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Mujer y poder. Su reto es crear nuevas reglas

Ernesto Bolio

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El afán de poder existe en todas las personas como una necesidad natural que busca ser satisfecha. Todos tenemos entre otras, las siguientes necesidades básicas de tipo social: la necesidad de afecto, la de reconocimiento y la de poder. El ejercicio de este último es diferente en la mujer que en el hombre. Reconocer el poder, afecto, capacidades, talentos e intereses, en uno mismo y en los demás, dependerá de la seguridad personal de cada quien.

Que no se masculinice

Por naturaleza la mujer es más comprensiva y receptiva de los estados de ánimo de quienes le rodean y, lógicamente, de sus subalternos. Por ello –en términos generales– su liderazgo es más de servicio que de dominancia y se enfoca con mayor facilidad al bien del otro.

También ocurre que la jefa se convierte –hasta cierto punto– en mamá. La mujer tiende más a ser maternal en el trabajo pues su ser femenino le imprime tal carácter; ello se refleja incluso en ciertas formas de control con preguntas como: ¿Dónde estuviste? ¿Qué hiciste? ¿Dónde vas a estar? Cuando te vayas avísame, etc.

Actualmente la mujer directiva enfrenta una dificultad: si juega el rol de tierna y dulce puede sentir que pasan por encima de ella; en cambio, si es dura, da batalla y se impone, logra el respeto de los hombres para que la acepten como jefe. Tiene que demostrar conocimiento, capacidad, dureza y, con ello, en vez de feminizar el lugar de trabajo, se masculiniza para entrar en un ambiente varonil.

El poder lo da el puesto, determinados puestos otorgan la autoridad, la cuestión radica en ver cómo se ejerce ante los subalternos. El reto de la mujer en la empresa, más que aceptar reglas es crear nuevas, donde ambos puedan coexistir y el liderazgo sea indistinto.

Hoy la mujer tiene poder en todos los campos, el modo de ejercerlo varía según su temperamento o características personales. Si alguien quiere analizar cuáles son sus recursos en la empresa, podrá ver que la mujer suele tener más inteligencia emocional, da seguimiento a los procesos, busca la interdependencia, es inclusiva.

Más justa porque padeció injusticia

Dos factores: antecedentes y objetivos nos pueden ayudar a analizar cómo ejerce el poder la mujer en los distintos ámbitos. Si es muy segura de sí misma, no va a luchar por el poder sin más, ni tratará de llamar la atención o de demostrar que se ha ganado el puesto.

Otra posibilidad es que aunque se percate del poder sutil que posee, no tenga afán de papeles protagónicos. Esto depende del objetivo, de para qué quiere el poder. En ocasiones la independencia económica otorga poder, tema que, llevado al hogar puede provocar que entre en conflicto con el hombre. Por otro lado, hay mujeres con antecedentes difíciles, han sido humilladas o menospreciadas y reaccionan de manera diferente ante las situaciones de poder, quieren y necesitan obtener un lugar en la organización.

La psicología femenina apunta a que ellas son más integradoras; en contraposición, el hombre tiende a disgregar. En general es más generosa y el poder lo encamina a su deseo de servir. También las hay con un afán de poder orientado al dominio.

Una sociedad machista como la nuestra no acepta con facilidad a la mujer con poder. Sin embargo, muchas veces, la gente cansada de fracasos masculinos se plantea como alternativa otorgar el poder a la mujer.

Las mujeres en cargos altos pueden sentar y han sentado precedentes para cambiar la mentalidad de la sociedad. La mujer con poder suele ser más justa, quizá porque ellas han vivido más de cerca la injusticia a lo largo de la historia. Comparativamente hablando, el hombre ha sido menos víctima de iniquidades.

Muchas directivas en puestos altos todavía no se perciben a sí mismas con mucho agrado, su papel en la empresa es difícil, deben mostrarse inteligentes y prudentes y se ven obligadas a demostrar que valen. Por otro lado, también dentro y fuera de la empresa, se les juzga y se pone en entredicho el bienestar de su hogar: aunque la experiencia ha ido demostrando que las mujeres son capaces de atender ambas actividades de una forma adecuada.

Es común ver a la mujer en puestos altos (no sólo empresariales) como reivindicadora de «las mujeres», aquella que tenga poder no sólo será juzgada por su persona, por cómo cumple su trabajo, sino también por si es solidaria con su género, a diferencia del hombre a quien solemos mirarlo más individualmente.

La mujer difícilmente tiene celos del hombre poderoso, pero reacciona con envidia ante la que se encuentra en esta situación; tiende más a compararse pues le gusta ser única en todo. También, al ser minoría en puestos de poder genera emulación entre otras mujeres.

En el siglo XX se creó el estereotipo de que la única opción para que la mujer se realice íntegramente es mediante un trabajo remunerado fuera de casa, y se ubicó a la responsabilidad del hogar en un nivel inferior a lo que podemos llamar éxito. Sin embargo, va siendo claro que la realización personal se da en cualquier campo de la actividad humana y que el ámbito familiar es de importancia vital para la felicidad de la persona.

La mujer-madre impacta en los individuos de una manera muy profunda y su presencia en el hogar es insustituible en especial en lo que se refiere a la vida afectiva de los seres humanos.

Distintas prioridades 

Es previsible que en el futuro las mujeres ocupen numerosos puestos de dirección, ya que están cada vez mejor preparadas; por otra parte, se ve la necesidad de su participación. Además, suelen ser más constantes y perseverantes en las carreras que eligen, trabajan mejor y son más responsables.

Su naturaleza es diferente a la del hombre y la inclina a la maternidad con mayor fuerza que al hombre a la paternidad. Para la mujer, realizarse como madre de familia es casi indispensable.

Sin embargo, persiste una situación en conflicto en el momento en que se plantean tener hijos y ocuparse de su crianza o mantener el ritmo de una carrera profesional. Hasta ahora esto se ve todavía como un obstáculo, es necesario rediseñar a las organizaciones para que esto no ocurra.

Los trabajos deberían prestarse más a que hombres y mujeres trabajen en armonía y respeto mutuo. La armonía se logra al aprender a conjugar las características psicológicas de una y otro, se puede hacer un inventario de lo que es más fácil para cada uno. Por ejemplo, para la mujer usualmente es más fácil escribir un artículo o hablar en público; su inteligencia verbal es muy fuerte, pero la espacial, de cálculos, suele ser más débil. Ambos son capaces de educarse y aprender aquellas cosas que no se les dan fácilmente.

El reto principal es no «desfeminizar» a la mujer para que compita con el hombre como si fuera tal. Es fundamental que el hombre acepte la productividad femenina, que acepte con naturalidad el éxito de la mujer e incluso la competencia. El reto para el varón es madurar y ser más participativo en la educación y la familia.

Sólo superando machismo y feminismo podremos alcanzar una sociedad equitativa. Hombres y mujeres estamos en igualdad de condiciones pero no de ambiciones, para unos y otras hay distintas prioridades. Conjuntar las diferentes características y habilidades será la forma obtener los mejores resultados.

Itsmo, N° 292 (septiembre, 2007)