Faltaban dos minutos para las once de la mañana cuando una fortísima explosión estremeció el campus. La Universidad de Navarra era hasta-, entonces un hervidero de proyectos, de conversaciones, de inquietudes, de vida. Todo se tambaleó durante unos segundos. Los mismos alumnos que asistían a una clase o compartían un café o preparaban un examen corrían empujados por el miedo, la indignación y la incertidumbre. A sus espaldas, las llamas consumían una docena de coches y se extendían por el interior de algunos despachos y oficinas del Edificio Central. No se sabía aún si el coche bomba había causado muertos o heridos. Nadie olvidará fácilmente lo ocurrido aquella mañana. Un atentado es también una suma de historias. De muchas historias. En estas páginas, veinticinco periodistas cuentan la suya. No les ha hecho falta recoger información ni entrevistar a nadie, porque todos han vivido en primera persona la explosión del coche bomba. La suma de sus relatos permite componer una crónica intensa y rigurosa de lo ocurrido.
1. El estallido.
"Nos quedamos en silencio, petrificados"
Marta Quintín [Com 11]
Faltan escasos minutos para las once de la mañana. Llevo casi una hora de clase de Literatura en el Edificio Central. Hoy toca la tragedia grecolatina. Nos explican que, en esas obras teatrales, el destino, el llamado fatum, es inexorable. Los acontecimientos de la vida, el día de la muerte... todo está marcado y no se puede escapar de ello. Tomo apuntes. Acabo de escribir la última idea y, de pronto, ¡BUM! Un estruendo atronador y vibrante retumba en algún lugar cercano. La profesora, que está de pie, ahoga un grito al tiempo que se tambalea. Nosotros, en los asientos, sentimos una sacudida. Quedamos en silencio, petrificados. "¡El fatum!", exclama a mi lado una voz. Los cristales, increíblemente, están intactos. Alumnos de aulas próximas no podrán decir lo mismo. Al otro lado de la ventana, flotando con aire macabro, caen los restos negros de una explosión. "Id recogiendo con calma. Podría haber otra", advierte la profesora. ¿El fátum ineludible? No. Una bomba.
2. La reacción inicial.
"No te separes de mí"
Carlota Creus [Com 10]
Te miro porque no entiendo nada, porque no sé qué hacer. Busco en ti la respuesta a mi incertidumbre, el consuelo a mi estado de pánico. No quiero pensar que se trata de una bomba, no quiero creerlo. Pero tú, con toda tu serenidad, me lo confirmas. La diferencia entre no ser de aquí y sí serlo se ampara en la ingenuidad de creer que una bomba "no es posible" o en pensar que "sí es posible". Nos quedamos paralizados en las escaleras del aula 1 de Comunicación y entonces me agarras del brazo y gritas: "¡Venga, corre, vámonos de aquí!". Salimos con las piernas flaqueando y vemos cómo se amontona la gente en el pasillo, delante de los cristales. A lo lejos, un humo negro y espeso. Caras de terror y, paradójicamente, una sorprendente serenidad. El corazón se me acelera. ¿Habrá otra bomba en nuestro edificio en cosa de segundos? Empezamos a andar a paso rápido hacia la puerta; la corriente nos arrastra pero no se sabe muy bien hacia dónde. Desconcierto. "Mintxo, no te separes de mí... ", pienso.
3. El Desalojo.
"Algo ha pasado, algo ha pasado"
María Jiménez [Com 10]
Seguimos escribiendo. Hemos escuchado el rugido. El cristal ha temblado. "Una bomba", he comentado sin saber muy bien por qué. "¡Qué tontería!", dice Pablo. "¿Cómo que una bomba? No puede ser". Y seguimos escribiendo. Pero a todos se nos ha cambiado la cara. De repente, Ana aparece tras el cristal de la puerta: "Hay que salir". Un segundo paralizados y saltamos de la silla. Roberto y yo nos quedamos los últimos. "Algo ha pasado, algo ha pasado", le repito casi sin voz. Él lo sabe, pero no me dice nada. Bajamos las escaleras. Nos paramos en una ventana estrecha. Una nube de paraguas en la explanada: todos están fuera. No puede ser. El búnker, el imponente edificio de Ciencias Sociales, está casi vacío. Nos encontramos con una profesora. Intenta mantener el tipo. Pero su cara lo dice todo. "Marta, ¿qué ha pasado?", le pregunto. "Parece que una bomba en el Central". Roberto y yo nos miramos. No hace falta decir nada. Tampoco podría hacerlo, aunque quisiera. Vamos rápidamente a la salida. Un pie en la calle y el mundo encima. Dios. No puede ser.
4. Corriendo Hacia El Sitio.
"Un trozo de matrícula calcinado"
Blanca Establés [Com 10]
Echo a correr hacia el Edificio Central sin pararme a pensar. Llega una lluvia persistente. Mis zapatillas resbalan por el suelo, pero yo ni lo noto. Oigo cómo un amigo mío llama a la radio mientras corre a mi lado. La llamada se entrecorta y él se lamenta repetidamente en voz baja. Saltamos los escalones de tres en tres, y doblamos la esquina de la Facultad de Económicas. En mi carrera me cruzo con un centenar de personas que huyen hacia la Facultad de Comunicación pensando que así pueden ponerse a salvo. Me abro paso a codazos y me detengo a veinte metros del coche en llamas. Mi amigo se ha perdido en la estampida de estudiantes. Estoy sola. Intento acercarme un poco más, a pesar del cordón de seguridad. Un brazo me sujeta con fuerza y me hace retroceder. Tropiezo con algo que hay en el suelo, enredado en mis zapatillas. Me agacho, lo recojo, pero lo tengo que soltar enseguida, porque quema. Es un trozo de matrícula calcinado.
5. El incendio.
¿Habrá alguien ahí dentro?"
Javier Marrodán [Com 89]
Al doblar la esquina de la Biblioteca, las llamas se enzarzan casi de repente. Es un fuego intenso, incontenible, salvaje. Creo que todos nos preguntamos lo mismo: "¿Habrá alguien ahí dentro?". Decenas de personas nos acercamos al lugar de los hechos con el corazón apretujado, encogido. Unos se aprietan las manos a la cabeza, otros parecen como hipnotizados, con la mirada fija y una exclamación prendida de los labios. También hay quien hace fotos o llama por el móvil. Todos nos preguntamos si lo que estamos viendo es real. Entre las llamas se abren los restos retorcidos de varios coches. Se oyen algunas pequeñas explosiones. Alguien sugiere que se trata de los depósitos de gasolina de los vehículos afectados. El miedo se une a la ansiedad y a la incertidumbre y a la rabia y a la impotencia: supongo que esto es el terror en estado puro.
6. La incertidumbre.
"Rumores de más bombas"
Asier Solana [Com 09]
"La pared está manchada de rojo", nos dice Paloma, estudiante de cuarto de Audiovisual, casi llorando. Lo ha visto porque pasaba por el aparcamiento en el momento de la explosión. Nadie se atreve a decido, muy pocos creen en esos momentos en el milagro. Pienso en Eva y en Carlos, que estudian Historia en el Central. No cogen el móvil, y tampoco responden al mensaje que les he enviado. Por lo menos, Florian, Marta y yo estamos bien. Aun así, ha sido un estruendo tan fuerte, una onda expansiva tan destructiva, que nadie cree en el milagro. Como la pólvora, se extiende el rumor de que hay otro aviso de bomba: unos dicen que en el edificio de Ciencias, otros que en la Clínica. En la calle lturrama, cerca del campus, consigo hacer saber a mi hermano y a mi padre que estoy bien. Me llegan noticias de que Carlos y Eva están vivos. Pero la columna de humo ya blanqueado es un imán, y convenzo a Marta, que también lleva el periodismo en las venas, para volver al campus a indagar qué pasa de verdad.
7. Los móviles.
Estoy bien, pero no encuentro a María
Begoña Blanco [Com 09]
María no me coge y trato de llamar a mis padres, pero es imposible. A nadie le funciona el móvil en el campus. Tengo que hablar con alguien de casa antes de que aparezca la nube negra en las pantallas de televisión. Hace cinco minutos que ha estallado la bomba y ya me retumban las sirenas en los oídos. Suena el teléfono. Un mensaje: "El teléfono móvil de María del Cano está disponible". Da señal, ¿estará viva? Hay que volver a llamarla. Vaya, ¡no me coge! Otra vez suena el móvil. ¡Una llamada! "¿Sí?". "Bego, soy papá, ¿estás bien?". "Sí, pero no encuentro a María, ¡estaba en el Central!". "Hija, no te preocupes. En la radio dicen que no hay muertos". "¿De verdad?". "Te lo prometo". "Papá, llama a mamá, que las líneas están colapsadas". "No te preocupes. Estate tranquila y sal de allí en cuanto puedas. Un beso, hija".
8. Encerrados.
Se ve fuego entre los árboles
Álvaro Rodríguez De Uña [Com 10]
Mikel Arregui es de Vitoria y estudia segundo de Arquitectura Técnica. Él y sus compañeros asisten a clase de Dibujo cuando les sobresalta un ruido muy fuerte. No saben el origen y se acercan a las ventanas. Algunos creen que el estruendo puede deberse a un accidente en el laboratorio. Otros piensan en un accidente de coche en las inmediaciones del edificio. Hasta que ven el fuego entre los árboles. A pesar de todo, hay quien no se lo termina de creer. Alguien les explica que se trata de un atentado de ETA y les pide que se dirijan a la planta baja. Allí se quedan durante una hora. Se disparan los rumores: se habla de otra bomba en Ciencias Sociales; o en la propia Escuela de Arquitectura. Al final les permiten salir, aunque les piden que rodeen todo el campus para volver a casa.
9. La vuelta a casa.
De momento, diez heridos leves
Enara López [Com 10]
Varios alumnos nos apelotonamos junto a la gasolinera de lturrama, próxima al campus, y yo pienso en voz alta. Pregunto al compañero que tengo a mi lado: "¿Me quedo o me voy?". Sé que aquí, parada bajo la lluvia, no puedo hacer mucho, por lo que echo a andar hacia casa. Al principio consigo mantenerme medio serena, ya he hablado con mis padres y mi novio. Me meto en los bares, buscando caras amigas, profesores, y veo la televisión. Aparece Susana Griso: "De momento, diez heridos leves". Dejo el calor y el aroma a café para seguir hacia casa. Pero pienso que en casa no va a haber nadie. Me dirijo entonces a la tienda donde trabaja tú novio, Joaquín. Empiezo a temblar, estoy empapada y algo me sube y me baja por el estómago, lo único que puedo hacer es caminar más rápido. Al final llego donde él está, nos abrazamos y lloro, no puedo parar, "qué miedo he pasado". Joaquín me calma y me acaricia la cabeza. Él también se pone a llorar.
10. Desde la distancia.
¿Te imaginas que la hayan puesto en la uni?
Andrea Pavón [Com 11]
Noticia, titular, entradilla... Intento memorizar. Son las once y tengo examen. Me agobio. Me quedo transpuesta observando el gris del cielo... ¡BUM! Vuelvo a parpadear violentamente: "¡Menudo trueno!". Trato de concentrarme. "¡Ring, ring, ring!", suena el teléfono martilleándome la cabeza. Seguro que es Marta. "¿Has oído eso? Fijo que es una bomba. ¿Te imaginas que la hayan puesto en la uni? Verás como empiezan a sonar sirenas de policía. Siempre hacen lo mismo". Me cuelga como si nada. Y lo único que oigo es mi móvil: "¡Hija, por Dios! ¿Estás bien? ¿Estás en casa?". Mientras digo que sí, mi cabeza reacciona: trueno, bomba, papá, ocho llamadas perdidas... Bomba. Enciendo la tele: atentado en la Universidad de Navarra. Me desplomo en el sofá, boquiabierta. Diecisiete heridos leves. No me lo creo. Tiemblo. Me cuesta conseguir la respiración: huele a tragedia. Pero lo peor de todo es que no vuelve a llamar. Y me acongojo. Ella se ha acostumbrado, ha aprendido a vivir con eso. Como si una explosión fuera un sonido más entre los coches y la gente de su ciudad y sus calles. ¿Trueno? Eso pensaba yo. Muchos se ríen de mi ingenuidad. Pero yo sonrío porque a mí todavía no me la han robado.
11. Casualidades.
¿Voy al Central o voy a Comunicación?
Rafael Dawid [Fia+Com 10]
Javier deja a medias la redacción de un correo electrónico que se le estaba atascando y se va a tomar un café al Faustino. Instantes después, su despacho empiezan a arrasarlo las llamas. Javier Irigaray sale de su oficina para fumar un cigarro un minuto antes de que la explosión derribe sobre su mesa parte del techo y una pesada lámpara. Maite Sánchez se dirige al Central para asistir a clase, pero se vuelve a comprar un bolígrafo en la Biblioteca. Silvia Aranguren baja a la Universidad con su hijo recién nacido para saludar a sus compañeras. Aparca junto al Central, le da el pecho al pequeño en el interior del coche y se aleja con él del aparcamiento. Corina Dávalos tiene dudas al salir de la Biblioteca: "¿Voy al Central o voy a Comunicación?". Y elige la segunda opción cuando apenas quedan unos segundos para las 10.58. Arturo Cuéllar y José de las Cuevas regresan a Torre 1 después de haber desayunado en Faustino. Antes de doblar la esquina para acceder al aparcamiento, se detienen a hablar con un amigo por el móvil. Miguel Ángel Tejero camina hacia la Biblioteca cuando ve aparcado el coche de Jesús María Martínez, conserje del colegio mayor Belagua. Y se da la vuelta para hacerle una visita.
12. Las noticias.
Directo al corazón
Una hora después, llego a casa. Estoy una hora más mojado por la lluvia y una hora más enfadado por el fuego. Sesenta minutos dan para muchos tacos. Yeso que aún no sé si hay víctimas. No pulsaba el mando a distancia con tanta ansiedad desde que, años atrás, en el colegio empezó a cundir el rumor sobre un avión y unas torres gemelas. Antena 3: imágenes del lugar que acabamos de abandonar bajo apremio policial. Qué distinta es la realidad a través del filtro de una cámara: será porque no capta el olor a miedo. La presentadora y los contertulios ponen cara de preocupados. Debe de ser difícil pasar del pantojeo al directo con un alumno que te dobla en credibilidad y cercanía. Hay heridos leves, la Madre Red lo confirma. Ni el tiroteo milagroso de Pulp Fictirm. Sale al plató un redactor del programa, ex alumno de Comunicación. Cambio de cadena: más tertulianos vomitando lemas de manual. Bla, bla, bla. Yo también sé uno: Basta ya.
13. Periodistas de verdad.
Tengo imágenes, os lo mando dentro de un minuto
Marina Pereda [Com 11]
Hasta hoy a las 10.58 éramos estudiantes de Periodismo. Desde esa hora, muchos hemos sido, además, periodistas de verdad. Hay quien saca el móvil, y se pone los cascos: ningún muerto ni heridos graves. Respiro. La voz del locutor suena vacía, lejana. Se toca la incertidumbre con los dedos, los perros olisquean bajo los coches, la llamarada del Central desprende un calor repentino y nos damos cuenta de que debemos contar la noticia. Nosotros estamos aquí y los demás están fuera. Cámara y móvil en mano, empapados, temblando todavía. Cuando uno de mis compañeros ha sacado las cuatro primeras fotos, suena un móvil. Algunos se acuerdan de los periódicos donde hicimos prácticas este verano: "¿Sabes qué ha pasado? ¿Tienes imágenes?". "Por supuesto, os lo mando dentro un minuto". Unas cámaras de televisión dan paso a un alumno. Mientras habla, me doy cuenta de que no son prácticas, no es un simulacro: tenemos la responsabilidad de informar. Otro estudiante pregunta los últimos datos sobre los heridos a un grupo de policías que le impiden la entrada al Central. Lo importante es que todo el mundo esté bien. Me obsesiona esa idea, no puedo irme hasta que no esté segura. Alguien sube corriendo a casa, se conecta a Internet y envía las fotografías a los medios digitales junto con un resumen de la noticia. Yo entro en Facebook, donde veinte comentarios de mis familiares preguntan cómo estoy. Cambio mi perfil: "Estoy bien, gracias a Dios".
14. Los apoyos.
Continuad formando a nuestra juventud
Miguel Muñoz [Com 10]
Todavía con la tensión en el cuerpo, llego a casa e inmediatamente pongo las noticias. Ya están saliendo políticos a condenar el atentando. Uno de los primeros es el ministro José Antonio Alonso, que lo tacha de "bajeza moral". Me sorprende la comparecencia de Uxue Barkos, diputada: su cara es la de una ex alumna sinceramente afectada. Y esa misma tarde ya está en la Universidad la ministra Garmendia. Pero no todo queda en la política. En los días siguientes me llegan historias como la del profesor Jordi Rodríguez Virgili, que recibió más de doscientos correos solidarizándose con él y la Universidad. "Emociona mucho comprobar que contra los terroristas somos más, y mejores", me cuenta el profesor, que incluso agradeció público allí presente el apoyo recibido desde un programa de: Radió Nacional en el que colabora. Y en la web de la Universidad veo que se han recibido más de seiscientos mensajes de cariño y apoyo. Por ejemplo: "El poder del conocimiento es la espada que más hiere a ETA. Ánimo y continuad formando a nuestra juventud".
15. La carta del rector.
Sembrar paz y alegría
Leire Escalada [Com 10]
Nunca había recibido un mensaje del rector. Pero hoy, horas después del atentado, sin dejar de pensar ni un instante en lo ocurrido, abro mi correo electrónico y encuentro un mensaje especial. Es una carta que el rector, Ángel J. Gómez Montoro, ha enviado a todos los estudiantes y trabajadores de la Universidad. En ella condena enérgicamente el ataque terrorista y agradece las numerosas muestras de afecto recibidas. Ángel J. Gómez-Montoro destaca también que "el apoyo de tantas personas" es un estímulo "para renovar con ilusión nuestro quehacer en el campus con la mayor normalidad, posible desde hoy mismo". "Normalidad, eso es", pienso. Lo importante significa volver a las aulas, a la cafetería, a los jardines del campus... Como siempre, con las mismas ganas, pero más unidos que nunca. Y ese es el mensaje que transmite el rector: "Recomenzar de nuevo, con la ilusión renovada de que la Universidad sea, como quería su fundador, sembradora de paz y de alegría".
16. Los coches calcinados.
Parte de ¿reconocimiento?
Chus Cantalapiedra [Com 02]
Las campanadas del Edificio Central marcan las seis de la tarde. Durante años, este sonido ha sido para nosotros como un síntoma de tranquilidad. Hoy, al escucharlo, siento nostalgia por la tranquilidad perdida. La noche ha llenado de sombras el lugar donde hace ocho horas ha estallado la bomba. Hace frío y llueve. Me resulta difícil asimilar todo lo ocurrido. Javier, Sonsoles y yo rodeamos el edificio. Nos invade el olor a madera quemada que se escapa de las ventanas. Dentro, los bomberos continúan con su labor. Los coches han sido retirados de la zona pero aún quedan cristales y piezas metálicas esparcidas por el suelo. En la explanada de Bibliotecas se retuercen los vehículos afectados por la explosión. El de Magda tiene las lunas reventadas y el interior ennegrecido por el humo. Solo hace un año que lo compró. Intento hacerme cargo de lo que puede sentir cuando lo vea. "No es justo", pienso. ¡Menuda faena! También están los de Nacho, Pablo, Kike, Luis... La Policía Municipal ha habilitado un pequeño puesto donde los propietarios de los vehículos dañados pueden hacer el parte de reconocimiento. La cola supera las veinte personas. "¿Reconocimiento de qué?", pueden pensar algunos al ver el amasijo de hierros que a primera hora de la mañana todavía era su coche.
17. Zona cero.
Las ventanas humean
Teresa Villa Verde [Fia+Com 10]
Las ventanas todavía humean y nosotros esperamos bajo la lluvia. Todo es gris: el Edificio Central, el cielo, el humo, las caras de la gente que tirita bajo sus abrigos ... Y las paredes del aula 18, ennegrecidas por el fuego que hace unas horas ha interrumpido violentamente una tranquila clase de Filosofía. Me acuerdo de mi primer curso, mi primera clase de Antropología: Juan Fernando Sellés hablaba de la persona, el ser único e irrepetible, mientras repartía caramelos. Recuerdo a Antonino González sentado entre sus alumnos en pleno debate sobre Filosofía de la Ciencia. Y tantos otros: Paloma Pérez-Lizarbe, Ángel Luis González... Tantas horas dedicadas al saber y al pensar, que resulta grotesco que una bomba quiebre la serenidad de aquellas clases y charlas. Las ventanas todavía humean y nosotros esperamos bajo la lluvia y yo miro los restos de mi antigua clase como las reliquias de un naufragio: ya no sirven, no son prácticas. Pero alimentan el recuerdo sin dejar que se pierda lo que allí hubo. Mientras tanto, pintan las paredes de blanco otra vez. Vuelven la luz y la claridad a la 18. Y volverán sus alumnos, sus debates y sus charlas.
18. La primera clase después del atentado.
Dessinunt odisse qui dessinunt ignorare
Carmen Lucas- Torres [Com 10]
Es viernes, son las diez de la mañana y en clase hay más gente que nunca. Hoy me siento realmente compañera de mis compañeros. Después de lo que pasó ayer, me alegro de que todos hayamos entendido que la mejor forma de rebelamos contra ETA es acudir a clase. Ramón Salavema, profesor de Periodismo Especializado, comienza su lección diciendo: "Hoy vengo a clase con más gusto que nunca". Todos los alumnos le aplauden de forma efusiva. Los pelos se me ponen de punta. "ETA no consiguió lo que quería -sigue- y hoy me alegro enormemente de veras aquí. Por eso no vaya pasar lista, porque gracias a Dios, no falta nadie". Manuel Martín Algarra, profesor de Teoría de la Comunicación, también comienza su clase con un mensaje emotivo para los alumnos, esta vez en latín: "Dessinunt odisse qui dessinunl ignorare", dejan de odiar los que dejan de ignorar. Nuestro odio no será el que castigue a ETA, sino nuestras ganas de aprender en nuestra universidad.
19. Antes de la concentración.
Doce en punto, cesan las palabras
María Malo [Com 11]
Han pasado veinticuatro horas desde la explosión. Estoy en la Hemeroteca y mi mirada se dirige de forma irremediable a los despachos que tengo enfrente. Dos de ellos están destrozados. Muchas personas se acercan a contemplar los daños con sentimientos de enfado, rabia y sorpresa reflejados en su rostro. Oigo una frase que me hace asimilar de golpe lo sucedido el día anterior: "A partir de hoy comenzaré a creer en los milagros". Abandono la estancia y salgo al pasillo. Aparece Iñaki, un amigo y compañero de clase que se encontraba en la hemeroteca cuando estalló la bomba. Su mochila y abrigo azules están empapados. Corro hacia él Y nos abrazamos. Noto su cara helada y mojada, pero tengo la sensación de haber recibido el abrazo más cálido de mi vida. Nos acercamos a la "zona cero". Mucha gente llena el lugar haciendo fotos mientras comenta lo sucedido. Iñaki y yo caminamos hacia la explanada de Comunicación, que se va llenando poco a poco de caras serias, pensativas... Los cuchicheos y el rumor de la lluvia lo inundan todo. A las doce en punto cesan las palabras para dar paso al grito más fuerte de condena. ¡El silencio!
20. La concentración.
¿Cuántos estaremos?
Leire Hualde [Com 09]
Poco a poco se hace el silencio en la explanada de la Facultad de Comunicación. Intento mirar más allá de mis amigas, buscando algo más de perspectiva. ¿Cuántos estaremos? No lo sé, pero muchos. En realidad, es como si estuviésemos todos: la bomba no ha matado a nadie. Escucho con atención. Se extiende el silencio. Un silencio acompañado tan solo por el sonido de las miles de gotas de lluvia al chocar con los múltiples paraguas que llenan de color esta concentración. A mí alrededor observo rostros de todas las edades, especialmente jóvenes; veo gestos tristes y serios. Sin embargo, todos transmiten serenidad después de un día difícil. En sus ojos se aprecia la convicción de que el estruendo de las bombas no será más fuerte que este silencio de todos los que, aquí y ahora, pedimos la paz. Los cinco minutos pasan rápidos, intensos. Con un gran aplauso ponemos fin a la reunión. Alumnos, profesores y todos los que nos acompañan buscamos cobijo de la lluvia. La Universidad vuelve a su ritmo habitual.
21. Los heridos.
Cortes, problemas respiratorios, ansiedad
Sergio López [Com 10]
Me vinieron a la mente las escenas de pánico de julio de 2005. Aquel día, los terroristas eligieron el metro de Londres para atentar. Y allí estaba yo. Pero lo que nunca pude imaginarme es que algo parecido sucedería en mi campus. Por suerte, esta vez solo ha habido heridos. Los primeros llegaron pocos minutos después del atentado a la Clínica Universitaria, al Hospital Virgen del Camino y al Hospital de Navarra. La cercanía entre estos centros médicos y el campus hizo que el traslado desde el lugar de la explosión fuera casi inmediato. Al finalizar el día la cifra de heridos ascendía a treinta y uno. Casi todos presentaban cortes producidos por la rotura de cristales, dificultades respiratorias debidas a la inhalación de humos o problemas de audición. También hubo varias crisis de ansiedad. La más preocupante, la de una embarazada que fue atendida en la Clínica y que a lo largo de la tarde fue dada de alta junto con veintiocho pacientes más. Solo dos de los heridos tuvieron que permanecer ingresados por un traumatismo craneoencefálico y diversas heridas, respectivamente. Se trataba de dos sacerdotes, uno filipino y otro peruano. El viernes a última hora, ambos recibieron el alta médica.
22. Vuelta a la normalidad.
Una tranquilidad extraña
Beatriz Martínez [Fia+Com 10]
Es viernes. Estoy muy cansada, pero decido bajar a clase. Casi con la comida en la boca, corro hacia la uni. Intento olvidar el cansancio, la lluvia y el frío. Llevo una semana esperando esa explicación sobre la mirada ingenua en las películas de Chaplin. Nos tocaba ayer, pero... ¡no pudo ser! Cuando salgo de clase ya es de noche. Camino despacio hacia casa. El trayecto (que he recorrido durante cinco años una media de cuatro veces al día) se presenta hoy distinto. Noto la ausencia de las unidades móviles de televisión, de los bomberos, del cordón policial. Los echo de menos, como si hubieran estado ahí todos los días. Me paro. Dirijo una mirada a la Central y solo veo una tímida columnita de humo saliendo de la ventana de la que durante cuatro años fue mi clase. Entonces recuerdo mis primeras lecciones filosóficas en aquellas sillas tan incómodas para mí, que soy zurda. Me inunda una tranquilidad extraña. Sigo caminando, intentando repasar la lección de la mirada ingenua. Y pienso también en mí misma. Supongo que mi manera de relacionarme con las cosas cotidianas ha cambiado en estas veinticuatro horas.
23. La mirada extranjera.
Con la boca abierta
Franziska Bravo [Com]
"Ten cuidado con la ETA", me dijo chistosamente un amigo en Alemania, hace unos meses, cuando le informé sobre mis planes de ir de Erasmus a Pamplona. "Este chico ve demasiado la televisión", pensé yo. Hace casi dos meses que estudio en la Universidad de Navarra y me he familiarizado con la vida en España. Un jueves normal: antes de la clase, aprovecho el descanso tranquilamente por la Facultad, hasta que percibo un estallido altísimo. ¿Qué ha pasado? Por un segundo pienso en fuegos artificiales. Pero ya me voy dando cuenta de que ha ocurrido algo peor. Cuando todos mis compañeros salen inquietos de la Facultad, yo les sigo instintivamente. Veo la nube de humo y deduzco que ha sido una explosión química. Ojala que no haya heridos. ¡Qué catástrofe! Luego, un estudiante me aclara lo que ha pasado. Me acuerdo de la cara de mi amigo. Esto me deja con la boca abierta.
24. Los antecedentes.
El edificio más bombardeado desde la Guerra Civil
María Sorribes [Com 10]
Era muy pequeña cuando ETA asesinó a Miguel Ángel Blanco, pero aquello me marcó mucho. Lo que nunca imaginé es que el terrorismo acabaría tocándome tan de cerca.
Podría haberlo sospechado pero entonces no sabía que el Central es el edificio más bombardeado de España desde la Guerra Civil. El primer atentado contra la Universidad de Navarra fue el 4 de octubre de 1979 y el objetivo concreto, los locales de Eunsa en Barañáin. No hubo que lamentar víctimas mortales. El 12 de julio de 1980 atacaron el campus por segunda vez: una tremenda explosión calcinó el Aula Magna y el Centro de Proceso de Datos. Esta vez tampoco hubo ningún muerto. El 13 de junio de 1982, ETA sembró otra vez de explosivos el Edificio Central. Los daños fueron cuantiosos, pero solo hubo cuatro heridos leves. En el cuarto atentado -el 5 de octubre de 1983- los terroristas lanzaron dos pequeños artefactos: los desperfectos materiales fueron escasos y una estudiante sufrió molestias auditivas. El penúltimo susto se produjo el 22 de mayo de 2002, cuando en Gara una voz grave y con acento francés anunció que iba a estallar junto al Central una bomba oculta en un Ford Escort; los destrozos fueron grandes, pero solo hubo que lamentar heridos leves. Cuando miro todos estos antecedentes me invade una sensación agridulce de repulsa y orgullo; el 30 de octubre los cristales volvieron a temblar pero seguimos aquí. Seguimos. Y me siento orgullosa.
Epílogo.
Donde queremos estar
Pía García [Com 09]
DELEGADA DE LOS ALUMNOS DE LA UNIVERSIDAD DE NAVARRA
El atentado ha sido el protagonista de nuestras conversaciones de las dos últimas semanas. Gracias a Dios, podemos darnos una palmada en el hombro y preguntarnos con simpatía: "Y tú, ¿dónde estabas?". La pregunta, al menos para mí, es: ¿dónde estamos ahora? Y me alegra decir que estoy en un lugar que tiene la unidad por consigna, un lugar en el que el odio se paga con perdón y donde un saludo fugaz por el campus significa: "De verdad me alegra volver a verte". Apenas habían pasado dos días desde las elecciones de delegado de alumnos de la Universidad, cuando el odio atentó contra nuestras aulas. La reacción de los alumnos ha sido unánime: no tenemos miedo. Queremos seguir formándonos en nuestra Universidad de Navarra porque ahora, más que nunca, es donde queremos estar.
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