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Vivir con la muerte
Por Giovanna Mejía

Son jóvenes que apenas rebasan los 20 años. Sus crudos testimonios revelan el tamaño del drama que existe en el país y alertan sobre la problemática que implica el aumento en el consumo de cocaína en cualquiera de sus modalidades, sobre todo por parte de jóvenes y menores de edad.

Duelen sus 17 años. Rodrigo convive con la muerte todos los días. Sobre sus espaldas lleva la pesada carga de la adicción a la cocaína. No puede jugar al futbol. No puede correr.

Si sus palpitaciones se aceleran, ese instante puede convertirse en el de su último aliento. Por sus ojos brota vida y por su voz la letanía de la muerte. Quiere salir de las garras de la droga. Lo intenta, pero todavía no sabe si lo logrará.
Rodrigo empezó a consumir cocaína a los 13 años en la escuela y en compañía de un amigo. Por curiosidad. Por experimentar. Hoy dice no tener amigos, sólo conocidos. Es un niño y a la vez un viejo. Niño por las ansias de ser reconocido, viejo por llevar la calle en su sangre.

Llegó a fumar hasta ocho gramos de piedra en forma continua. Por conseguirla robó a su familia, a compañeros y a extraños. Su grado de dependencia es compulsivo. En el último año su única aflicción era cómo obtener dinero para comprar cocaína y dónde consumirla.

Sus músculos se dibujan en su cuerpo de adolescente y el contorno de su rostro es de una belleza clásica. Sin embargo, no se cree capaz de conquistar a una novia.
Por su adicción también dejó el futbol, una pasión que hoy no puede recuperar dado el delicado estado de salud en que se encuentra. Estuvo en la reserva del club deportivo América.

Hace un mes empezó un tratamiento multidisciplinario en el Centro de Integración Juvenil Iztapalapa Sur. Hoy siente el apoyo de su familia. Igual, la droga se le hizo carne y tiene recaídas. Pelea. Lo intenta. Quiere salir.

¿Dónde conseguías la droga?

-En todas partes. Llegué a tener hasta cinco conectes. La conseguía en la escuela, en el parque cerca de mi casa, en el zócalo, por teléfono. Hay lugares donde uno entra a comprar y hay hombres sentados en mesas con maletines llenos de drogas y te dicen: “cuánto quieres cabrón...”

¿Cómo y cuándo se enteraron tus padres de la adicción a la cocaína?

-Recién este año, a pesar de que hace casi cinco años que consumo. Me cansé de mentirles, de robarles. La última vez les saqué cinco mil pesos sólo para comprar droga.
Entonces, el 6 de enero, le conté a mi mamá sobre este problema, ya no podía con todo esto. Al principio, ella no me creyó; luego, mi papá se enojó mucho... Después me trajeron al Centro de Integración.
La cocaína hizo estragos en ese cuerpo fibroso que habla de la vida y de la muerte. Tiene disfunción cerebral.

Ha perdido la memoria, sus reflejos. Y algunas veces, cuando se agita, siente soplos en el corazón y las punzadas son tan intensas que se pierde en el dolor. El grado de su adicción es alto. Su tratamiento médico incluye cuatro pastillas para calmar la ansiedad y lograr templanza en la abstinencia.

Rodrigo no tiene sueños. Vive con la muerte. Piensa que en cualquier momento puede llegar. No tiene mañana. Su futuro es hoy. En ese mundo quiere salir de la adicción a la cocaína. No sabe si será capaz. Duelen sus 17 años.

Abandono

La soledad de Jorge es su sepultura. Su casa enorme es un depósito olvidado para los adultos. El lugar ideal para que otros jóvenes, como él, puedan perderse en un universo sin dimensiones ni límites. Sus 20 años son tan pocos y tan muchos.

Sus padres viven en Estados Unidos, sin idea de cómo es la vida de su hijo. A él no le interesa nada de ellos. Sólo le importa que el dinero no le falte. Lo necesita para comprar falsa compañía. Es lo único que pide.

Su delgadez es extrema. Las ojeras dominan su rostro. Las pupilas de sus ojos están dilatadas y sus maxilares se contraen. El menor ruido lo altera. Y en el silencio se hunde en la depresión. Sus signos vitales parecen apagarse. Jorge es un despojo humano.
Está ahí y se quedará ahí. No quiere salir. Tiene dinero, está solo. ¿Quién va a ayudarlo? Consume cocaína en líneas de unos quince centímetros de largo y dos de ancho.
Se mete el dedo casi entero dentro de la nariz. No siente nada.
No mira. No quiere salir. Ni siquiera lo intenta. No quiere ayuda. Ni la pide. No habla... No va a hablar. Está perdido en la cruz del abandono.

Esperanza

Rosario fue violada a los 14 años y perdió la alegría. Hoy la ha recuperado. La alegría de sus rebosantes 18 años. También ha recobrado la esperanza. A los tres meses de haber empezado un tratamiento integral cree, con firmeza, que podrá salir de su adicción a la cocaína.
Sus rasgos son juveniles. Sus ojos negros, enormes. Tiene el busto erguido, las caderas abundantes y la sonrisa a flor de labios. No se limita a los monosílabos y cuenta su historia sin tapujos.

¿Qué te impulsó a probar la cocaína?

-La primera vez que la probé fue porque tenía muchos problemas en mi casa, especialmente con mi papá... Él nunca creyó que un pariente suyo me había violado.
Entonces me volví muy agresiva, peleaba mucho y sólo me sentía contenta cuando me drogaba. Cuando no lo hacía me deprimía.

Vive con su padre, su madre y dos hermanos menores. Después de tres años de consumo, su familia se percató de su adicción a la cocaína cuando fue acusada de robo en su trabajo, un negocio de abarrotes.

¿Quién te la vendía?

Al principio me la dieron unos compañeros. Después, la compraba a través de conocidos de ellos, gente que llegaba hasta la escuela.

¿Cuántos años tenías cuando comenzaste a consumirla?

-Tenía 15 años, iba a la secundaria. Primero fue el alcohol. Me empecé a juntar con personas que no me convenían, aunque en ese momento no pensaba así. Me habían ofrecido muchas veces y siempre decía que no, hasta que un día me metí mucho alcohol y dije sí. Es que pensaba que así iba a encontrar la alegría.

Su familia la llevó al Centro de Integración Juvenil Iztapalapa Sur. Allí reciben terapia individual y grupal. La alegría de Rosario hoy es genuina, se basa sobre todo en el hecho de haber recuperado a sus padres. Su adicción la había alejado de ellos. Creía que nadie la quería.

¿Cómo se sale de la droga?

-Dejar de drogarse no es fácil. Hace poco lo sentí más. Me dolía mucho la cabeza, estaba de malas, no quería salir a ningún lado. Me sentía desesperada. Además del cariño de mi familia, me ayuda a decir “basta hacer alguna actividad”: me entretengo en mis clases de cerámica, empecé a ir al gimnasio y voy a volver a la escuela.

Por la droga, se cambió tres veces de escuela, dejó de estudiar, empezó a trabajar y allí robó para comprarla. Cuando era adicta, Rosario sólo vivía el momento. Ahora, en cambio, quiere cultivarse. Piensa que sin drogas podrá terminar una carrera profesional, tener un esposo, hijos... Sueña, se proyecta y vive con alegría.

Duelo

Arturo fue adicto a la cocaína durante siete años. A los 27 quiere decirle adiós a su adicción. Su dependencia era tanta que llegó a inhalar diez gramos de polvo en una noche. Cuando le empezó a salir pus de la nariz, se espantó y dejó de consumir un tiempo. Después conoció la “piedra” y no pudo dejarla durante cuatro años.

Peina su cabello negro hacia atrás. El pulso ya no le tiembla. Su escuálido cuerpo se desintoxica. Hace una dieta equilibrada para recuperar el apetito. Cuando dependía del “crack”, había días que no probaba un bocado, apenas una taza de café por la mañana. Ahora lucha por dejar la droga en el Centro de Integración Juvenil “Gustavo A. Madero”, al noreste del Distrito Federal.

¿Qué te llevó a consumir piedra?

-Empecé con la cocaína, pero después no me alcanzaba y seguí con la piedra. Esta droga es muy fuerte, uno no se cansa de consumirla, uno quiere más, más, más. Por eso es muy difícil decir basta. En los cuatro años que la he fumado no he visto a nadie que diga ya no quiero. El consumo es alto. En fiestas normales, cualquier fiesta, ocho de cada diez personas se droga. La gente se mete al baño, a la cocina...

Arturo no terminó la preparatoria. Es vendedor de chocolates. Gana 12 mil pesos mensuales. Se casó en diciembre del 2001. Pensó que el amor lo ayudaría a salir. Pero en Acapulco, en plena luna de miel, abandonó a su esposa en busca de la droga. Es hijo de un gerente bancario y de una maestra. Ninguno se dio cuenta del drama. Tampoco en el trabajo. Pidió ayuda cuando los estragos se dejaron sentir en su cuerpo, porque reconoció que él solo no podría dejarla.

¿Dónde la conseguías y qué hicieron cuando decidiste dejarla?

-Se la puede conseguir en cualquier lado: en la esquina de una calle, en una plaza, en una escuela, por teléfono. Como estoy tratando de recuperarme, algunos distribuidores mandan a sus muchachos a darse vueltas por donde vivo para darme tentación y regresar a la compra. Realmente se necesita fuerza de voluntad para salir y mucha ayuda familiar. Una persona sola no puede.

Es tanta la droga que ha aspirado que le da miedo ir a una revisión médica. Sabe que tendrá que hacerlo para conocer cuánto daño le ha provocado su adicción. Arturo quiere salir. Lo está logrando. Lo sostienen su mujer, sus padres, toda su familia. Sin su respaldo, siente que no podría.

Luz

Israel ha vuelto a ver la luz. Acaba de cumplir 21 años. Se imagina dentro de diez años con una mujer, hijos, casa, auto. Atrás quedaron los días amargos de la abstinencia, de la falta de voluntad para dejar la cocaína. Aquellos días de 1998, cuando decidió ganar la calle en busca de libertad, sólo quería consumir y consumir. Dormía debajo de puentes, en el metro, donde se desplomara la noche.
Cuando habla mira a los ojos. Sus manos saludan con firmeza. Su rostro moreno resplandece al sonreír. Está contento. Pudo recuperarse. Le costó dos años y está a punto de terminar el tratamiento integral en el Centro de Integración Juvenil Gustavo A. Madero.

¿Cómo dejaste la droga?

-Quise curarme, más que nada, por necesitar ayuda. Al irme de mi casa, vivía en la calle, necesitaba comprensión, cariño más que nada. Estando en la calle se valoran muchas cosas, como tener cama, comida, alguien que te apoye. Todo esto en la calle no se encuentra... Cuando me fui creía que la calle me iba a brindar más libertad. ¡Qué equivocación!

Consumió polvo y después piedra. Quería experimentar. Pensaba que no le importaba a su familia. Hoy sabe que su verdadero problema consistía en no saber valorarse, en la falta de autoestima y que la droga sólo le servía para evadir responsabilidades.

Después de dos años de un tratamiento multidisciplinario terminará su rehabilitación. Su adicción le costó calle, sangre y tiempo. Está feliz. Ha recuperado salud, amigos, trabajo, estudio y familia. Pelea por ser mejor todos los días. Las sombras ya no lo acorralan y la luz ilumina su camino.

En las garras de la coca

Giovanna Mejía.- Familias integradas y separadas. Ricas y pobres. Profesionistas, empresarios y obreros. Cualquier colonia y ciudad. Todas las clases sociales. La adicción a la cocaína es una tragedia que golpea la puerta de cualquier casa. Un drama que no se ciñe a un estereotipo. Que puede ocurrirle no sólo al vecino y anidarse en el hogar.

La droga suple carencias afectivas, falta de comunicación. Muchas veces los padres son los últimos en enterarse. Los datos son abrumadores: la edad de inicio en el consumo de drogas entre los jóvenes mexicanos que recurren a los Centros de Integración Juvenil es de 14 años, generalmente cuando cursan la secundaria. Y no llegan a un centro de recuperación en busca de terapia sino hasta cinco años y medio después.

¿Qué grado de responsabilidad siente por la adicción de su hijo?

-Pues sí, es muy grande la responsabilidad, aunque uno no entiende cómo su hijo se puede ir deteriorando poco a poco. Eso no me deja vivir tranquila. Sospecho que probablemente sigue, aunque he dejado de trabajar para pasar más tiempo con él. Ahora estoy al pendiente de mi hijo.

Desgraciadamente tuve la necesidad de trabajar 12 horas diarias. Pienso que puede salir del problema si uno lo acompaña. Muchas veces por darles lo mejor en cuanto a lo económico también los descuidamos con el afecto. (Petra Herrera, mamá de Agustín, de 19 años, adicto a la cocaína.)

Adolescentes y jóvenes llegan a un centro de recuperación, generalmente, de la mano de padres y familiares. Los llevan cuando se dan cuenta de la adicción que flagela a sus hijos tras reiterados problemas de conducta, conflictos legales y dificultades en la escuela, coinciden Arturo Néstor Lara Domínguez, Beatriz Páramo Hernández y María del Rosario Arriaga, psicólogos que trabajan en los Centros de Integración Juvenil.

¿Qué papel cumplen los padres en la prevención de las adicciones en los jóvenes?

-Los padres y la familia tienen una función importante en la prevención de las adicciones. Que no se alejen de sus hijos. Que se involucren más en sus necesidades y problemas. Que no los rechacen. Que dejen de lado esa barrera que no les permite ver claramente lo que está pasando (Beatriz Páramo Hernández).

-Entre los padres existe una falta de conocimiento sobre este problema. Pocas personas manejan una información real sobre las drogas. Como este problema tiene un rechazo social, eso hace que la familia lo viva como algo totalmente ajeno; como algo que le puede pasar al vecino, al joven de otro barrio, a otra persona, menos al hijo (María del Rosario Arriaga).

-Los padres deben brindar orientación. Sostener la relación con sus hijos, marcar disciplina, darles afecto, estar al pendiente, cambiar las pautas de vínculo, brindarles tiempo. El apoyo familiar es esencial para salir adelante (Arturo Néstor Lara Domínguez).
-La familia es vulnerable y las sociedades tienen su modo de enfermar. La enfermedad de nuestro tiempo, pues, parece pasar por una cuestión de carácter vincular: el otro no existe, no hay tolerancia por lo diferente (Mario Carlos Balanzario).

La adicción a las drogas es un fenómeno multicausal. Tiene que ver también con la presencia de las sustancias en el medio, pero primordialmente con las dificultades personales para enfrentar la vida, para adaptarse a las circunstancias vitales, lo que deriva en ocasiones de problemas con la familia.

La cocaína en México se ha convertido en la droga de inicio en siete de cada diez adolescentes y jóvenes, de acuerdo con los registros de ingreso del 2002 a los Centros de Integración Juvenil en distintas regiones del país. La cocaína desplazó a los inhalantes y a la marihuana, que en 1990 ocupaban el primer puesto.

La piedra es una droga que está en los barrios marginales, en el zócalo, en las escuelas, en las plazas, en cualquier esquina, muy cerca de los jóvenes y hasta de los niños. Cuando se inicia el consumo, el costo es bajo. El gramo cuesta entre 50 y 150 pesos. Para atraparlos, al principio, las dosis se entregan con falsa generosidad. Una vez hundidos en la dependencia, el precio sube y las piedras se vuelven inescrutables en su contenido.

Los testimonios de quienes han sufrido o padecen por la droga son una advertencia. Una guía del espinoso camino a desandar. Lo saben quienes la venden, quienes embelesan a niños, sin escrúpulos. Ellos no la consumen y no permiten que sus hijos lo hagan. Sólo es un negocio para ellos. Saben que la droga puede matar.

Glosario

Cocaína

La cocaína es una de las drogas adictivas más potentes. Una vez que una persona la prueba, no puede prever ni controlar hasta qué punto seguirá usándola. Es un potente estimulante en el sistema nervioso central. Produce un cuadro caracterizado por hiperestimulación, hiperalerta, euforia y delirio. En dosis extremas causa también temblores, convulsiones y colapsos cardiorrespiratorios.

Formas
-Polvo. La presentación más común de la cocaína es el clorhidrato de cocaína, un polvo blanco, cristalino, soluble en agua y con efectos anestésicos al contacto con la piel y mucosas. Se estila la inhalación del clorhidrato de cocaína por las fosas nasales y es menos común que se diluya en agua para administración intravenosa.
-Piedra o crack. Es un sólido cristalino que consiste en el alcaloide de cocaína en su forma de base. Se consume por sublimación mediante la aplicación de calor a una mezcla de la base y ceniza en un dispositivo especial o pipa para piedra. Su efecto y el desarrollo de la dependencia son mucho más rápidos que con la inhalación.
-Bazuco. Es un producto colateral del proceso de fabricación del clorhidrato -pasta básica- y tóxico. Es un polvo chocolate que contiene algún porcentaje del alcaloide, pero en su mayor parte está compuesto por residuos propios del proceso de elaboración de la pasta básica. Es más barato que el clorhidrato y se consume en cigarrillos mezclado con tabaco o marihuana.
Efectos
El uso continuo de la droga produce taquicardia, hipertensión, midriasis, contracciones musculares, alucinaciones visuales, insomnio, ansiedad, nerviosismo extremo, ideas delirantes, conductas violentas y muertes debidas a colapso cardiorrespiratorio. Si la dosis es lo suficientemente alta, ésta puede ocurrir sin importar la vía de administración, aunque es más frecuente en el caso del consumo intravenoso.
Prácticas
-Experimental. Es la persona que prueba la droga una o pocas veces. Como la experiencia fue neutral o aun negativa, él o ella no vuelven a usar la droga.
-Ocasional. Caracteriza al consumidor “social” que recurre al uso de las drogas de manera eventual: en una fiesta, por ejemplo. El consumo es de bajo nivel, no sobrepasa el cuarto de gramo. La mayoría de los adictos pasan por esta fase al comienzo del consumo.
-Abuso. El consumidor utiliza la droga ocasionalmente para intoxicarse. Consume cantidades crecientes (de medio a un gramo) y experimenta con la inyección intravenosa o fumando base libre.
-Compulsiva. Se presenta cuando el paciente ha desarrollado dependencia hacia la cocaína. Se caracteriza por ser episódico y compulsivo. Con el consumo adictivo se presentan los fenómenos de tolerancia y dependencia química.
 
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