Imprimir
Violencia en crecimiento
Mario De Gasperín

Sorprende, en primer lugar, el crecimiento de la violencia tanto en amplitud, a lo largo y ancho del país, como en intensidad, pues los actos violentos son cada vez más crueles, inhumanos y despiadados. El deterioro moral es universal: crecen las estadísticas; e intensivo: se apodera cada vez más del corazón del mexicano. Somos cada día más crueles, disfrazando la violencia en la clínica (abortos, píldoras) como salud reproductiva, en la calle como lucha ante bandas rivales, o gozando de la guerra “preventiva” como espectáculo televisivo. 

 La violencia toca no sólo a sus víctimas y sus familias, sino a toda la sociedad. Hay un repliegue general de la ciudadanía, la deba o no la deba, hacia lugares que pueden brindarle protección: encerrarse en su hogar, no dejar salir a sus hijos, reducir las horas de paseo, adoptar medidas de protección: rejas, cámaras, policías privados, etcétera. Se respira un clima de miedo, y el miedo es paralizador. Todos, de alguna manera, somos víctimas de los violentos. Nadie escapa del fenómeno, que produce también dinero: Los fraccionamientos cerrados adquieren plusvalía, se venden más alarmas, se contrata seguridad privada y crece la industria del blindaje, etcétera. 

Hay una violencia “espectacular”: la de los asesinatos en masa, en grupo, con crueldad y de formas humillantes: decapitados, desnudos, con letreros ofensivos, etcétera, a los que los noticieros de la televisión  reservan espacios de preferencia. Llevan las estadísticas y comparan cifras para ver quién lleva la primacía. Los medios masivos pretenden informar con “objetividad”, cuando lo que están haciendo es generar miedo y darle publicidad. ¿Cuántos asesinatos ve un niño en su hogar? Además, están generando un cambio cultural degradado, con valores ficticios, que tiene como fin el éxito fácil, la posesión sin límites, la ciencia sin ética, el placer sin responsabilidad y cuyos productos estrella son el sexo y la violencia. 

Esta violencia espectacular sirve también para ocultar la otra violencia, la cotidiana, la de todos los días, que es múltiple y variopinta: abortos y agresiones en familia a niños, a mujeres y ancianos; violencia vecinal con ruidos y altavoces; violencia burocrática y de malos servicios en el transporte público e institutos de salud; violencia estructural de pobreza, desnutrición, discriminación, etcétera. Esta violencia, que siempre ha estado allí, como el dinosaurio del cuento, y que no se ha atendido, ahora se pretende olvidar o maquillar. Cada quien busca defenderse como puede y los débiles siguen en el desamparo total. Pensar en los hermanos migrantes o en las cárceles del país. 

Esta violencia es propiciada por la violencia verbal de las palabras ofensivas, del vocabulario de doble sentido y alburero; del manejo agresivo de la imagen, de la manipulación de los hechos, de los programas vulgares y anuncios de  mal gusto, del uso pobrísimo del idioma en la televisión y en la radio. La vulgaridad campea no sólo en telenovelas, canciones, narco-corridos y palenques, sino en los más altos y nobles recintos de la nación. La vulgaridad es moneda corriente y nadie dice nada; goza de cabal impunidad. Jesús la condena con vigor (ver Mateo 5, 21-26) y está vedada a sus discípulos. La violencia verbal es una burla grotesca de la libertad de expresión.  

 Sorprende que la respuesta que se da a este fenómeno de la macroviolencia es toda en lenguaje bélico: lucha, combate, mano dura contra el crimen, guerra al narcotráfico, endurecimiento de las penas, se especializan guardias y se llega a solicitar la pena de muerte. Se solicita más gasto para la seguridad, es decir, para la represión. En una palabra, se habla de violencia contra la violencia. Violencia en espiral ascendente. En el llamado estado de derecho de una democracia, el uso de la violencia se reserva al Estado, y sólo a él, con severas condiciones: El respeto irrestricto a los derechos humanos. Ahora parece que se ha generalizado la recurrencia a la fuerza. La ciudadanía no parece contar para la solución, sólo pone las víctimas; además, no sabe cómo, porque nunca ha sido educada para participar. En las demandas populares se antepone la seguridad a la salud, a la alimentación y a la misma educación. 

Zenit.org