Por Hugo Saúl Ramírez García  
                                      Catedrático de la   Facultad de Derecho de la Universidad Panamericana  
                                       
                                       
                                      Resumen  
                                       
                                      La adopción de las nuevas  tecnologías exportadas por los países en vías de desarrollo requiere un  discernimiento de los supuestos prácticos asociados a su empleo. En estas  páginas se examina en especial la diferencia entre praxis y poíesis, sin la  cual solo hay utilitarismo, la discriminación entre los beneficiados por el  desarrollo y la mayor parte de la población abandonada a su suerte y la  posposición de las capacidades afectivas y el autodominio de la persona cuando  se privilegian en exclusiva las capacidades productivas.  
                                       
                                      1.  Introducción  
                                       
                                      La investigación realizada con células troncales, o Stem Cells, aparece hoy en  día como una de las líneas de trabajo biomédico más prometedoras; con ella se  pretende desarrollar novedosas estrategias clínicas que, aprovechando la  capacidad de tales células para originar los tipos específicos de tejido  humano, intentan dar una respuesta médica a padecimientos y disfunciones  congénitas, degenerativas e incluso causadas por traumatismos, a través de un  sofisticado procedimiento biotecnológico conocido como «terapia celular por  reemplazo». Como resultado de varios estudios, se ha comprobado que las células  troncales, también llamadas células madre, necesarias para llevar a cabo la  terapia celular por reemplazo, tienen distintos orígenes: entre otros, pueden  obtenerse del embrión humano en la etapa de blastocisto, de las células  germinales primordiales del saco vitelino del embrión, e incluso de varios  tejidos del cuerpo adulto, especialmente de la médula ósea.  
                                       
                                      A pesar de los inéditos resultados médicos que de estas investigaciones se  espera, su desarrollo implica serias dudas de naturaleza ética,  fundamentalmente cuando se emplean células madre embrionarias (Embrionic Stem  Cells), cuyo aislamiento supone necesariamente la destrucción del embrión.  Estrechamente asociada a esta última línea de investigación, ha sido colocada  la denominada «clonación humana terapéutica» como una técnica a partir de la  cual puedan obtenerse células madre embrionarias con un antecedente genético  conocido, que se esperan más útiles para realizar transplantes con un alto  índice de compatibilidad.  
                                       
                                      No obstante los evidentes daños y el sentido utilitario que despliegan ambas  técnicas, han sido defendidas con apoyo en argumentos que intentan situar en el  campo de la poiesis, los únicos criterios para diferenciar y elegir los  derroteros de la biotecnología. A esto deben sumarse los intereses ya  involucrados, sobre todo los de naturaleza económica que, bajo el estandarte  del progreso científico, intentan imponer determinadas metodologías patentables  o incluso ya patentadas, a fin de lograr el máximo rendimiento industrial,  aplicando dogmáticamente un imperativo tecnológico para el cual aquello que es  técnicamente posible, debe ensayarse. En la medida en que la discusión  suscitada por la investigación con células troncales se enfoca, a final de  cuentas, en la opción entre la ética o la lógica utilitaria como fuente para  guiar la convivencia social, empelando palabras de Vicente Franch, estamos, sin  duda, frente a una decisión en la que habría de esperar no solamente la  participación de voces provenientes de algunas regiones donde, e el corto  plazo, fácticamente pueden ser puestas en marcha esas biotecnologías  ambivalentes. Sin embargo, es igualmente necesario reconocer que tal apertura a  la participación está de alguna manera diferenciada: si bien es cierto que la  lógica general de los argumentos en pugna es similar, los conceptos  involucrados en cada discurso pueden ser empleados en diferentes formas,  dependiendo del contexto de que se trate. Dicho de otra manera, a la par que se  identifica la necesidad de un debate global sobre las implicaciones éticas de  la investigación con células troncales, la manera concreta de participación en  él será sensiblemente diversa: en los países del Norte, donde se produce la  tecnología en cuestión, se nota una mayor presencia de argumentos emotivistas,  así como de criterios que buscan asegurar un lugar en la vanguardia dentro del  campo biotecnológico; en cambio, los países del Sur, receptores de la  tecnología a través de la transferencia unidireccional, están influidos  hondamente por los efectos ideológicos de la teoría de la modernización,  fundamentalmente por el concepto de desarrollo como progreso unívoco, lineal e  irreversible.  
                                       
                                      Considerando lo anterior el presente capítulo tendrá como objetivo central  ofrecer un repaso panorámico de las dos opciones en pugna por situarse como  paradigma de la contribución desde el Sur a las actuales discusiones en materia  de Bioética.  
                                       
                                      2. Dilemas  bioéticos para el Sur: el caso mexicano ante la clonación humana  
                                       
                                      Desde finales del año 2002 se ha  suscitado en México un intenso debate bioético; su objeto directo se encuentra  en las discusiones parlamentarias en torno a la regulación jurídica de la  clonación humana.  
                                       
                                      Como es de esperar, el rumbo que siga este procedimiento legislativo  determinará la tendencia general de la regulación jurídica de la biotecnología  en este país. Concretamente, el debate está animado por dos iniciativas de  reforma legislativa que pretenden modificar y añadir algunos artículos en la Ley General de Salud.  Una de ellas, impulsada por el Partido Acción Nacional, tiene por objeto  establecer un estatuto jurídico en donde fuera explícita la ilicitud de toda  forma de clonación humana.  
                                       
                                      En oposición a la ésta moción, el Partido Verde Ecologista de México propuso un  nuevo proyecto que incluye solo la prohibición limitada de la clonación humana,  dependiendo de una determinación técnica llevada a cabo por un organismo  público. Las diferencias más relevantes entre las dos iniciativas pueden  sintetizarse en los criterios que caracterizan al control horizontal y  vertical, según terminología empleada por Daniel Borrillo, en tanto que  modalidades de la intervención pública sobre las innovaciones tecnológicas,  concretamente las vinculadas a las Biociencias. La iniciativa de prohibición  amplia del Partido Acción Nacional correspondería a un control horizontal en la  medida en que abarca un género de técnicas y procedimientos reunidos por un  denominador común, y que por lo tanto, deben ser regulados análogamente. Por su  parte, el proyecto del Partido Verde Ecologista de México propone un control  vertical donde se ensaya la distinción conceptual entre el procedimiento el  producto, de tal manera que resulte lógico un tratamiento axiológico y jurídico  desigual, donde algunos resultados u obtenciones del procedimiento técnico de  la clonación humana sean declarados ilícitos, mientras que otros no.  
                                       
                                      Estaríamos frente a una forma de regulación ampliamente aplicada por la  industria farmacéutica durante la segunda mitad del siglo XX, denominada  también como procedimiento de «una puerta, una llave/ one door, one key». Como  queda evidenciado a través de la comparación de las propuestas legislativas en  materia de clonación humana, el debate bioético que tiene lugar en México es  paradigmático de un país receptor de tecnología, de un país del Sur: refleja la  disputa entre dos posturas divergentes, a saber, aquella que se apoya en la  convicción de que el desarrollo de la sociedad está de alguna manera  subordinado a los avances tecnológicos, y en este sentido exige, como requisito  indispensable para un país como México, sopesar las decisiones bioéticas tomando  siempre en cuenta, y de manera prominente, la utilidad material del progreso  técnico. Y en oposición a la anterior, un conjunto de propuestas que intentan  disminuir la influencia de los presupuestos tecnocráticos, sobre todo siguiendo  una estrategia dirigida a la recuperación de sentido en la interpretación del  desarrollo, y ello con el objeto de alcanzar una participación auténtica y  autorizada en materia de Bioética, destacando el respeto irrestricto a la  persona como el fundamento más sólido y adecuado para resolver los nuevos  problemas asociados a las biotecnologías.  
                                       
                                      3.  Desarrollismo e imperativo tecnológico: la postura se Suman Sahai y la Bioética  liberal-utilitarista  
                                       
                                      Tal y como fue puesto de relieve en el apartado anterior, puede señalarse que  la discusión en torno a la participación válida del Sur en los debates  bioéticos está asociada muy estrechamente a la interpretación que suscite la  idea de desarrollo, un concepto clave para comprender el desempeño de las  sociedades contemporáneas. A este respecto, una de las posturas mismo, en tanto  que necesidad histórica de progreso material, impone las condiciones de la  reflexión en torno a la tecnología en general y a la biotecnología en  particular. Se trata de una postura enmarcada en la ideología desarrollista, en  la medida en que no solamente afirma la identificación del progreso humano con  la expansión de las capacidades productivas que signifiquen un mayor bienestar,  sino que además admite como cierta la existencia de diferencias de excelencia colectiva  dentro de esos mismos parámetros materiales, gracias a las cuales puede  suponerse que los caminos ha transitar desde una situación de menor, hacia otra  de mayor desarrollo y bienestar, son siempre los mismos. Suman Sahai representa  esta opinión llegando a negar la universalidad de la reflexión bioética: ésta  corresponde a regiones y países que han consolidado una situación de bienestar  material y prosperidad.  
                                       
                                      El principal argumento de Sahai descansa en el convencimiento de que la  reflexión ética en torno a la tecnología es válida una vez que la racionalidad  instrumental ha optimizado su empleo; esto es, cuando ya no es posible esperar  expansiones hondas y sustanciales en las circunstancias materiales de una  sociedad, vinculadas en términos causales al desarrollo tecnológico. En efecto,  según esta autora, las preocupaciones y objeciones éticas acerca de la  biotecnología, guardan cierta lógica con el contexto y situación económica de  la sociedad que las sustentan: sólo cuando ésta cuenta con determinadas  condiciones materiales que con toda seguridad no podrán ser mejoradas  significativamente a través de la innovación tecnológica stricto sensu.  
                                       
                                      Dicho en clave historicista, el estado de desarrollo de determinadas sociedades  hace oportuna la reflexión bioética, o en general, el ejercicio de la razón  práctica en torno a la producción y empleo de nuevas tecnologías, como pueden  ser las que se agrupan en el ámbito de las ciencias de la vida. Lo anterior  pone de manifiesto cómo para esta postura la situación de los países en vías de  desarrollo refuerza las exigencias del imperativo tecnológico, es decir,  aquellas que confluyen en el mismo propósito utilitario de llevar a cabo todo  aquello que es técnicamente posible.  
                                       
                                      Efectivamente, en las circunstancias que venimos analizando, el incumplimiento  del imperativo tecnológico deviene una causa que explica la situación  insuperable del subdesarrollo, por lo que se habría de limitar, o incluso  eliminar, cualquier formulación de cuestionamientos prácticos en torno a la  tecnología que, se confía, asegurará el mejoramiento de las condiciones de vida  de poblaciones enteras.  
                                       
                                      Un país subdesarrollado, advierte Suman Sahai en este sentido, está obligado a  aprovechar la potencia que ofrece la ciencia aplicada, por lo que no debe  examinar la idoneidad ética de una tecnología concreta; en todo caso, debe  limitarse a ponderar el empleo de tal tecnología en términos racionales, es  decir, si con ella se logran los objetivos propuestos. Se trata de la  subordinación del Homo sapiens al Homo faber en la medida en que confunde los  cuestionamientos sobre la necesidad de llevar a cabo la práctica de toda  innovación tecnológica, con el planteamiento de interrogantes acerca del  progreso humano mismo; con mayor precisión, estamos frente a las coordenadas  propias de la más fundamental experiencia de instrumentalidad, dicho con  palabras de Hannah Arendt, donde se lleva al extremo el aforismo de que el fin  justifica a los medios, y no sólo eso, además los produce y organiza.  
                                       
                                      En definitiva, el objetivo primordial de esta postura se dirige a allanar el  camino hacia la plena autonomía de las ciencias aplicadas al fenómeno de lo  vivo, así como al empleo extendido del imperativo tecnológico como única  alternativa para solucionar un conjunto creciente de problemas que aquejan a la  humanidad. De todo ello resulta una noción acerca de la Bioética donde ésta  aparece como un apéndice impotente de la poiesis, inmersa en lo que autores  como Ernesto Garzón Valdés y Rodolfo Vázquez llaman ética liberal, para la cual  la dignidad del hombre está referida a la capacidad alguna, un plan de vida y  un conjunto de ideales de excelencia humana.  
                                       
                                      Aquí, el mayor servicio que la reflexión ética puede prestar a la medicina, y  en general a las biociencias y biotecnologías, es no establecer límites o  imponer barreras considerando, en primer lugar, que éstas representan una merma  en el ejercicio de la autonomía personal. Y en segundo, que la ética es, al  final de cuentas, un medio impotente para establecer límites deónticos al  quehacer científico en general, y al tecnológico en particular.  
                                       
                                      Como toda propuesta ética de corte liberal, queda fuera de toda duda el mérito  que le es propio considerando la defensa que lleva a cabo a favor del principio  de autonomía; sin embargo, esta postura bioética, que se pretende sigan  sistemáticamente los países del Sur por cuenta de sus anhelos de progreso, no  está exenta de fundadas sospechas.  
                                       
                                      a. En primer lugar, la negación del límite al quehacer científico y  tecnológico, considerado paradójicamente como la actualización de la autonomía,  provoca un vacío racional/práctico, que tiende a ser ocupado por el imperativo  tecnológico, con el apoyo de la ideología cientificista, que, por su parte,  pretende actualizar lo visual, cuantitativo y exacto como valores cardinales  para lo humano. De este reemplazo resulta la ampliación de la llamada brecha  científico-tecnológica, que, como  
                                      ha puesto de relieve Marcos Kaplan, es causa de «una situación general de  interdependencia asimétrica y de jerarquía, articuladora de fuertes  desigualdades» entre las regiones altamente tecnificadas y las que, de  continuo, son receptoras pasivas en el flujo global de la tecnología. Una de  las manifestaciones de esta relación asimétrica se localiza, precisamente, en la  importación de tecnología como una  
                                      decisión ajena a los intereses de quien la recibe: «la tecnología importada ha  sido elaborada y se incorpora a los países de implantación en función de  necesidades y decisiones externas a los países mismos, sin consideración de sus  condiciones específicas y de sus intereses propios».  
                                       
                                      En este sentido, la decisión más importante de la que podrían ser privados los  países en vías de desarrollo, potenciales receptores  
                                      de la tecnología asociada al empleo de células troncales, será la de ponderarla  éticamente: de manera incomprensible, en defensa de la autonomía esta postura  propicia la ausencia de este mismo atributo cuando se trata de cuidar la vida  indefensa del embrión.  
                                       
                                      b. En segundo lugar, con la aparente expansión de la autonomía por vía del  aprovechamiento irrestricto de las posibilidades abiertas que ofrece la  tecnología en general y la biotecnología en particular, se corre el grave  riesgo de ampliar las incidencias negativas del fenómeno contemporáneo de  despolitización, como puede ser la asunción, e incluso imposición pública de  criterios obtenidos por caminos propios del individualismo metodológico y la  tecnocracia gerencial. Como ha subrayado en este sentido José Miguel Serrano,  el individualismo contemporáneo, y su nulo aprecio por la política, provoca que  «un buen número de problemas contemporáneos relacionados con la biotecnología  sean tratados como si fuesen problemas individuales.  
                                       
                                      El efecto es sin embargo paradójico, pues cuestiones tradicionalmente políticas,  como por ejemplo, la definición del sujeto humano, relevantes para la  comunidad, se dejan a la esfera individual (...). Se pretende que se trata de  un asunto individual, preferentemente tratado por los expertos y en todo caso  reducido a cuestiones éticas individuales en las que no se puede intervenir de  una forma pública. El efecto, sin embargo, es que una determinada propuesta  (...), es la que triunfa en la esfera política y en la legislación».  
                                       
                                      c. En tercer lugar, esta ética y bioética subyacentes a la mentalidad del Homo  faber no supera la perplejidad inherente a todo utilitarismo, que se manifiesta  en la incapacidad para comprender la diferencia entre «con el fin de» y «en  beneficio de», entre pleno significado y utilidad, descrita magistralmente por  Hannah Arendt, y que conduce a la volatilidad de todo fin, al transformarse en  medio para otros fines. En efecto, aunque se predique que el límite de la  autonomía liberal está en no hacer un daño a terceros34, este punto de vista  puede no identificar claramente dónde se encuentra un fin en sí que,  potencialmente, puede verse damnificado cuando exige respeto a la decisión  autónomamente asumida, sobre todo por virtud del peso que en esta postura tiene  una metodología autoreferencial: volenti non fit iniuria.  
                                       
                                      4. Hacia  una aportación auténtica del Sur en materia de bioética: la exigencia de una  buena tecnología más allá del desarrollismo  
                                       
                                      Los rasgos utilitaristas y  desarrollistas que informan a la pretendida reflexión bioética para el Sur,  motivan de éste una aportación auténtica. De hecho, el mismo proceso histórico  contemporáneo de globalización contribuye en tal exigencia, sobre todo mediante  la acción complementaria de las diferencias entre Norte y Sur, animada por una  auténtica epistemología ecuménica, superadora del etnocentrismo y del  relativismo. Creemos que tal aportación se inscribiría en lo que José María  Barrio identifica como la exigencia de una buena tecnología, es decir, en el  reclamo por una calificación del desarrollo y empleo de la técnica, acompañada  de una honda reflexión teórica sobre lo que es el hombre, y en último término,  sobre cómo debe conducirse con arreglo a lo que es.  
                                       
                                      En este orden de ideas es necesario reconocer que la defensa en torno a la  oportunidad de una aportación en Bioética desde Sur, estaría apoyada por varias  razones; aquí destacaremos sólo algunas de ellas donde aparece con mayor  claridad un denominador común: la idea de desarrollo como camino hacia la paz,  entendiendo por ésta no solamente la antítesis de la guerra sino, como señala  Johan Galtung, aprovechando un matiz actual de eliminación de los temores  irracionales, así como de promoción de la solidaridad, la tolerancia y la  lealtad.  
                                       
                                      a. Sentido de la Bioética:  de la poiesis a la praxis.  
                                       
                                      Tal vez la aportación más significativa generada desde el Sur a la reflexión  bioética, gira en torno a la recuperación del carácter práctico en las  decisiones que tienen que ver con la biotecnología. En concreto, la  contribución a la que queremos hacer referencia estaría dirigida a poner de  manifiesto el carácter emancipatorio del ejercicio de la responsabilidad, como  una respuesta al uso inobjetable de la tecnología. Se trata de una de las  exigencias más importantes del proceso histórico de descolonización, e implica  el abandono de los puntos de vista «desde arriba», que acompañan a esa  sensación de control asociada a la omnipotencia tecnológica.  
                                       
                                      A la cabeza de este punto de vista se encuentra el concepto gandhiano de  libertad, como referente para superar la cultura de la opresión, amparada  actualmente bajo el discurso del progreso necesario, el aumento de la riqueza y  de la seguridad en el control de la naturaleza. Gandhi entiende que el anhelo  por la libertad no se reduce al sentido más frecuente según el cual los  oprimidos son uno por encontrarse subyugados bajo el mismo poder opresivo, sino  que considera que el opresor también está atrapado en la cultura de la  opresión: vive en un estado paranoico, bajo la esclavitud del miedo a perder la  capacidad de dominio. De ahí que la libertad auténtica sea alcanzada por todos  simultáneamente: quienes ejercen el dominio junto con los dominados; y bajo las  mismas circunstancias: al cesar la relación de sometimiento. La síntesis de  este enfoque fue expuesta por el propio Gandhi en los siguientes términos: «No  puedo conservar intacta la libertad, más que demostrando mi benevolencia por el  conjunto de la comunidad humana». Llevada al plano de la Bioética, esta noción de  libertad pone de manifiesto cómo detrás del afán de omnipotencia tecnológica,  está el vacío que deja el abuso sobre la naturaleza, actualizado en un futuro  incierto: el hombre ptolemáico, empleando terminología de Sergio Cott, se  esclaviza pensando que es libre para optar entre varias opciones, según se  aprecia actualmente en el fenómeno del consumismo. Y lejos de conocer más  profundamente la realidad, la ignora; siendo el ejemplo más claro de este  paradójico fenómeno, la incapacidad del experto de conocer más allá de los  márgenes de su especialidad.  
                                       
                                      Por todo ello, advierte la ecofeminista hindú Vandana Shiva, es necesario  aligerar el peso histórico de la civilización como proyecto predominantemente  tecnológico, e insistir en conservar los vínculos de interdependencia entre los  hombres, así como entre la humanidad y la naturaleza, reconociendo en ésta  última una fuente de significados comprensibles para el ser humano, idóneos  para orientarlo desde el plano práctico.  
                                       
                                      b. La crítica a la ideología del desarrollo y a su concreción en clave  tecnocrática  
                                       
                                      Una de las piezas más relevantes de la aportación del Sur al razonamiento  bioético está asociada directamente con una fundamentada crítica a la ideología  del desarrollo. En efecto, la mayor parte de tienen como telón de fondo un  reclamo elemental de justicia que se dirige a compensar la permanente  marginación de quienes reciben la tecnología a la hora de decidir la  oportunidad y bondad de su aplicación: paradójicamente, ha comprobado en este  sentido Vandana Shiva, la opinión menos escuchada y respetada es la de aquellos  que sufren la imposición de una tecnología que, según el plan trazado a  distancia, estaba destinada a propiciarles un alivio material. Para describir  con mayor detalle este fenómeno mencionada autora ha propuesto el término  económica, social y política obviadas mientras se realiza una aplicación  inapelada de la tecnología, en cumplimiento estricto de los modelos de  desarrollo.  
                                       
                                      Así, oponiéndose a la postura de Suman Sahai, Vandana Shiva defiende la  universalidad de la reflexión bioética, y en particular aboga por el reconocimiento  de autoridad a las aportaciones que en este sentido se producen en los países  del Sur. En Bioethics: A Third World issue, critica el reduccionismo que  provoca una visión asentada exclusivamente en la eficiencia tecnológica,  argumentando que el pretendido discurso a favor del desarrollo sin  restricciones, es en realidad una manifestación de colonialismo intelectual y  absolutismo tecnocrático: se trata de un recurso ideológico que oculta el  propósito por imponer un pensamiento monolítico que se dice superior y  universal, impenetrable por la crítica, que se superpone a todas las culturas y  formas autóctonas de conocimiento, controlándolas y dominándolas bajo la  consigna de que la aplicación tecnológica del conocimiento científico, es el  camino único al bienestar humano.  
                                       
                                      Un claro ejemplo de esta denuncia contra el desarrollismo en clave bioética se  ha dirigido, específicamente, hacia las políticas demográficas respaldadas por  criterios neomalthusianos; en concreto ha sido criticada la idea de superpoblación,  como freno del desarrollo: no se trata de un concepto científico, han advertido  María Mies y Vandana Shiva, sino de un artificio ideológico a través del cual,  diversas poblaciones del Tercer Mundo han sido sometidas a un control  coercitivo de la natalidad, vulnerando la dignidad humana al tratar a las  personas como medios y no como fines en si. Estos programas de control natal,  así como el empleo de biotecnologías realizadas con células madre embrionarias,  materializan un triage utilitario que intenta imponerse con el argumento de  que, en el prime caso, bajo las actuales condiciones de escasez no es posible  contar con bienes suficientes para satisfacer las necesidades de todos, y en el  segundo, de que los beneficios que teóricamente pueden derivarse de la  investigación con células madre embrionarias, son prioritarios respecto de la  protección que merece la vida humana embrionaria antes de la anidación.  
                                       
                                      La contribución más relevante que aquí puede ser apuntada radica, junto a la  exigencia de justicia a la que se ha hecho mención, en la crítica a la  mentalidad tecnificada, específicamente a la trivialización de la violencia y  de los daños que causa cuando los califica como problemas técnicos de segunda  generación y no como conductas éticamente reprochables. Desde la perspectiva  del Sur, los daños causados por acción de las nuevas tecnologías no pueden ser  descritos genéricamente como un nuevo problema técnico, como una gestión  imperfecta de los recursos, o como la inadecuación transitoria entre naturaleza  y tecnología.  
                                       
                                      Se trata de problemas éticos, porque impactan negativamente, desde el primer  momento, sobre la propia humanidad representada en los desposeídos, las  mujeres, los niños, los no-natos. Lo mismo cabría decir en materia de  reproducción asistida, donde la aparente ganancia en libertad y autonomía para  las mujeres que resulta del empleo de un conjunto de técnicas, pierde valor al  considerar los perjuicios sufridos por ellas mismas y sus hijos cuando pasan  del status de sujetos al de objetos sometidos a observaciones,  experimentaciones y manipulaciones. En consecuencia, según este punto de vista,  es de esperar que frente a los problemas suscitados por la aplicación de la  tecnología, sea superado el esquema reactivo que se limita a la rectificación  meramente técnica, mediante instrumentos alternativos o correctivos, por un  conjunto de respuestas con base antropológica, es decir, que hunda sus razones  en la autocomprensión del ser humano y de sus relaciones con los demás.  
                                       
                                      c. La recuperación de la legitimidad afectiva en torno de la tecnología.  
                                       
                                      Según Bertrand De Jouvenel, el progreso humano se pone de manifiesto a través  de los niveles de perfección que el hombre va alcanzando en diferentes  aspectos. Entre ellos destaca la cultura intelectual como expresión de las  capacidades mentales, y la cultura afectiva, tal vez la más importante, y que  consiste en «el desarrollo de las facultades asociadas al afecto, es decir,  facultades de sensibilidad que se traducen en la capacidad de goce de las cosas  y de la compañía de nuestros semejantes». Teniendo en cuenta lo anterior, sería  del todo discutible que el nudo desarrollo de las fuerzas productivas, como  sostiene el materialismo en general, pueda suponer el desarrollo del hombre.  Surge, en este sentido, la pregunta: ¿Es el sistema tecnocientífico una  estructura decadente? En opinión de De Jouvenel si, en la medida en que carece  de la más importante de las modalidades de legitimidad: la afectiva; éste es el  tipo de legitimidad al que se apela desde Sur.  
                                       
                                      Efectivamente, desde un plano epistemológico, la perspectiva de los países del  Sur no parece comprometer la necesaria y realista vinculación entre la esfera  pública y la realidad privada al momento de desarrollar una reflexión del tipo  que exige la Bioética:  en la medida en que no distingue axiológicamente entre actividades humanas que  culturalmente son manifestación de la diversidad, una perspectiva bioética del  Sur afirmaría la continuidad de las decisiones políticas vinculadas al empleo  de la biotecnología con la vida diaria, y en este sentido, se propondría  concretar un intento de superación de la cultura del experto, donde la mayoría  de las personas quedan reducidas a la categoría del consumidor impotente,  ignorante y controlado a distancia.  
                                       
                                      Frente a la cultura del experto, se propone una actitud inclusiva y  participativa, fundamenta en una clara certeza: la tecnología no es fatalmente  necesaria, su empleo no es un acontecimiento de carácter inevitable e  irresistible, producto de la naturaleza de las cosas; es posible resolver  múltiples problemas sin recurrir unilateralmente a ella, lo cual urge a la  asunción de responsabilidades compartidas, que superen el monismo del experto.  Dicho de otra manera, si bien forma parte ya de la realidad cotidiana, la tecnología  en general y la biotecnología en particular han de mantenerse en el lugar que  les corresponde, en el del instrumento, no así la persona y la dignidad que le  es intrínseca.  
                                       
                                      Conclusión  
                                       
                                      Por último, y a manera de conclusión, podríamos decir que las contribuciones  del Sur al diálogo en Bioética aquí expuestas, son susceptibles de concretarse  de muy diversas maneras. Particularmente en el plano de lo jurídico, a través  de la actualización del derecho al desarrollo bajo las claves reconocidas a los  derechos humanos de tercera generación, sobre todo la nota de inalienabilidad.  
                                       
                                      El derecho al desarrollo, en tanto derecho de tercera generación, o si se  prefiere de solidaridad, se basa en una visión antropológica donde la  interdependencia es uno de los rasgos esenciales que caracterizan al ser  humano: éste es un ser ontológicamente interdependiente no sólo respecto de los  otros, sino también con relación a la naturaleza.  
                                       
                                      A partir de este reconocimiento se perfila la participación que da forma a la  responsabilidad como una exigencia concomitante al ejercicio mismo del derecho.  En este sentido, se ha puesto de relieve que los derechos de tercera generación  sitúan en un primer plano la nota de la inalienabilidad, en la medida en que  colocan bajo sospecha los rasgos de la exclusividad y de la libre disposición,  y los sustituyen por la administración responsable y el reconocimiento  simultáneo de obligaciones, con el objetivo fundamental de evitar daños  irreversibles de alcance colectivo.  
                                       
                                      Concretamente, en la perspectiva bioética desde el Sur no sólo se contempla el  derecho a aprovechar las ventajas y los recursos que puede proporcionar la  innovación tecnológica, como en el caso de los protocolos de investigación con  células madre y la clonación humana, sino que se apela al uso responsable de  las posibilidades técnicas y consecuentemente, la admisión de límites a la  intervención humana sobre la naturaleza lato sensu. A nuestro modo de ver, es  paradigmática de esta posición la propuesta hecha por el gobierno de Costa Rica  para elaborar, en el seno de la   Organización de las Naciones Unidas, una Convención  Internacional para Prohibir la Clonación Humana en Todas sus Formas. Se trata de  una iniciativa cuyo objetivo primordial es contribuir en el proceso de  negociaciones en virtud de las cuales, durante la Quincuagésimo Octava  Asamblea General, la comunidad internacional deberá decidir si ha de trabajar  en una prohibición amplia de todas las formas de clonación humana o si por el  contrario, elaborará tan sólo una prohibición limitada a la clonación  reproductiva de seres humanos; y ello a través de tres propuestas concretas:  
                                       
                                      a) La definición del crimen de clonación humana (artículo 2);  
                                       
                                      b) La obligación de los Estados parte de tipificar este crimen, establecer  jurisdicción ad hoc, y punir o extraditar a quienes lo lleven a cabo  (artículos. 3, 5, 7, 8), así como la de adoptar medidas preventivas respecto de  estos actos, incluyendo la regulación de los experimentos con material genético  humano (artículo. 12); y  
                                       
                                      c) El establecimiento de una serie de disposiciones para facilitar la  cooperación judicial y policial en la materia (artículos. 9 y 10). Como puede  leerse en el Preámbulo del proyecto en cuestión, el fundamento de la propuesta  descansa en la certidumbre de que el desarrollo de las técnicas por las que se  materializan los actuales logros médicos, es compatible con una reflexión  inclusiva, seria y profunda con relación a su idoneidad ética, y de que el  beneficio auténtico del progreso científico corre paralelo al respeto de la  dignidad de la persona y el cumplimiento consiguiente de los derechos humanos  fundamentales.  
                                       
                                      Es posible observar cómo esta iniciativa sintetiza las principales líneas  propositivas del Sur en materia de Bioética, en la medida en que intenta superar  lo que Bertrand De Jouvenel denomina como faire aller o «dejar andar», es  decir, aquella actitud que ve un valor en el mero transcurrir de un proceso,  como lo es el desarrollo tecnológico de las ciencias de la vida, de tal forma  que aquello otrora concebido como coadyuvante de un bien social, ha tomado el  carácter de fin en sí, de ahí que la moción costarricense considere un  imperativo garantizar que la nuda inercia no devenga el patrón referente para  la historia de la humanidad.  
                                       
                                      El autor es catedrático de la   Facultad de Derecho de la Universidad Panamericana  en México, D. F. 
                                      hsramire@mx.up.mx  
                                           
                                      Disponible en Cuadernos de Bioética ISSN: 1132-1989  http://www.cuadernos.bioetica.org                                       
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