|  
 Frente a la emoción  de las escenas que hemos visto sobre el 11 de marzo de 2004 en Madrid, las  palabras quedan cortas. ¡Son tan pequeñas! Una tragedia tremenda  conceptualizada en palabras, apenas reflejan algo que difícilmente puede ser  atrapado por el discurso intelectual. El tema de hoy es el miedo y el terror,  que es una forma extrema de miedo. El temor nos  acompaña constantemente, es parte de nuestra vida y tiene una larga historia a  lo largo del tiempo: una historia política a la cual me voy a referir. Los  bienes más fundamentales del hombre son su vida y la integridad de su cuerpo.  Esto es así, a tal grado, que los hemos transformado en derecho. Obviamente el  que la vida y el cuerpo sean afectados por el otro (el otro individual y el  otro colectivo) es casi una ley de la historia. Los pueblos, que legítimamente  constituyen regímenes políticos, se organizan también como un sistema  represivo. Cuando hay legitimidad, esa coerción es la necesaria para que la ley  se cumpla y para que la sentencia del juez se ejecute. No hay gobierno  organizado sin una coerción: una violencia legal fundada en la legitimidad  política del gobierno. Maquiavelo decía  que el buen gobierno es un gobierno en el cual los ciudadanos intentan evitar  la subjeción, pero el dominio y la violencia obviamente está vinculada a la  necesidad de la paz, la tranquilidad, en el orden como la definió Agustín de  Ipona. Es por eso que en los gobiernos legítimos ejercen la coerción y eso  explica el temor que tenemos a la autoridad, al Estado. Es un temor que nos  acompaña siempre. Se trata del cuidado por la ley, del cuidado a no afectar los  bienes del otro, y también la defensa y la seguridad ante un eventual enemigo  externo. Un autor magistral en la historia del pensamiento político moderno:  Maquiavelo, analista perspicaz y profundo de lo que es el poder, pone la lente  de aumento sobre el hecho de que los gobernantes no siempre usan este recurso  peligroso de la violencia para el bien común, lo usan para realizar su proyecto  político y allí se enfrentan con un famoso dilema. En El Príncipe se pregunta si  acaso el gobernante debe ser amado ó temido y él responde que, no siendo  posible que por voluntad del príncipe éste sea amado, es preferible que sea  temido. La razón antropológica subyacente a esta afirmación de Maquiavelo es  que: así como en el amor, el amante deposita en su interior a su amada, así el  príncipe que quiere dominar por el temor se deposita en el interior del sujeto,  en la fuente de sus deseos, las administra, las maniobra, las jerarquiza en  virtud y en función de su proyecto político. Eso explica por qué, junto a los  gobiernos legítimos y a los gobiernos que intentan ceñirse al bien común, hay  malos gobiernos, hay gobiernos tiránicos, hay dictaduras. En ambos casos, en  el buen gobierno y en el gobierno del tirano, la violencia tiene un locus,  tiene un lugar natural: la persona del gobernante y las instituciones a través  de las cuales él urde la trama de su poder. En ese poder la violencia siempre  es electiva, elige a su víctima con cuidado, usando la racionalidad política  para administrarla en dosis suficientes. Porque la violencia puede ser  contraproducente y elevar la ira del pueblo y levantarse en contra del tirano.  Es una selectividad que afecta a pocos, pero en un número suficiente para que  todos queden advertidos de que el príncipe pueda alcanzarlo y que la violencia  es ubicua. En última instancia puede disponer de su cuerpo. El poder afectar el  cuerpo constituye la estructura básica de la violencia del poder político  clásico. Desde que Caín  asestó el primer golpe contra un hermano, contra Abel, ese acto se ha  reproducido incesantemente miles y millones de veces: el Caín individual y el  Caín colectivo, que es el poder político. Es tan abismante la repetición que me  pregunto si acaso no es una ley universal de la condición humana. Desde el  punto de vista de mi fe, sé es un castigo, que es el producto del pecado  original. Lo tremendo de este castigo es que la vida y el cuerpo se ve afectado  pese a que la naturaleza indica que la vida y el cuerpo solamente puede ser  afectado por la caducidad interna de la vida misma y no por los actos  procurados por el otro. Ese es el drama humano. Es por eso que Hitler dice que  la historia de la humanidad es una enorme carnicería. Si pienso sobre esa base  antropológica, que está en la raíz de la historia, que ha ocurrido durante el  siglo XX, lo que veo es el gulag. Veo los crematorios, la guerra, un enorme  dispositivo de muerte, de violencia, de prisión, de tortura y el uso  indispensable de muchísimos recursos científicos y tecnológicos. En  consecuencia, esa violencia clásica de la cual hablaba que es ubicua, que es  selectiva y que afecta a la vida, se ha visto fuertemente fortalecida por los  recursos de que dispone el hombre gracias a su razón, a su propia capacidad  para crear ciencia y tecnología. Hemos llegado a un  punto de no retorno porque la capacidad productiva científica-tecnológica del  hombre ha puesto a disposición del mismo hombre la capacidad de destruir a la  humanidad y al planeta. El hombre ha construido la bomba de hidrógeno y la  bomba atómica y ha acumulado enormes arsenales de armamentos químicos y  biológicos. Si el miedo es una aprehensión sobre un mal futuro por venir que  nos acompaña por la mera realidad de nuestra condición humana, hay que decir  que ese miedo se ha visto acrecentado en los últimos siglos ante el temor de la  desaparición súbita, limpia y total de la humanidad. En este contexto hay que  situar al terrorismo, porque curiosamente el descubrimiento del arma nuclear  fue administrada durante algunos años por las grandes potencias en una  estructura del mundo que era bipolar y si en esa estructura no hubo una guerra  mundial fue por la evidencia racional de que después de esa guerra no habría  vencedores ni vencidos sino un planeta devastado. Al caer el muro de  Berlín, Fukuyama sostuvo que la historia había finalizado y eso significaba la  emergencia de un mundo pacífico y cosmopolita y quizás el comienzo de la  realización del sueño ilustrado. No fue así. Emergieron nuevas formas de  violencia como la que provocó la terrible masacre de Nueva York y de Atocha de  Madrid: el terrorismo integrista islámico. Hay que considerar algunas causas de  este fenómeno. Peter Berger sostiene, junto con otros pensadores, que en el  siglo XIX las sociedades son intrínsicamente religiosas o sea requieren de la religión  como los individuos. En otras palabras, lo religioso es un fenómeno social,  individual, una condición de la persona humana, una condición de las  sociedades, con algunas excepciones, dice Peter Berger como una parte de la  intelectualidad occidental y algunos países de Europa occidental. Fuera de ese  círculo restringido el mundo es en general religioso. Eso es muy importante  para el Islam: el que exista la creencia o que ellos perciban la  intencionalidad de que detrás del avance de occidente hay designio  secularizador, un designio de construir una sociedad totalmente secular y ese  designio obviamente despierta profundas réplicas, respuestas agresivas e incita  encarnizadamente buscar una puerta de fuga, una salida desesperada como el  terror La segunda  característica que es necesario considerar es que, contra la opinión de Samuel  Huntington que sostiene choque de cultura, sostengo que existe una gran  civilización cosmopolita y universal que está en vías de constituirse, que se  está haciendo a sí misma a lo largo del tiempo. En la civilización de la  ciencia, de la técnica, del humanismo, de los derechos humanos, de las  estructuras universales que el mundo intenta constituir como vías de una vida  mejor y mas pacífica. Esa es la civilización que está en marcha: la  civilización cosmopolita que no es patrimonio de occidente, que es patrimonio  del hombre como tal. Existen las culturas y su diversidad y la cultura islámica  musulmana no es contradictoria con la civilización, es contradictoria con las  impregnaciones culturales occidentales que se le intenta imponer a expensas de  su propia identidad y ¿quién no defiende su propia identidad, sus costumbres,  sus leyes, su religión, todo lo que me constituye como miembro de una comunidad  que tiene una identificación frente a la diversidad?. El mundo musulmán  está dividido entre moderados y terroristas. Aquí hay que preguntarse qué es el  terror. La palabra terrer fue inventada por los franceses en la revolución  francesa, cuando los jacobinos se hacen del poder y encabezados por Robespierre  intentan destruir a toda una clase social, la nobleza, que fue crucial para el  sostenimiento del antiguo régimen. La guillotina funciona las 24 horas del día  y la Plaza de la Concordia se inunda de  sangre. El terror siempre tiene un objetivo determinado. Veamos entonces qué  significa el terrorismo islámico en su accionar, en su praxis.El terrorismo no es  una guerra, no sigue el canon tradicional de la guerra. No hay posibilidad de  una guerra del terrorista contra las potencias occidentales porque el  desequilibrio es total. Tampoco es la guerrilla, porque ellos nos pueden  infiltrar las sociedades, la guerrilla la hacen los nacionales de una sociedad  que defiende en su propia sociedad contra la agresión externa, ellos no son  agresores que vienen de afuera. Tampoco practican el terrorismo del siglo XIX  cuya figura fundamental era magnicidio, el asesinar al rey, al presidente, a  sus ministros, a aquellos que estaban en la cúpula del poder, el poder  adversario, del poder enemigo. No, el terrorismo actual busca la hecatombe  humana, el sacrificio de grandes masas, en lugares simbólicamente relevantes,  entre personas aglomeradas, ejerciendo su actividad cotidiana y con recursos  tecnológicamente avanzados. Recurre a algo extraordinario, que es aquello que  divide a los islámicos, su concepción de la guerra santa, su concepción de la  salvación eterna y su discrepancia de los medios para conseguirlo. Ellos creen  que la guerra, la Jihad  se ejerce a través de la violencia extrema con el suicidio que permite el  acceso a la vida eterna, algo que el islamismo no admite. Es un acto de  sacrificio de sí mismo, de ofrenda de sí mismo a través de la violencia con el  propósito y el objetivo de matar al otro y vean ustedes a quien afecta. ¿Quien  es el enemigo? Así como en la revolución francesa el terror se dirige contra  una clase social: la nobleza, el terror islámico se dirige en contra de la  sociedad occidental. Por eso es que el terror se ha practicado en Nueva York y  en Madrid, es decir, en aquellos países que están cercanamente involucrados en  las cuestiones del Oriente Medio, pero también en África y en Asia. Nos  olvidamos de muchos actos terribles de terrorismos realizados en Asia y en  África. Nadie está libre en la sociedad occidental de sufrir los efectos de  terrorismo porque lo que quiere es producir aquello que buscaba Robespierre,  paralizar, anarquizar, producir el desarme moral de la sociedad occidental. Ése  es su propósito.
 Evoqué al hablar de  la enorme capacidad científica y tecnológica que el hombre ha usado para  fabricar instrumentos de destrucción y de muerte y he dicho que existen  depósitos de armas bacteriológicas, químicas y nucleares almacenadas en  distintas partes del mundo. Me pregunto si el terrorismo islámico se atreverá a  usar esas armas para doblegar a la sociedad occidental.
 Universidad Católica de Chile |