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Recuento de la liquidación sigilosa
Cristina Losada

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Al desplegar el mapa de 2006, a modo de juego de mesa, uno puede ir saltando, sin gran esfuerzo, de desastre en desastre como de oca en oca. De aplicar el aforismo periodístico: good news, no news (las buenas noticias no son noticia), éste ha sido un año abundante y pleno de material para el tratamiento mediático, sin descartar otros posibles y hasta necesarios, como el psiquiátrico.

Con exagerada frecuencia el analista, o sea, cualquiera que intentara entender lo que aquí estaba ocurriendo, tuvo que echar mano de la interpretación de los sueños o de la adivinación. Una parte sustancial de la política se ha sumergido en la penumbra, y otra en la oscuridad absoluta. De las profundidades se ha hecho emerger viejos odios que estaban más muertos que vivos. Mientras, los escenarios no han dado abasto con tanta obra de todo género, llámense operación, sumario o proceso.

Concluida la demolición de la labor de los dos gobiernos anteriores, que era la parte fácil, le llegó al Gabinete Zapatero la hora de construir algo, cosa, naturalmente, más compleja. Como se temía, la construcción también consistiría en un derribo: el del régimen constitucional del 78. Más aún: el del Estado de Derecho. Si esta empresa es consecuencia o causa de la alianza del PSOE con los nacionalistas es algo que no está del todo claro. Pero la asociación entre ambos parecía ir más allá de la urgencia de Zapatero por contar con unas muletas para ir salvando la legislatura. El abrazo se percibía también como estratégico. Y, de hecho, como instrumento para alumbrar un nuevo sistema político.

Todo para realizar un deseo largamente acariciado por las cúpulas socialistas: evitar ese trance doloroso que es la pérdida del poder. Lo había intentado Felipe González. Ahora, el frente "todos contra el PP" que había acompañado a ZP en su ascenso se ha enriquecido con una inclusión novedosa: la de los nacionalistas terroristas, es decir, la ETA.

Los efectos de tan ambiciosos y destructivos planes no se anunciaron con trompetería a la gente, sino todo lo contrario. El camuflaje ha sido imprescindible. Y a ello se ha dedicado con especial intensidad el Gobierno. En esa rama de la acción política que es la propaganda es donde el Ejecutivo ha hecho gala no de talante, lema que no por azar desaparecería del mapa en 2006, sino de talento. No le quedaba más remedio que poner ahí lo mejor de sí mismo. Para darle esquinazo a la ley sin que se note, para aseverar que es de día cuando es de noche, para crear un híbrido de Un mundo feliz y 1984 hay que esmerarse mucho y contar, por supuesto, con una gran potencia de fuego mediático.
Ésta no le ha faltado, que en eso fueron generosos sus predecesores, de manera que sus peligrosas iniciativas políticas y los desaguisados que ha servido su gestión incompetente no han hundido su imagen. El "no pasa nada" ha sido el santo y seña de la temporada. Y el presidente lo repite sin parar: España no va bien, va de cine; aunque el cine español no pase, precisamente, por su mejor momento.

La liquidación ha de ser sigilosa, pero el silencio de los corderos no ha sido absoluto. Una parte de la sociedad española es consciente de los procesos en marcha y, como contrapunto a la deriva gubernamental y a la tibieza de la oposición, o a sus inseguridades, se ha consolidado y ampliado el movimiento cívico que había asomado en 2005.

El año 2006 sería testigo de la paradoja de un alto el fuego de ETA que significaría la resurrección política de la banda. Su momento de mayor debilidad operativa se transformaría en el de su mayor fortaleza política gracias a la decisión de Zapatero de emprender con ella una negociación política.

El proceso de paz, es decir, la componenda del Gobierno con la ETA, ha ocupado el primer plano de la escena. El propio presidente lo quiso así, despertando las expectativas de un final del terrorismo que la continuidad de los actos de violencia y de extorsión irían rebajando, al tiempo que aumentaba la sospecha, hasta convertirse en certeza, de que se trataba de una tregua pactada. La cuestión era, y sigue siendo, a cambio de qué. La respuesta, aunque incompleta, la han ido dando los hechos.

La presión sobre el poder judicial para que tuviera en cuenta las nuevas circunstancias iría in crescendo. El fiscal general, Cándido Conde-Pumpido, se destapó enseguida como brazo ejecutor de los deseos de un Gobierno que no quiere pagar el precio político de abrir la puerta a la salida de los etarras de las cárceles y a la relegalización de Batasuna y pretende que ese trabajillo lo hagan otros.

El fiscal Fungairiño fue enviado a casa, no hubo quien se atreviera a encarcelar a Otegi; y éste nos dejó una frase, la frase, cuando hubo de pasar una noche entre rejas: ¿Lo sabe el fiscal general? Las peticiones de pena para De Juana Chaos, que realizó la huelga de hambre con más calorías de la historia, y para otros miembros de la mafia etarra fueron escandalosamente rebajadas.

La domesticación de fiscales otrora "indomables" constituyó uno de los espectáculos más penosos. El juez Baltasar Garzón regresó de Estados Unidos con la voluntad de poner su granito de arena en el proceso y siguió dando permisos para que los proetarras tomaran las calles del País Vasco, amén de participar en algunos de los linchamientos que requería el guión.

Batasuna, que según el Supremo es lo mismo que ETA, ha sido relegalizada de facto. Por si no hubiera quedado claro, Patxi López, secretario general del Partido Socialista vasco, lo rubricó al reunirse en julio con dirigentes de esa formación. Fue también en verano cuando vimos a unos encapuchados etarras disparar sus armas al aire durante un tristemente célebre aquelarre batasuno.

Poco después, Francia daba cuenta de que ETA había robado en su territorio 350 pistolas, y ello justo cuando llegaba al Parlamento Europeo una propuesta del PSOE para que esta institución respaldara el proceso. La internacionalización del conflicto, exigencia antigua de la ETA, salía adelante sólo con el apoyo de la mitad de la Eurocámara. Pero el mal ya estaba hecho. La madre de Joseba Pagaza, socialista asesinado por ETA, le había escrito a Patxi López: "Dirás y harás muchas más cosas que me helarán la sangre".

Los ingresos en la cuenta etarra se harían como quien no quiere la cosa. Entre ellos, la aceptación del cambalache extraparlamentario de la "Mesa de Partidos". Y la banda no dejaba de manifestar su inequívoca voluntad de aprovechar la tregua para rearmarse.
 
La Asociación de Víctimas del Terrorismo convocó cuatro manifestaciones de repulsa del "proceso de rendición". El éxito de las mismas fue respondido por el Gobierno con operaciones de acoso y derribo. Hubo de retirarse Peces-Barba, pero se intentó defenestrar a Alcaraz. En vano. Uno de los ataques más repugnantes fue el que tomó como blanco a un discapacitado de un pueblo de Sevilla.

Los nacionalistas vieron en el Gobierno ZP la oportunidad de oro para dar un salto espectacular en su larga marcha hacia la destrucción de España. Y no se equivocaron. Ibarretxe no había logrado colar su plan el año anterior: era demasiado evidente. Pero el nuevo estatuto catalán disimulaba un poco su naturaleza y llevaba todos los sellos, incluido el del PSC. Introducía el germen que los nacionalistas han estado incubando durante decenios: el reconocimiento de Cataluña como nación.

Tal declaración fue aprobada por el Congreso, donde se constató que, si había descontentos en el PSOE, la inmensa mayoría no estaba por arriesgar nada. Si acaso, algunos se apartaron de la escena, como Bono, lo que colocaría a Rubalcaba al frente de Interior.

La definición de Cataluña como nación fue premiada con una abstención récord en el referéndum. Pero ese revés y una larga lista de desatinos no provocarían, como se esperaba, la desaparición del Tripartito, sino su renacimiento bajo la férula del apparatchik José Montilla, valedor como ministro de Industria de la opa de Gas Natural sobre Endesa, otra de las grandes operaciones fracasadas del Gobierno.

No tuvo lugar el anunciado giro al centro de Zapatero, que hubiera implicado un cambio de Esquerra por CIU.

El factor sorpresa fue, en las elecciones de noviembre, la entrada de Ciudadanos, un nuevo partido abiertamente no nacionalista, en el Parlamento autonómico catalán. Por primera vez en mucho tiempo se oyó en aquella Cámara el español.

El culebrón estatutario catalán aceleraría una carrera identitaria entre las autonomías. El PP, que se opuso al bodrio intervencionista en Cataluña, optó por el posibilismo en Andalucía y aprobó un texto que apela a un manifiesto andalucista en donde se define a aquélla como "realidad nacional". Acosado por el Gobierno y sus socios, tildado de extrema derecha o derecha extrema, perseguido violentamente durante la campaña electoral catalana, el PP afrontó con desigual firmeza y fortuna la operación montada para excluirlo del sistema, o para crear un sistema que lo excluya.

El 2006 fue solemnemente proclamado Año de la Memoria Histórica. Se trataba de poner el broche a una campaña de instrumentalización política de la historia. Sin embargo, la ley destinada a servir de guinda del pastel no pudo aprobarse, y con dificultades, hasta finales de año. Fue otra de las operaciones que causó efectos no previstos por sus iniciadores, entre ellos la guerra de las esquelas, que se libraría en las páginas de los periódicos.

Fue también en los periódicos, bueno, en dos de ellos, El Mundo y Libertad Digital, donde siguieron publicándose revelaciones sobre la masacre del 11-M que desmontaron las piezas que componían la versión oficial. Se descubrió que se había falsificado un informe, el del ácido bórico, para eliminar cualquier referencia a ETA en relación con el 11-M, y Garzón se ocupó de empapelar a unos inocentes. No mucho después haría lo mismo el juez Del Olmo con dos policías, por hablar con periodistas de El Mundo.

El PP osciló entre la demanda de investigación y el carpetazo, recomendado por dirigentes como Gallardón. Pero surgiría una iniciativa ciudadana en torno al blog de Luis del Pino en LD. Los Peones Negros empezaron a convocar concentraciones todos los días 11 de cada mes en decenas de ciudades españolas para demandar la verdad que sigue oculta.

Si el equipo de gobierno de ZP parecía endeble en sus primeros tiempos, en 2006 quedó retratada su ineptitud. La regularización de inmigrantes, alegremente acometida, redobló el tráfico de seres humanos y produjo una marea de cayucos, además de otras riadas menos visibles. Los incendios de todos los veranos causaron en Galicia unos estragos sin precedentes, que se trataron de esconder bajo la invención de unas tramas que apuntaban, naturalmente, al PP.

"La culpa es del PP" siguió siendo el motto preferido del Gobierno. Dieron también la medida de su capacidad gestora la toma del aeropuerto del Prat por unos huelguistas, la quiebra y suspensión de actividades de Air Madrid, con miles de personas empantanadas en Navidades, y la alarma suscitada por las nuevas formas de delincuencia. En cambio, se han mostrado capaces para las artes del encubrimiento y la contraprogramación. Las operaciones de Afinsa y, sobre todo, las lanzadas contra la corrupción urbanística han servido para desviar la atención y para preparar las próximas batallas electorales.

En el año que termina hemos vuelto a comprobar que está en el poder la progresía, y una no especialmente cultivada ni dotada de originalidad, que ha importado, con décadas de retraso, los dogmas de la corrección política de los Estados Unidos. El 2006 se despertó con la Ley Antitabaco, una de las leyes intervencionistas que se irían sacando como sucedáneos de una política de izquierdas ya imposible. La enseñanza quedó lista para sentencia con una nueva ley que no corrige los vicios de la Logse e implanta una asignatura de adoctrinamiento. El envoltorio feminista del Gobierno, tras la publicitada e inútil Ley contra la Violencia de Género, se desplegaría este año en gestos como el carnaval de Maputo y en una Ley de Igualdad que se centra, como manda la nueva ortodoxia, en las cuotas. Y el rancio anticlericalismo, so capa de laicismo, volvió a asomar las orejas.

Pese a tan negativo balance, el Gobierno aguanta mal que bien en las encuestas. La realidad es una cosa, y la percepción que de ella se tenga otra. El invierno mediático ha dado sus previsibles frutos; para entenderlo, conviene leer De la noche a la mañana, el más reciente libro de Federico Jiménez Losantos, que cuenta la historia de la COPE... y muchas cosas más.

Es cierto que los sondeos muestran una desconfianza creciente, un malestar con una situación política que Rosa Díez ha calificado de "encanallada". Se barajaba, ante tanta incertidumbre, la posibilidad de un adelanto electoral. Sólo si al Gobierno no le quedara otra. En cualquier caso, como suele decirse, todo lo que está mal aún puede empeorar.
 
Libertad Digital, suplemento Fin de año, 26 de diciembre de 2006.