La coexistencia de distintos  grupos culturales en una comunidad política plantea un problema de la  concepción de la ciudadanía. Para el liberalismo, lo que distingue a la  ciudadanía democrática es que trata a las personas como individuos con iguales  derechos ante la ley. En cambio, el reconocimiento de las minorías lleva a que  los derechos de sus miembros dependan, al menos en parte, de su pertenencia a  un grupo. ¿Son conciliables ambas posturas? Will Kymlicka lo intenta en su  esclarecedor libro Ciudadanía multicultural (1).  
                                    Will Kymlicka, profesor de  Filosofía Política de la Universidad  de Ottawa, ha escrito otros conocidos libros como Liberalism, Community and  Culture (1989) y Contemporary Political Philosophy (1991), traducido en la  editorial Ariel con el título Filosofía política contemporánea (1995). 
                                    En Ciudadanía multicultural,  Kymlicka realiza un análisis riguroso y equilibrado de la integración de las  minorías culturales en sociedades con una cultura mayoritaria dominante.  Asombra que un investigador medianamente joven se enfrente a un tema tan  cargado de apasionamientos con una serenidad intelectual envidiable (2). Su  exposición es pedagógica y clara. Deslinda y define bien los conceptos,  argumenta siguiendo un hilo conductor y concluye con coherencia. 
                                    Con independencia de que se  compartan o no algunas de sus opiniones, buena parte del libro se nutre de  datos históricos documentados que contribuyen a aumentar los conocimientos de  cualquier persona. De modo que es una buena terapia para dos tipos de  enfermedades: la de aquellos que exageran el derecho a su cultura y no respetan  los derechos de los demás, y la de quienes tienen fobia a las diferencias. 
                                    Paidós. Barcelona  (1996) 
                                      303 págs. 2.750 ptas.. T.o.: Multicultural  Citizenship. Oxford University  Press. Oxford (1995). 280 págs. 
                                    Derechos individuales y derechos colectivos  
                                    Kymlicka parte de una teoría  liberal del Estado, pero a la vez aboga por la identidad cultural de los grupos  sociales o de los pueblos. 
                                    Conviene aclarar que el  liberalismo que Kymlicka defiende no es el que hoy se identifica con el  neoliberalismo económico. Cuando a lo largo del texto se habla de  "principios liberales", en muchas ocasiones ese término equivale a  defender los derechos civiles individuales, que fueron reclamados por el liberalismo,  y que hoy están recogidos en la mayoría de las constituciones occidentales.  Este liberalismo insiste en que la base de las sociedades democráticas modernas  es el respeto a todas las personas consideradas como libres e iguales. 
                                    La novedad de la obra está  en que Kymlicka intenta demostrar que la teoría política liberal no debe  defender sólo los derechos de los individuos, sino también los derechos de los  diferentes grupos culturales. Hasta ahora muchos liberales han visto en esto  una oposición o una incompatibilidad. En cambio, Kymlicka sostiene que  "una teoría liberal de los derechos de las minorías debe explicar cómo  coexisten los derechos de las minorías con los derechos humanos, y también cómo  los derechos de las minorías están limitados por los principios de libertad  individual, democracia y justicia social. Tal explicación constituye justamente  el objetivo de este libro" (pág. 19). 
                                    Para deslindar campos,  Kymlicka distingue entre Estados "multinacionales" (donde la  diversidad cultural surge de la incorporación a un Estado mayor de culturas que  anteriormente poseían autogobierno y estaban concentradas en un territorio) y  Estados "poliétnicos" (donde la diversidad cultural surge de la  inmigración). Y a partir de ahí explica la distinta situación de "minorías  nacionales" (en Estados multinacionales) y de "grupos étnicos"  (en Estados poliétnicos). 
                                    Las primeras se caracterizan  por ser grupos culturales preexistentes en un territorio concreto, y que son  invadidos contra su voluntad, o pasan a formar parte de otra nación con otra  cultura mayoritaria, como consecuencia también de un proceso de federalismo o  por distintos acuerdos. 
                                    En la inmigración, en  cambio, un individuo o un grupo familiar deciden libremente trasladarse a un  país de cultura diferente. Luego la reclamación de sus derechos culturales es  diversa a la del primer caso. Los inmigrantes no tienen derecho a exigir el  autogobierno, pero sí a obtener un respeto institucional y legal a la expresión  de su propia identidad. 
                                    En pro de una  ciudadanía diferenciada  
                                    Algunos liberales han  sostenido que así como el Estado liberal mantiene la separación entre Estado y  religión, del mismo modo debe construirse sin distinguir entre sus ciudadanos  por razón de su pertenencia a un determinado grupo cultural. El ciudadano  liberal sólo reflejaría su pertenencia cultural en su vida privada.  
                                    Esto, dirá Kymlicka, es una  utopía. Además de los derechos comunes de todos los ciudadanos es posible  defender la necesidad de una ciudadanía diferenciada, según la cual el Estado  tiene obligación de adoptar "medidas específicas" orientadas a  acomodar las diferencias nacionales y étnicas. 
                                      Existen, al menos, tres  formas de derechos diferenciados en función de la pertenencia a un grupo: 
                                    1) derechos de autogobierno  (la delegación de poderes a las minorías nacionales, a menudo a través de algún  tipo de federalismo); 
                                    2) derechos poliétnicos  (apoyo financiero y protección legal para determinadas prácticas asociadas con  determinados grupos étnicos o religiosos); 
                                    3) derechos especiales de  representación (escaños garantizados para grupos étnicos o nacionales en el  seno de instituciones centrales del Estado que los engloba) (pág. 20). 
                                      La reclamación del pensador  canadiense es muy clara: a los grupos nacionales o grupos con una etnicidad  específica se les debe reconocer una identidad política permanente con un  estatus constitucional. 
                                    Las teorías tradicionales de  los derechos humanos no han dado una solución a esta cuestión. La propia  Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU no  reconoció ningún derecho relacionado con los grupos étnicos o las minorías  nacionales. 
                                    El valor de la  pertenencia grupal  
                                    Kymlicka intenta hacer ver  que la cultura no es un sobreañadido a los derechos individuales de la persona,  sino que está intrínsecamente unida a la libertad del individuo. Si no fuera  así, sería más cómodo y muchas veces más barato homogeneizar. Por lo tanto, hay  que garantizar la identidad cultural dentro del marco del liberalismo.  "Los principios básicos del liberalismo son principios de libertad  individual.  
                                    Los liberales únicamente  pueden aprobar los derechos de las minorías en la medida en que éstos sean  consistentes con el respeto a la libertad o autonomía de los individuos"  (pág. 111). Kymlicka demuestra que los derechos de las minorías no sólo son  compatibles con la libertad individual, sino que pueden de hecho promoverla  porque la causa de la libertad muchas veces encuentra sus bases en la autonomía  de un grupo nacional (capítulo V, "Libertad y cultura"). 
                                    Pretender la separación  entre Estado y cultura es absurdo. Hoy más que nunca las sociedades liberales  deben responder a cuestiones relacionadas con las minorías culturales, entre  las que Kymlicka señala: "¿Qué lenguas deberían aceptarse en los  Parlamentos, burocracias y tribunales?, ¿se deberían dedicar fondos públicos  para escolarizar en su lengua materna a todos los grupos étnicos o nacionales?,  ¿se deberían trazar fronteras internas (distritos legislativos, provincias,  Estados) tendentes a lograr que las minorías culturales formen una mayoría  dentro de una región local?, ¿debería devolver poderes gubernamentales el nivel  central a niveles locales o regionales controlados por minorías concretas,  especialmente en temas culturalmente delicados como la inmigración, las comunicaciones  y la educación?, ¿deberían distribuirse los organismos políticos de acuerdo con  un principio de proporcionalidad nacional o étnica?, ¿se deberían conservar y  proteger las zonas y lugares de origen tradicionales de los pueblos indígenas  para su exclusivo beneficio, protegiéndoles de la usurpación de los colonos o  de los explotadores de recursos?, ¿qué grado de integración cultural puede  exigirse de los inmigrantes y los refugiados antes de que adquieran la  ciudadanía?" (págs. 17-18). 
                                    Restricciones  internas y protecciones externas  
                                    Según el profesor  canadiense, los procedimientos tradicionales vinculados a los derechos humanos  no son capaces de resolver estas controvertidas cuestiones. Por eso él defiende  la necesidad de formas de ciudadanía diferenciada en función del grupo. 
                                    Muchos liberales temen que  los derechos colectivos reivindicados por los grupos étnicos y nacionales vayan  en contra de los derechos individuales. Para aclarar la cuestión, Kymlicka  distingue entre dos tipos de reivindicaciones que un grupo podría hacer. 
                                    Por una parte, un grupo  puede reinvindicar el derecho a limitar la libertad de sus propios miembros  para asegurar la solidaridad del grupo o evitar que abandonen las costumbres  tradicionales (son "restricciones internas"); o bien puede pretender  limitar el poder ejercido sobre él por la sociedad en la que está englobado,  con el fin de asegurar que los recursos y las instituciones de las que depende  la minoría no sean vulnerables a las decisiones de la mayoría ("protecciones  externas"). 
                                    Kymlicka piensa que las  "protecciones externas" no entran en conflicto con los principios  liberales que protegen la libertad individual. Estas protecciones  "únicamente son legítimas en la medida en que fomentan la igualdad entre  los grupos, rectificando las situaciones perjudiciales o de vulnerabilidad  sufridas por los miembros de un grupo determinado" (pág. 212). Sin  embargo, no ocurre lo mismo con las "restricciones internas". Por  ejemplo, cuando algunos gobiernos tribales indígenas discriminan a aquellos  miembros de la tribu que abandonan la religión tradicional del grupo, o cuando  algunas culturas minoritarias discriminan a las niñas en materia educativa.  ¿Hay que dar por buenas estas decisiones en nombre del respeto a la estructura  interna de una comunidad? Un liberal, dice Kymlicka, no puede admitir que se  viole la libertad del individuo en aras de salvaguardar la identidad cultural  del grupo. 
                                    Este límite no supone  imponer un tipo de cultura sobre otra, sino respetar los derechos humanos que  figuran positivizados en la mayoría de las constituciones del mundo. Los grupos  deben garantizar a sus miembros la capacidad crítica de replantearse sus  propios valores y metas en la vida, así como la libertad de conciencia, que no  puede ser usurpada por la colectividad. Por tanto, Kymlicka rechaza algunas de  las propuestas de comunitaristas como Sandel en este punto. Según este último,  el individuo pertenece de un modo fijo a una comunidad cultural más allá de  cualquier cuestionamiento racional (3). 
                                    En resumen, dice Kymlicka,  "una perspectiva liberal exige libertad dentro del grupo minoritario, e  igualdad entre los grupos minoritarios y mayoritarios" (pág. 212). 
                                    Límites de la  tolerancia  
                                    Pero ¿qué hacer cuando una  minoría nacional autogobernada adopta prácticas iliberales respecto a sus  propios miembros? ¿Los Estados liberales deberían imponer el liberalismo a  estas minorías? Kymlicka piensa que "tanto los Estados extranjeros como  las minorías nacionales constituyen comunidades políticas distintas, con sus  propios derechos al autogobierno. En ambos casos los intentos de imponer los  principios liberales por la fuerza se perciben como una forma de agresión (...)  y acaban en un rotundo fracaso" (págs. 230-231). 
                                    Esto tampoco justifica el  conformismo. En una sociedad liberal se puede exigir a quienes se integran  desde fuera que asuman la obligación de cumplir con los derechos civiles. En el  caso de las minorías con autonomía, no se debe interferir coactivamente, pero  se puede tratar de dialogar y utilizar vías racionales. "Una minoría  nacional que gobierna de manera iliberal actúa injustamente, y los liberales  tienen el derecho, y la responsabilidad, de manifestar su disconformidad ante  esta injusticia. Por tanto, los reformistas liberales de estas culturas  deberían intentar promover sus valores liberales, mediante las razones o el  ejemplo, y los liberales ajenos a ellas deberían prestar su apoyo a todas las  iniciativas del grupo encaminadas a liberalizar su cultura" (págs.  231-232). En el caso de que sean otros países, sólo será posible influir a  través de mecanismos internacionales, pero esto nunca justifica la  intervención. 
                                    Hubiera sido más claro que  Kymlicka, en lugar de hablar de "principios liberales", usara el  lenguaje de los derechos civiles o los derechos individuales. Aunque  históricamente se formularan de la mano del liberalismo, esos principios son  más bien derechos humanos. En realidad, lo que viene a decir es que ningún  grupo cultural tiene derecho a conculcar los derechos de los individuos por  preservar su propia cultura; un derecho concreto y crucial para un liberal es,  por ejemplo, la libertad religiosa, otro sería la igualdad de hombre y mujer. 
                                    Inmigración y  diversidad cultural  
                                    Kymlicka analiza muy bien la  situación americana, sobre todo de los países receptores de inmigración. Es un  buen conocedor de la situación de Canadá, con sus minorías indias y el hecho  diferencial de Quebec; de la inmigración en EE.UU. y del autogobierno de los  portorriqueños, chicanos, indios americanos, de la problemática de los  afroamericanos que merece un tratamiento aparte; de los indígenas en  Latinoamérica.  
                                    Su actitud es muy respetuosa  con la voluntad de los integrantes de los grupos culturales. En este punto hace  gala de un liberalismo también coherente. 
                                    Aporta así un marco  conceptual interesante desde el que se podrían examinar dos problemas  típicamente europeos y que no se han dado en América. Uno es la confrontación  del islamismo con la cultura liberal europea, fenómeno realmente preocupante en  el Viejo Continente. El otro son los nacionalismos que pueden dar lugar a  secesiones, no siempre pacíficas. 
                                    Kymlicka prudentemente  afirma que cada caso merece un tratamiento diferente. Así, insiste en la  diferente actitud de los grupos nacionales, que suelen reclamar su  autogobierno, y la de los inmigrantes, que persiguen la integración dentro del  marco legal del país de acogida, lo que no es obstáculo para que quieran además  mantener su identidad cultural. 
                                    La actitud de Kymlicka ante  la inmigración y la diversidad cultural que ésta genera es altamente positiva.  Al contrario de lo que están haciendo muchos liberales en Estados Unidos, no  propugna un sincretismo. Deja muy claro que la cultura norteamericana, mal  llamada melting pot, es en realidad una cultura anglosajona, no una síntesis de  varias. 
                                    Indudablemente se observa  una evolución en la actitud y en la procedencia de los inmigrantes de Estados  Unidos a lo largo de este siglo. Los de la primera oleada fueron europeos y se  fundieron en la cultura de los primitivos colonos de origen anglosajón. La  segunda oleada está formada por orientales e hispanos, con un mayor afán de  conservar sus raíces. 
                                    Otro problema diferente es  el de los exiliados y refugiados. En general, estas personas ven su situación  como provisional, aunque algunos acaban transformándose en inmigrantes. 
                                    En definitiva, un libro que  invita a la reflexión serena, pionero y que introduce claridad en un debate  muchas veces confuso. 
                                    (1) Will Kymlicka.  Ciudadanía multicultural. Paidós. 303  págs. 2.750 ptas. Barcelona (1996). T.o.: Multicultural Citizenship. Oxford  University Press. Oxford (1995). 280 págs. 
                                      (2) Sobre este debate véase  también el servicio 32/96: María Elósegui, "La democracia liberal ante las  identidades culturales". 
                                      (3) Sobre el debate entre  liberales y comunitaristas, cfr. servicio 51/96: Manuel García de Madariaga,  "¿Debe ser el Estado éticamente neutro?".  
                                    María Elósegui Itxaso                                      
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