientos entre los actores, este sería completamente arbitrario. Así es como de hecho se entiende al término del tercer capítulo, cuando el autor repite: “Aprobar las pasiones de otro, por tanto, como adecuadas a su objeto, es lo mismo que observar que simpatizamos completamente con ellas” (TMS, p. 16); “En toda ocasión, sus propios sentimientos son el estándar y la medida con los que juzga los míos” (TMS, p. 17), o, por último: “Cada facultad de un hombre es la medida con la que juzga la misma de otro hombre. Yo juzgo tu vista por mi vista, tu razón por mi razón, tu resentimiento por mi resentimiento, y tu amor por el mío. No tengo, ni puedo tener, ningún otro modo de juzgarlos” (TMS, p. 19). La mera simpatía mutua haría de la ética de Smith una ética relativista.
d) Simpatía mutua moral
Pero a Smith todavía le falta un paso para alcanzar la que se podría llamar ‘simpatía mutua moral’. En el tercer libro de la TMS introduce un elemento que será central para su teoría: el espectador imparcial. Señala que, de modo innato, todos nos inclinamos a la autopreferencia, a tener afectos parciales para con nosotros mismos.
Nuestras familias, cuando aún somos pequeños, tienden a ser indulgentes con estos afectos. Pero al salir al mundo real, nos damos cuenta de que solo somos uno más dentro de una multitud de iguales (TMS, p. 137), y que si no restringimos tales pasiones no seremos aprobados ni podremos sentir el deseado placer de la simpatía mutua. Así, empezamos a imaginar, entre nosotros y los demás, a un espectador imparcial, un ser imaginario que sin lazos particulares con ninguna de las partes, dictamine el punto de propiedad, aquel en que todos deberíamos concordar y alcanzar de este modo el placer buscado.
Posteriormente, con el ejercicio y la habituación, internalizamos a este espectador e intentamos identificarnos con él para que nuestra conducta sea apropiada. Asimismo, al juzgar a otros, lo hacemos desde la perspectiva de este ‘hombre en el pecho’ y no desde nuestro necesariamente sesgado punto de vista. ‘Entramos’, por así decir, en los sentimientos del otro con los ojos de este espectador imaginario, cuyo criterio moral –tal como aprendimos en nuestras primeras interacciones– es la imparcialidad.
Y como idealmente todos los agentes/espectadores hemos aprendido y aplicamos el mismo criterio de moralidad, todos, idealmente, estableceremos el mismo punto de propiedad. De este modo, la simpatía mutua que antes se encontraba arbitrariamente, da paso a una simpatía mutua moral, que está justificada con el criterio de la imparcialidad.
En resumen, Adam Smith hace referencia a los cuatro tipos de simpatía en su obra, aunque a los dos primeros los califica de sumamente imperfectos. Sus primeras definiciones son, como las de Hutcheson, sentir alegría con el alegre o la tristeza con quien está triste. Esta simpatía es claramente unidireccional, y será fruto de un mero contagio o de una identificación. Pero una primera distinción con su maestro –en Hutcheson solo insinuada– es la apertura al contexto, que en la teoría de Smith se volverá esencial: la identificación, que ahora ya implica la aprobación de la propiedad, deja de depender tanto del sentimiento del otro como de las circunstancias que lo originan. La medida apropiada estará dada por lo que “la situación merece” (TMS, p.12).
Con todo, el paso que lo aleja definitivamente de los sentimentalismos de su época es el concepto de la simpatía mutua. Con esta ya no es necesario postular un nuevo sentido para el juicio moral (el ‘sentido moral’ de Hutcheson), sino que este se establecerá a través de la concordancia de sentimientos entre el espectador y el agente de la acción. En un primer momento, esta llevaría a una ética relativista. No obstante, con la posterior introducción del espectador imparcial, aparece la simpatía mutua moral, en que el criterio de propiedad lo da este ‘hombre en el pecho’, garantizando –al menos en cuanto la naturaleza humana lo permite– que su juicio sí será moralmente apropiado, justo, imparcial.
II. El espectador
“Sin lugar a dudas –dice Blackstone (1965, p. 26)– el germen de la teoría del espectador imparcial está en Hutcheson”. Aunque esta afirmación no es evidente, por las escasas referencias que hace este autor al ‘espectador’ en su filosofía moral, sí sería plausible si se lo identificara con el ‘sentido moral’; puesto que de hecho este pertenece a un ‘espectador’ que con sus sentimientos morales percibe la virtud o el vicio del agente y reacciona de modo inmediato, instintivo (Inq, p. 133; ver también Moore 1995, p. 23), aprobando o no la acción. Si ese fuera el caso, el rol del espectador sí sería crucial en la teoría de Hutcheson: sus juicios tendrían prioridad sobre los del agente y sería él, en última instancia, quien realizaría la calificación moral. La verdad –dirá Hutcheson– es siempre mejor conocida por el juicio del espectador (E, p. 94). Y
Darwall lo reafirma diciendo: “son las respuestas sentidas de este las que delimitan la esfera moral” (Darwall 1997, p. 80).
a) Un tercero imparcial
No obstante, como en Hutcheson solo existe la simpatía unilateral, el espectador juzga externamente, está siempre y necesariamente ‘fuera’ de lo observado. Es un tercero que no interactúa y que aprueba o desaprueba según perciba o no ciertas cualidades en el agente (Moore 1995, p. 35), que son las que él identifica con la virtud: en este caso, la benevolencia.
Por otra parte, el espectador es un ser real. En Hutcheson no hay ninguna referencia a un espectador imaginario, un “semidiós en el pecho” (TMS, p. 131) con una voz tan potente que sea incluso capaz de ahogar la autopreferencia de las pasiones innatas (TMS, p. 137). Al contrario, todo indica, señala Radcliffe (2004, p. 632), que en esta teoría de los sentimientos morales la aprobación la dan los sentimientos de un espectador correctamente situado –presumiblemente gente común en las circunstancias adecuadas para dirimir imparcialmente. Así, cuando hay conflictos, Hutcheson recomienda recurrir a ‘árbitros prudentes’ para que diriman (ver, por ejemplo, S.I., pp. 141, 158 ó 196) y que actúen tal como lo harían los jueces (S.I., p. 214).
Con todo, y aunque impasible, el espectador sí debe cumplir ciertas condiciones para juzgar correctamente. La primera y más importante es la imparcialidad. Esta idea, tan subrayada por Smith, estaba ya incoada en los escritos de su maestro: “Los espectadores, desvinculados de nuestros afectos parciales… pueden juzgar nuestra conducta a plena luz” (E, p. 76) o “el árbitro entre dos partes en conflicto no tiene que ser especial ni más sabio que los demás, su única condición es que está desvinculado de ambas” (S.I., p. 212), y en definitiva, “cuando los hombres no se ven directamente afectados, los sentimientos que se forman del estado de otros … muestran su verdadera cara” (Inq, p. 162). Por lo mismo –y aquí Hutcheson adelanta nuevamente una importante idea de Smith– en lo que respecta a nosotros mismos es muy difícil discernir (Inq, p. 92), y que para hacerlo debemos intentar vernos “desde fuera”, como un tercero, como uno más en ‘una multitud de iguales’ (S.I., p. 130).
La gran inspiración de Smith, por tanto, y como él mismo lo da a entender en la TMS (TMS, p. 325), es esta idea poco desarrollada por Hutcheson de que cuando hay dos en controversia conviene llamar a un tercero imparcial que dirima. Hutcheson, en A Short Introduction, había dicho: cuando hay un problema entre el pueblo y el gobernante, como ambas son partes interesadas, ninguno de ellos puede juzgar. En consecuencia, “su único recurso es apelar a árbitros imparciales” (S.I., p. 256). Y en las Illustrations on the Moral Sense, con aún mayor claridad: si el sentido moral de dos personas difiere en algún juicio, “cualquier hombre que los observa [desde fuera, se dará cuenta de] que uno de esos sentidos es más deseable que el otro” (E, p. 149).
b) El giro smitheano
Muy lejos de Hutcheson, y aunque en la imparcialidad coincidan, el ‘espectador’ en Smith no es un observador en tercera persona, ajeno e impasible, sino que involucrado en la situación, quien juzga –por así decir– ‘desde dentro’. Esta es una consecuencia necesaria de la simpatía mutua. El espectador tiene que ‘entrar’ en la situación y ser afectado por ella, ya que el juicio de propiedad (a diferencia de la des/ aprobación de ciertas cualidades exclusivas del actor) requiere que se ponga en relación con el agente y que ambos busquen la identificación. El deseo de simpatía mutua, la participación activa del espectador, explica –como lo había aclarado Smith– por qué un hospital, sin ser lo mismo que una fiesta, sí permite el placer del encuentro.
Ahora bien, para el caso de la simpatía mutua moral, que es el fundamento último de su teoría de los sentimientos morales, se ve la relación intrínseca que existe entre el espectador imparcial y la simpatía moral. No es un espectador que simpatice externamente con el agente, sino uno que ‘entra’ en sus sentimientos y mide, con sus propios sentimientos ‘imparciales’, su grado de propiedad. El espectador imparcial se vuelve, como se ha dicho, en la medida y el estándar de la corrección moral. Imparcialidad aquí no significa ‘impersonalidad’. Como explica Stephen Darwall, es más bien la que regula el juicio moral según ‘el modo’ en el que el espectador ‘entra’ en el punto de vista del agente; esto es, según su proyección imparcial en la perspectiva de este (Darwall 1999, p. 142). Así, para Smith, ya no se requiere un espectador externo al que se deba acudir para dirimir contiendas, sino que ha sido ‘internalizado’ por el espectador real. Es el mismo espectador real en cuanto ha puesto entre paréntesis sus propios sesgos e intereses para convertirse, en la medida de lo posible, en un ‘otro’ imparcial, en un “hombre abstracto” o un “hombre en general” (TMS, p. 129). Solo así podrá identificarse verdaderamente con el agente y juzgar, correctamente, ‘según lo que la situación merece’.
El espectador ‘interno’ se gesta, como en la tercera parte del libro se muestra, en esa primera vuelta reflexiva a la que esos ojos indiferentes que no aprueban nuestras parciales pasiones innatas –como hacían nuestras familias–, nos obligan. En el esfuerzo de alcanzar la simpatía mutua, nos autodistanciamos de nuestros ‘deseos de primer orden’ para vernos con sus ojos –como un espectador imparcial– y comprender que, desde esa perspectiva, no somos más ni mejor que ningún otro. De este modo se generan, introduciendo un momento de racionalidad en nuestras pasiones –la imparcialidad–, deseos racionales o ‘de segundo orden’: los de alcanzar la simpatía a través de la imparcialidad o las prescripciones de este ‘hombre en el pecho’. El espectador, por tanto, que originalmente se había descrito como ‘un tercero imaginario entre nosotros y ellos’ es, en rigor, un ‘tercero interno,’ o nosotros mismos en cuanto ‘terceros’ de nuestra situación.
La internalización del espectador imparcial implica, en la teoría de Smith, la entrada al mundo moral. Este espectador, en cuanto interno, se relaciona con lo que Stephen Darwall llama “el punto de vista de la segunda persona”; esto es, “cuando veo al otro como un ‘tú’, y lo veo como teniendo la misma relación conmigo”, lo que implica “mi conciencia de su conciencia de mí, y mi conciencia de su conciencia de mi conciencia de ella” (Darwall 2006, p. 43). Y es por esta conciencia mutua de la ‘relación’ por la que los actores pueden, en última instancia, hacer una ‘demanda’ al otro (Ibíd., p. 46). En el caso de Smith, la ‘demanda recíproca’ sería el acomodo de sentimientos hasta el punto de propiedad. Por ello es que Darwall afirma que Smith es de los primeros filósofos, si no el primero, en dar cuenta del punto de vista de la segunda persona (Ibíd., p. 46): aquel en el que el espectador se ve involucrado en la situación, sin perder su imparcialidad. Y este paso hacia el espectador en segunda persona, que se sigue de la simpatía mutua, marca la diferencia esencial entre el espectador externo del sentimentalismo de Hutcheson y aquel de Adam Smith.
Donde la ‘internalización’ del espectador se comprueba más patentemente es en el juicio sobre uno mismo (TMS, p. 113). Solo porque está internalizado el espectador imparcial –el hombre en el pecho, el representante de la humanidad– permite la autoevaluación. Cuando queremos juzgarnos podemos dividirnos o desdoblarnos, en el ‘juez’ (el espectador imparcial) y el ‘juzgado’ (nosotros mismos); y el juez, que identificándose con el ‘juzgado’ conoce desde dentro sus circunstancias, pero que a la vez es imparcial respecto del mismo, puede sentenciar con justicia y prescribir la conducta a seguir.
En síntesis, el espectador que juzga en segunda persona, o desde el punto de vista de la segunda persona, tiene también una estrecha relación con la simpatía mutua. Para que esta se pueda dar, el espectador no puede ser un tercero externo a los agentes, sino que debe participar en la situación, tiene que estar dispuesto a asumir todas las circunstancias y poner entre paréntesis su propia personalidad para convertirse, durante el juicio, en un ‘hombre en general’, un representante de la humanidad.
Es un ‘tú’ que se proyecta (‘entra’, dice Smith) en el agente; pero que en la evaluación moral se proyecta ‘imparcialmente’ sobre él. En otras palabras, la identificación o simpatía no es ya de espectador-agente, sino de espectador imparcial-agente, estableciendo una relación de ‘simpatía mutua moral’. La imparcialidad, en este caso, constituirá la ‘propiedad’, la norma de la acción moral. En este sentimentalismo, por tanto, y ya muy lejos del de su maestro, existe una unidad indiscernible entre espectador imparcial y simpatía moral; estas se coimplican y son, en última instancia, como la cara y la contracara de un mismo proceso: del juicio moral.
III. Consecuencias
a) Propiedad y self-command
La primera parte de la TMS se titula ‘Sobre la propiedad’, y los primeros dos capítulos tratan ‘Sobre la simpatía’. No se puede entender lo que Smith define por ‘propiedad’ (propriety), que en definitiva será para él la virtud (TMS, p. 294), si no se comienza por comprender su novedoso concepto de simpatía mutua y del placer que los actores sienten al alcanzarla. El deseo innato de esta será la motivación que ambos tendrán para modificar sus pasiones y sentir/actuar apropiadamente. Más tarde, cuando en la tercera parte del libro introduce al espectador imparcial, lo ‘apropiado’ se convierte en lo ‘moralmente correcto’. Allí, Smith señala cómo al autodistanciarnos, al removernos de nuestra posición céntrica innata y mirarnos con los ojos con los que un espectador indiferente nos miraría, aprendemos que el único modo de alcanzar su simpatía es a través de la imparcialidad, de tratarnos y respetarnos a todos por igual.
Esta será ahora la justificación moral.
En este proceso no negamos nuestras pasiones, solo las encauzamos –controlándolas, dirigiéndolas– para alcanzar el punto de ‘propiedad moral’, el de la virtud.
La virtud, por ello, aunque no es innata en el hombre, sí es natural: es una disposición adquirida, ni por naturaleza ni contra naturaleza, que se monta sobre nuestros afectos connaturales, guiándolos hacia el objeto adecuado. El espectador imparcial interno será quien sentencie sobre la dirección y vehemencia requeridas para lograrla (TMS, p. 266).
Lejos de esta interpretación, Hutcheson reduce toda la virtud a la benevolencia (Norton y Kuehn 2006, p. 954); y la simpatía a un sentimiento unilateral del espectador. En este sentido la única motivación que el agente tiene para actuar moralmente es su impulso natural a la benevolencia, o a hacer el bien desinteresadamente a los demás (Inq, p. 225). La virtud, para él, surge de un instinto a la benevolencia (Inq, p. 133); es una cualidad que, en cuanto objeto de evaluación, pertenece exclusivamente al agente; y que el espectador, al percibirla, siente aprobación y amor hacia este aunque no implique ninguna ventaja para él (ver Sprague 1954, pp. 794-800). La justificación moral, por su parte, también vendrá dada por la benevolencia: el mayor bien que se haga al mayor número de personas (en donde se incoa el posterior Principio de Utilidad).
El hecho de que para Smith la virtud ya no sea la benevolencia, sino la ‘propiedad’, le obliga también a reconocer –junto a la benevolencia de su maestro– otro conjunto de virtudes: las del autodominio o self-command. Como en su teoría los actores deben modificar sus sentimientos naturales para alcanzar el ‘grado apropiado’ y lograr el placer de la simpatía mutua, deben “humillar su arrogancia” (TMS, p. 83) o autopreferencia innata para ser verdaderamente imparciales; y para eso, no les basta la tendencia natural a la benevolencia, requieren del dominio de sí. La sola benevolencia no alcanza para la virtud4. Así, dice Smith, “No es el suave poder de la humanidad [o benevolencia] … el que puede contrarrestar los más fuertes impulsos del amor a sí mismo. Es un poder más fuerte… Es la razón, el principio, la conciencia, el habitante del pecho, el hombre interior, el gran juez y árbitro de nuestra conducta” (TMS, p. 137). Y es en la ‘gran escuela del self-command’, a la que entramos tras enfrentarnos por primera vez con los ojos indiferentes de los demás que reprueban nuestra conducta parcial, donde aprendemos, con un esfuerzo que “ni la más larga vida basta para alcanzar la completa perfección” (TMS, p. 145), el autodominio requerido para la imparcialidad.
b) Razón y sentimientos morales.
En la teoría moral de Hutcheson, la razón solo juega un rol instrumental (ver Scott 1900, p. 244). Dice, por ejemplo, que la razón es la sagacidad en la persecución de un fin (Inq, p. 133); que la facultad racional sirve exclusivamente para encontrar el mejor medio para el fi n propuesto por el sentido moral (E, p. 39), y que no puede ser el fundamento de la moral puesto que es muy lenta, vacilante y dudosa como para dar cuenta de la aprobación inmediata que sentimos frente a las cualidades morales (Inq,
p. 178). Más adelante también afirma que la razón es capaz de corregir nuestras creencias u opiniones cuando el sentido moral se equivoca en su percepción (Kail 2001, p. 67) o, como afirma MacIntyre, que los juicios del sentido moral pueden cuestionarse y mejorarse con la razón (1994, p. 265); pero siempre será el sentido moral el que percibe y aprueba o desaprueba. Por consiguiente, cualquier error en la calificación moral de una acción se le adjudicará a un error en las creencias y opiniones de la razón antes que a la percepción del sentido moral (E, p. 150; ver Carey 1997, p. 285). En definitiva, en Hutcheson la razón siempre jugará un rol secundario, instrumental; y siempre existirá también una separación clara e insalvable entre esta y el sentido moral.
En Smith es distinto. El espectador imparcial dentro de uno mismo es el que controla, a través del self-command, nuestros sentimientos. Él es el criterio de moralidad y el que en la ‘segunda vuelta’ de la simpatía (la que busca la simpatía mutua y necesariamente da placer, incluso en un hospital), ‘entra’ en nuestros sentimientos y nos señala en qué dirección debemos modificarlos. Es esta ‘simpatía moral’, contracara del espectador imparcial, la que hace posible el juicio moral.
Ahora bien, la imparcialidad que introduce Smith en el espectador que juzga desde la perspectiva de ‘la segunda persona’, que nos obliga a des-identificarnos de nosotros mismos para vernos con otros ojos y poder ‘entrar’ o identificarnos con el agente bajo esta nueva luz, es la que otorga a su teoría un momento de racionalidad.
Es la simpatía informada ya por la razón –la que implicaría, como dice Griswold, una conjunción de deliberación, comprensión, y penetración intelectual (1999, p. 88) – la que integra en sí tanto a la razón como a los sentimientos para establecer el punto de propiedad (propiedad ‘moral’). En otras palabras, si bien los juicios morales en Smith están apoyados en los sentimientos, estos son sentimientos ya moralizados, sentimientos que han pasado el test del espectador imparcial; agregando a la pasión innata, autorreferente, una instancia de racionalidad.
En Hutcheson, un sentimentalista puro, son solo los sentimientos los que realizan las discriminaciones morales. En Smith, en cambio, son también los sentimientos, pero los sentimientos del espectador imparcial. La motivación y justificación moral en Hutcheson se relacionan con la benevolencia, la que dará –junto con la idea de espectador ‘externo’ que, al no identificarse con cada agente centra su evaluación en el mayor bien para el todo– el fundamento a la posterior tradición utilitarista. Con la introducción de la simpatía mutua y del espectador imparcial en segunda persona, en cambio, y los conceptos de propiedad y self-command o autodominio que de ellos necesariamente se siguen, la motivación para la acción moral es el placer de la simpatía mutua y su justificación, la imparcialidad. Con estas modificaciones, Smith incluye un momento de racionalidad en el juicio moral, reuniendo, por así decir, razón y sentimientos en la percepción y evaluación moral, tal como en una ética de la razón práctica. Su explicación sigue siendo psicologista, sentimentalista, como la de su maestro; y los primeros gérmenes de su teoría también se pueden rastrear hasta Hutcheson, aunque en ciertas intuiciones que este no desarrolló. Smith, centrándose precisamente en estas, da un vuelco a la naturaleza de esta teoría moral. Sigue siendo un sentimentalismo, sin duda; pero, como decía Griswold, y por la introducción de la simpatía mutua y del espectador imparcial en segunda persona, un sentimentalismo muy distinto al de su admirado predecesor: un sentimentalismo sofisticado.
Bibliografía
1 Las otras fuentes que se utilizarán son Hutcheson, Francis: An Inquiry into the Original of our Ideas of Beauty and Virtue (en adelante Inq); An Essay on the Nature and Conduct of the Passions and Affections, with Illustrations on the Moral Sense (en adelante E) y A Short Introduction to Moral Philosophy (en adelante S.I.).
2 El sentido moral es una disposición moral compleja, cuya presencia y operación provee el fundamento de la moral de Hutcheson; en concreto, una determinación de la mente que percibe la virtud/vicio de un agente, y la aprueba o no, independientemente de su voluntad (ver Norton y Kuehn 2006, p. 957).
3 Hutcheson va aumentando los ‘sentidos’. La clasificación más habitual, sin embargo, es la que establece que hay sentidos externos y sentidos internos. Entre los últimos está el sentido de la belleza, el sentido moral, el sentido público y el del honor (ver Turco 2007, p. XIII).
4 Raphael señala que a Smith no le basta ‘la ley del Cristianismo’, sino que también requiere apelar al ‘gran precepto de la naturaleza’ para la acción moral (2007, p. 40). En otras palabras, no es suficiente la benevolencia, sino también el actuar tal como los demás nos ven, el restringir la autopreferencia, para la propiedad. No se puede confiar solo en la bondad inherente de la persona (ver TMS, p. 25).
Referenciasbibliográficas
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REVISTA DE FILOSOFÍA
Volumen 65, (2009) 81-96
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