Bibliografía / Afectividad
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Crecer, sentir, amar. Afectividad y corporalidad
García Morato, Juan Ramón
Eunsa. Colección Astrolabio Educación Pamplona Internet

Nos encontramos ante un libro que trata de temas tan sugestivos y actuales como: la afectividad y el valor de los sentimientos; el significado de la sexualidad humana; la relación entre madurez, sexualidad y corporalidad son algunos temas que se abordan en este libro, en el que el autor habla cara a cara, a gente joven y a gente madura. El contenido no es algo teórico, una reflexión de laboratorio, sino que está escrito como fruto de la experiencia del autor, una experiencia vivida y, podríamos decir, muy condensada a lo largo de las páginas del libro, donde se pone de manifiesto, me atrevería a decir, la necesidad de comunicar esa experiencia a los demás. El autor es profesor, maestro, como decían los clásicos, pero hay que tener en cuenta que el mundo de hoy no cree a los maestros sino a los testigos, por esto para que sean creíbles han de testificar, esto es lo que se pone de manifiesto a lo largo de todas las páginas, un testimonio claro y explícito que da atractivo a lo escrito porque antes de ser dicho ha sido vivido. El libro se articula en tres partes, la primera trata de la afectividad y el valor de los sentimientos, la segunda está dedicada a la sexualidad humana, y la última a la madurez en relación con la corporalidad y la sexualidad. Estos tres capítulos están intrínsecamente unidos y entrelazados ya que el ámbito de la afectividad es mucho más amplio que el de la sexualidad e imprescindible para entenderla bien. Señalaré ahora algunos aspectos más significativos y que destacan por su actualidad ante la situación histórica en la que nos encontramos y que tienen un carácter, se podría decir, provocador y no por eso menos real: En primer lugar el desprecio o ignorancia del tema de los sentimientos, con frecuencia se piensa que las personas dotadas de una sensibilidad fuerte e intensa están expuestas a particulares peligros. La vehemencia de ciertos sentimientos puede interpretarse, de hecho muchas veces, como falta de control sobre nosotros mismo, cuando en realidad no es así. Eso sería equipar la virtud a la impasibilidad. Otro aspecto de singular importancia es el que se refiere a su educación: actualmente se puede apreciar en todos los ambientes una real hipertrofia de la afectividad, y eso nos coloca en una situación compleja en cuanto a su educación. Es muy probable –señala el autor- que una persona con más de cuarenta y cinco años puede haber corrido el riesgo de tener una carencia en la educación de la afectividad, carencia que es cultural y además generalizada. Quienes han nacido antes de los años sesenta tienen más posibilidades de haber sido educado en el ideal de indiferencia estoica. Recibiendo por tanto una visión negativa de la dimensión afectiva. Esas personas ahora tienen tareas de educación: son padres de familia, maestros, profesores, sacerdotes, etc. Esta tarea de formación la ejercen cuando se exalta la afectividad por encima de todo y es necesario acertar en la educación de los más jóvenes. Otros han salido integrarla en sus vidas con el resto de las dimensione humanas y han descubierto su sentido positivo. Un tercer grupo de personas que, ante los efectos negativos de la afectividad en la gente joven se plantean reconducirla y encauzarla, sin darse cuenta la pueden sofocar en unos límites artificiales sin integrarla en la personalidad de cada cual. Por todo esto se ve la necesidad de educar esta dimensión en nuestra vida. Tiene gran importancia la tarea de cómo enseñar cuando no hay o faltan autoridades comunes para entenderse, es necesario capacitarse para el diálogo. Una clave para entender la cultura en la que vivimos es la sustitución de la imposición por el atractivo. Por eso no basta con decir la verdad hay que decirla sin aburrir, con imaginación, con elegancia y con buen humor, y cuidar la formación de la afectividad para que colabore captando adecuadamente lo valioso. Destacar, en último lugar, algo que aparece con frecuencia en estas páginas, es la necesidad de integrar las distintas dimensiones humanas: inteligencia, voluntad y dimensión sensible y afectiva, para una plenitud personal. Como seres humanos que somos, hemos de saber apasionarnos, sentir compasión, conmovernos. La ausencia de reacciones afectivas supone una lesión profunda de la naturaleza humana que es bien conocido por los siquiatras. El querer intensivo es apasionado. Hay que destacar el papel que tiene la afectividad en el conocimiento de la realidad y además como camino de acceso al propio ser, porque el yo personal está implicado en todos los sentimientos y en todos los afectos. La educación de la afectividad consiste en enseñar a las personas a que las cosas, los acontecimientos y las demás personas les afecten sólo en la medida justa, según la importancia real que tienen. La educación sexual supone a la vez proteger la sensibilidad, conseguir la madurez afectiva y educar también la inteligencia y la voluntad para que la capacidad de amar sea verdaderamente humana. Hay un riesgo frecuente en la actualidad y es una visión exclusivamente científica de la sexualidad, de ahí la necesidad de poner de relieve el lenguaje del cuerpo en las relaciones personales, un lenguaje que ha de ser adecuado y que signifique lo que quiere decir. Si me he extendido en relatar algunos puntos que se describen en el libro es porque me parece que es absolutamente necesario hoy desarrollar y describir los temas que se tratan desde una perspectiva profunda y desde la propia experiencia personal, como, a mi modo de ver, hace el autor, para poder situarse en el entorno donde nos encontramos y poder ayudar a los demás con argumentos convincentes y verdaderos.


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