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Disturbios en Inglaterra
Juan Domínguez

Jóvenes de barrios con valores deprimidos

Los estallidos de violencia urbana y desórdenes, como los de Inglaterra en estos días o los de las banlieues francesas en 2005, suelen suscitar dos tipos de interpretaciones. Una busca la explicación en la marginación laboral y social de los jóvenes de barrios deprimidos; otra ve en estos jóvenes vándalos el resultado de la crisis de la familia y de la escuela, que no han logrado inculcarles los valores indispensables para la convivencia.

La primera pide como solución más gasto social en esos barrios; la segunda, insiste en recuperar la autoridad familiar y la disciplina en la escuela, como recursos para educar. Ambos diagnósticos tienen su parte de verdad, y las soluciones que sugieren no tienen por qué ser alternativas.

En lo que todos coinciden es que en sociedades desarrolladas, como el Reino Unido o Francia, hay un estrato de jóvenes sin apenas empleo, sin formación, sin valores y sin más aspiraciones que acceder a la ropa de moda, al último smartphone y a las zapatillas deportivas de marca. Maleducados en la conducta de la gratificación inmediata y carentes de perspectivas de un futuro mejor, de vez en cuando sus frustraciones estallan en desórdenes, saqueos y violencia.

Violencia consumista

Algunos analistas destacan que estos desórdenes se originan en barrios deprimidos, donde apenas hay oportunidades de empleo ni de mejora social. Paro juvenil, fracaso escolar, viviendas deterioradas y difusión de las drogas, forman un caldo de cultivo para la delincuencia callejera y las pandillas violentas.

De todos modos, la privación y la pobreza son relativos. A diferencia de los pobres de antaño, estos jóvenes de hoy tienen cubiertas sus necesidades básicas por el Estado del Bienestar. No saquean para comer, sino para lograr un iPad. “La mayoría no roba por necesidad, sino simplemente porque puede”, explica Jim Waddington, estudioso del orden público (El País, 11-08-2011). “Que muchos de ellos procedan de barrios deprimidos se debe sobre todo a la falta de control social. Los chicos en las zonas deprimidas suelen hacer más vida en la calle, lo que hace más probable que se unan a los disturbios”.

Otro rasgo distintivo de los disturbios actuales –a diferencia de lo ocurrido años atrás– es que la violencia callejera de estos días no tiene reivindicaciones sociales ni políticas. Es la patada al escaparate, el destrozo gratuito y el incendio provocado, en busca de emociones fuertes y de cosas apetecibles.

Se ha dicho que estos disturbios son el fruto de los recortes sociales del gobierno de Cameron. Pero el plan de fuerte reducción del gasto público se presentó el otoño pasado y todavía no ha tenido efecto porque su aplicación gradual no arrancó hasta principios de abril.

El diagnóstico basado en los factores sociales subraya, con razón, la falta de oportunidades vitales de muchos de estos jóvenes. Un chico de 19 años que participó en los saqueos de Londres declaraba al International Herald Tribune (10-08-2011) que nadie le daba una oportunidad, que ya había dejado de buscar empleo y que recibía un subsidio de 152 libras mensuales (unos 175 euros). “Me dan lo suficiente para que coma y vea la televisión todo el día. Ya ni pago mis facturas”. Una buena muestra de lo que da de sí el gasto social sin exigir nada a cambio.

Ni padre ni profesor

Para salir de esta situación de dependencia haría falta también que la familia y la escuela cumplieran su papel educativo. Pero si de algo están privados estos jóvenes es de una familia sólida. En el Reino Unido, más de un tercio de los menores de 18 años viven o en una familia a cargo de un solo padre (21,5%) o en una familia de padres que cohabitan sin estar casados o en familias reconstituidas (12,6%). El porcentaje de niños que viven con sus dos padres casados (64,5%) es uno de los más bajos de la OCDE, al mismo nivel que Francia.

El problema no es solo que en muchas familias de estos barrios no haya un padre en casa, sino también que cuando está ha perdido todo control sobre la vida de los hijos, porque él mismo está en paro o no tiene unos valores que transmitir. Según escribe Max Hastings en Mail Online (10-08-2011), “la ruptura de las familias, la dañina promoción de la maternidad en solitario como un estado deseable, el declive de la vida doméstica de modo que las comidas en familia se han convertido en una rareza, todo ello ha influido de modo importante en el estado de estos jóvenes”.

Y ha influido con el consentimiento tácito o expreso de la política social del gobierno. Lo políticamente correcto ha impuesto un nuevo tabú, comenta Joanna Bogle (MercatorNet, 12-08-2011): “Decir que los niños crecen mejor cuando tienen un padre y una madre casados y comprometidos con la vida familiar se ha convertido en motivo de desdén y de burla. Un asistente social o un profesor ya no puede hablar a favor el matrimonio si no quiere exponerse a una denuncia ante los tribunales o a arruinar su carrera”. Pero la fractura de la vida familiar tiene importantes costes sociales, como se está viendo estos días.
Tampoco la escuela ha logrado hacer carrera con estos jóvenes, que no confían en el estudio para ascender socialmente ni encuentran un ambiente propicio para aprender ni están dispuestos a que un profesor se lo imponga.

Víctimas de un ethos social equivocado

El diagnóstico que tiende a echar la culpa a la falta de ayudas sociales se queda, por lo menos, a medio camino. Estos jóvenes, afirma Max Hastings, “son víctimas de un ethos social perverso, que convierte la libertad personal en un absoluto y niega a los menos favorecidos la disciplina –el amor fuerte– que es lo único que puede permitirles escapar de la trampa de la dependencia en la que han caído”.

Sin duda, es preciso ayudarles a cambiar sus vidas. Pero, continúa Hastings, “es tremendamente difícil ayudar a esta gente, jóvenes o adultos, sin imponer una medida de coerción, que la sociedad moderna encuentra inaceptable. Estos chicos son lo que son, porque nadie les hace ser algo distinto o mejor”.

El resultado es que “carecen de un código de valores que les disuada de comportarse de un modo antisocial o, incluso, criminal, y pocas probabilidades de ser castigados si se comportan así”.

Ahora Cameron ha abierto la caja de los truenos para decir a “los sin ley”: “Os vamos a buscar, os vamos a encontrar, os vamos a acusar ante los tribunales, os vamos a castigar, vais a pagar por todo lo que habéis hecho”. Es justo y urgente. Pero una vez más se comprueba que cuando una sociedad es blanda en la educación termina por ser más dura en el Código Penal.

Es dudoso que los vándalos encapuchados que destrozan escaparates para robar y queman coches estén dispuestos a cambiar de conducta si no temen las medidas represivas. De todos modos, cuando los comportamientos antisociales no son la exclusiva de una minoría sino la cultura de todo un estrato juvenil, hacen falta más palancas para cambiar la situación. Serán necesarias medidas de refuerzo de la formación profesional, de estímulo del empleo juvenil, de crear lazos de comunidad, que den una oportunidad honrada a todos aquellos que estén dispuestos a buscarla.

Pero la experiencia indica también que todo este esfuerzo puede ser inútil si no se estimula la fibra moral de estos jóvenes. Hace falta una labor continuada de formación para crear resortes de carácter, de disciplina, de laboriosidad, de compromiso familiar, que permitan sacar partido de las ayudas sociales. Nada que pueda resolverse en una legislatura.

A diferencia de los económicos, los valores éticos siempre cotizan al alza cuando estalla una crisis. Ahora todos los políticos y expertos sociales coinciden en que hay que reforzar el compromiso familiar, la autoridad de los profesores, el autodominio de los jóvenes frente a los deseos instintivos. Solo falta que la propia política social del gobierno lo tenga en cuenta.

Aceprensa, 15.ago.2011