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La lucha de una mujer contra la esclavitud sexual en Camboya

Tras la guerra Camboya se ha convertido en un centro de tráfico sexual. Una esclavitud contra la que lucha una mujer que consiguió salir de este infierno.

Es un día de fiesta en este centro de acogida que se encuentra en la provincia de Kampong Cham. Somaly Mam es una heroína para todas sus residentes. Les ha salvado de familias incestuosas y de redes de prostitución.

“Esta es una de las niñas de la que os he hablado, que fue vendida en un burdel. Era violada todos los días, porque su madre la metió en la prostitución”, cuenta Somaly Mam. Son víctimas de las creencias locales y del turismo sexual. Las víctimas de las redes de prostitución son cada vez más jóvenes.

“Hoy encontramos niñas de tres años en un burdel, tienen tres años y han sido violadas. En la tradición asiática se dice que si te acuestas con niñas vírgenes eso te proporciona juventud, te blanquea la piel, te da suerte. Y existe otra creencia. Que si eres seropositivo, si tienes SIDA, y te acuestas con una niña virgen, te curas. Lo más difícil para mí es ver clientes extranjeros, que son blancos, que tienen una educación, con niñas pequeñas”.

Desde hace más de 20 años Somaly Man trabaja muy duro para dar una segunda vida a estas pequeñas. A la cabeza de su asociación, la AFESIP, se ha convertido en un símbolo de la lucha contra la esclavitud sexual en el sudeste asiático. Un infierno del que ella consiguió escapar.

Fue vendida cuando tenía 12 años y vivió durante más de diez en los burdeles camboyanos.
Violaciones colectivas, tortura, humillaciones… son experiencias muy dolorosas que son el motor de su lucha.

“No se necesita más de cinco minutos para salvar a una niña de un burdel. Pero después de esos cinco minutos ¿qué haces? Haces todo para que ella se vuelva, quizás no todo lo normal que quisieras, pero para que tenga confianza en sí misma, que tenga valor. Y eso lleva tiempo, tiempo, tiempo. Por eso digo que las heridas exteriores se pueden operar, pero para las heridas interiores se necesita amor. Hay que tener paciencia, comprensión. Y estamos aquí para curarlas”.

Sina Vann es una de las jóvenes que Somaly Mam rescató de la esclavitud sexual en la que se hallaba inmersa desde que llegó de Vietnam, con 13 años.

Ella se encarga del equipo de antiguas víctimas que se han unido al trabajo de la AFESIP.
Visitan regularmente a las prostitutas para aconsejarlas y ayudarlas. Muchas mujeres no encuentran otra forma de vivir que no sea en el barrio rojo de la capital.

Todas ellas han pasado su adolescencia en manos de traficantes. Sina explica lo que ha vivido:

“Estoy impactada. Yo tengo muchas cicatrices, muchas y ella dice que también tiene. Yo no podía conseguir muchos clientes… solo tenía doce, trece años. ¿Qué hago con los clientes, muchos clientes? Sufría mucho. Si no consigues 20 clientes no tienes para comer. Ellos vienen y te pegan, te asustan, te meten miedo y cuando tienes miedo haces lo que sea. Conozco a todas las chicas y sé lo mucho que sufren”.

Fue en uno de estos centros de rehabilitación de la AFESIP en donde Sina volvió a encontrar las ganas de vivir.

El trabajo de Somaly Mam ha permitido a miles de chicas jóvenes como ella escapar del comercio sexual, que explota a cerca de 40.000 mujeres y niños en Camboya.

Una batalla por la que sufre amenazas y ataques regularmente y en la que se juega la vida. La han intentado matar varias veces.
“¿Quién trafica con mujeres y niños? Los que tienen mucho dinero. Y, ¿quién tiene mucho dinero? El dinero lo da el poder, habría que investigar por ahí… Hay cosas de las que puedo hablar y otras de las que no. Hay una expresión en jemer que quiere decir: si quieres vivir, tienes que callar. Si has sido violada, te han pegado, no puedes hablar. Si quieres vivir te tienes que callar. Yo quiero vivir, pero a mí mi vida no me importa. Lo que me importa son las vidas que están detrás de mí”.
Hay veces que Somaly ha pasado por periodos de desánimo, aunque no hay nada que la haga abandonar a las que llama sus niñas.

“Hace algún tiempo nos quedamos sin dinero. Los fondos se cortaron y no nos quedaba nada. Yo pensé que si tenía que volver a los burdeles, porque no sé hacer nada más que eso, para salvar a mis niñas, lo haría. Lo haría. No quiero que ellas tengan que volver allí, no quiero.

Es demasiado sufrimiento para un niño que ha sido rescatado volver a un burdel. Cuando ya ha conseguido sonreír… es demasiado. Si pudiera sufrir por ellos lo haría, y lo hago todavía”.

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Lek, una adolescente que fue vendida para prostituirse y que ahora es monja católica Lek acababa de cumplir catorce años cuando llegaron a su casa de Bangkok. Hablaron con su padre y llegaron a un acuerdo: le darían mil dólares para que Lek les acompañase hasta la capital donde le enseñarían un «oficio». 

Mónica Vázquez  

Era un buen pacto para una familia que vive en una de las zonas más pobres de Tailandia. Pero cuando llegó a Bangkok se dio cuenta de que no existía ese trabajo. Sola en una ciudad de 8 millones de habitantes, sin conocer el idioma, pues hablaba un dialecto, y con su familia a miles de kilómetros, Lek era obligada a prostituirse.

Pero Lek no se resignó a su destino. Su hermana, que se encontraba en el centro de formación profesional católico «Baan Marina», dirigido por las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús y María, se convirtió en su única posibilidad de salvación. No sin dificultades, se puso en contacto con ella, quien contó a las hermanas su situación.

La única manera de salir de la prostitución pasaba por devolver la cantidad que habían dado por ella a su familia, más los gastos que había ocasionado por el alquiler de la habitación donde dormía y otras cantidades en concepto de manutención. Una «deuda» imposible de satisfacer con su escaso «salario» como prostituta.

Las Misioneras lograron pagar esa cantidad y consiguieron la libertad para Lek, que ingresó en la casa de «Baan Marina», donde, ahora sí, podría aprender un oficio, en este caso de modista. Con ella hicieron una pequeña excepción, pues todavía no había cumplido los quince años que las hermanas piden para el resto de las chicas.

Descubrir la vocación

Los seis años que Lek pasó en el centro le sirvieron para aprender corte y confección, pero también recibió una formación integral en otros aspectos como los derechos humanos, la autoestima o los primeros auxilios. Pero lo que más cambió su vida fue el conocer una fe distinta a la budista que ella profesaba.

Una fe en Cristo, que había movido a las hermanas a ayudarla a ella y a otras muchas chicas .Le llamó la atención el trabajo y la dedicación de las Misioneras y decidió bautizarse. Durante un tiempo colaboró con las hermanas como profesora y también como catequista de otras chicas que se convertían al catolicismo. Pero su inquietud fue más lejos,y le llevó a conocer diferentes órdenes religiosas católicas hasta que encontró la que más encajaba con su carisma.

Hoy, más de veinte años después de aquella experiencia de infierno en Bangkok, es feliz en esta orden, que las Misioneras no han querido revelar para preservar su intimidad. No guarda rencor a su familia, sabe que, como ella, fueron engañados. Reza por ellos. El caso de Lek es uno de los más llamativos porque reúne una buena parte de los problemas que en estos momentos sufren las mujeres tailandesas. A la lacra de la prostitución, que afecta a más de 50.000 niñas menores de 15 años, se suma el fantasma del sida, la principal causa de mortalidad en el país, y el consumo y tráfico de drogas.

La labor de «Baan Marina»

La promoción de las jóvenes más desfavorecidas que evite historias como la de Lek, llevó hace treinta y ocho años a la creación del hogar «Baan Marina» (casa de María) en la ciudad de Chiang Mai, al norte de Tailandia. Más de dos mil jóvenes, provenientes de ambientes rurales y pobres, han obtenido formación y empleo como modistas gracias a la labor de las Misioneras de Sagrado Corazón de Jesús y María que regentan este centro.

«Estamos realizando una verdadera promoción integral y de evangelización de todas estas jóvenes que pertenecen a distintas creencias religiosas», comenta una de las religiosas. En la primera fase del proyecto, que dura dos años, las jóvenes reciben formación académica correspondiente a la enseñanza primaria tailandesa y además se les da una formación específica en patronaje y confección, para que al finalizar sus estudios puedan ser contratadas por las empresas textiles de la ciudad o crear ellas mismas cooperativas.

En la segunda fase, las jóvenes obtienen un trabajo en una de estas empresas, donde adquieren experiencia laboral. Durante este tiempo siguen vinculadas con «Baan Marina» que les asesora jurídicamente y evita cualquier abuso por parte de los empresarios, más comunes en su caso por ser mujeres y pertenecientes a minorías étnicas.

Actualizado 9 agosto 2011   
religionenlibertad.com