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El 11 de septiembre visto por 11 cineastas
Jorge Collar

El punto de partida era simple: pedir a once directores de cine conocidos, procedentes de lugares diferentes del globo, si estaban dispuestos a realizar un cortometraje que debía durar 11 minutos, 9 segundos y ofrecer una imagen en torno a los acontecimientos del 11 de septiembre La duración uniforme se acompañaba de un presupuesto también uniforme -400.000 euros por film- y de una fecha de entrega que permitiera el estreno el 11 de septiembre y su presencia en el Festival de Venecia. Un detalle importante: no se trataba de hacer una película sobre los acontecimientos propiamente dichos, sino más bien sobre las reacciones, sentimientos y reflexiones que el acto terrorista más mortífero de la historia había producido en los lugares más diversos del mundo. En fin, si el pliego de condiciones parecía exigente, la libertad que se les dejaba a los cineastas era en principio total, lo que no impide que ciertas propuestas se hayan rechazado y que determinados guionistas recibieran críticas adversas.
Los sentimientos que provoca son tan diversos y tan contradictorios como lo son los once cortometrajes que lo componen. La variedad de reacciones es grande, como lo es la forma cinematográfica adoptada por unos y otros. Para hablar de la película quizá sea preciso primero agrupar los contenidos. Los hay que cuentan una historia, los que evocan otros dramas en otras latitudes, los que lanzan un debate o los que se quedan en un terreno más humano.
"Once minutos, nueve segundos y una imagen"

Inventar una historia

Claude Lelouch lo hace con cierta astucia, guardando casi once minutos de silencio al contar el idilio de una sordo-muda (Emmanuelle Laborit) con un guía para sordomudos en Nueva York. El hombre parte para conducir la visita de un grupo a las Twin Towers y volverá cubierto de polvo poco después sin que la mujer haya sabido nada del drama que el público contempla en una televisión situada al fondo de la habitación.

Un poco decepcionante es la historia inventada por Sean Penn -esperábamos más de un norteamericano-, al introducirnos en el minúsculo apartamento de un viejo jubilado (Ernest Borgnine) que vive en el recuerdo de su mujer y que se sorprende de ver el sol penetrar en su apartamento cuando las torres se derrumban.

El japonés Shohei Imamura, en otras latitudes y en otra época, muestra un soldado de la Segunda Guerra Mundial de vuelta a su hogar, víctima de una forma de locura en la que se identifica con una serpiente. Una forma de condenar la guerra y de concluir con un poeta nipón "que no existe ninguna guerra santa"; en el fondo, la única alusión directa de esta obra a los acontecimientos del 11-S.
Desde la India, Mira Nair cuenta una historia verdadera ocurrida en Nueva York: la de un joven americano musulmán, desaparecido el 11 de septiembre y que la voz popular -y el FBI- sospechaba que era terrorista. Más tarde se rectificaba esta opinión, pues había muerto colaborando con los bomberos que perecieron tratando de salvar vidas humanas. Las intenciones de Mira Nair son transparentes: tratar de condenar la ola antiárabe en los Estados Unidos

Un buen número de cineastas que constatan el impacto mediático del acontecimiento atienden los dramas olvidados de sus países respectivos. Algunos de estos testimonios, como el de Ken loach, se hacen por país interpuesto y están marcados por un antiamericanismo primario. Un exiliado chileno en Inglaterra presenta la caída de Allende y su "asesinato" por la CIA (cuando todo el mundo admite hoy la realidad del suicidio), en paralelo con la acción de Bin Laden. La caída de Allende sería, pues, un simple enfrentamiento entre Allende y los americanos, eliminando así dos tercios de chilenos de la historia de su país. El bosnio Danis Tanovic evoca el drama de Srebrenica el 11 de julio de 1995 y la manifestación que las mujeres de la ciudad hacen el 11 de cada mes, también el 11 de septiembre, asociando las víctimas de su ciudad a las de las Torres.

El egipcio Youssef Chahine toma la palabra a través de un actor y dialoga con el fantasma de un Gl americano muerto en Beirut, pero en sus reflexiones aparece también el fantasma de un terrorista palestino. Una posición que, viniendo de un autor que autor que no oculta su afecto por los EEUU, y su rechazo del integrismo, traduce la angustia que la situación en Palestina produce en el mundo árabe.

Lecciones de humanismo

Del lado de Israel, también dominan los dramas locales. Amos Gitai, en un solo plano, que consume la duración completa de su filme, reproduce un atentado en plena calle de Tel Aviv. Una periodista de televisión, enviada a cubrir el atentado, deberá resignarse a no poder pasar en directo: el atentado de Nueva York tiene preferencia absoluta.

Después de tanta agitación viene bien la pantalla en negro que ofrece el mexicano Alejandro González lñárritu, sobre una banda sonora de lamentaciones de los indios chapas y de conversaciones entrecortadas de los testimonios de las victimas. El negro es solamente interrumpido por la imagen de los que se arrojaron de la Torre, así como la brevísima del desplome final.

Sin duda lo mejor de esta obra colectiva son las contribuciones del africano Idrissa Ouedraogo y de la iraní Samira Makhmalbaf. También nos hablan de las desgracias locales pero lo hacen sin agresividad. Ouedraogo nos muestra un grupo de niños, impresionados por el drama, pero impresionados también por la recompensa que los americanos ofrecen por la captura de Bin Laden, del que un sosias aparece en la película haciendo soñar a los niños con la fabulosa recompensa.

Por su parte, Samira Makhmalbaf nos da una estupenda lección de cine y también de humanismo. En la región fronteriza con Afganistán una maestra de escuela se esfuerza en hacer comprender a los niños de cinco o seis años de su clase, lo que ha pasado en Nueva York. Una tarea difícil que comienza por hacer comprender que es un rascacielos y que la maestra intenta inculcar haciendo guardar un minuto de silencio por las víctimas a sus alumnos.

Se sale de la proyección de Once minutos, nueve segundos, una imagen con una mezcla de emoción, de interés, de irritación y de decepción. Pero, en el fondo, incluso los testimonios que nos sorprenden por su parcialidad no son gratuitos, todos responden a la enorme complejidad de nuestro mundo.

Revista Nuestro Tiempo N° 580