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Tres dilemas de la relación entre tolerancia y política  
Isidro Cisneros 

La tolerancia es un fruto de la duda. El democrático dice: creo tener la verdad pero me podría equivocar, déjenme intentarlo y ver cuáles son los resultados prácticos de mis acciones; si son malos, entonces tocara el turno a ustedes. El dictador dice: yo tengo la verdad y los resultados de mi actividad serán siempre buenos: o conmigo o en mi contra.       

                          Norberto Bobbie

I. Tolerancia y espacio de la política en el ocaso del siglo XX


Discutir de tolerancia y de su relación con la política en el momento actual equivale, de alguna manera, a referirse a los problemas que enfrenta la democracia en estas sociedades complejas de final de siglo y de milenio. El primer dilema de la relación entre política y tolerancia que deseamos proponer está representado por los modelos posibles de la convivencia política y social que caracterizarán el siglo venidero. En las sociedades de nuestros días continúa siendo materia de amplia discusión el tema de las formas de convivencia que podrían caracterizar a las sociedades pluralistas. Para adecuamos a la lectura que aquí se propondrá, la tolerancia debe ser entendida como una forma normativa de la política que permite la convivencia y el reconocimiento público de las diferentes identidades colectivas que son minoritarias en la esfera pública. Mientras que la concepción de la política que aquí interesa resaltar se basa —para decirlo con Hannah Arendt— en la idea de una ciudadanía activa que incide en la esfera pública en la búsqueda de soluciones a sus necesidades y en donde los ciudadanos interactúan mediante el discurso y la persuasión. Esto es importante porque en el espacio público los individuos revelan su identidad y establecen relaciones basadas en la reciprocidad. La relación entre tolerancia y política es por lo tanto una típica relación entre un sistema normativo y un sistema de poder. Así, mientras que los polos de la relación entre ética y política rara vez se encuentran, al contrario, los polos de la relación entre política y tolerancia desarrollan una vinculación muy estrecha, al grado de que podemos sostener  que el régimen democrático es el ámbito natural que favorece su identificaci6n. La tolerancia es, en consecuencia, un valor de la política pero también un sistema práctico para la solución de las controversias sociales. Discutir acerca de las relaciones entre política y tolerancia en la perspectiva de un modelo deseable de convivencia solo es posible sobre la crítica de nuestra época. Es importante referimos a esto para imaginamos los desafíos que el sistema práctico y normativo que representa la tolerancia deberá enfrentar hacia el nuevo milenio. En el siglo que concluye muchas cosas han pasado, hemos tenido periodos de revolución, de estabilidad y de crecimiento, pero también de crisis que parecen tener un carácter permanente. No por nada el historiador inglés Eric Hobsbawm, que ha definido al XIX como "el siglo de las revoluciones", ahora define al siglo XX como el de las grandes intolerancias.

Los últimos años representan, para este autor, la "edad de la fractura" caracterizada por ser un periodo de incertidumbres, crisis y descomposición que culmina en 1991 con el eclipse del mundo comunista. Es indudable que durante el final de la década de los 80 y los primeros años 90 terminó una época de la historia del mundo para comenzar otra. La relación entre tolerancia y política se encuentra marcada por el nuevo contexto. El hundimiento del socialismo soviético y sus consecuencias trascendentales ha sido quizá el acontecimiento más destacado de estos decenios de la crisis. Muchas han sido las interpretaciones sobre la génesis de este cambio: desde que la caída de los distintos regímenes fue producida por la incapacidad de los gobernantes para satisfacer las necesidades materiales de la población y la ineficiencia económica de la centralización planificada, hasta las que consideran que dicha crisis de las estructuras políticas se debió principalmente a la naturaleza antidemocrática de los regímenes que nacieron con la Revolución de Octubre. Otras explicaciones podrían girar en tomo a la ausencia de oposición y de capacidad auto correctiva de tal sistema de poder, a la violación sistemática de los derechos individuales, al carácter totalizante y autorreferencial de la ideología comunista, a la rigidez de las jerarquías en la esfera social y política, así como a la presión sofocante del Estado sobre la vida social. A estas razones se podrían agregar, sin duda, muchas otras. Pero lo que aquí interesa resaltar es que esta crisis afectó de diferente manera al modo como hasta entonces se había desarrollado la  convivencia social y política en el ámbito mundial. Ante el fracaso de una concepción política bipolar que enfrento a dos posiciones mutuamente excluyentes, se abren las puertas para el desarrollo del pluralismo democrático en otros lugares del mundo. Ahora nuestro punto de referencia debe ser otro.

En los años noventa se hizo patente que la crisis mundial no era solo general de la economía sino también de la política. El colapso de los regímenes comunistas no solo dejó tras de sí una zona dominada por la incertidumbre política la inestabilidad, el caos y la guerra civil, sino que destruyó también el sistema de relaciones que había caracterizado al mundo durante casi 50 años. Más evidente aun que la incertidumbre de la economía y la política es la crisis social y moral. Es una crisis de las creencias y de los principios básicos en los que se había sustentado la sociedad desde el siglo XVIII. Es una crisis de los principios racionalistas y humanistas que caracterizaron el desarrollo de la sociedad moderna. La crisis moral no es sólo una crisis de los principios de la civilización sino también de las estructuras históricas en que hasta este momento se habían fundado la convivencia y las relaciones humanas. En este sentido, el futuro del régimen democrático aparece fuertemente vinculado con el problema de la convivencia y más concretamente con los problemas que genera la coexistencia entre diferentes minorías étnicas, lingüísticas y raciales, y más en general, con el problema de los que se denominan “diversos o diferentes” ya sea por razones físicas o de identidad cultural o política.  En los últimos tiempos observamos que en muchos países se ha desarrollado una serie de cuestiones políticamente relevantes en materia de tolerancia. Desde las iglesias incendiadas dentro de comunidades negras en los EU, hasta la continua  violencia en contra de los "extranjeros", es decir  los "diferentes", en muchas partes de Europa y Asia, sin olvidar el problema que hoy representa la “cuestión indígena” en América Latina. En todos estos lugares podemos observar el dramático resurgimiento de conflictos que tienen origen en particulares identificaciones étnicas, políticas, ideológicas 0 culturales. En efecto, de las soluciones que ofrezcamos al problema de la convivencia entre los crecientes "particularismos" que genera el pluralismo, dependerá en el futuro la extensión y la profundización del régimen democrático mismo. En este esquema la política aparece como una adquisición cultural de primer orden en la medida en que permite a los individuos trascender  las necesidades naturales  y construir  un mundo en el cual el discurso y la interacción puedan florecer libremente. El desafío del pluralismo y la diversidad es uno de los más importantes que hoy en día representa la relación entre política y tolerancia.

II. Tolerancia, ciudadanía, democracia

Un segundo dilema de la relación entre tolerancia y política se refiere al hecho de que la tolerancia ha dejado de encarnar sólo una concepción liberal para representar un nuevo perfil pluralista ya no vinculado solamente a los individuos sino también a los grupos. En efecto, uno de los desafíos no resueltos cabalmente por la promesa democrática ha sido el de la coexistencia cooperativa. Aún es una necesidad la existencia de mecanismos de carácter pacífico para el procesamiento de las diferencias que tiende a reproducir  el pluralismo democrático. La comprensión del pluralismo implica como sostiene Sartori la comprensión de la tolerancia, del consenso, del disenso y del conflicto. Un sistema pluralista debe basarse en la reciprocidad: al ser tolerantes esperamos, a cambio, ser tolerados. El consenso permite compartir algo que nos vincula, mientras que el disenso nos separa o nos convierte en una nueva minoría. La gramática entre consenso y disenso es fundamental en la democracia. Reflexionar sobre las nuevas dimensiones de la tolerancia significa referimos entonces a las transformaciones que se han desarrollado en el interior del régimen democrático y, de manera especial, a las diferentes modalidades en que se expresa el moderno conflicto social y político.

Debemos reconocer que la democracia con todas sus imperfecciones y "promesas no mantenidas", continúa siendo la única opción política posible que garantiza la solución pacífica y muchas veces concertada de los problemas que genera la convivencia misma. La democracia representa un régimen dinámico en continua transformación. Las instituciones tienden a reformarse en el sentido de garantizar una mayor inclusión de los grupos anteriormente marginados. La tolerancia en las sociedades modernas representa el mínimo consenso social necesario para que un régimen funcione en modo civilizado, renunciando expresamente al uso de la violencia para la solución de los conflictos y de las discrepancias políticas. En consecuencia, pluralismo y democracia son consustanciales a la tolerancia, dándole a esta un espacio para la expresión del disenso, el cual ha sido aceptado en las sociedades pluralistas como un “mal menor” cuando el costo de la represión resulta mayor o como un “mal necesario” cuando no es posible eliminar el disenso, el cual, como bien se sabe, cuando es lícito y moderado resulta funcional para la democracia.

Del mismo modo en que la tolerancia constituye el fundamento ético del sistema democrático, su antítesis, la intolerancia, establece una correlación directa con el autoritarismo político. Recordemos que la intolerancia política ha encontrado diversas fuentes de justificación, incluso en las filosofías historicistas: “se piense en el positivismo, en el hegelianismo o en el marxismo, en donde el poder de un grupo, un individuo o una clase es legitimado sobre todos los otros, recurriendo a ineludibles leyes históricas de progreso o férreas e imprescindibles leyes dialécticas”.

En conclusión, el desarrollo de la tolerancia representa actualmente uno de los más grandes desafíos  (si no el más importante) al orden democrático como o conocemos actualmente.

Otro problema que ineludiblemente debe tomarse en cuenta cuando se discute de tolerancia y política es el relativo a los nuevos caminos de la convivencia. Los diferentes valores que encarna el régimen liberal- democrático no han impedido  el surgimiento de formas diversas de “prejuicio” y “discriminación”, que a su vez han generado intolerancias. Es decir, formas de rechazo o de desprecio en las que es posible identificar elementos de frustración y de temor hacia lo “desconocido”. Este rechazo constituye un recordatorio de que en épocas de adversidad es muy frecuente hacer recaer las propias culpas sobre los adversarios, quienes sirven de victimas expiatorias.

En el mundo contemporáneo el prejuicio se encuentra referido a una serie de exclusiones y limitaciones de los derechos de poblaciones y grupos que se caracterizan por la posesión de ciertas peculiaridades vinculadas a diferencias de idioma, religión, origen nacional o simplemente opiniones políticas. La discriminación en cualquiera de sus formas en una democracia nos mete de lleno en el problema de la vigencia y aplicación de los derechos de ciudadanía en términos de “inclusión” y “exclusión”, ya que el prejuicio en política, es decir la intolerancia, provoca diferentes  tipos de segregación y desigualdad de trato entre ciudadanos que, por lo menos en teoría, deberían gozar de igual dignidad y estatuto jurídico. En esta perspectiva ciudadanía significa el derecho a participar activamente en la vida política del Estado. El ciudadano es un depositario de derechos, o dicho mas simplemente, un individuo con capacidad  para ejercitar libremente los derechos y privilegios que la ley del Estado otorga a sus ciudadanos. No olvidemos que el reconocimiento de los derechos fundamentales del hombre y del ciudadano permitió que los principios  en que se sustentaba la tolerancia  fueran ampliando sus espacios y que su dimensión fuera extendiéndose, hasta alcanzar un papel importante en la solución de los conflictos. Esta transformación del precepto de la tolerancia contribuyo a darle un nuevo significado, que es el que posee actualmente, y que podemos identificar con el de pluralismo de los valores, de los grupos y de sus intereses. Recordemos que el mundo de la democracia liberal incluyó a la tolerancia entre sus valores constitutivos, reconociéndola como la solución éticamente apropiada en relación con las diferencias existentes, potencialmente conflictuales, sobre las condiciones en que los individuos deben vivir en una sociedad y sus razones. Por lo tanto, la igualdad política y el reconocimiento de los propios derechos (aquello que Hannah Arendt llama el derecho a tener derechos) pueden ser asegurados sólo por la pertenencia a una comunidad política democrática. Y en esta medida, la identidad étnica, religiosa o racial resultan irrelevantes para explicar la identidad política de una persona, es decir, su identidad como ciudadano.

III. Iguales pero diversos: el nuevo mapa de la cultura y la política

El tercer dilema de la relación entre tolerancia y política se refiere a la construcción de un nuevo mapa de la cultura y la política caracteriza­ do por una también novedosa interacción entre igualdad y diversidad.

La tolerancia representa el respeto por las opiniones de los demás, así como el reconocimiento del derecho a disentir de esas mismas opiniones. Aprender las reglas de la tolerancia implica tratar de ser inmunes a los prejuicios, a la parcialidad, lo que significa capacidad  para reconocernos al mismo tiempo como "iguales y diversos", sintetizando con armonía dos conceptos que en general se conciben como contrapuestos pero que aprenden a convivir en la democracia. Por lo tanto, la tarea de la política en la democracia consiste en garantizar con las leyes-el respeto y la promoción de la tolerancia entre los ciudadanos.

Es importante precisar que el tolerante debe rechazar conscientemente la violencia como medio privilegiado  para obtener el triunfo de sus ideas subordinando a los demás a su propia concepción. En este sentido, podríamos formular la siguiente pregunta: ¿Cuál es la tolerancia que requerimos de frente a los nuevos desafíos? o más sintéticamente, ¿Cuál es la tolerancia que resulta adecuada a las sociedades caracterizadas por una creciente complejidad y heterogeneidad? Una posible respuesta la podríamos encontrar caracterizando los elementos que distinguirían a una concepción pluralista de la tolerancia, necesaria para enfrentar los problemas que amagan a las democracias al final del siglo. Tal concepción pluralista se refiere a los comportamientos y prácticas que en una democracia vulneran los derechos de las nuevas identidades colectivas, que son débiles en la esfera pública. Aquí la tolerancia no aparece ya como un mero cálculo político, como una razón de mera prudencia política o como un discurso sobre la posesión de la verdad, sino que aparece, para decirlo con Norberto Bobbio, como la elección de un verdadero método universal (o que por lo menos debería tener una valencia universal) de convivencia civil que se aplica en todos los ámbitos de la vida social. La valencia política de esta concepción sobre tolerancia reside en que configura aquello que Michael  Walzer ha denominado un consenso por intersección entre los diversos grupos que habitan en las democracias contemporáneas. Si en la concepción tradicional de tolerancia aparecía el dilema: “mi libertad termina en donde inicia la tuya”; en la interpretación pluralista que ahora se discute el principio de convivencia se ha transformado, estableciendo que: “el ejercicio de mi libertad y mis derechos se convierte en una condición para el ejercicio de tu libertad y de tus derechos”. De acuerdo con cuanto hasta aquí hemos sostenido, la tolerancia en su relación con la política debe orientarse a la constitución de un método universal para la convivencia civil. Una concepción pluralista de la tolerancia pone énfasis en la inclusión del mayor número de iniciativas y de puntos de vista que son posibles en la construcción democrática. La necesidad de gobernar las rápidas transformaciones políticas y culturales de los tiempos presentes impone a los individuos de hoy una mentalidad opuesta a la dominante en otros tiempos en los cuales todo parecía inmutable; una mentalidad capaz de interrogar los fundamentos constitutivos de la propia identidad para dar un nuevo sentido de pertenencia y en contra de la tentación de fijarla en modelos dados de una vez y para siempre.

Estudios  N° 45-46


* Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, México.
Norberta  Bobbio, "Salvemini e la democrazia",  en Il Ponte, n° 11-12, noviembre-diciembre 1975, p. 12-64

Maurizio Passerin d'Entreves, La teoria della cittadinanza nella filosofia politica di Hannah Arendt, 1995, WP no I 02, lnstitu de Ciénces Politiques i Socials, Barcelona, p. 13.

Norberto Bobbio, "Etica e politica", en Etica e politica, 1984, Parma, Pratiche Editrice, p. 7-17.

Eric Hobsbawn, Historia del siglo XX. 1996, Barcelona, Critica

Norberto  Bobbio, "Destra e sinistra  oltre il muro", La Stampa,  I 9 de marzo, I995, Turin.

Para el análisis de Ia diversidad en las teorías éticas se recomienda: Francesco Remotti, "La tolleranza verso i costumi",  en Teorie etiche contemporanee,
1990, Turin, Bollati Boringhieri, p. 165-85; y Paz X. Ramírez Sánchez, “Hacia una ética de Ia diversidad", en Alteridades, año 4, n° 8, 1994, p. 67-74.

Giovnanni Sartori, “Los fundamentos del pluralismo” en Agora. Cuaderno de Estudios Políticos. n°2 1995, p.13

Un enfoqué de estos problemas desde la perspectiva de la ciencia política se encuentra en: Juan J. Linz, "Multinacionalismo, pluralismo y democracia. Individuos y colectividades", en Agora. Cuaderno de Estudios Políticos, n°2, verano 1995, p. 23-43.

Dario Antieri, La Tollersanza e suoi nemici, 1996, Roma, n Mondo 3 Edizioni, p. 29.

David Meghnagi, "Identitá, diversitá, valori comuni. Alcuni considerazioni provvisorie", en Tolleranza e intolleranza, 1995, Turin, Bollati Boringhien, p. 101-10.

He tratado con detenimiento esta temática acerca de Ia concepción pluralística de Ia tolerancia en: "Pluralismo y tolerancia en las instituciones democráticas", en Este País, n° 55, octubre 1995, p. 12-7 y en "Tolerancia: Voltaire entre nosotros", en Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, FCPyS-UNAM, de próxima aparición.

Norberto Bobbio, "Las razones de Ia tolerancia", en El tiempo de los derechos, 1991, Madrid, Sistema, p. 246-7.