Pese a quien pese,  el fenómeno de la violencia en los centros educativos no hace sino aumentar en  España en los últimos años. Como parte de un equipo de investigación especializado  desde hace años en medir y evaluar la violencia física y psicológica en las  organizaciones sociales, me he encontrado frecuentemente con las reacciones  adversas de aquéllos que, intentando mantener el pacto de silencio en torno a  la violencia que se practica habitualmente en sus organizaciones, han  pretendido 'matar al mensajero' (en este caso a los investigadores), antes que  tener que tomar en serio los datos que arroja la evidencia.  
                                    Así, se han  sucedido duros mensajes descalificadores con ocasión de haber investigado la  existencia de violencia y acoso ('mobbing') en sectores 'tabú' de nuestra  sociedad: la sanidad, los profesores universitarios, los funcionarios de la Administración  pública del Estado... Sin embargo, jamás habíamos encontrado la sensación de  amenaza que han provocado en el sector educativo nuestros dos últimos estudios  en materia de 'Violencia y Acoso Escolar' (Cisneros VII) y de 'Violencia contra  los profesores' (Cisneros VIII).  
                                    Y es que si bien es  verdad que en general la violencia en nuestros grupos sociales permanece  clandestina y silenciada, la revelación de su existencia en el entorno  educativo parece haber tocado y amenazado la 'clave de bóveda' de todo el  sistema educativo. Dicha 'clave' nos permite comprender el despliegue y  expansión de esos fenómenos violentos a los demás órdenes sociales.  
                                    Son así nuestros  niños más pequeños, los alumnos de Primaria, los que primero deben aprender a  desenvolverse en un entorno escolar psicosocialmente tóxico en el que impera la  impunidad de la violencia entre iguales y la ley del más fuerte. El resultado  de años de exposición a esta atmósfera educativa nociva configurará a unos  niños, los más dañados, como futuras víctimas, más vulnerables a otros  fenómenos de victimización en la vida adulta como son el maltrato doméstico o  el acoso laboral. A otros niños, los que salen reforzados debido a la impunidad  de sus comportamientos de violencia y acoso, los años escolares les habrán  servido para especializarse en el arte de dominar, subyugar y reducir a sus  iguales. Es así como nuestra escuela actual es capaz de configurar  personalidades violentas, especializadas en acosar y en amilanar a aquéllos que  les resulten amenazantes o simplemente que les estorben en su escalada social y  profesional.  
                                    El caldo de cultivo  de todo este fenómeno es la escolarización durante años en medio de la anomia  educativa y de una atmósfera de impunidad (ante la violencia no pasa nada, no  ocurre nada) que los habrá transformado en verdaderos psicópatas funcionales  para los que no hay más norma que ellos mismos y sus deseos y ambiciones  crecientes de poder y notoriedad social.  
                                    El estudio recién  presentado Cisneros VIII 'Violencia contra profesores' revela una realidad  tóxica diaria para más de cien mil profesores víctimas de actos violentos en  los centros públicos. Tres de cada cuatro profesores apuntan a los alumnos y  uno de cada tres a padres de alumnos como autores de los actos violentos.  
                                    En un 90% de los  237 centros públicos que han participado en el estudio los profesores reconocen  la existencia de actos violentos con mayor o menor frecuencia. Un 57% de los  profesores señalan haber sido testigos de actos violentos contra otros  profesores. Con todo, los grupos de profesores más expuestos a la violencia  presentan índices graves de estrés postraumático, depresión y ansiedad. El  riesgo de suicidio de los más expuestos a la violencia se multiplica por diez y  la tasa de abandono profesional alcanza a uno de cada tres. Toda una realidad  de un entorno laboral psicosocialmente tóxico que alcanza sus mayores cotas en  los centros de Secundaria, verdadero 'territorio comanche' de la violencia  contra los profesores.  
                                    Querer presentar la  violencia contra los profesores como un mero conflicto individual entre  profesor-alumno o profesor-padre es falsear la realidad y desconocer lo que  ocurre en verdad en los centros educativos en materia de vandalismo, amenazas,  chantajes, coacciones, intimidación, insultos, vejaciones, agresiones,  etcétera. La violencia contra los profesores no puede entenderse como un mero  conflicto a resolver entre partes enfrentadas.  
                                    Por ello la  interposición de mediadores es tan buen remedio para la contención de la  violencia como la recomendación de seguir la 'dieta mediterránea'.  
                                    La violencia en las  aulas hace referencia a un fenómeno que se quiere ocultar pero que los mismos  profesores afectados desvelan como la causa fundamental de sus males: el  abandono de la tarea educativa por parte de las familias.  
                                    Es un hecho que  para muchos padres de hoy en día tener un hijo no pasa de ser una nueva especie  de 'commodity'. Un bien de lujo que no se adquiere de la misma manera que otros  bienes, pero que finalmente viene a ser conceptualizado de la misma manera que  otras cosas que compramos y de las que pronto nos aburrimos, hastiados.  
                                    No resulta extraño  que muchos padres estén de manera muy temprana cansados o aburridos de unos  hijos a los que hace tiempo han dejado de prestar atención, encargándoselos a  cuidadoras, canguros, abuelas, etcétera, utilizando para ello muchos y variados  pretextos.  
                                    Si los padres no  los establecen, los niños pequeños terminan por no conocer límites a sus deseos  o caprichos y los adolescentes quedan huérfanos en una etapa madurativa crucial  de la introyección de la norma social de convivencia y respeto.  
                                    Es así como después  se produce ese choque de trenes en las aulas con los profesores como víctimas  de la violencia de unos adolescentes anómicos (sin normas) que necesitan un  padre sustitutivo contra el que oponerse para crecer, o de la violencia de los  padres de niños pequeños convertidos en intocables mascotas que llegan hasta la  agresión verbal o física cuestionando sistemáticamente las decisiones del  educador.  
                                    Para completar este  desolador panorama del abandono educativo por los padres, una sociedad  moralmente corrupta ha optado por inventar nuevos síndromes para bordear la  realidad y mirar a otro lado ante la absoluta necesidad de la especie humana de  socializar a los jóvenes desde la familia. Con creciente facilidad se extiende  una misteriosa epidemia de niños y jóvenes diagnosticados como hiperactivos o  deficitarios en atención que de repente son millones. ¿Y no nos habíamos dado  cuenta!  
                                    Una cómoda  victimización secundaria que convierte al niño abandonado por sus padres en un  niño con presuntos déficits o patologías hiperactivas, cuya solución, por  supuesto más fácil que tomar el toro por los cuernos, es administrarle ya  durante años o de por vida la pastilla que lo recupere para la sociedad y la  educación. A los niños dejados de la labor educativa de sus padres es mejor  diagnosticarlos como patologías y después darles la pastilla. La pastilla de  'portarse bien'.  
                                    Boletín de Noticias sobre el Acoso Psicológico                                      |