La paz es fruto de unas relaciones humanas y sociales justas y bien llevadas; por ello la sabiduría es esencial para usar lo que se sabe con el fin de vivir con mayor armonía y felicidad, individual y grupalmente.
Cuando se escucha la palabra "sabio" puede venir a la mente la imagen de un anciano barbado, rodeado de libros o de útiles de laboratorio, depositario de muchos conocimientos. Pero más allá de tópicos y lugares comunes, ¿en qué consiste la sabiduría que lleva a la paz? La paz es fruto de unas relaciones humanas y sociales justas y bien llevadas; por ello este aspecto de la sabiduría es esencial. Recordando, además, que "sabiduría" no es el mero acumular datos e informaciones, sino la capacidad de usar lo que se sabe para vivir con mayor armonía y felicidad, individual y grupalmente.
La sociedad de nuestros días corre sin tregua una carrera llamada "tecnológica" destinada, se dice, a elevar la calidad de vida y a incrementar la comunicación entre los ciudadanos. Pero cada vez hay más personas solitarias y el tejido social se ha vuelto quebradizo. Es evidente, pues, que el multiplicar las herramientas de comunicación, por muy sofisticadas que sean, no contribuye de por sí a restablecer la capacidad de vincularnos con nuestros semejantes, promover el diálogo y solucionar los conflictos. Para que las relaciones humanas sean estables y duraderas es necesario un aprendizaje que empieza desde el nacimiento y es fruto, sobre todo, de la imitación, pero también del "imaginario colectivo", de los valores predominantes y la cultura de una sociedad. Por supuesto, las relaciones humanas gratificantes son fruto también de la libertad de las personas.
Entonces... ser sabios y generadores de paz, ¿está en manos de sólo unos cuantos privilegiados? Creo sinceramente que no. Incluso diría que está al alcance de todo tipo de personas. Si hubiera que elegir una especie de "menú" de conocimientos y habilidades que hay que transmitir a los niños y jóvenes para que sean sabios constructores de paz, podrían pensarse innumerables asignaturas: descubrimiento y amor a la naturaleza, arte, música y contacto con la belleza en general; habilidades sociales, trabajo en equipo, etc. Otros propondrán la lectura de los clásicos, las ciencias, el deporte, una creencia religiosa...
Pero hay algo que no puede faltar; un ingrediente esencial, básico y al alcance de todos: la vivencia honda y simple del propio existir. "Sabiduría" viene de saber, pero también de sabor; es el "paladear" el hecho escueto de que existo. Antes incluso de ponerle nombre o raciocinar sobre ello, cada persona debe contactar en algún momento de la vida -cuanto antes, mejor- con la maravilla de que existe. El poeta y pensador Alfredo Rubio lo resumía en dos versos:
"¿No será eso acaso
el pozal más profundo
de la sabiduría?:
¡saborear lo que se siente
sin poderlo dudar, "Existo"!"
Esta vivencia la han tenido millones de seres humanos desde que el homo sapiens inició su camino sobre la tierra. Pero es una experiencia que se favorece cuando los padres acogen al neonato con alegría y con amor. Acompañar al pequeño en el descubrimiento de que su existencia -tal como es, él o ella- es un portento maravilloso y digno de todo respeto, es una de las tareas más hermosas de los adultos. El niño sabrá que su existencia es leve, frágil, pero... ¡qué importante es ser! Más aún porque podría no haber existido nunca, y sin embargo existe. Esta experiencia es fuente de paz porque quien valora su propio ser tal como es, tenderá a comprender que cada uno de los demás también es una maravilla, es él mismo y digno de todo respeto.
Leticia Soberón es psicóloga y doctora de la Universidad Gregoriana de Roma
El Periódico de México
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