Desde hace varios años, algunos expertos venían advirtiendo sobre el síndrome de los que no quieren crecer: esos jóvenes que retrasan las decisiones vitales para evitar las responsabilidades de los adultos. Estudios recientes realizados en Estados Unidos muestran el auge de esta tendencia entre los jóvenes –sobre todo, varones– de 20 a 34 años y explican sus causas.
En 1983, el psicólogo norteamericano Dan Kiley acuñó la expresión síndrome de Peter Pan para referirse a los jóvenes talluditos que se negaban a dar el paso a la edad adulta. Lo suyo era permanecer soñando en el País de Nunca Jamás, a la espera de que los demás –a ser posible, Wendy– cubrieran sus necesidades.
Lo que Kiley vislumbró en sus horas de consulta, lo están confirmando ahora varios estudios publicados en Estados Unidos. Si para los jóvenes de hace 50 años lo normal era marcarse unos objetivos y cumplirlos (abandonar el hogar paterno, encontrar un trabajo, casarse y formar una familia), los de ahora se mueven a sus anchas –y, sobre todo, sin prisas– en un mundo sin cargas.
“La cultura de los niños-adultos responde más a un estilo de vida que a una etapa de la vida”
Una fuente de datos interesante es la página web de la MacArthur Foundation Research Network on Transitions to Adulthood, un equipo de investigadores que viene estudiando desde hace años esta tendencia.
Según sus encuestas, una abrumadora mayoría de jóvenes estadounidenses (de 18 a 34 años) considera que la gente tendría que haber terminado sus estudios, haberse emancipado y estar trabajando con 20 ó 22 años. Pero la realidad es que muchos de los encuestados no toman estas decisiones hasta bien entrados los 30 años.
“Ha aparecido una nueva etapa de la vida donde los jóvenes ya no son adolescentes, pero tampoco adultos”, explica Frank F. Furstenberg, director de la MacArthur Foundation, en declaraciones al International Herald Tribune (14-06-2010).
El columnista David Brooks se atrevió a bautizar esta etapa con el nombre de “odisea” en un artículo publicado en The New York Times (9-10-07). Durante ese tiempo, los veinteañeros “estudian e interrumpen estudios. Viven con amigos y en casa. Se enamoran y desenamoran. Prueban un trabajo y después otro” (cfr. Aceprensa, 24-10-2007).
Cambios sociales como la democratización de la enseñanza superior y la extensión de la cohabitación de los jóvenes favorecen el retraso en la entrada a la edad adulta
Eternamente joven
Uno de los rasgos que definen esta nueva etapa es la tendencia a permanecer en el nido paterno. En Estados Unidos, casi una cuarta parte de los jóvenes blancos de 25 años vivían con sus padres en 2007 en comparación con los que lo hacían en 2000 (una quinta parte) y en 1970 (menos de una octava parte).
La prolongación del tiempo dedicado a los estudios alarga también la dependencia económica respecto de los padres. “A finales de los años 90, los padres empezaron a gastar más en sus hijos veinteañeros que en los adolescentes”, explica Furstenberg.
Otro dato significativo es que ahora los jóvenes se casan más tarde. Según un informe reciente del Pew Research Center (1), en Estados Unidos la edad media para contraer matrimonio había pasado de los 23 años en 1980 a los 27 para los varones y en los 26 para las mujeres en la actualidad.
En 2007, varios investigadores de la MacArthur Foundation se propusieron averiguar los motivos que llevan a los jóvenes de hoy a retrasar el matrimonio. Tras realizar 500 entrevistas en profundidad a veinteañeros de cuatro ciudades, llegaron a la conclusión de que los jóvenes ven el matrimonio como la entrada a la edad adulta (2).
“Para esta generación, el matrimonio es la culminación de un proceso de crecimiento donde los jóvenes han ido adquiriendo madurez, seguridad económica y, sobre todo, el convencimiento de que han encontrado a la persona con la que van a compartir el resto de su vida”.
No obstante, las entrevistas revelan un cambio en la visión del matrimonio. “En vez de considerarlo como la unión de dos personas para formar un ‘nosotros’ (1+1=1), ahora se casan sin dejar de ser individuos. La nueva lógica matrimonial es 1+1=3; tú, yo y nosotros. Casi todos buscan a una persona que encaje en su estilo de vida”.
Esta concepción del matrimonio refleja bien la tesis que defiende Gary Cross, profesor de historia en la Universidad Estatal de Pensilvania, en su libro Men to Boys: The Making of Modern Immaturity. A su juicio, “la cultura de los niños-adultos responde más a un estilo de vida que a una etapa de la vida”.
Así entendida, la emancipación tardía de los jóvenes constituye hoy un rasgo cultural de nuestra época. “Si usted quiere saber en qué ha quedado la masculinidad –dice Cross–, compare las diferencias entre Cary Grant y Hugh Grant, el pulcro, elegante y siempre aturdido niño”.
También es elocuente lo que dijo el representante de Tiger Woods cuando la prensa comenzó a acosarle con ocasión de sus affaires: “Por favor, dejemos al chico en paz”. A lo que responde el columnista George F. Will: “El chico tenía entonces 33 años. (…) No cabe duda de que la canción escogida por Pepsi para uno de sus anuncios –Forever Young– está siendo profética” (Newsweek, 8-03-2010).
El ambiente social influye
Aunque el síndrome de Peter Pan arroja luces sobre los motivos que llevan a algunos jóvenes a evitar las responsabilidades de los adultos, no es realista pensar que esto es sólo un problema de inmadurez. También depende de los cambios sociales, culturales y económicos que se han producido en las últimas décadas.
Un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Princeton y la Brookings Institution (3) compara a los jóvenes estadounidenses de hoy con los de mediados de los años 50. Tras constatar que los de ahora tardan más en emanciparse, encontrar un trabajo estable y formar una familia, pasa a indagar las posibles causas de este fenómeno.
Una razón de peso es la democratización de la enseñanza superior que se produjo a finales de los años sesenta. “Cada vez más, los empresarios son reacios a contratar a jóvenes sin una buena preparación académica. Como algunos no llegan a completar sus estudios universitarios, terminan relegados a una vida de permanente penuria; lo mismo puede ocurrirles a quienes obtienen un título universitario con bajas calificaciones”.
Otro factor es el crecimiento de la esperanza de vida. Muchos adultos jóvenes confían en llegar hasta casi los 80 años, una década más que hace medio siglo. Vistas así las cosas, es fácil comprender por qué algunos retrasan los compromisos serios hasta los 30 o incluso los 40 años.
También han influido cambios culturales de más calado –fruto de la revolución sexual de los años setenta– como la desaparición del estigma de la madre no casada o la extensión de la cohabitación de los jóvenes.
Notas
(1) “Women, Men and the New Economics of Marriage”, Richard Fry y D’Vera Cohn, Pew Research Center, 19 enero 2010.
(2) “Does Marriage Still Matter?”, The MacArthur Foundation Research Network on Transitions to Adulthood, enero 2007.
(3) “Transition to Adulthood”, The Future of Children, vol. 20, núm. 1, primavera 2010.
Aceprensa. 18 Junio 2010 |