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La inestabilidad matrimonial agrava la brecha social en Estados Unidos

La desafección hacia el matrimonio se observa en muchos países de Occidente, pero no entre todos los sectores sociales. En América, casarse sigue siendo la manera más normal de fundar una familia entre personas con estudios universitarios y buenos ingresos, mientras que en los niveles socioeconómicos inferiores es más habitual eludir el compromiso matrimonial. Estos están más expuestos a que se hunda su unión, y por lo tanto perciben el matrimonio como una institución menos atractiva.

 

 

Aceprensa, 29-XII-2010 

 

Un informe que se acaba de publicar muestra que el declive del matrimonio que se da en Estados Unidos está afectando a la base del orden social: la clase media. El informe, titulado When Marriage Disappears: The Retreat from Marriage in Middle America (“Cuando desaparece el matrimonio: el alejamiento del matrimonio por parte de la clase media norteamericana) es un trabajo conjunto del National Marriage Project de la Universidad de Virginia y del Institute for American Values.

La investigación, desarrollada por W. Bradford Wilcox y Elizabeth Marquardt, observa que en la clase acomodada el matrimonio es más estable y parece estar fortaleciéndose. Entre los desfavorecidos, el matrimonio sigue mostrándose frágil. Pero la tendencia más reciente y de mayor importancia es que la institución matrimonial está debilitándose en la clase media. Entre los estadounidenses de clase media, definidos a los efectos del informe como quienes poseen un diploma de enseñanza secundaria pero carecen de una titulación universitaria, las tasas de maternidad fuera del matrimonio y las de divorcios están creciendo.

Este conjunto “moderadamente educado” de la clase media constituye un 58% de la población adulta. Aquellos con formación universitaria suman el 30%. El restante 12% son los que no terminaron la secundaria.

Línea divisoria

El informe descubre que el matrimonio se está convirtiendo en los Estados Unidos en una línea divisoria entre los de nivel educativo intermedio y quienes poseen título universitario.

Aunque el matrimonio sigue siendo apreciado, se ha reducido la probabilidad de que los norteamericanos con educación secundaria formen matrimonios sólidos, mientras que entre sus compatriotas que han cursado estudios superiores se produce el fenómeno contrario.

Los que se declaran felices en su matrimonio son el 69% de los adultos casados que han cursado educación superior, pero sólo el 57% de los del nivel educativo inmediatamente inferior y el 52% de quienes tienen educación elemental.

Matrimonios más frágiles

También las tasas de divorcio han subido entre los estadounidenses con educación de grado medio, mientras que han descendido entre los de estudios superiores.

Entre los años setenta y los noventa, la probabilidad de divorcio o separación en los diez primeros años de matrimonio decreció entre los más instruidos (bajando del 15 al 11%); subió un poco entre los que habían completado la enseñanza media (del 36% al 37%), y también disminuyó entre los menos instruidos académicamente (del 46% al 36%).

En consecuencia, el porcentaje de adultos con una educación media que permanecían casados en su primer matrimonio cayó del 73% de los años 70 hasta el 45% de la última década. En el mismo periodo, la caída fue de 17 puntos entre los adultos con estudios universitarios y de 28 puntos entre los adultos con pocos estudios.

Es cada vez más probable que los norteamericanos con estudios medios convivan en una unión de hecho en vez de casarse. Desde 1988 hasta ahora, el porcentaje de mujeres de 25-44 años que habían vivido en estas uniones subió 29 puntos en las de estudios medios, 24 puntos entre las de pocos estudios, y 15 puntos entre las que tenían estudios universitarios

Hijos nacidos fuera del matrimonio

Tener hijos sin estar casados es mucho más probable entre los de niveles medios de educación que entre quienes poseen titulación superior.

A principios de los 80, solo el 2% de los niños de madres con educación superior venían al mundo fuera del matrimonio, frente al 13% de los nacidos de madres con educación media, y el 33% de los hijos cuyas madres tenían el nivel educativo más bajo. A finales de la primera década del siglo XXI, el porcentaje de niños nacidos fuera del matrimonio para las madres con estudios universitarios era del 6%. Los otros dos grupos experimentaron un acusado aumento, hasta el 44% para las madres con una educación media, y hasta el 54% para aquellas con pocos estudios.

Igualmente es más probable que antes que los hijos de padres con educación superior vivan con sus dos progenitores, mientras que en familias cuyos padres tienen estudios medios la probabilidad es mucho menor.

El aumento de divorcios y la crianza de los hijos fuera del matrimonio, en las comunidades de clase media y baja, ha dado como resultado que cada vez más niños de dichas comunidades vivan en hogares en los que no están sus padres biológicos o acaben viviendo en hogares de adopción.

Como dato concreto, el porcentaje de muchachas de 14 años de madres con titulación universitaria y que viven con sus dos padres se mantiene en un 81% en la primera década de este siglo, pero la proporción de jóvenes de esa misma edad que son hijas de madres con educación media y que viven en idénticas condiciones se ha visto reducida al 58%. Y el porcentaje de las muchachas de idéntica edad que vivían con ambos progenitores del nivel de instrucción más bajo, descendió del 65% al 52%.

Se aleja el “sueño americano”

El informe detecta tres cambios culturales que han jugado un papel decisivo en el debilitamiento del matrimonio entre los norteamericanos de clase media.

El primero es una actitud más permisiva en la concepción del matrimonio. El segundo, consecuencia del anterior, es una mayor probabilidad de que estos norteamericanos adopten comportamientos –un número mayor de parejas sexuales y más infidelidad matrimonial– que pongan en peligro sus perspectivas matrimoniales. El tercer cambio cultural es que los norteamericanos con una educación media cada vez son más reticentes a abrazar valores tradicionales como posponer la gratificación o centrarse en la educación. El informe anota después la influencia de algunos otros cambios, como el descenso de la práctica religiosa y la mayor aspiración a encontrar un “alma gemela”, lo que hace que el nivel exigido para casarse sea más elevado que antes.

En general, concluye el informe, “la vida familiar de los estadounidenses con educación de grado medio se asemeja cada vez más a la de los que no completaron dicho ciclo, y que con excesiva frecuencia se ven agobiados por problemas económicos, conflictos de pareja, maternidad en solitario e hijos problemáticos.”

El arrinconamiento actual del matrimonio entre las personas de educación media está poniendo el “sueño americano” fuera del alcance de muchos, advierte el informe. “Hace más difícil la vida de las madres y aleja cada vez más a los padres de las familias. Incrementa las probabilidades de que sus hijos sufran fracaso escolar en la educación secundaria, acaben teniendo problemas de delincuencia, haya más embarazos de adolescentes entre ellos o acaben tomando la senda equivocada de algún otro modo. A medida que el matrimonio –un estado al que antiguamente todos podían aspirar– se convierte cada vez más en terreno acotado de la clase acomodada, crece la brecha social y cultural.”

 

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La inestabilidad familiar, un lastre para la igualdad 

 

 

Aceprensa
7-IX-2010

 

En los años 60 del pasado siglo, en Estados Unidos estaban frescas las victorias del movimiento pro derechos civiles. La discriminación racial se batía en retirada. La igualdad entre blancos y negros –una igualdad no solo de oportunidades sino de resultados– parecía al alcance de la mano.

En ese clima cultural, Daniel Patrick Moynihan, un funcionario del Departamento de Trabajo en la Administración Johnson, escribió en 1965 un informe que iba a convertirse en centro de furiosas polémicas, y que todavía se recuerda 45 años después. El informe, titulado The Negro Family: The Case for National Action, advertía el peligro que suponía para el avance de la igualdad la inestabilidad de la vida familiar en las comunidades negras.

Subrayaba que los nacimientos fuera del matrimonio habían crecido hasta el 23,6% en 1963 (mientras que entre los blancos era solo del 3%.). Hacía notar que aunque el desempleo estaba bajando, las familias negras que vivían del welfare (asistencia pública) aumentaba. En estas familias había niños a cargo de un solo adulto, generalmente la madre. “El centro del enredo de la patología es la debilidad de la estructura familiar”, escribía Moynihan. “Una comunidad que permite que un gran número de varones crezcan en familias rotas, dominadas por mujeres, sin llegar a adquirir nunca una relación estable con la autoridad masculina, sin tener unas expectativas racionales sobre el futuro, es una comunidad que se dirige al caos”.

Moynihan, entonces de 38 años, pertenecía al partido demócrata, era lo que en América se llama un liberal, partidario de un mayor intervencionismo del Estado. De hecho, en su diagnóstico proponía aumentar el empleo público para varones negros.

Un informe mal recibido

Pero su visión contra corriente no le fue perdonada. Para los políticamente correctos de la época, no podía haber más causa del atraso de la población negra que la discriminación racial. Así que Moynihan fue acusado de ser un racista, por minusvalorar el papel de la discriminación. Se le reprochó que “culpaba a la víctima”, al atribuir en parte su situación a factores culturales. Además, ¿por qué había de ser mejor la familia de dos padres que la que está a cargo de una madre sola? Todavía no se hablaba tanto de modelos alternativos de familia, pero ya estaba presente la idea de que la familia tradicional “blanca” no era mejor que otras.

Moynihan fue descalificado entonces con argumentos ad hominem más que con ideas. Pero era un hombre suficientemente brillante como para no perecer en la tormenta. Luego fue profesor en Harvard, embajador en Naciones Unidas con Gerald Ford, y senador durante cuatro mandatos. Pero su nombre está siempre unido a su célebre y clarividente informe de 1965.

45 años después

Las tesis y la recepción del informe Moynihan han sido analizadas en el reciente libro Freedom is not Enough, de James T. Patterson, profesor emérito de historia en la Brown University. Si Moynihan proponía como objetivo nacional “el establecimiento de una estructura estable en las familias negras”, al cabo de 45 años hay que reconocer que no se ha conseguido. La tasa de nacimientos extramatrimoniales entre estas familias ha crecido hasta el 72,3% en 2008, aunque también hay que reconocer que la media nacional ha subido hasta un 40,6%.

Y la inestabilidad familiar es un obstáculo más para la igualdad. Patterson recuerda que actualmente un tercio de los niños negros viven bajo el umbral de pobreza, más de un millón de hombres negros están en la cárcel, los adolescentes negros tienen un retraso de tres años en habilidad lectora respecto a sus compañeros blancos, y sigue habiendo guetos negros en docenas de grandes ciudades.

Superar todo esto requerirá mucho tiempo. Lo que está claro, dice Patterson, es que el intencionado olvido de la cuestión familiar en las políticas pro igualdad fue un desastre para la comunidad afroamericana. Los que en nombre de la no discriminación prefirieron no evocar el tema, les hicieron un flaco favor. Igual que después se consideraron poco progresistas los estudios de sociólogos que advirtieron de los límites de la integración racial en la escuela, de los efectos que la violencia entre los jóvenes negros tendría en la remodelación de los barrios, o de que los programas de acción afirmativa podían desacreditar a sus beneficiarios.

La experiencia del informe Moynihan muestra que en nombre de lo políticamente correcto del momento se puede censurar la investigación que va contra corriente; pero la realidad social siempre acaba pasando factura.


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