No supieron las culturas de la Antigüedad distinguir entre cultura y religión. Por eso el "dad al César lo que es del César y a Dios lo que es Dios" les costó el martirio a no pocos cristianos, acusados de ser "ateos y malos ciudadanos" por quienes habían divinizado al emperador de Roma. No, no se puede adorar al emperador, pero tampoco los cristianos podemos adorar al Estado, ni a la nación, ni al partido, ni a la mayoría por muy absoluta que sea, ni a la renta per cápita, ni a la posición social, aunque no falte quien así lo haga y se empeñe en obligarnos a quemar incienso en su honor. Por este motivo, Juan Pablo II ha recordado repetidamente que hay estar dispuestos a vivir el nuevo martirio de la coherencia, y en el último encuentro de la juventud se refirió al "martirio de ir contracorriente".
Por eso en medio de la actual confusión cultural, propiciada por la corrupción del pensamiento relativista que ya no busca la verdad sino quedar a bien con todos, resulta especialmente oportuna la aparición de este libro –Estado y Religión editado por Ariel- escrito por Rafael Navarro-Valls y Rafael Palomino.
Los autores proponen una reflexión crítica sobre los aspectos más actuales de las relaciones entre el Estado y la Religión. Y para ello han recogido los textos históricos más significativos de los últimos veinte siglos y los han comentado. Su enseñanza no puede ser más esperanzadora: en la sociedad actual hay sitio para el Estado y para la religión, todo depende como escribe Navarro-Valls de si el derecho laico se pone al servicio del hombre. Y no le falta razón a este autor, cuando reclama que los Estados deben aprender a correr el riesgo de la libertad y a superar el dogmatismo decimonónico, vigente al día de hoy, que reduce lo religioso a lo estrictamente privado, negando a la Iglesia el espacio público que por derecho le corresponde.
Ed. Ariel, 2000 |