El respeto y la tolerancia del discrepante es una asignatura difícil. A menudo los innovadores sociales apelan al pluralismo y a la diversidad para abrir espacio a sus ideas, pero, en cuanto consiguen un reconocimiento oficial, se descubren una vocación de inquisidor. No hace falta buscar ejemplos en regímenes autoritarios. Las democracias liberales proporcionan suficientes noticias cada día.
En Finlandia la justicia ha inculpado a un pastor luterano por negarse a concelebrar un servicio religioso con una mujer pastor. ¿Qué hace un tribunal civil juzgando una cuestión estrictamente religiosa? En Finlandia, como en otros sitios, la cuestión de la ordenación de mujeres ha dado lugar a no pocas polémicas. La Iglesia luterana la ha admitido, y hoy son mujeres uno de cada tres pastores. Cabe pensar que en esta situación lo más respetuoso con la libertad es permitir que cada pastor celebre su servicio religioso de acuerdo con sus creencias; que la mujer pastor pueda celebrar, pero que no imponga su presencia al que no quiere celebrar con ella.
Ari Norro, miembro de un grupo evangélico opuesto a la ordenación de mujeres, es de los que no quieren concelebrar con una mujer. Y por negarse a hacerlo ha sido denunciado ante los tribunales por discriminación.
“La ley no admite excepción”, dice el fiscal. “El código penal finlandés es muy estricto en la materia: no se puede imponer un trato distinto a una mujer en razón de su sexo”.
Pero la cuestión es si se puede imponer un trato uniforme en las normas que se refieren a cuestiones religiosas y las que se refieren a cuestiones civiles. Con esta imposición acabamos aplicando al ámbito religioso las reglamentaciones propias del ámbito laboral. Y, de ese modo, en vez de la separación de la Iglesia y del Estado, caemos otra vez en la injerencia, en este caso del poder secular en la órbita religiosa. Una sociedad verdaderamente pluralista es la que respeta la libre autonomía de instituciones que se rigen por las normas propias de su ámbito.
La inculpación del pastor confirma esa deriva intolerante del nuevo establishment: para justificar el cambio se invoca primero el pluralismo, y para imponer la uniformidad después se recurre al Código Penal.
Silenciar al discrepante
Excluir y silenciar al adversario es otro recurso para evitar la confrontación intelectual. Normalmente exige primero descalificar al discrepante, atribuyendo sus ideas a la fobia o al prejuicio, sin molestarse en contestarlas. A veces esto sucede en sitios como las Universidades, que deberían ser un foro abierto para discutir cualquier idea. Pero hoy lo políticamente correcto cuenta más que la libertad de expresión. Lo ha sufrido en sus carnes Lawrence Summers, eminente economista estadounidense, ex secretario del Tesoro y ex presidente de Harvard.
Cuando Summers era presidente de Harvard una vez se atrevió a decir que valdría la pena investigar por qué no había más mujeres que destacaran en matemáticas y ciencias. No decía que estuvieran incapacitadas para ello, sino que de hecho no había tantas mujeres excelentes en estos campos como en otros. Fue suficiente para que algunos se rasgaran las vestiduras por el hecho de que Summers se atreviera a suscitar una cuestión tan indelicada. Y el asunto no se ha olvidado.
Summers había sido invitado a pronunciar un discurso en una cena de la junta de gobierno de la Universidad de California. Pero algunos profesores izquierdistas protestaron alegando que Summers era el símbolo del “prejuicio racial y de género en la vida universitaria”. Y pidieron que se retirara la invitación. La junta de gobierno se plegó cobardemente a la imposición. Y en los mismos días en que la Universidad de Columbia se atrevía a escuchar al presidente de Irán, Ahmadinejad, la Universidad de California negaba la palabra a Lawrence Summers. Así, los que se consideran abanderados de la política de inclusión de todo tipo de minorías, imponen la exclusión en su propio territorio.
Censura gay
Cabría pensar que los que han sufrido la exclusión fueran los más interesados en promover la tolerancia y la diversidad. Pero en algunos casos parece más bien que recurren a las mismas armas que se utilizaron contra ellos. En España para impulsar su causa el movimiento gay ha apelado continuamente a la tolerancia, al respeto de las diversas orientaciones sexuales, a la libertad para que cada uno pueda expresar sus ideas y conductas sin vivir en la clandestinidad social.
Pero, ahora que no hay ninguna traba legal para sus pretensiones, la Federación que los agrupa (FELGTB) ha redescubierto la utilidad de la censura. Les ha irritado profundamente que el manual de la asignatura de Educación para la Ciudadanía de la editorial Casals mantenga que el matrimonio es solo la unión de un hombre y de una mujer, y que las uniones homosexuales no lo son. Esta idea les parece que “no se corresponde con el siglo XXI”. Aunque no debe de ser tan insólita cuando sigue vigente en casi todos los países del mundo, a excepción de unos pocos europeos y Canadá.
En cualquier caso, a la FELGTB no le basta que la legislación española sea una de las pocas que admite el matrimonio gay. Quiere que ningún libro de texto pueda ponerlo en duda y examinarlo críticamente. Por eso ha pedido que el Ministerio de Educación intervenga y ordene retirar el libro.
Ya que en la Educación para la Ciudadanía se trata de conocer los derechos y libertades ciudadanas, la FELGTB debería recordar que la censura de libros está abolida en España, y que la Constitución reconoce la libertad de expresión y de cátedra.
Pero lo más significativo es que los que se presentaban como los campeones de la tolerancia y la diversidad intenten ahora imponer a todos sus propias ideas. Dentro de una apariencia de Locke han resultado tener un alma de Torquemada. Tal vez sea un trastorno de género.
Aceprensa |