Uno de los aspectos de la globalización es la creciente convivencia entre grupos étnicos y culturales, lo cual exige desarrollar la práctica de la tolerancia. Pero no hay un solo modo de ser tolerantes, porque es preciso tener en cuenta las distintas circunstancias de la formación de los pueblos. Así lo hace ver este ensayo de Michael Walzer, politólogo estadounidense de origen judío, profesor de Ciencias Sociales en Princeton y coeditor de la revista Dissent. Al admitir que hay distintas formas de tolerancia y de organización política, se desmarca ya de muchos liberalismos al uso, como el de John Rawls.
Walzer estudia la tolerancia referida a grupos y no a individuos aislados. Dentro de los grupos no le interesan aquí los partidos políticos, sino los grupos con peculiaridades culturales, étnicas y religiosas. Para esto se sirve de ejemplos históricos -tomados de Estados Unidos, Europa y Oriente Medio- y demuestra que la tolerancia adopta formas muy diferentes, ninguna de las cuales es universalmente válida. A partir de la experiencia histórica, Walzer establece cinco modelos de sociedades tolerantes: los imperios multinacionales, la comunidad internacional, las confederaciones, los Estados nacionales y las sociedades de inmigrantes.
En los imperios multinacionales -como el romano o el otomano- los emperadores gobernaban sin imponer una uniformidad cultural a los distintos pueblos. Más bien, "la autonomía imperial tiende a encerrar a los individuos en el seno de sus comunidades, y por tanto, a situarles dentro de una etnia particular o en una determinada identidad religiosa". Así, en el imperio otomano, las comunidades de autogobierno tenían un carácter religioso, pero los miembros individuales no gozaban de libertad de conciencia o de asociación respecto a su propia comunidad.
El nacimiento de los Estados soberanos plantea dentro de la comunidad internacional un nuevo problema de tolerancia, que hoy está en primer plano: ¿el respeto de la soberanía obliga a permanecer impasibles cuando se dan violaciones masivas de los derechos humanos? Walzer sostiene que la propia soberanía tiene un límite marcado por el derecho internacional, que permite la injerencia humanitaria, incluso con el uso de la fuerza.
El Estado confederal sería una tercera forma, más actual, de asegurar la tolerancia. En este caso, la situación sería similar a la del imperio multinacional en cuanto a la diversidad entre los grupos, con la diferencia de que no hay un poder por encima de los demás. Una condición del éxito es que el reparto de fuerzas se mantenga de un modo igualitario, evitando que una de las partes confederadas asuma el protagonismo de un Estado nacional sin respetar la autonomía de las otras.
Minorías en el Estado
El cuarto modelo de tolerancia, hoy el más extendido, es el propio del Estado nacional, respecto a las minorías presentes en su territorio. El Estado nacional no es neutral, configura según su cultura la educación pública, los símbolos, el calendario estatal, las fiestas... A pesar de todo, los Estados que se tienen por liberales y democráticos toleran en su seno a las minorías, concediéndoles una autonomía bastante limitada. El ciudadano de un Estado nacional es tratado primeramente como ciudadano titular de unos derechos y obligaciones individuales, y sólo secundariamente como miembro de un grupo, al que se le permite formar asociaciones, escuelas privadas, etc., dentro de lo que Walzer denomina el ámbito de lo colectivo privado, visto con cierto recelo desde lo colectivo público, el Estado nacional. Así ocurre en ese ámbito clave que es la política lingüística, fuente habitual de controversias.
La paradoja es que en los Estados nacionales, incluso en las democracias liberales, hay un ámbito menor para la diferencia que en los imperios multinacionales o que en las confederaciones. Para Walzer, eso tiene una ventaja, porque "aunque el Estado nacional sea menos tolerante con los grupos, puede que fuerce a los grupos a ser más tolerantes con los individuos". La mayoría controla más a las minorías y no se tolerarían prácticas discriminatorias, ya que todos los individuos tienen unos mismos derechos y obligaciones como ciudadanos nacionales. Con todo, Walzer sugiere la necesidad de reconocer de un modo más explícito "lo que un miembro de una minoría tiene en común con los suyos", desarrollando uno de los artículos del Convenio de Naciones Unidas sobre Derechos Políticos y Civiles de 1966.
El quinto modelo de coexistencia y posibilidad práctica de tolerancia son las sociedades de inmigrantes. Dentro de ellas, habría una diferencia entre las formadas por colonos que sí intentaron trasladar su cultura de origen a un nuevo lugar (por ejemplo, los primeros colonos estadounidenses, canadienses, los boers en Sudáfrica), frente a otro tipo de inmigración, en la que los grupos se mezclan con otros al llegar, y no están concentrados de un modo homogéneo en un mismo territorio.
La reflexión de Walzer se centra especialmente en el multiculturalismo estadounidense. En EE.UU. hay una supracultura que es la norteamericana, con la que se acaban identificando en general los inmigrantes. Algunos de ellos no pierden a su vez su identidad de origen. Pero es una identidad cultural secundaria, sin pretensiones políticas. Todo ello no ofrece especiales problemas de tolerancia, ya que las minorías no exigen una especial autonomía, ni acceso al poder como tal grupo, ni un reconocimiento especial, ni un territorio.
El mayor problema se plantea cuando determinados grupos piden una ayuda positiva por parte del Estado, en forma de subsidios y apoyos especiales. En este caso, las propuestas de Michael Walzer parecen encajar bien con los análisis de Will Kymlicka en su obra Ciudadanía multicultural, en la que ofrece una solución más detallada a este problema.
Paidós. Barcelona (1998). 128 págs. Traducción: Francisco Álvarez. |