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La violencia juvenil
Etienne G. Krug, Linda L. Dahlberg, James A. Mercy, Anthony B. Zwi y Rafael Lozano

Antecedentes

La violencia juvenil es una de las formas de violencia más visibles en la sociedad. En todo el mundo, los periódicos y los medios de radiodifusión informan diariamente sobre la violencia juvenil de pandillas, en las escuelas y en las calles. En casi todos los países, los adolescentes y los adultos jóvenes son tanto las principales víctimas como los principales perpetradores de esa violencia (1). Los homicidios y las agresiones no mortales que involucran a jóvenes aumentan enormemente la carga mundial de muertes prematuras, lesiones y discapacidad (1, 2).

La violencia juvenil daña profundamente no solo a las víctimas, sino también a sus familias, amigos y comunidades. Sus efectos se ven no solo en los casos de muerte, enfermedad y discapacidad, sino también en la calidad de vida. La violencia que afecta a los jóvenes incrementa enormemente los costos de los servicios de salud y asistencia social, reduce la productividad, disminuye el valor de la propiedad, desorganiza una serie de servicios esenciales y en general socava la estructura de la sociedad.

No se puede considerar el problema de la violencia juvenil aislado de otros comportamientos problemáticos. Los jóvenes violentos tienden a cometer una variedad de delitos; además, a menudo presentan también otros problemas, tales como el ausentismo escolar, el abandono de los estudios y el abuso de sustancias psicotrópicas, y suelen ser mentirosos compulsivos y conductores imprudentes y estar afectados por tasas altas de enfermedades de transmisión sexual. Sin embargo, no todos los jóvenes violentos tienen problemas significativos además de su violencia ni todos los jóvenes con problemas son necesariamente violentos (3).

Hay conexiones cercanas entre la violencia juvenil y otras formas de violencia. Por ejemplo, presenciar actos violentos en el hogar o sufrir abuso físico o sexual puede condicionar a los niños o adolescentes de tal modo que consideren la violencia como un medio aceptable para resolver los problemas (4, 5). La exposición prolongada a conflictos armados también puede contribuir a crear una cultura general del terror, que aumenta la incidencia de la violencia juvenil (6–8). La comprensión de los factores que incrementan el riesgo de que los jóvenes se conviertan en víctimas o perpetradores de actos violentos es esencial para formular políticas y programas eficaces de prevención de la violencia.

En este informe, se define a los jóvenes como las personas de edades comprendidas entre los 10 y los 29 años. No obstante, las tasas altas de agresión y victimización a menudo se extienden hasta el grupo de 30 a 35 años de edad y este grupo de jóvenes adultos de más edad también debe ser tenido en cuenta al tratar de comprender y evitar la violencia juvenil.

Figura 2.1
Tasas estimadas de homicidios entre los jóvenes de 10 a 29 años de edad,a 2000 a Se calcularon las tasas por región de la OMS y por el nivel de ingreso de los países y luego se las agrupó conforme a su magnitud.

La magnitud del problema

Tasas de homicidios juveniles

En 2000, se produjeron a nivel mundial unos 199 000 homicidios de jóvenes (9,2 por 100 000 habitantes). En otras palabras, un promedio de 565 niños, adolescentes y adultos jóvenes de 10 a 29 años de edad mueren cada día como resultado de la violencia interpersonal. Las tasas de homicidios varían considerablemente según la región y fluctúan entre 0,9 por 100 000 en los países de ingreso alto de Europa y partes de Asia y el Pacífico a 17,6 por 100 000 en África y 36,4 por 100 000 en América Latina (figura 2.1).

Hay también variaciones amplias de las tasas de homicidios juveniles entre países (cuadro 2.1). En los países para los cuales se dispone de datos de la OMS, las tasas son más altas en América Latina (por ejemplo, 84,4 por 100 000 en Colombia y 50,2 por 100 000 en El Salvador), el Caribe (por ejemplo, 41,8 por 100 000 en Puerto Rico), la Federación de Rusia (18,0 por 100 000) y algunos países de Europa sudoriental (por ejemplo, 28,2 por 100 000 en Albania). Con la excepción de los Estados Unidos, donde la tasa es de 11,0 por 100 000, la mayor parte de los países con tasas de homicidios juveniles superiores a 10,0 por 100 000 son países en desarrollo o que experimentan agitados cambios sociales y económicos.

Los países con tasas bajas de homicidios juveniles suelen estar en Europa occidental —por ejemplo, Francia (0,6 por 100 000), Alemania (0,8 por 100 000) y el Reino Unido (0,9 por 100 000)—o en Asia, como el Japón (0,4 por 100 000). En varios países se registran menos de 20 homicidios juveniles al año.

En casi todos los países, las tasas de homicidios juveniles entre las mujeres son sustancialmente inferiores a las de los hombres, lo que indica que el hecho de ser varón es un fuerte factor demográfico de riesgo. La razón entre la tasa de homicidios juveniles masculina y la femenina tiende a ser mayor en los países con tasas altas de población masculina. Por ejemplo, la razón es de 13,1:1 en Colombia, 14,6:1 en El Salvador, 16,0:1 en Filipinas y 16,5:1 en Venezuela. Cuando las tasas de población masculina son más bajas, la razón es generalmente inferior, como en Hungría (0,9:1) y los Países Bajos y la República de Corea (1,6:1). La variación de la tasa de homicidios femeninos entre los países es considerablemente menor que la variación observada en la tasa masculina.

Los resultados epidemiológicos concernientes a los homicidios juveniles son escasos en los países y regiones donde se carece de datos de mortalidad recopilados por la OMS o los datos son incompletos. Cuando existe información suficiente sobre los homicidios juveniles, como en varios estudios efectuados en países de África (entre ellos Nigeria, la República Unida de Tanzanía y Sudáfrica) y de Asia y el Pacífico (como China [incluida la Provincia de Taiwán] y Fiji) (9–16), se han comunicado perfiles epidemiológicos similares, a saber:

– un marcado predominio de víctimas masculinas de homicidio con respecto a las femeninas;
– una variación sustancial de las tasas entre los países y las regiones.

Figura 2.2
Tendencias mundiales de las tasas de homicidios juveniles entre los varones y las mujeres de 10 a 24 años de edad, 1985–1994 a Basada en los datos de la OMS sobre la mortalidad en 66 países.

Tendencias en los homicidios de jóvenes

Entre 1985 y 1994, en muchas partes del mundo aumentaron las tasas de homicidios juveniles, especialmente entre los jóvenes de edades comprendidas entre los 10 y los 24 años. Hubo también diferencias importantes entre los sexos y entre los países y regiones. En general, las tasas de homicidios en los jóvenes de 15 a 19 y de 20 a 24 años se incrementaron más que la tasa correspondiente al grupo de 10 a 14 años de edad. Las tasas masculinas subieron más que las femeninas (figura 2.2) y los aumentos de las tasas de homicidios juveniles fueron más pronunciados en los países en desarrollo y en las economías en transición. Además, los incrementos de dichas tasas se asociaron en general con un mayor uso de las armas de fuego como método de ataque (figura 2.3).

Figura 2.3
Tendencias de las formas de ataque en los homicidios de jóvenes de 10 a 24 años de edad, 1985–1994 a Basada en los datos de la OMS sobre la mortalidad en 46 países.

Mientras que las tasas de homicidios juveniles en Europa oriental y la antigua Unión Soviética se elevaron extraordinariamente después del derrumbamiento del comunismo a fines de los años ochenta y principios de los noventa, en Europa occidental las tasas permanecieron en general bajas y estables. Entre 1985 y 1994, en la Federación de Rusia las tasas en el grupo de 10 a 24 años de edad aumentaron más de 150% (de 7,0 por 100 000 a 18,0 por 100 000), mientras que en Letonia hubo un ascenso de 125% (de 4,4 por 100 000 a 9,9 por 100 000). En el mismo período, en muchos de estos países se produjo un aumento exorbitante de la proporción de muertes provocadas por heridas con armas de fuego; esa proporción subió a más del doble en Azerbaiyán, la Federación de Rusia y Letonia.

En contraste, en el Reino Unido las tasas de homicidio entre los jóvenes de 10 a 24 años de edad crecieron 37,5% (de 0,8 por 100 000 a 1,1 por 100 000) durante el mismo período de 10 años. En Francia, las tasas de homicidios en los jóvenes aumentaron 28,6% (de 0,7 por 100 000 a 0,9 por 100 000) en el mismo período. En Alemania, dichas tasas aumentaron 12,5% (de 0,8 por 100 000 a 0,9 por 100 000) entre 1990 y 1994. Aunque las tasas mencionadas se incrementaron en esos países durante el período en cuestión, la proporción de homicidios de jóvenes perpetrados con armas de fuego quedó en alrededor de 30%.

Se advirtieron diferencias notables en las tendencias de los homicidios juveniles entre 1985 y 1994 en el continente americano. En el Canadá, donde se cometen con armas de fuego alrededor de un tercio de los homicidios de jóvenes, las tasas descendieron un 9,5% (de 2,1 por 100 000 a 1,9 por 100 000). En los Estados Unidos, la tendencia fue exactamente inversa, con más de 70% de los homicidios de jóvenes cometidos con armas de fuego y un aumento de los homicidios de 77% (de 8,8 por 100 000 a 15,6 por 100 000). En Chile, las tasas en ese período continuaron siendo bajas y estables (de alrededor de 2,4 por 100 000). En México, donde las agresiones con armas de fuego provocan más o menos el 50% de los homicidios de jóvenes, las tasas permanecieron altas y estables y aumentaron de 14,7 por 100 000 a 15,6 por 100 000. Por otra parte, en Colombia los homicidios de jóvenes aumentaron en 159%, de 36,7 por 100 000 a 95,0 por 100 000 (a fines de este período, 80% de los homicidios fueron perpetrados con armas de fuego) y en Venezuela crecieron en 132%, de 10,4 por 100 000 a 24,1 por 100 000.

En Australia, la tasa de homicidios en los jóvenes descendió de 2,0 por 100 000 en 1985 a 1,5 por 100 000 en 1994, mientras que en la vecina Nueva Zelandia se incrementó a más del doble en el período mencionado, de 0,8 por 100 000 a 2,2 por 100 000. En el Japón, las tasas permanecieron bajas en el período (en alrededor de 0,4 por 100 000).

Violencia no mortal

En algunos países, los datos sobre los homicidios juveniles pueden ser interpretados conjuntamente con los datos provenientes de estudios sobre la violencia no mortal. Tales comparaciones proporcionan una imagen más completa del problema de la violencia juvenil. Los estudios de la violencia no mortal revelan que, por cada homicidio juvenil, hay alrededor de 20 a 40 víctimas no mortales de la violencia juvenil que reciben tratamiento en hospitales. En algunos países, como por ejemplo en Israel, Nueva Zelandia y Nicaragua, la razón es aun mayor (17–19). En Israel, entre los menores de 18 años, la incidencia anual de traumatismos causados por la violencia que reciben tratamiento en una sala de urgencias es de 196 por 100 000, en comparación con las tasas de homicidios juveniles de 1,3 por 100 000 entre los varones y 0,4 por 100 000 entre las mujeres (19).

Tal como sucede con la violencia juvenil mortal, la mayoría de las víctimas de la violencia no mortal tratadas en los hospitales son varones (20–26), aunque la razón entre las víctimas masculinas y las femeninas es algo inferior que en el caso de las defunciones. En un estudio efectuado en Eldoret, Kenya, por ejemplo, se determinó que la razón entre las víctimas masculinas y femeninas de la violencia no mortal era de 2,6:1 (22). Otra investigación ha encontrado una razón de alrededor de 3:1 en Jamaica y de 4 a 5:1 en Noruega (23, 24).

Las tasas de traumatismos no mortales causados por la violencia tienden a aumentar extraordinariamente al promediar la adolescencia y en los primeros años de la edad adulta. Una encuesta en hogares de Johannesburgo, Sudáfrica, encontró que 3,5% de las víctimas de la violencia tenían 13 o menos años de edad, en comparación con 21,9% de 14 a 21 años y 52,3% de 22 a 35 años de edad (27). Los estudios realizados en Jamaica, Kenya, Mozambique y varias ciudades de Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, El Salvador y Venezuela también revelan tasas altas de lesiones no mortales provocadas por la violencia entre los adolescentes y los adultos jóvenes (22, 28, 29).

En comparación con la violencia juvenil mortal, los traumatismos no mortales resultantes de actos violentos incluyen sustancialmente menos agresiones con armas de fuego y un uso correspondientemente mayor de los puños y los pies, y de otras armas, como las punzocortantes y los garrotes. En Honduras, 52% de los ataques no mortales contra los jóvenes fueron perpetrados con armas que no eran de fuego, y en un estudio colombiano, solo 5% de los ataques no mortales se relacionaron con armas de fuego (en comparación con más de 80% de los homicidios juveniles perpetrados con armas de fuego) (25, 30). En Sudáfrica, las heridas con armas de fuego representan alrededor de 16% del total de los traumatismos causados por la violencia que se tratan en los hospitales, frente a 46% del total de homicidios (31). Sin embargo, la comparación directa entre países y subgrupos dentro de los países usando los datos sobre la violencia no mortal registrados en los servicios de salud puede ser engañosa. Por ejemplo, las desigualdades entre las tasas de concurrencia a servicios de urgencia por heridas con arma de fuego sencillamente pueden reflejar el hecho de que la atención médica prehospitalaria y de urgencia varía en los distintos ámbitos.

Cuadro 2.1
Tasas de homicidios entre los jóvenes de 10 a 29 años de edad por país o zona, en el año más reciente para el cual se dispone de datos a RAE: Región Administrativa Especial
a Año más reciente disponible entre 1990 y 2000 para los países con ≥ 1 millón de habitantes.
b Menos de 20 defunciones informadas; no se calculó la tasa.
c No se calculó la tasa cuando se comunicaron menos de 20 defunciones entre varones o mujeres.

Comportamientos de riesgo relacionados con la violencia juvenil

La participación en riñas, la intimidación y portar armas son importantes comportamientos de riesgo de violencia juvenil. La mayoría de los estudios que examinan estos comportamientos han incluido a alumnos de escuelas primarias y secundarias, que difieren considerablemente de los niños y adolescentes que han dado por concluido sus estudios o han desertado de la escuela. En consecuencia, probablemente sea limitada la aplicabilidad de los resultados de estos estudios a los jóvenes que ya no están asistiendo a la escuela.

La participación en riñas es muy común entre los niños en edad escolar en muchas partes del mundo (32–38). Alrededor de un tercio de los alumnos informan haber participado en riñas y, en comparación con las niñas, es de dos a tres veces más probable que los varones hayan intervenido alguna vez en riñas. La intimidación es también frecuente entre los niños en edad escolar (39, 40). En un estudio de comportamientos relacionados con la salud en niños en edad escolar de 27 países, se encontró que la mayoría de los niños de 13 años en la generalidad de los países habían llevado a cabo actos de intimidación al menos por algún tiempo (cuadro 2.2) (40). Aparte de ser formas de agresión, la intimidación y las riñas también pueden conducir a modalidades más graves de violencia (41).

Portar armas es tanto un importante comportamiento de riesgo como una actividad predominantemente masculina entre los jóvenes en edad escolar. Sin embargo, hay grandes variaciones en la prevalencia de portar armas, como han informado los adolescentes en diferentes países. En Ciudad del Cabo, Sudáfrica, 9,8% de los varones y 1,3% de las mujeres en las escuelas secundarias informaron que habían llevado armas punzocortantes a la escuela en las cuatro semanas precedentes (42). En Escocia, 34,1% de los varones y 8,6% de las mujeres de 11 a 16 años dijeron que habían portado armas por lo menos una vez en su vida, y fue significativamente más probable que lo hubieran hecho los usuarios de drogas, en comparación con quienes no las consumían (43). En los Países Bajos, 21% de los alumnos de escuelas secundarias admitieron poseer un arma y 8% de hecho habían llevado armas a la escuela (44). En los Estados Unidos, una encuesta nacional entre los estudiantes de los grados 9º a 12º encontró que 17,3% habían portado un arma en los 30 días anteriores y 6,9% había llevado un arma a los establecimientos de enseñanza (32).

Cuadro 2.2
El comportamiento de intimidación entre niños de 13 años de edad, 1997–1998

La dinámica de la violencia juvenil

Las pautas de comportamiento, incluida la violencia, cambian en el curso de la vida de las personas. La adolescencia y los primeros años de la edad adulta constituyen un período en que la violencia, así como otro tipo de comportamientos, a menudo se expresan con más intensidad (45). Conocer cuándo y en qué condiciones se presenta de manera característica el comportamiento violento conforme se desarrolla la persona puede ayudar a planificar intervenciones y políticas de prevención orientadas a los grupos de edad más críticos (3).

¿Cómo empieza la violencia juvenil?

La violencia juvenil puede desarrollarse de diferentes maneras. Algunos niños presentan comportamientos problemáticos en la primera infancia que gradualmente se van agravando hasta llegar a formas más graves de agresión antes de la adolescencia y durante ella. Entre 20% y 45% de los varones y entre 47% y 69% de las muchachas que son delincuentes juveniles violentos a la edad de 16 a 17 años han tomado lo que se denomina un “camino de desarrollo que persistirá toda la vida” (3, 46–50). Los jóvenes que encajan en esta categoría cometen los actos de violencia más graves y a menudo siguen teniendo un comportamiento violento hasta la edad adulta (51–54).

Los estudios longitudinales han examinado de qué manera la agresión puede proseguir desde la niñez hasta la adolescencia y desde la adolescencia hasta la edad adulta para crear una pauta de delito persistente durante toda la vida. Varios estudios han revelado que la agresividad en la niñez es un buen factor predictivo de la violencia en la adolescencia y los primeros años de la edad adulta. En un estudio realizado en Örebro, Suecia (55), dos tercios de una muestra de alrededor de 1 000 hombres jóvenes que mostraban comportamientos violentos a la edad de 26 años ya habían exhibido una marcada agresividad a las edades de 10 y 13 años, en comparación con cerca de un tercio del total de los muchachos. De igual manera, en un estudio de seguimiento de casi 400 jóvenes efectuado en Jyväskylä, Finlandia (56), las apreciaciones de la agresividad por parte de los compañeros a las edades de 8 y 14 años predijeron significativamente la violencia hasta la edad de 20 años.

Hay también pruebas de una continuidad del comportamiento agresivo desde la adolescencia hasta la edad adulta. En un estudio efectuado en Columbus, Estados Unidos, 59% de los jóvenes detenidos por delitos violentos antes de la edad de 18 años fueron arrestados nuevamente cuando ya eran adultos y 42% de estos delincuentes adultos fueron acusados de al menos un delito violento grave, como homicidio, asalto con agravantes o violación (57). La proporción de los detenidos cuando eran más jóvenes por delitos que implicaban violencia grave que fueron arrestados nuevamente ya adultos fue mayor que entre los jóvenes detenidos por delitos que entrañaban violencia menor. Un estudio sobre el desarrollo de la delincuencia en Cambridge, Inglaterra, encontró que un tercio de los hombres jóvenes menores de 20 años declarados culpables de delitos que implicaban violencia fueron nuevamente condenados entre los 21 y los 40 años de edad, en comparación con solo 8% de aquellos no condenados por esa clase de delitos cuando eran adolescentes (58).

La existencia de un camino de desarrollo que persistirá toda la vida ayuda a explicar la continuidad del comportamiento agresivo y violento en el transcurso del tiempo. Hay ciertos individuos en los que persiste una mayor tendencia subyacente hacia el comportamiento agresivo y violento. En otras palabras, quienes son relativamente más agresivos a cierta edad también tienden a ser relativamente más agresivos más adelante, aunque los grados absolutos de su violencia pueden variar. Quizá con el transcurso del tiempo también haya progresiones de un tipo de agresión a otro. Por ejemplo, en un estudio longitudinal realizado en Pittsburgh, Estados Unidos, que incluyó a más de 1 500 muchachos originalmente estudiados a los 7, 10 y 13 años de edad, Loeber et al. informaron que la agresión en la niñez tendía a convertirse en riñas de pandillas y posteriormente en violencia juvenil (59).

No obstante, los delincuentes que a lo largo de toda su vida exhiben un comportamiento agresivo pertinaz representan solo una proporción pequeña de quienes cometen actos de violencia. La mayor parte de los jóvenes violentos cometen actos de violencia durante períodos mucho más cortos. A estos jóvenes se los llama “delincuentes circunscritos a la adolescencia”. Los resultados de la Encuesta Nacional de la Juventud realizada en los Estados Unidos —basada en una muestra nacional de jóvenes de 11 a 17 años en 1976, cuyo seguimiento se efectuó hasta que alcanzaron edades comprendidas entre los 27 y los 33 años— muestran que si bien una proporción pequeña de los jóvenes siguieron cometiendo actos de violencia hasta llegar a la edad adulta y más adelante, unas tres cuartas partes de los jóvenes que habían incurrido en violencia grave abandonaron su comportamiento violento alrededor de uno a tres años después (3). La mayoría de los jóvenes que se tornan violentos son delincuentes circunscritos a la adolescencia que, en realidad, han dado pocas o ninguna muestra de grados altos de agresividad u otros comportamientos problemáticos durante la niñez (3).

Factores situacionales

Entre los jóvenes que solo delinquen durante la adolescencia, ciertos factores situacionales pueden tener una influencia importante en el origen del comportamiento violento. El análisis de la situación —que explica las interacciones entre el eventual perpetrador y la víctima en una situación dada— describe cómo el potencial de violencia quizá se convierta en violencia real. Los factores situacionales son:

– los móviles del comportamiento violento;
– el lugar donde se manifiesta el comportamiento;
– si intervienen el alcohol o las armas;
– si están presentes otras personas además de la víctima y el agresor;
– si existen otras acciones (como el robo) que podrían conducir a la violencia.

Los móviles de la violencia juvenil varían según la edad de los participantes y el hecho de que estén o no presentes otras personas. Un estudio de la delincuencia en Montreal, Canadá, reveló que, cuando los autores eran adolescentes o veinteañeros, cerca de la mitad de los ataques personales violentos fueron motivados por la búsqueda de emociones estimulantes, a menudo en compañía de otros delincuentes, y la otra mitad obedeció a objetivos racionales o utilitarios (60). Sin embargo, en todos los delitos la motivación principal de los autores cambió de la búsqueda de emociones en la adolescencia a propósitos utilitarios —que incluían una planificación previa, la intimidación psicológica y el empleo de armas— después de los 20 años (61).

La Encuesta Nacional de la Juventud efectuada en los Estados Unidos encontró que los actos de violencia se cometieron en general en represalia por un ataque anterior, por venganza o debido a una provocación o a la ira (61). En el estudio realizado en Cambridge mencionado anteriormente, los motivos de las riñas dependieron de que el muchacho se peleara solo o en grupo (62). En las riñas individuales, generalmente el joven fue provocado, se enojó y golpeó para lastimar a su adversario o liberar las tensiones internas. En las riñas en grupo, los muchachos a menudo tomaron parte para ayudar a amigos o porque fueron atacados, rara vez porque estaban enojados. No obstante, las riñas en grupo fueron en general más graves. A menudo comenzaron como incidentes menores que luego se intensificaron, ocurrieron de manera característica en bares o en la calle, fue más probable que se usaran armas, provocaron traumatismos e intervino la policía.

La embriaguez es un importante factor situacional inmediato que puede precipitar la violencia. Según un estudio sueco, cerca de tres cuartas partes de los delincuentes violentos y alrededor de la mitad de las víctimas de la violencia estaban ebrios en el momento del incidente, y en el estudio de Cambridge, muchos de los muchachos participaron en riñas después de ingerir bebidas alcohólicas (62, 63).

Una característica interesante de los jóvenes que cometen actos delictivos violentos, que puede aumentar la probabilidad de que se vean envueltos en situaciones que conducen a la violencia, es su tendencia a involucrarse en una amplia gama de delitos, así como el hecho de que suelen exhibir diversos comportamientos problemáticos. Por lo general, dichos jóvenes son versátiles y no se especializan en los tipos de delitos que cometen. En realidad, los jóvenes violentos suelen cometer más delitos no violentos que violentos (64–66). En el estudio de Cambridge, los delincuentes violentos declarados culpables antes de los 21 años tenían casi tres veces más condenas por transgresiones no violentas que por delitos violentos (58).

¿Cuáles son los factores de riesgo en la violencia juvenil?

Factores individuales

A nivel individual, los factores que afectan al potencial de comportamiento violento incluyen características biológicas, psicológicas y conductuales. Estos factores pueden aparecer desde la niñez o la adolescencia y, en grados variables, pueden ser influidos por la familia y los compañeros, y por otros factores sociales y culturales.

Características biológicas

Entre los factores biológicos posibles, ha habido estudios sobre las lesiones y complicaciones asociadas con el embarazo y el parto, ya que se ha señalado que estos trastornos quizá produzcan daño neurológico, que a su vez podría conducir a la violencia. En un estudio realizado en Copenhague (Dinamarca), Kandel y Mednick (67) efectuaron el seguimiento de 200 niños nacidos entre 1959 y 1961. Su investigación indicó que las complicaciones del parto eran un factor predictivo de las detenciones por actos de violencia hasta la edad de 22 años. De los jóvenes detenidos por cometer delitos violentos, 80% fueron incluidos en el intervalo de valores altos en cuanto a las probabilidades de que hubieran estado expuestos a complicaciones del parto al nacer, en comparación con 30% de los detenidos por cometer delitos relacionados con la propiedad y 47% de los jóvenes sin antecedentes penales. Por otra parte, las complicaciones del embarazo no fueron un factor significativamente predictivo de la violencia.

Es interesante señalar que las complicaciones del parto se asociaron fuertemente con violencia futura cuando alguno de los progenitores tenía antecedentes de enfermedad psiquiátrica (68). En estos casos, 32% de los varones expuestos a complicaciones significativas durante el parto fueron detenidos por actos de violencia, en comparación con 5% de los que no estuvieron expuestos a ninguna complicación durante el parto o presentaron solo problemas menores. Lamentablemente, estos resultados no se repitieron en el Proyecto Biosocial de Filadelfia realizado por Denno (69), un estudio de casi 1 000 niños afroestadounidenses de Filadelfia, a quienes se siguió desde el nacimiento hasta los 22 años de edad. Por tanto, puede ser que el embarazo y las complicaciones del parto permitan predecir la violencia solo o principalmente cuando ocurren en combinación con otros problemas dentro de la familia.

Las frecuencias cardíacas bajas, estudiadas sobre todo en muchachos, se asocian con la búsqueda de emociones y el deseo de correr riesgos, y ambas características pueden predisponer a los muchachos a la agresión y la violencia en sus intentos por aumentar la estimulación y el grado de excitación (70–73). Sin embargo, especialmente en los lactantes y en los niños pequeños, las frecuencias cardíacas altas se vinculan con ansiedad, temor e inhibiciones (71).

Características psicológicas y del comportamiento

Entre los principales factores de la personalidad y del comportamiento que pueden predecir la violencia juvenil están la hiperactividad, la impulsividad, el control deficiente del comportamiento y los problemas de atención. No obstante, la nerviosidad y la ansiedad están relacionadas negativamente con la violencia. En la ciudad de Dunedin, Nueva Zelandia, en un estudio de seguimiento de más de 1 000 adolescentes varones se observó que los muchachos que habían sido condenados por delitos violentos antes de los 18 años de edad tenían significativamente más probabilidades de haber presentado puntuaciones deficientes en el control del comportamiento (por ejemplo, impulsividad y falta de persistencia) entre los 3 y los 5 años, en comparación con los muchachos sin condenas o con sentencias por delitos no violentos (74). En el mismo estudio, los factores vinculados con la represión de la personalidad (como la cautela y evitar emociones estimulantes) y con la emotividad negativa (como la nerviosidad y la alienación) a la edad de 18 años se correlacionaron significativamente en forma inversa con condenas por violencia (75).

Los estudios longitudinales realizados en Copenhague, Dinamarca (68), Örebro, Suecia (76), Cambridge, Inglaterra (77) y Pittsburgh, Estados Unidos (77), también mostraron las conexiones entre esos rasgos de la personalidad y las condenas por violencia, incluida la admitida espontáneamente. La hiperactividad, los comportamientos que expresan grados altos de temeridad y el deseo de correr riesgos, la concentración deficiente y las dificultades de atención antes de la edad de 13 años fueron todas características que predijeron cabalmente la violencia en los adultos jóvenes. Los grados altos de ansiedad y nerviosidad estuvieron negativamente relacionados con la violencia en los estudios realizados en Cambridge y en los Estados Unidos.

Sistemáticamente se ha encontrado que la escasa inteligencia y los niveles bajos de progreso en la escuela se asocian con violencia juvenil (78). En el proyecto de Filadelfia (69), las puntuaciones bajas del cociente de inteligencia (CI) en las pruebas de CI verbales y de desempeño a las edades de 4 y 7 años así como las puntuaciones bajas en las pruebas ordinarias de aprovechamiento escolar a los 13 y 14 años se vincularon con una mayor probabilidad de ser detenidos por hechos de violencia antes de los 22 años de edad. En un estudio efectuado en Copenhague, Dinamarca, que incluyó a más de 12 000 niños nacidos en 1953, el CI bajo a los 12 años de edad predecía con bastante exactitud la violencia registrada por la policía entre los 15 y los 22 años de edad. La conexión entre el CI y la violencia fue más marcada entre los niños de los grupos socioeconómicos más bajos.

La impulsividad, los problemas de atención, la escasa inteligencia y el bajo progreso educativo pueden estar vinculados con deficiencias en las funciones ejecutivas del cerebro, ubicadas en los lóbulos frontales. Estas funciones incluyen: la atención y concentración sostenidas, el razonamiento abstracto y la formación de conceptos, la fijación de metas, la previsión y planificación, la percepción y vigilancia efectivas del propio comportamiento, y las inhibiciones con respecto a comportamientos inapropiados o impulsivos (79). Es interesante que, en otra investigación realizada en Montreal —que incluyó a más de 1 100 niños inicialmente estudiados a los 6 años de edad y seguidos a partir de la edad de 10 años—, las funciones ejecutivas a los 14 años, medidas por medio de pruebas cognoscitivas y neuropsicológicas, constituyeron un instrumento importante para diferenciar entre los niños violentos y los no violentos (80). Esa relación fue independiente de factores familiares tales como la situación socioeconómica, el nivel educativo de los padres y su edad al nacer el primer hijo, o la eventual separación o divorcio de los padres.

Factores relacionales

Los factores individuales de riesgo de violencia juvenil, tales como los descritos anteriormente, no existen aislados de otros factores de riesgo. Los factores asociados con las relaciones interpersonales de los jóvenes —con sus familias, amigos y compañeros— también pueden influir mucho en el comportamiento agresivo y violento y configurar rasgos de la personalidad que a su vez pueden contribuir al comportamiento violento. La influencia de las familias es por lo general mayor en este sentido durante la niñez, mientras que durante la adolescencia los amigos y los compañeros tienen un efecto cada vez más importante (81).

Influencia de la familia

El comportamiento de los progenitores y el ambiente familiar son factores fundamentales en el desarrollo de conductas violentas en los jóvenes. La falta de vigilancia y supervisión de los niños por los padres y el uso del castigo físico severo para disciplinar a los niños son sólidos factores predictivos de la violencia durante la adolescencia y la edad adulta. En su estudio de 250 niños en Boston, Estados Unidos, McCord (82) encontró que la supervisión deficiente, la agresión y la aplicación de una disciplina muy rigurosa por parte de los padres a los niños de 10 años de edad se vincularon firmemente con mayor riesgo de condenas posteriores por actos violentos antes de los 45 años de edad.

Eron, Huesmann y Zelli (83) efectuaron el seguimiento de casi 900 niños en Nueva York. Encontraron que el castigo físico severo infligido por los padres a la edad de 8 años permitía predecir no solo arrestos por incidentes de violencia antes de la edad de 30 años, sino también, en los muchachos, la severidad con que estos castigarían a sus hijos y sus propias historias de maltrato del cónyuge. En un estudio de más de 900 niños maltratados y casi 700 testigos, Widom indicó que los antecedentes registrados de abuso físico y descuido de los niños se vincularon con arrestos posteriores por actos violentos, independientemente de otros factores predictivos como el sexo, el grupo étnico y la edad (84). Otros estudios han obtenido resultados similares (77, 85, 86).

La violencia en la adolescencia y hasta la edad adulta también ha estado relacionada firmemente con los conflictos entre los progenitores durante la primera infancia (77, 82) y con los vínculos afectivos deficientes entre padres e hijos (87, 88). Otros factores son: una familia con muchos hermanos (65, 77); una madre que tuvo su primer hijo a edad temprana, posiblemente cuando era adolescente (77, 89, 90), y un escaso grado de cohesión familiar (91). Muchos de estos factores, a falta de otro apoyo social, pueden afectar al funcionamiento y comportamiento emocional y social de los niños. McCord (87), por ejemplo, indicó que los delincuentes violentos tenían menos probabilidades que los no violentos de haber sido criados con afecto y disciplina y supervisión apropiados.

La estructura familiar es también un factor importante de la agresión y la violencia posteriores. Los resultados de estudios realizados en los Estados Unidos, Nueva Zelandia y el Reino Unido indican que los niños que se crían en familias monoparentales están expuestos a mayor riesgo de violencia (74, 77, 92). Por ejemplo, en un estudio de 5 300 niños de Inglaterra, Escocia y Gales, el hecho de haber experimentado la separación de sus progenitores entre el nacimiento y los 10 años aumentó las probabilidades de recibir condenas por hechos de violencia antes de los 21 años de edad (92). En el estudio llevado a cabo en Dunedin, Nueva Zelandia, el hecho de vivir a los 13 años con un padre o madre solteros permitió vaticinar condenas por violencia antes de los 18 años (74). Las pocas oportunidades de recibir apoyo y probablemente los menores recursos económicos en estas situaciones quizá sean las razones de que a menudo se deteriore la crianza y aumente el riesgo de que los jóvenes incurran en actos de violencia.

En general, el estrato socioeconómico bajo de la familia se asocia con violencia futura. Por ejemplo, en una encuesta nacional de jóvenes en los Estados Unidos, la frecuencia con que los jóvenes de clases socioeconómicas bajas admitieron haber consumado asaltos y robos fue cerca del doble de la prevalente entre los jóvenes de clase media (93). En Lima, Perú, se encontró que la baja escolaridad de la madre y la alta densidad habitacional se asociaron con la violencia juvenil (94). Un estudio de adultos jóvenes en São Paulo, Brasil, reveló que, después de hacer ajustes según el sexo y la edad, el riesgo de ser víctimas de la violencia fue significativamente mayor entre los jóvenes de clase socioeconómica baja por comparación con los de clase alta (95). Se han obtenido resultados similares en estudios realizados en Dinamarca (96), Nueva Zelandia (74) y Suecia (97).

Dada la importancia de la supervisión de los padres, la estructura familiar y la situación económica como factores que contribuyen a determinar la prevalencia de la violencia juvenil, se esperaría un aumento de la violencia cuando las familias se han desintegrado como resultado de guerras o epidemias, o por los rápidos cambios sociales. En el caso de las epidemias, unos 13 millones de niños en el mundo han perdido a uno o ambos padres debido al SIDA, más de 90% de ellos en África al sur del Sahara, donde probablemente millones de niños más quedarán huérfanos en los próximos años (98). La mortandad provocada por el SIDA entre las personas en edad fértil está aumentando la cantidad de huérfanos con tal velocidad, que muchas comunidades ya no pueden depender de las estructuras tradicionales para atenderlos. Por lo tanto, la epidemia de SIDA probablemente tendrá repercusiones adversas graves en la violencia en los jóvenes, en particular en África, donde las tasas de violencia juvenil ya son sumamente altas.

Influencias de los compañeros

Las influencias de los compañeros durante la adolescencia se consideran en general positivas e importantes para configurar las relaciones interpersonales, pero también pueden tener efectos negativos. Tener amigos delincuentes, por ejemplo, se asocia con violencia en los jóvenes (88). Los resultados de los estudios en los países desarrollados (78, 88) concuerdan con un estudio realizado en Lima, Perú (94), que encontró una correlación entre el comportamiento violento y el hecho de tener amigos que usaban drogas. Sin embargo, no está clara la dirección causal en esta correlación, a saber, si tener amigos delincuentes viene antes o después de ser un delincuente violento (99). En su estudio, Elliott y Menard concluyeron que la delincuencia generó lazos con compañeros y, al mismo tiempo, que los vínculos con compañeros delincuentes generaron delincuencia (100).

Factores comunitarios

Las comunidades en las cuales viven los jóvenes ejercen una influencia importante en su familia, en la índole de su grupo de compañeros y en la forma en que pueden estar expuestos a situaciones que conducen a la violencia. En términos generales, los muchachos de las zonas urbanas tienen más probabilidades de desplegar un comportamiento violento que los que viven en las zonas rurales (77, 88, 93). Dentro de las zonas urbanas, los que viven en vecindarios con niveles altos de criminalidad tienen más probabilidades de exhibir un comportamiento violento que los que viven en otros vecindarios (77, 88).

Un perfil de las pandillas

Se encuentran pandillas de jóvenes en todas las regiones del mundo. Aunque su tamaño y naturaleza pueden variar muchísimo de un grupo eminentemente social a una red delictiva organizada·, todas parecen responder a la necesidad básica de pertenecer a un grupo y crear su propia identidad.

En la región occidental de El Cabo, Sudáfrica, hay unos 90 000 miembros de pandillas, mientras que en Guam se registraron en 1993 alrededor de 110 pandillas permanentes, unas 30 de ellas muy bravas. En Port Moresby, Papua Nueva Guinea, se ha denunciado la existencia de cuatro asociaciones delictivas grandes, con numerosos subgrupos. Hay unos 30 000 a 35 000 miembros de pandillas en El Salvador y una cantidad similar en Honduras, mientras que en los Estados Unidos, en 1996 estaban operando unas 31 000 pandillas en cerca de 4 800 ciudades grandes y pequeñas. En Europa existen pandillas en diversa medida en todo el continente y son particularmente agresivas en los países en transición económica, como la Federación de Rusia.

Las pandillas son básicamente un fenómeno masculino, aunque en países como Estados Unidos las niñas están formando sus propias pandillas. La edad de los miembros de la pandilla puede variar entre los 7 y los 35 años, pero comúnmente son muchachos adolescentes o veinteañeros. Suelen provenir de zonas económicamente desfavorecidas y de ámbitos urbanos y suburbanos de clase trabajadora con bajos ingresos. A menudo, los integrantes de las pandillas han abandonado la escuela y tienen trabajos que requieren poca capacitación o mal remunerados. Muchas pandillas de los países de ingreso alto y mediano están integradas por personas de minorías étnicas o raciales que quizás estén socialmente muy marginadas.

Las pandillas se asocian con el comportamiento violento. Los estudios han revelado que, a medida que los jóvenes pasan a formar parte de las pandillas, se tornan más violentos y se involucran en actividades más arriesgadas, a menudo ilícitas. En Guam, más de 60% de los delitos violentos informados a la policía son cometidos por jóvenes y gran parte de ellos se relacionan con las actividades de las pandillas bravas de la isla. En Bremen, Alemania, la violencia perpetrada por los miembros de las pandillas representa casi la mitad de los delitos violentos notificados. En un estudio longitudinal de casi 1 000 jóvenes en Rochester, Estados Unidos, aproximadamente 30% de la muestra eran miembros de pandillas, pero eran responsables de alrededor de 70% de los delitos violentos notificados espontáneamente y de 70% del tráfico de drogas.
Una compleja interacción de factores lleva a los jóvenes a optar por la vida de las pandillas. Estas parecen proliferar en los lugares donde se ha desintegrado el orden social establecido y donde no hay formas alternativas de comportamiento cultural compartido. Otros factores socioeconómicos, comunitarios e interpersonales que alientan a los jóvenes a incorporarse a las pandillas son:

-· la falta de oportunidades de movilidad social o económica, dentro de una sociedad que promueve agresivamente el consumo;
-· la declinación del cumplimiento de la ley y el orden en el plano local;
-· la interrupción de los estudios, combinada con salarios bajos por el trabajo no calificado;
-· la falta de orientación, supervisión y apoyo de los padres y otros miembros de la familia;
-· el castigo físico severo o la victimización en el hogar;
-· el hecho de tener compañeros que ya forman parte de una pandilla.

Las medidas para corregir estos factores fundamentales que alientan el florecimiento de las pandillas juveniles y para proporcionar otras salidas culturales más seguras a los potenciales miembros, pueden contribuir a eliminar una proporción significativa de los delitos violentos cometidos por las pandillas o con la participación de jóvenes.

Pandillas, armas de fuego y drogas

La existencia de pandillas (recuadro 2.1), armas de fuego y drogas en una localidad es una combinación potente que aumenta las probabilidades de que se cometan actos de violencia. En los Estados Unidos, por ejemplo, la presencia en los vecindarios de estos tres elementos juntos parecería ser un factor importante para explicar por qué la tasa de arrestos de menores por homicidio se elevó a más del doble entre 1984 y 1993 (de 5,4 por 100 000 a 14,5 por 100 000) (97, 101, 102). Blumstein sugirió que este incremento estaba vinculado con aumentos verificados en el mismo período en el número de jóvenes que portan armas de fuego, la cantidad de pandillas y los enfrentamientos por la venta de crack (cocaína para fumar) (103). De acuerdo con el estudio de Pittsburgh ya mencionado, la iniciación en el tráfico de drogas coincidió con un aumento significativo de la tenencia de armas y 80% de los jóvenes de 19 años de edad que vendían drogas “duras” (como la cocaína) también portaban un arma de fuego (104). En Río de Janeiro, Brasil, donde la mayoría de las víctimas y perpetradores de homicidios tienen 25 años de edad o menos, el tráfico de drogas es responsable de gran parte de los homicidios, los conflictos y las lesiones (105). En otras partes de América Latina y el Caribe, las pandillas juveniles involucradas en el tráfico de drogas muestran niveles de violencia superiores a los observados en las pandillas que no participan en él (106).

Integración social

El grado de integración social dentro de una comunidad también afecta a las tasas de violencia juvenil. El capital social es un concepto que intenta medir esa integración de las comunidades. Se refiere aproximadamente a las reglas, normas, obligaciones, reciprocidad y confianza que existen en las relaciones y las instituciones sociales (107). Los jóvenes que viven en lugares que carecen de capital social tienden a mostrar un rendimiento escolar deficiente y son mayores las probabilidades de que abandonen por completo la escuela (108). Moser y Holland (109) estudiaron cinco comunidades urbanas pobres en Jamaica. Encontraron una relación cíclica entre la violencia y la destrucción del capital social. Cuando había violencia en la comunidad, se restringía la movilidad física en la localidad particular, se reducían las oportunidades laborales y educacionales, las empresas se mostraban renuentes a invertir en la zona y era menos probable que las personas del lugar construyeran casas nuevas o repararan o mejoraran las propiedades ya existentes. Esta reducción del capital social —la mayor desconfianza resultante de la destrucción de la infraestructura, las instalaciones de esparcimiento y las oportunidades— aumentó las probabilidades de comportamiento violento, especialmente entre los jóvenes. Un estudio sobre la relación entre el capital social y la criminalidad en una amplia gama de países durante el período comprendido entre 1980 y 1994, encontró que el grado de confianza entre los miembros de la comunidad tenía un fuerte efecto sobre la incidencia de delitos violentos (107). Wilkinson, Kawachi y Kennedy (110) indicaron que los índices de capital social que reflejan escasa cohesión social y altos grados de desconfianza recíproca estaban vinculados con tasas más altas de homicidios y mayor desigualdad económica.

Factores sociales

Varios factores sociales pueden crear condiciones conducentes a la violencia entre los jóvenes. Sin embargo, gran parte de los datos relacionados con estos factores se basan en estudios transversales o ecológicos y son principalmente útiles para identificar asociaciones importantes, más que causas directas.

Cambios demográficos y sociales

Los cambios demográficos rápidos en la población de jóvenes, la modernización, la emigración, la urbanización y la modificación de las políticas sociales han estado todos vinculados con un aumento de la violencia juvenil (111). En los lugares que han experimentado crisis económicas y políticas subsiguientes a medidas de ajuste estructural, como en África y partes de América Latina, los salarios reales a menudo han declinado marcadamente, se han debilitado o desechado las leyes concebidas para proteger a los trabajadores y se ha producido un deterioro sustancial de la infraestructura y los servicios sociales básicos (112, 113). La pobreza se ha concentrado masivamente en las ciudades, que presentan altas tasas de crecimiento de la población de jóvenes (114).

En su análisis demográfico de los jóvenes de África, Lauras-Locoh y Lopez-Escartin (113) sugieren que la tensión entre una población de jóvenes que crece con rapidez y una infraestructura en deterioro ha dado lugar a revueltas estudiantiles originadas en las escuelas. Diallo Co-Trung (115) encontró una situación similar de huelgas y rebeliones de estudiantes en Senegal, donde la población de menos de 20 años de edad se duplicó entre 1970 y 1988, durante un período de recesión económica e implantación de políticas de ajuste estructural. En una encuesta entre jóvenes de Argelia, Rarrbo (116) encontró que el rápido crecimiento demográfico y la urbanización acelerada crearon desempleo y condiciones habitacionales de extrema precariedad, que a su vez condujeron a la frustración extrema, la ira y la acumulación de tensiones entre los jóvenes. Como resultado, era más probable que los jóvenes cometieran delitos menores y actos de violencia, en particular bajo la influencia de los compañeros.

En Papua Nueva Guinea, Dinnen (117) describe la evolución de “raskolism” (las pandillas de delincuentes) en el contexto más amplio de la descolonización y los cambios sociales y políticos subsiguientes, incluido el crecimiento demográfico rápido no igualado por el crecimiento económico. Tal fenómeno también ha sido citado como un problema en algunas de las anteriores economías comunistas (118), donde, a medida que el desempleo se ha elevado vertiginosamente y se ha recortado en forma drástica el sistema de asistencia social, los jóvenes han carecido de ingresos y ocupaciones legítimos, así como del apoyo social necesario en el período entre la conclusión de los estudios y la consecución de un trabajo. Al carecer de ese apoyo, algunos han pasado a la criminalidad y la violencia.

Desigualdad de ingresos

La investigación ha revelado las conexiones entre el crecimiento económico y la violencia, y entre la desigualdad de ingresos y la violencia (119). Gartner, en un estudio de 18 países industrializados durante el período comprendido entre 1950 y 1980 (6), encontró que la desigualdad de ingresos, según la mide el coeficiente de Gini, tenía un considerable efecto favorecedor de la tasa de homicidios. Fajnzylber, Lederman y Loayza (120) obtuvieron los mismos resultados en una investigación realizada en 45 países industrializados y en desarrollo entre 1965 y 1995. La tasa de crecimiento del producto interno bruto (PIB) también se asoció significativamente con una reducción de la tasa de homicidios, pero este efecto fue en muchos casos contrarrestado por los niveles ascendentes de la desigualdad de ingresos. Unnithan y Whitt llegaron a conclusiones similares en su estudio transnacional (121), a saber, que esa desigualdad de ingresos estaba estrechamente vinculada con las tasas de homicidios y que estas tasas también disminuyeron a medida que se incrementaba el PIB per cápita.

Estructuras políticas

La calidad de las condiciones de buen gobierno en un país, en cuanto al marco legal y las políticas que ofrecen protección social, es un factor determinante fundamental de la violencia. En particular, el grado en que una sociedad hace cumplir las leyes existentes sobre la violencia al detener y encausar a los delincuentes, puede actuar como factor disuasivo contra la violencia. Fajnzylber, Lederman y Loayza (120) encontraron que la tasa de arrestos por homicidio tenía un efecto negativo considerable sobre la tasa de homicidios. En su estudio, las mediciones objetivas de las condiciones de buen gobierno (como las tasas de arrestos) se correlacionaron negativamente con las tasas de criminalidad, mientras que las mediciones subjetivas (como la confianza en el poder judicial y la calidad percibida de las condiciones de buen gobierno) solo se correlacionaron débilmente con las tasas de criminalidad.

Por consiguiente, el ejercicio del buen gobierno puede tener repercusiones sobre la violencia, en particular la que afecta a los jóvenes. Noronha et al. (122), en su estudio sobre la violencia que afecta a diversos grupos étnicos en Salvador, Bahía (Brasil), concluyeron que la insatisfacción con la policía, el sistema judicial y las cárceles aumentó el empleo de modalidades no oficiales de justicia. En Rio de Janeiro, de Souza Minayo (105) encontró que la policía figuraba entre los principales perpetradores de violencia contra los jóvenes. Las acciones policiales —en particular contra hombres jóvenes de las clases socioeconómicas más bajas— incluían la violencia física, el abuso sexual, la violación y el cohecho. Sanjuán (123) señaló que la idea de que la justicia dependía de la clase socioeconómica era un factor importante en la aparición de una cultura de la violencia entre los jóvenes marginados de Caracas, Venezuela. De igual manera, Aitchinson (124) concluyó que en Sudáfrica, después del apartheid, la impunidad para los que habían cometido abusos contra los derechos humanos y la incapacidad de la policía de cambiar significativamente sus métodos, han contribuido a un sentimiento generalizado de inseguridad y han incrementado el número de acciones extrajudiciales que incluyen la violencia.

La protección social por el Estado, otro aspecto de las condiciones de buen gobierno, es también importante. En su estudio, Pampel y Gartner (125) usaron un indicador que medía el grado de desarrollo de las instituciones nacionales responsables de la protección social colectiva. Estaban interesados en averiguar por qué diferentes países, cuyos grupos de edad de 15 a 29 años habían crecido según la misma tasa durante un período dado, experimentaron sin embargo aumentos dispares en sus tasas de homicidios. Pampel y Gartner llegaron a la conclusión de que la solidez de las instituciones de protección social del país tenían un efecto negativo sobre la tasa de homicidios. Además, el hecho de contar con esas instituciones podría contrarrestar los efectos sobre la tasa de homicidios asociados con aumentos en el grupo de 15 a 29 años de edad, sector que tradicionalmente presenta tasas altas de víctimas o perpetradores de homicidios.

Messner y Rosenfeld (126) examinaron la repercusión de los esfuerzos por proteger a las poblaciones vulnerables de las fuerzas del mercado, por ejemplo de la recesión económica. Se encontró que los gastos más elevados en asistencia social se asociaban con disminuciones de la tasa de homicidios, lo que indica que las sociedades con redes de seguridad económica presentan menos homicidios. Briggs y Cutright (7), en un estudio de 21 países durante el período comprendido entre 1965 y 1988, establecieron que el gasto en seguridad social, como una proporción del PIB, se correlacionaba con reducciones de los homicidios entre los niños de hasta 14 años de edad.

Influencias culturales

La cultura, que se refleja en las normas y los valores hereditarios de la sociedad, contribuye a determinar cómo responden las personas a un ámbito cambiante. Los factores culturales pueden influir en el nivel de violencia presente en una sociedad, por ejemplo, al respaldar la violencia como un medio normal para resolver los conflictos y al enseñar a los jóvenes a adoptar normas y valores que favorecen el comportamiento violento.

Un instrumento importante mediante el cual se difunden imágenes, normas y valores que instigan a la violencia son los medios de comunicación. La exposición de los niños y los jóvenes a las diversas formas de estos medios ha aumentado extraordinariamente en años recientes. Los nuevos tipos de medios —entre ellos los videojuegos, las videocintas e Internet— han multiplicado las oportunidades de que los jóvenes estén expuestos a la violencia. Varios estudios han revelado que la introducción de la televisión en los países se asoció con aumentos de la escala de violencia (127–131), si bien estos estudios en general no tuvieron en cuenta otros factores que pueden haber influido simultáneamente en las tasas de violencia (3). El predominio de las pruebas hasta la fecha indica que la exposición a la violencia mostrada en la televisión aumenta las probabilidades de comportamientos agresivos inmediatos y produce a más largo plazo un efecto desconocido en la violencia grave (3) (recuadro 2.2). No hay datos suficientes acerca de la repercusión de algunos de los medios de comunicación más nuevos.

Las culturas que no logran proporcionar opciones no violentas para resolver los conflictos parecen tener tasas mayores de violencia juvenil. En su estudio de las pandillas en Medellín, Colombia, Bedoya Marín y Jaramillo Martínez (136) describen cómo los jóvenes de bajos ingresos reciben la influencia de la cultura de la violencia en la sociedad en general y en sus comunidades en particular. Señalan que se fomenta una cultura de la violencia a nivel de la comunidad mediante la creciente aceptación del “dinero fácil” (gran parte de esto se relaciona con el tráfico de drogas) y de cualquier medio adecuado para obtenerlo, así como mediante la corrupción de la policía, el poder judicial, los militares y la administración local.

Las influencias culturales que traspasan las fronteras de los países también han estado vinculadas con el aumento de la violencia juvenil. En una encuesta de pandillas juveniles en América Latina y el Caribe, Rodgers (106) ha mostrado que en ciudades del norte y el sudoeste de México, donde es más alta la inmigración desde los Estados Unidos, han surgido bandas violentas que siguen el modelo de las pandillas de Los Ángeles. Se ha encontrado un fenómeno similar en El Salvador, país que ha experimentado una tasa alta de deportaciones de ciudadanos salvadoreños desde Estados Unidos a partir de 1992; muchos de los deportados han sido miembros de pandillas en los Estados Unidos.

La influencia de los medios de comunicación en la violencia juvenil

Los niños y los jóvenes son consumidores importantes del material difundido por los medios de comunicación, tales como los programas de entretenimiento y la publicidad. Los estudios efectuados en los Estados Unidos han encontrado que el hábito de ver televisión empieza a menudo a los 2 años de edad y que, en promedio, los jóvenes de entre 8 y 18 años ven unos 10 000 actos de violencia al año en la televisión. Estos patrones de exposición a los medios no se manifiestan necesariamente en otras partes del mundo, en especial donde se tiene menos acceso a la televisión y a las películas. Aun así, no hay duda de que en todas partes la exposición de los niños y los jóvenes a los medios de comunicación es sustancial y está aumentando. Por consiguiente, es importante investigar la exposición a los medios como posible factor de riesgo de violencia interpersonal en la que participan jóvenes.

Los investigadores han estado examinando por más de 40 años las repercusiones de los medios en el comportamiento agresivo y violento. Varios metanálisis de los estudios sobre la repercusión de los medios de comunicación en la agresión y la violencia han llegado a la conclusión de que la violencia exhibida en los medios está positivamente relacionada con la agresión hacia otras personas. Sin embargo, se carece de datos que confirmen sus efectos sobre las formas graves de violencia (como la agresión física y el homicidio).

Un metanálisis realizado en 1991, que abarcó 28 estudios de niños y adolescentes expuestos a la violencia exhibida en los medios y observados en la interacción social libre, concluyó que la exposición a la violencia en los medios aumentaba el comportamiento agresivo hacia los amigos, los compañeros de clase y los desconocidos (132). Otro metanálisis, efectuado en 1994, examinó 217 estudios publicados entre 1957 y 1990 concernientes a las repercusiones de la violencia mostrada en los medios sobre el comportamiento agresivo, en los cuales 85% de los sujetos de la muestra tenían entre 6 y 21 años de edad. Los autores llegaron a la conclusión de que había una correlación positiva significativa entre la exposición a la violencia exhibida en los medios y el comportamiento agresivo, independientemente de la edad (133).

Muchos de los estudios incluidos en estos exámenes analíticos eran experimentos aleatorizados (en el laboratorio y sobre el terreno) o encuestas transversales. Los resultados de los estudios experimentales indican que la exposición breve a la violencia mostrada en la televisión o el cine, en particular las presentaciones impresionantes de la violencia, produce aumentos a corto plazo del comportamiento agresivo. Además, los efectos parecen ser mayores entre los niños y los jóvenes con tendencias agresivas y entre los que han sido irritados o provocados. Los resultados, sin embargo, no pueden extenderse a las situaciones de la vida real. De hecho, los ámbitos de la vida real a menudo incluyen influencias que no pueden “controlarse” como se hace en los experimentos, y que quizá mitiguen el comportamiento agresivo y violento.

Los resultados de los estudios transversales también muestran una correlación positiva entre la violencia exhibida en los medios y diversas muestras de agresión, por ejemplo, las actitudes y creencias, el comportamiento y emociones como la ira. No obstante, los efectos de la violencia que muestran los medios sobre las formas más graves de comportamiento violento (como la agresión física y el homicidio) son bastante limitados en el mejor de los casos (r = 0,06) (133). Además, a diferencia de los estudios experimentales y longitudinales donde se puede establecer más fácilmente la causalidad, a partir de los estudios transversales no es posible inferir que la exposición a la violencia mostrada en los medios propicia el comportamiento agresivo y violento.

También ha habido estudios longitudinales que examinaron la conexión entre ver televisión y la agresión interpersonal unos años después. Un estudio longitudinal de niños de 7 a 9 años de edad realizado durante tres años en Australia, Estados Unidos, Finlandia, Israel y Polonia produjo resultados contradictorios (134) y otro estudio de niños de los Países Bajos del mismo grupo de edad efectuado en 1992 no logró comprobar ningún efecto sobre el comportamiento agresivo (135). No obstante, otros estudios de seguimiento de niños que se llevaron a cabo en los Estados Unidos durante períodos más largos (10 a 15 años) han mostrado una correlación positiva entre ver televisión en la niñez y la agresividad posterior en los primeros años de la edad adulta (3).

Estudios que examinaron la relación entre las tasas de homicidios y la introducción de la televisión (básicamente considerando dichas tasas en los países antes y después de dicha introducción) también han encontrado una correlación positiva entre ambos (127-131). Sin embargo, en estos estudios no se tuvieron en cuenta variables de confusión, tales como las diferencias económicas, los cambios sociales y políticos y una serie de otras posibles influencias en las tasas de homicidios.
Los resultados científicos acerca de la relación entre la violencia exhibida en los medios de comunicación y la violencia juvenil son por lo tanto concluyentes en lo que se refiere a los aumentos a corto plazo de la agresión. Sin embargo, los resultados no son terminantes en lo que se refiere a los efectos a más largo plazo y a las formas más graves de comportamiento violento, lo que indica que se necesitan más investigaciones. Aparte de examinar el grado en que la violencia en los medios es causa directa de la violencia física grave, también es preciso investigar la influencia de los medios en las relaciones interpersonales y en los rasgos individuales como la hostilidad, la insensibilidad, la indiferencia, la falta de respeto y la incapacidad de identificarse con los sentimientos de otras personas.

¿Qué se puede hacer para prevenir la violencia juvenil?

Al diseñar programas nacionales para prevenir la violencia juvenil es importante abordar no solo los factores individuales cognoscitivos, sociales y del comportamiento, sino también los sistemas sociales que configuran esos factores.

Los cuadros 2.3 y 2.4 ilustran los ejemplos de las estrategias de prevención de la violencia juvenil como matrices, relacionando los sistemas ecológicos mediante los cuales se puede prevenir la violencia con las etapas del desarrollo, desde la lactancia hasta los primeros años de la edad adulta, cuando es probable que surjan comportamientos violentos o el riesgo de que estos se produzcan. Las estrategias de prevención presentadas en estos cuadros no son exhaustivas ni constituyen necesariamente estrategias de eficacia comprobada. En realidad, se ha comprobado que algunas son ineficaces. Más bien, las matrices sirven para ilustrar el amplio abanico de soluciones posibles al problema de la violencia juvenil, y para recalcar la necesidad de aplicar una variedad de estrategias diferentes en las diversas etapas de desarrollo.

Cuadro 2.3
Estrategias de prevención de la violencia utilizadas según la etapa del desarrollo (desde la lactancia hasta mediados de la niñez) y el contexto ecológico. De comprobada eficacia para reducir la violencia juvenil o los factores de riesgo de violencia juvenil.
b Se ha comprobado que no son eficaces para reducir la violencia juvenil ni los factores de riesgo de violencia juvenil.

Estrategias individuales

Las intervenciones más comunes contra la violencia juvenil procuran aumentar la influencia de los factores protectores asociados con las aptitudes, las actitudes y las creencias individuales.
Una estrategia de prevención de la violencia apropiada para la primera infancia —aunque generalmente no se piensa en ella como tal— es la adopción de programas de refuerzo preescolar. Estos programas fomentan desde el principio en los niños pequeños el desarrollo de las aptitudes necesarias para mejorar el éxito escolar, y por consiguiente aumentan la probabilidad de obtener resultados académicos exitosos en el futuro. Tales programas pueden fortalecer los lazos del niño con la escuela y aumentar el aprovechamiento y la autoestima (137). Los estudios de seguimiento a largo plazo de prototipos de esos programas han encontrado beneficios para los niños, tales como una menor participación en hechos violentos y otros comportamientos delictivos (138–140).

Los programas de desarrollo social para reducir el comportamiento antisocial y agresivo en los niños y la violencia en los adolescentes adoptan diversas estrategias.

Estas comúnmente incluyen mejorar la competencia y las aptitudes sociales con los compañeros y, en general, promover comportamientos positivos, amistosos y cooperativos (141). Estos programas se pueden dirigir a todo el mundo o solo a grupos de alto riesgo y suelen llevarse a cabo en ámbitos escolares (142, 143). Ordinariamente se concentran en uno o más de los siguientes aspectos (143):

– controlar la ira;
– modificar el comportamiento;
– adoptar una perspectiva social;
– promover el desarrollo moral;
– desarrollar aptitudes sociales;
– resolver problemas sociales;
– solucionar los conflictos.

Hay indicios de que estos programas de desarrollo social pueden ser eficaces para reducir la violencia juvenil y mejorar las aptitudes sociales (144–146). Los programas que se centran en las aptitudes sociales y de competencia parecen estar entre las estrategias más eficaces de prevención de la violencia juvenil (3). También parecen resultar más eficaces cuando se aplican a los niños de los centros preescolares y escuelas primarias, en lugar de a los estudiantes de colegios secundarios.

Un ejemplo de programa de desarrollo social que utiliza técnicas conductuales en el aula es un programa para prevenir la intimidación, introducido en escuelas primarias e intermedias de Bergen, Noruega. Gracias a esta intervención, los incidentes de intimidación se redujeron a la mitad en dos años (147). Se ha repetido el programa en Alemania, Estados Unidos e Inglaterra con resultados similares (3).

Otras intervenciones orientadas a los individuos que quizá resulten eficaces son las siguientes, si bien se necesitan más datos para confirmar su efecto sobre el comportamiento violento y agresivo (137, 148):

– programas para aumentar el acceso a la atención prenatal y posnatal;
– programas de refuerzo académico;
– incentivos para los jóvenes en alto riesgo de violencia para que completen la escolaridad secundaria y prosigan estudios de educación superior;
– adiestramiento vocacional para los jóvenes y los adultos jóvenes menos privilegiados.
Los programas que no parecen eficaces para reducir la violencia juvenil son (3):
– la orientación individual;
– el adiestramiento en el manejo seguro de las armas de fuego;
– los programas de períodos de prueba y de libertad condicional que incluyen reuniones con presidiarios que describen la brutalidad de la vida de prisión;
– el procesamiento de los delincuentes juveniles en los tribunales para adultos;
– los programas de internación en instituciones psiquiátricas o correccionales;
– los programas que proporcionan información acerca del abuso de drogas.

En algunos estudios, se ha encontrado que los programas para jóvenes delincuentes que siguen el modelo del adiestramiento militar básico (campamentos de reclutas) aumentan la reincidencia en los delitos (3).

Cuadro 2.4
Estrategias de prevención de la violencia utilizadas según la etapa del desarrollo (adolescencia y primeros años de la edad adulta) y el contexto ecológico:

a De comprobada eficacia para reducir la violencia juvenil o los factores de riesgo de violencia juvenil. b Se ha comprobado que no son eficaces para reducir la violencia juvenil ni los factores de riesgo de violencia juvenil.

Estrategias relacionales

Otro conjunto común de estrategias de prevención de la violencia juvenil intenta influir en el tipo de relaciones que los jóvenes tienen con otras personas con quienes interactúan habitualmente. Estos programas abordan problemas tales como la falta de relaciones afectivas entre padres e hijos, las presiones poderosas que ejercen los compañeros para lograr la participación del joven en actos de violencia y la ausencia de un vínculo fuerte con un adulto que se preocupe por él.

La visita domiciliaria

Un tipo de enfoque para prevenir la violencia juvenil basado en la familia es la visita domiciliaria. Esta es una intervención efectuada durante el período de la lactancia (0 a 3 años de edad), que incluye visitas periódicas de una enfermera u otro profesional de la asistencia sanitaria al hogar del niño. Este tipo de programa se realiza en muchas partes del mundo, tales como Australia, Canadá, China (Región Administrativa Especial [RAE] de Hong Kong), Dinamarca, Estados Unidos, Estonia, Israel, Sudáfrica y Tailandia. El objetivo es brindar capacitación, apoyo y orientación, efectuar el monitoreo y referir casos a organismos externos para la asistencia a las madres de bajos ingresos, a las familias que están esperando su primer hijo o que han tenido recientemente uno, y a las familias en las que los niños corren mayor riesgo de maltrato o tienen otros problemas de salud (137, 146). Se ha encontrado que los programas de visitas domiciliarias producen considerables efectos a largo plazo para reducir la violencia y la delincuencia (138, 149–152). Cuanto más tempranamente se introducen en la vida del niño estos programas y más larga es la duración de estos, mayores parecen ser los beneficios (3).

Capacitación para la crianza

Los programas de capacitación en materia de crianza de los hijos procuran mejorar las relaciones familiares y las técnicas de crianza, y de ese modo reducir la violencia juvenil. Sus objetivos incluyen mejorar los lazos afectivos entre padres e hijos, alentar a los padres a que utilicen métodos de crianza coherentes y ayudarlos a desarrollar el autocontrol en la crianza de los hijos (146).

Un ejemplo de programa de capacitación integral es el programa Triple-P de Australia (Programa Positivo para Padres) (153). Este programa incluye una campaña en los medios de comunicación basada en la población para llegar a todos los padres, y un componente de atención de salud que aprovecha las consultas con médicos de atención primaria para mejorar las prácticas de crianza. También se les ofrecen intervenciones intensivas a los padres y las familias con niños en riesgo de sufrir problemas graves de comportamiento. El programa —o elementos de él— se ha puesto en práctica o se está aplicando actualmente en Alemania, China (RAE de Hong Kong), Nueva Zelandia, el Reino Unido y Singapur (154).

Varios estudios de evaluación han encontrado que la capacitación para la crianza tiene éxito y hay algunos indicios de un efecto a largo plazo de reducción del comportamiento antisocial (155–158). En un estudio sobre la eficacia en función de los costos de las intervenciones tempranas para prevenir formas graves de criminalidad en California, Estados Unidos, se calculó que la capacitación de los padres de los niños en edad escolar que presentaban comportamientos agresivos, había prevenido 157 delitos graves (tales como homicidio, violación, incendio intencional y robo) por cada millón de dólares gastados (159). En realidad, se estimó que la capacitación para la crianza era cerca de tres veces más eficaz en función de los costos que la denominada ley de los “tres arrestos” en California, una ley que decreta sentencias severas para los que delinquen reiteradamente.

Programas con mentores

Se piensa que una relación cordial y de apoyo con un adulto que actúa como modelo positivo a imitar es un factor protector contra la violencia juvenil (3, 146). Los programas con mentores basados en esta teoría asignan una persona joven —en particular una en alto riesgo de comportamiento antisocial o que haya crecido en una familia con un solo progenitor— a un adulto que se preocupe por él —el mentor—, ajeno a la familia del menor (160). Los mentores pueden ser compañeros de clase de más edad, docentes, consejeros, oficiales de policía u otros miembros de la comunidad. Los objetivos de estos programas son ayudar a los jóvenes a que desarrollen aptitudes y proporcionarles una relación sostenida con alguien que les sirva como modelo a imitar y como guía (143). Si bien no han sido tan ampliamente evaluadas como algunas de las otras estrategias para reducir la violencia juvenil, hay indicios de que la relación positiva con un mentor puede mejorar en forma significativa la asistencia a la escuela y el desempeño escolar, disminuir las probabilidades del consumo de drogas, mejorar las relaciones con los padres y reducir las formas de comportamiento antisocial admitidas espontáneamente (161).

Estrategias terapéuticas y de otro tipo

Los enfoques terapéuticos también se han usado en las familias para prevenir la violencia juvenil. Hay muchas formas de esta terapia, pero sus objetivos comunes son mejorar la comunicación y la interacción entre padres e hijos y resolver los problemas que se plantean (143). Algunos programas también procuran ayudar a las familias a controlar los factores ambientales que contribuyen al comportamiento antisocial y a utilizar mejor los recursos en la comunidad. Los programas de terapia familiar a menudo son costosos, pero hay pruebas sustanciales de que pueden ser eficaces para mejorar el funcionamiento familiar y reducir los problemas de comportamiento de los hijos (162–164). La terapia familiar funcional (165) y la terapia multisistémica (166) son dos estrategias particulares usadas en los Estados Unidos, que han demostrado tener efectos positivos a largo plazo al reducir el comportamiento violento y delictivo de los delincuentes juveniles a un costo más bajo que el de otros programas de tratamiento (3).

Otras intervenciones orientadas a las relaciones de los jóvenes que quizá resulten eficaces son (3):

– los programas de asociación del hogar y la escuela para promover la participación de los progenitores;
– la educación compensatoria, como la asignación de tutores adultos.
Entre los programas que abordan las relaciones de los jóvenes y que no parecen ser eficaces para reducir la violencia de los adolescentes están (137):

• La mediación de los compañeros, es decir, la participación de los estudiantes para ayudar a otros estudiantes a resolver controversias.

• El asesoramiento de los compañeros.

• La reorientación del comportamiento de los jóvenes y la modificación de las normas del grupo de compañeros, que pretenden encaminar a los jóvenes en alto riesgo de violencia hacia actividades ordinarias, pero que en realidad se ha comprobado que tienen efectos negativos sobre las actitudes, el logro y el comportamiento (3).

Estrategias comunitarias

Las intervenciones que abordan los factores de la comunidad son las que procuran modificar los ámbitos en los cuales los jóvenes interactúan. Un ejemplo sencillo es el mejoramiento del alumbrado callejero, cuando las zonas mal iluminadas pueden aumentar el riesgo de que ocurran agresiones físicas violentas. Lamentablemente, se sabe menos acerca de la eficacia de las estrategias comunitarias para evitar la violencia juvenil que sobre las estrategias que se concentran en los factores individuales o en las relaciones que los jóvenes tienen con otras personas.

Policía comunitaria

La vigilancia policial con participación de la comunidad, orientada a evitar problemas, se ha convertido en una estrategia importante de aplicación de la ley para combatir la violencia juvenil y otros problemas delictivos en diversas partes del mundo (167). Puede adoptar muchas formas, pero sus ingredientes esenciales son la creación de asociaciones comunitarias y la solución de los problemas de la comunidad (168). Por ejemplo, en algunos programas la policía colabora con profesionales de la salud mental para identificar y referir a los servicios pertinentes a los jóvenes que han presenciado, experimentado o cometido actos de violencia (169). Este tipo de programas se basa en el hecho de que los miembros de la policía están en contacto diario con jóvenes víctimas o autores de hechos de violencia. Esto les proporciona un adiestramiento especial y los vincula —en una etapa inicial del desarrollo de los jóvenes— con los profesionales de la salud mental apropiados (168). Todavía no se ha determinado la eficacia de este tipo de programas, pero parecen dar un enfoque útil.

Los programas de vigilancia policial con participación de la comunidad se han puesto en práctica con algún éxito en Rio de Janeiro, Brasil, y San José, Costa Rica (170, 171). En Costa Rica, una evaluación del programa encontró una asociación con una disminución de la criminalidad y de la inseguridad personal percibida (171). Estos programas, que deben evaluarse más rigurosamente, ofrecen mejor protección a los residentes locales y compensan la falta de servicios policiales ordinarios (170).

Disponibilidad de alcohol

Otra estrategia de la comunidad para abordar la criminalidad y la violencia es reducir la disponibilidad de alcohol. Como ya se ha mencionado, el alcohol es un factor coyuntural importante que puede precipitar la violencia. Se examinó el efecto de la reducción de la disponibilidad de alcohol sobre las tasas de delitos en un estudio longitudinal realizado durante cuatro años en una pequeña región provincial de Nueva Zelandia (172). Se compararon las tasas de delitos penales graves (homicidio y violación) y otros delitos (relacionados con la propiedad y el tráfico) en dos poblaciones del experimento y cuatro poblaciones testigo durante el período de estudio. Mientras que ambos tipos de delitos disminuyeron en las poblaciones del experimento y aumentaron en relación con las tendencias nacionales en las poblaciones testigo, las tasas de criminalidad descendieron significativamente por dos años en las zonas donde se redujo la disponibilidad de alcohol. No obstante, no está claro en qué medida la intervención afectó al comportamiento violento entre los jóvenes o cuán bien podría funcionar esa intervención en otros ámbitos.

Actividades extracurriculares

Las actividades extracurriculares —tales como los deportes y la recreación, el arte, la música, el teatro y la producción de boletines informativos— pueden proporcionar a los adolescentes las oportunidades de participar en actividades de grupo constructivas y recibir un reconocimiento por ellas (3). Sin embargo, en muchas comunidades no existen este tipo de actividades o no hay ningún lugar donde los niños puedan practicarlas con seguridad fuera de las horas de clase (173). Los programas de actividades después de las horas de clase proporcionan esas instalaciones para los niños y los jóvenes. En condiciones ideales, los programas deben ser (174):

– integrales, es decir, abordar la amplia gama de factores de riesgo de violencia y delincuencia juveniles;
– apropiados desde la perspectiva del desarrollo;
– de larga duración.

Por ejemplo, en Maputo, Mozambique (175), la Essor puso en marcha un programa comunitario concebido para abordar la delincuencia juvenil en dos vecindarios de bajos ingresos. El programa, orientado a los adolescentes de 13 y 18 años de edad, ofrece deportes y pasatiempos para promover la expresión personal y la formación de equipos. El personal del programa también mantiene contacto con los jóvenes por medio de visitas domiciliarias periódicas. Una evaluación del programa mostró mejoras significativas en el comportamiento constructivo y la comunicación con los padres en un período de 18 meses, junto con una disminución considerable del comportamiento antisocial.

Supresión de la violencia de las pandillas

Los programas comunitarios para prevenir la violencia de las pandillas han adoptado varias formas. Las estrategias preventivas han incluido intentos de suprimir las pandillas juveniles o de organizar a las comunidades afectadas por ellas de tal manera que operen de otro modo y no incurran en actividades delictivas (106). Las estrategias rehabilitadoras o correctivas incluyen programas de extensión y orientación para los miembros de las pandillas, así como programas que procuran encauzar sus actividades en direcciones socialmente productivas (106). Hay pocos indicios de que los programas para suprimir las pandillas, organizar las comunidades o proporcionar servicios de orientación o extensión sean eficaces. En Nicaragua, los muy variados esfuerzos policiales por suprimir las actividades de las pandillas en 1997 tuvieron solo un éxito temporal y finalmente tal vez hayan agravado el problema (176). Los intentos de organización comunitaria en los Estados Unidos, en Boston y Chicago, no han tenido éxito en reducir la violencia de las pandillas, quizá porque las comunidades afectadas no estaban suficientemente integradas o cohesionadas para mantener esfuerzos organizados (177). Las actividades de extensión y orientación han tenido la consecuencia no deseada e inesperada de incrementar la cohesión de las pandillas (178). En Medellín, Colombia, se han usado con éxito programas para alentar a los miembros de las pandillas a interesarse en la política y participar en proyectos de desarrollo social locales (179), mientras que en Nicaragua y en los Estados Unidos tales programas de “oportunidad” solamente han tenido un éxito limitado (106).

Otras estrategias

Otras intervenciones orientadas a las comunidades que pueden resultar eficaces son (148, 180):

• El monitoreo de las concentraciones de plomo y la eliminación de los productos tóxicos de uso doméstico para reducir el riesgo de daño cerebral en los niños, algo que puede conducir indirectamente a la violencia juvenil.

• El aumento de la disponibilidad y la calidad de los centros y programas de puericultura y de refuerzo preescolar para promover el desarrollo saludable y facilitar el éxito en la escuela.

• Los intentos de mejorar los ámbitos escolares, tales como cambiar las prácticas de enseñanza y las normas y reglamentos escolares y aumentar la seguridad (por ejemplo, instalando detectores de metales o videocámaras de vigilancia).

• El establecimiento de rutas seguras para los niños en su camino a la escuela y de regreso de esta u otras actividades de la comunidad.

Los sistemas de atención de salud pueden contribuir considerablemente a responder y prevenir la violencia juvenil:

– mejorando la respuesta y el desempeño de los servicios de urgencia;
– mejorando el acceso a los servicios de salud;
– capacitando a los trabajadores de asistencia sanitaria para que identifiquen a los jóvenes en alto riesgo y los envíen a los servicios pertinentes.

Un tipo de programa que parece ser poco eficaz para reducir la violencia juvenil es ofrecer dinero como recompensa por la entrega de armas de fuego a la policía u otros organismos de la comunidad, en lo que se conoce como un “programa de recompra de armas de fuego”. Hay algunos indicios de que los tipos de armas de fuego entregadas no son los que suelen usarse en los homicidios cometidos por los jóvenes (3).

Estrategias sociales

Los cambios del ámbito social y cultural orientados a reducir la violencia son la estrategia que se emplea con menos frecuencia para prevenir la violencia juvenil. Ese enfoque procura reducir las barreras económicas o sociales para el desarrollo —por ejemplo, creando programas de empleo o fortaleciendo
el sistema de justicia penal— o modificar las normas y los valores culturales arraigados que estimulan la violencia.

Abordar la pobreza

Las políticas que intentan reducir la concentración de la pobreza en las zonas urbanas quizá sean eficaces para combatir la violencia juvenil. Estas políticas, tendientes a ofrecer mejores oportunidades de vida, se han experimentado en Maryland, Estados Unidos, en un programa sobre la vivienda y la movilidad llamado “Moving to Opportunity” [Cambio de Domicilio para Mejorar] (181). En un estudio de la repercusión de este programa, se clasificó en tres grupos a las familias de los vecindarios con alto grado de pobreza de la ciudad de Baltimore:

– familias que habían recibido subsidios, orientación y otro tipo de asistencia específicamente para que se mudaran a comunidades con menores grados de pobreza;
–familias que solo habían recibido subsidios, pero sin restricciones acerca de dónde podrían mudarse;
–familias que no habían recibido ninguna asistencia especial.

El estudio encontró que dar a las familias la oportunidad de mudarse a vecindarios con grados menores de pobreza redujo sustancialmente el comportamiento violento de los adolescentes (181). Es preciso conocer mejor los mecanismos mediante los cuales los vecindarios y los grupos de compañeros influyen en la violencia juvenil para comprender plenamente las implicaciones de estos resultados.

Evitar la violencia con armas de fuego entre los jóvenes

El cambio del ámbito social para mantener las armas de fuego y otras armas letales fuera del alcance de los niños y los jóvenes no supervisados puede ser una estrategia viable para reducir el número de muertes producidas por la violencia juvenil. Los jóvenes y otras personas que no deben poseer armas de fuego, inevitablemente terminan por conseguirlas. Algunas de estas personas lo harán para cometer delitos, mientras que otras —cuya capacidad de discernimiento ha sido deteriorada por el alcohol o las drogas— carecerán del cuidado y la responsabilidad adecuados que deben acompañar la posesión de armas de fuego.

En muchos países, los medios por los cuales los jóvenes pueden obtener armas de fuego son ya ilegales. En este caso, un cumplimiento más estricto de las leyes existentes que reglamentan la transferencia ilegal de armas de fuego puede dar buenos resultados en cuanto a la reducción de la violencia armada entre los adolescentes (182). Sin embargo, se sabe poco acerca de la eficacia de tal estrategia.

Otro enfoque para abordar el problema de los jóvenes que poseen armas letales es sancionar y poner en vigor leyes que exijan el almacenamiento seguro e inviolable de las armas de fuego. Esto puede tener el efecto de limitar directamente el acceso indebido al hacer más difícil que los jóvenes saquen las armas de fuego fuera de sus hogares e, indirectamente, reducir las posibilidades de que las personas roben las armas de fuego. El hurto es una fuente importante de armas de fuego para los mercados ilegales, y el hurto y el robo son la máxima (aunque no siempre la más reciente) fuente de la cual obtienen armas de fuego los menores (182, 183). Una estrategia a más largo plazo para reducir el acceso no autorizado a las armas de fuego por parte de los niños y adolescentes sería crear armas de fuego “inteligentes”, que no funcionen si intenta usarlas alguien que no sea su dueño legítimo (184). Estas armas de fuego podrían operar reconociendo la impresión de la palma del dueño o requiriendo la proximidad cercana de una funda o anillo especial para funcionar.

Se han evaluado algunas otras intervenciones diseñadas para controlar el mal uso de las armas de fuego. En 1977 se sancionó en Washington, D.C., una ley restrictiva de concesión de licencias que prohíbe la propiedad de armas cortas a todos excepto a los oficiales de policía, los guardias de seguridad y los propietarios ya existentes de armas de fuego. Posteriormente, la incidencia de los homicidios y los suicidios relacionados con armas de fuego descendió en 25% (185). Sin embargo, no se conoce la repercusión de esta ley en cuanto a la reducción de la violencia relacionada con armas de fuego específicamente entre los jóvenes. En Cali y Bogotá, Colombia, durante los años noventa se prohibió portar armas de fuego durante los períodos en que, por experiencia anterior, se sabía que había tasas más altas de homicidios (186), como por ejemplo los fines de semana posteriores a los días de pago, los fines de semana vinculados con los feriados y los días de elecciones. Una evaluación encontró que la incidencia de los homicidios fue inferior durante los períodos en que estuvo en vigor la prohibición de portar armas de fuego (186). Los autores del estudio señalaron que las prohibiciones intermitentes de portar armas de fuego en toda la ciudad podrían ser útiles para prevenir homicidios, en particular en las regiones del mundo con tasas muy altas de este tipo de delitos.

Otras estrategias

Otras estrategias que abordan los factores socioeconómicos y culturales y que quizá resulten eficaces para la prevención de la violencia juvenil, pero que no se han evaluado adecuadamente, son (148, 170):
– las campañas de información al público para cambiar las pautas comunitarias prevalecientes y promover el buen comportamiento social;
– las medidas para reducir la exhibición de la violencia en los medios de comunicación;
– los programas para reducir la desigualdad de ingresos;
– las actividades y las políticas para mitigar los efectos de los cambios sociales rápidos;
– los esfuerzos por fortalecer y mejorar los sistemas policiales y judiciales;
– las reformas institucionales de los sistemas educativos.

Según resulta evidente al examinar los factores de riesgo y las estrategias de prevención, la violencia juvenil se origina en una interacción compleja entre múltiples factores, y las medidas adoptadas para reducir este problema de manera sustancial deberán ser polifacéticas. Como ha mostrado la exposición precedente, hay varios factores —algunos presentes en el individuo, otros en la familia y el ámbito social— que aumentan las probabilidades de agresión y violencia durante la niñez, la adolescencia y los primeros años de la edad adulta. En condiciones ideales, los programas deben acercarse a los jóvenes a través de múltiples sistemas de influencia (del individuo, la familia, la comunidad y la sociedad) y proporcionar un proceso continuo de intervenciones y actividades que abarquen las etapas del desarrollo. Esos programas pueden abordar factores de riesgo coincidentes, tales como el bajo rendimiento escolar, el embarazo en las adolescentes, las relaciones sexuales arriesgadas y el uso de drogas, y de ese modo abordar las necesidades de los jóvenes en distintas esferas de su vida.

Recomendaciones

Las defunciones y lesiones causadas por la violencia juvenil constituyen un importante problema de salud pública en muchas partes del mundo. Existen variaciones significativas en la magnitud de este problema entre los países y las regiones del mundo y en el seno de cada uno de los países. Hay una gama amplia de estrategias viables para prevenir la violencia juvenil, algunas de las cuales se ha comprobado que son particularmente eficaces. Sin embargo, es probable que ninguna estrategia por sí sola sea suficiente para reducir la carga sobre la salud que genera la violencia juvenil. En cambio, se requerirán numerosos métodos concurrentes, que deberán ser apropiados para el lugar particular donde se aplican. Una medida que tiene éxito para prevenir la violencia juvenil en Dinamarca, por ejemplo, no necesariamente resultará eficaz en Colombia o Sudáfrica.

Durante los dos últimos decenios, se ha aprendido mucho acerca de la naturaleza y las causas de la violencia juvenil y cómo prevenirla. Este conocimiento, si bien se basa principalmente en investigaciones llevadas a cabo en países desarrollados, proporciona una base a partir de la cual se pueden elaborar programas que tengan éxito para prevenir la violencia juvenil. Sin embargo, resta mucho más por conocer acerca de la prevención. Basadas en los conocimientos actuales, las siguientes recomendaciones, si se ponen en práctica, deben conducir a una mayor comprensión y una prevención más eficaz de la violencia juvenil.

Establecimiento de sistemas de recopilación de datos

La creación de sistemas de información para la vigilancia ordinaria de las tendencias del comportamiento violento, las lesiones y las defunciones debe constituir la base de las medidas de prevención. Esos datos proporcionarán información valiosa para elaborar políticas públicas y programas de prevención de la violencia juvenil, y para evaluar los programas y las políticas. Se necesitan métodos sencillos de vigilancia de la violencia juvenil que puedan aplicarse en una gama amplia de ámbitos culturales. En este sentido, se debe asignar prioridad a los siguientes puntos.

• Se deben crear normas uniformes para definir y medir la violencia juvenil e incorporarlas en los sistemas de vigilancia de la violencia y los traumatismos. Estas normas deben incluir categorías de edad que reflejen con exactitud los diferentes riesgos para los jóvenes de ser víctimas o autores de actos violentos.

• Se debe asignar prioridad al establecimiento de sistemas para vigilar las muertes violentas en las regiones donde los datos sobre los homicidios son actualmente insuficientes o no existen. Estas regiones son África, el Mediterráneo Oriental y Asia Sudoriental, y partes de las Américas y el Pacífico Occidental, especialmente las zonas más pobres de estas dos regiones.

• Paralelamente a la vigilancia, se deben realizar estudios especiales para establecer la razón entre los casos mortales y los casos no mortales de lesiones relacionadas con la violencia, clasificadas según el método de ataque, la edad y el sexo de la víctima. Estos datos pueden usarse luego para calcular la magnitud del problema de la violencia juvenil cuando se dispone de un solo tipo de datos, como la mortalidad o la morbilidad.

• Se debe instar a todos los países y regiones a establecer centros donde se puedan compilar y comparar los datos ordinarios provenientes de los servicios de salud (incluidos los de urgencia), la policía y otras autoridades, relacionados con la violencia. Esto ayudará enormemente a formular y poner en práctica programas de prevención.

Más investigaciones científicas

Los datos científicos —tanto cualitativos como cuantitativos— sobre las características y las causas de la violencia juvenil son esenciales para formular respuestas racionales y eficaces al problema. Si bien se ha progresado enormemente en la comprensión del fenómeno de la violencia, subsisten lagunas significativas que podrían contribuir a llenar las investigaciones en relación con los siguientes aspectos:

– en el plano transcultural, las causas, el desarrollo y la prevención de la violencia juvenil, para explicar las grandes variaciones mundiales de los niveles de violencia juvenil;
– la validez y las ventajas relativas de usar los registros oficiales, los registros de hospitales y la notificación espontánea para medir la violencia juvenil;
– la comparación de los jóvenes que cometen delitos violentos con los que cometen delitos no violentos y los que no participan en acciones violentas o delictivas;
– la determinación de los factores de riesgo que tienen efectos diferenciales sobre la persistencia, el aumento, la disminución y el cese de la violencia a diversas edades;
– la identificación de los factores que protegen contra la violencia juvenil;
– la participación femenina en la violencia juvenil;
– en el plano transcultural, las influencias sociales y culturales en la violencia juvenil;
– estudios longitudinales que midan gran variedad de riesgos y factores protectores, para ampliar los conocimientos acerca de las vías de desarrollo de la violencia juvenil;
– la disponibilidad de una mejor comprensión de la forma en que se podrían modificar eficazmente los factores sociales y macroeconómicos para reducir la violencia juvenil.

Además de las investigaciones enumeradas antes:

• Se necesitan cálculos del costo total de la violencia juvenil para la sociedad, con el fin de evaluar mejor la eficacia en función de los costos de los programas de prevención y tratamiento.

• Se deben establecer instituciones para organizar, coordinar y financiar la investigación mundial sobre la violencia juvenil.

Formulación de estrategias de prevención

Hasta el momento, la mayoría de los recursos asignados a la prevención han correspondido a programas que no han sido puestos a prueba. Muchos de estos programas se han basado en suposiciones dudosas y se han realizado de manera poco sistemática, sin control de calidad. La capacidad de prevenir y controlar eficazmente la violencia juvenil requiere, sobre todo, la evaluación sistemática de las intervenciones. En particular, se necesitan muchas más investigaciones sobre los siguientes aspectos relacionados con los programas de prevención de la violencia juvenil:

– estudios longitudinales que evalúen las repercusiones a largo plazo de las intervenciones realizadas durante la lactancia o la niñez;
– evaluaciones del efecto de las intervenciones en los factores sociales asociados con la violencia juvenil, tales como las desigualdades de ingreso y la concentración de la pobreza;
– estudios sobre la eficacia en función de los costos de los programas y las políticas de prevención.
Es preciso contar con normas uniformes para los estudios de evaluación de la eficacia de los programas y las políticas para evitar la violencia juvenil. Estas normas deben incluir:
– la aplicación de un diseño experimental;
– pruebas de una reducción estadísticamente significativa de la incidencia de comportamientos violentos o de los traumatismos relacionados con la violencia;
– la obtención de los mismos resultados en diferentes sitios y distintos contextos culturales;
– pruebas de que los efectos se mantienen con el transcurso del tiempo.

Difusión de los conocimientos

Hay que realizar más esfuerzos para aplicar lo que se ha aprendido acerca de las causas y la prevención de la violencia juvenil. Actualmente, los conocimientos sobre este tema se difunden con gran dificultad a los profesionales y los responsables políticos en todo el mundo, sobre todo debido a una infraestructura deficiente de comunicación. Las siguientes áreas en particular deben recibir mayor atención:

• Se necesita una coordinación mundial para establecer redes de organizaciones que se concentren en el intercambio de información, la capacitación y la asistencia técnica.

• Se deben asignar recursos a la aplicación de la tecnología de Internet. En partes del mundo donde esto presenta problemas, hay que promover otras formas no electrónicas de intercambio de información.

• Es preciso establecer centros internacionales de distribución de información para identificar y traducir la información apropiada proveniente de todas partes del mundo, en particular de las fuentes menos conocidas.

• Se requieren investigaciones sobre cómo poner mejor en práctica las estrategias y las políticas de prevención de la violencia juvenil. El mero conocimiento de cuáles son las estrategias que han demostrado ser eficaces no basta para asegurar que tendrán éxito cuando se las aplique.

• Los programas de prevención de la violencia juvenil deben integrarse, siempre que sea posible, con programas para evitar el maltrato de menores y otras formas de violencia dentro de la familia.

Conclusiones

El volumen de la información acerca de las causas y la prevención de la violencia juvenil está aumentando rápidamente, al igual que la demanda mundial de esta información. Satisfacer esa enorme demanda requerirá una inversión considerable para mejorar los mecanismos que permiten efectuar la vigilancia de salud pública, llevar a cabo todas las investigaciones científicas necesarias y crear la infraestructura mundial para difundir y aplicar lo que se ha aprendido. Si el mundo puede afrontar el reto y proporcionar los recursos requeridos, la violencia juvenil podrá en un futuro previsible empezar a ser considerada un problema de salud pública prevenible.

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Publicación Científica y Técnica No. 588
Organización Panamericana de la Salud


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